3. EL EXISTENCIALISMO MATERIALISTA
El
existencialismo, pasará a los manuales como la única teoría filosófica
característica del siglo XX y cuyas consecuencias todavía permanecen muy
visibles cuando el mundo está a punto de entrar en el siglo XXI. Un
siglo XX de tan enorme complejidad que ha presenciado el triunfo
universal de la democracia, pero también las peores hecatombes de que ha
sido víctima la Humanidad bajo dos guerras mundiales, cientos de
guerras «menores», la bomba atómica contra dos grandes ciudades, el
imperio del terror comunista, el Holocausto de los judíos europeos y la
general desorientación en medio de falsos Mesías y doctrinas
contradictorias han provocado, como no podía ser menos, la plaga
universal de la angustia. Fuera de la religión los hombres y mujeres del
siglo XX ya no podían acudir, como tabla de salvación, a las grandes
corrientes del pensamiento humano que se habían generado durante los
siglos anteriores y que ahora figuraban entre los factores y los
elementos de la angustia, porque se habían convertido en una gran
frustración: las Ilustraciones, el Idealismo, el marxismo, el fascismo,
el liberalismo disperso en mil matices, el positivismo helado, el
nihilismo a que se llegaba, tras la Muerte de Dios y el fracaso absoluto
de un Cristo absurdo, de la mano de Nietzsche.
Quizá por ello una
intensa y variada línea del pensamiento occidental generó, entre las dos
guerras mundiales del siglo XX una corriente filosófica que era además
una actitud vital y se denominó existencialismo. Que contaba con un
precedente en el siglo XIX: el filósofo cristiano danés Sóren
Kierkegaard, que utilizó la angustia para apoyarse en ella, pero que
estaba completamente olvidado al alumbrar el siglo XX, fuera de la
intuición de Miguel de Unamuno. Martín Heidegger, creador del
existencialismo, nació en 1889 e ingresó, por breve tiempo, en la
Compañía de Jesús. Después de sumergirse en el pensamiento y la
filosofía católica, estudió a fondo lo mejor del pensamiento moderno (no
parece que se introdujese en la Nueva Ciencia que estaba cambiando el
futuro del mundo) y publicó en 1927 su obra maestra, Sein und Zeit: Ser y
tiempo. La clave de su pensamiento es el Dasein (estar ahí) que es el
hombre, cuya esencia es la existencia; de ahí el nombre de
existencialismo con que se conoce su filosofía. El tiempo es el
horizonte trascendental de la pregunta sobre el ser. El Dasein es un
existente, cuyo modo de ser fundamental es el Sorge (cuidado,
preocupación). El Dasein es estar en el mundo; estar caído. Hay
posibilidad de levantarse por la Angustia, en la que el Dasein se
comprende en su nada ontológica. El Dasein no es objeto del mundo
(realismo) ni el mundo en un sujeto (idealismo). La Angustia revela al
Dasein que flota en la nada. ¿Por qué hay ser y no más bien nada? Es la
pregunta fundamental de la metafísica. El Dasein como preocupación
permite entender su temporalidad. Heidegger no tiende puentes entre el
pensamiento filosófico y la fe. La fe es incondicionalidad, el
pensamiento es problemático. La fe no puede pedir a la filosofía unas
respuestas que conoce por la Revelación. Así se comprende la intensa
dimensión gnóstica en el pensamiento de Heidegger. Por su fecha de
publicación, el tiempo de Sein und Zeit es un tiempo new-toniano en
cuanto al mundo; un tiempo augustiniano en cuanto a la experiencia
existencial íntima. No es el tiempo de la Nueva Ciencia, indeterminado,
reversible, perdido en la magnitud temporal de la Nueva Física que
Heidegger no conoce o al menos no expone. Por otra parte, el Dios de
Heidegger, al que seguramente siguió adherido por la fe, tiene cerrados
los caminos en el bosque Sein. Heidegger da la impresión de que su
concepto de Dios es inmanente, distinto del mundo, propio de su
dimensión gnóstica. Para oponerse a Nietzsche, Martín Heidegger pretende
fundar en la intimidad existen, la experiencia de Dios en los primeros
cristianos; y cree que la adopción de línea metafísica pervirtió, a
través del platonismo de San Agustín, la vitalidad de esa experiencia
primitiva. Creo que con ello el gran filósofo confunde lamentablemente
los planos. Heidegger, sobrecogido por el fracaso de la democracia
después de la Primera Guerra Mundial, se adhirió al nacional-socialismo
en 1933, como por entonces hacía nada menos que uno de los grandes
nombres de la escuela de Frankfurt, Theodor W. Adorno. Pero consta que
en 1935 Hediegger se desencantó por completo del nazismo y se refugió en
la soledad. El resto de su vida lo vivió en la Angustia a la que había
convertido en centro de su reflexión existencial. El existencialismo
condujo a Heidegger al gnosticismo y le apartó de la consideración
racional de Dios, pero despeñó a su discípulo francés Jean-Paul Sartre
en los abismos del absurdo. Como Heidegger, atravesó por una breve época
de colaboración hitleriana, las furias de la izquierda se siguen
abatiendo contra Heidegger, pero Sartre, creador de un existencialismo
mucho más ligero, colaboracionista durante la ocupación nazi y luego
ardiente portavoz intelectual del comunismo grosero, gozó del
reconocimiento más entusiasta que se mantiene hoy. Fueron decisivas sus
experiencias de infancia; el descubrimiento angustioso de su fealdad,
que él creía belleza; el amor infinito de su madre y el odio aberrante e
injustiñado a su padre. Sedujo tan intensamente a su companera de toda
la vida, la feminista Simone de Beauvoir, que le impuso como obligación
principal el suministro de jovencitas y jovencitos entre los alumnos de
los dos, que luego se llevaban a la cama redonda con técnicas cuya
descripción resulta más que repulsiva. Pero la feminista gozaba con su
condición de esclava y celestina del gran pensador. Estudió en Alemania
la fenomenología de Husserl y el existencialismo de Heidegger. Obseso
por su comunicación con el gran público, se dedicó a la divulgación, aun
más ininteligible, de Heidegger. Se decía marxista, pasaba por el
pensador comunista más universal, pero nunca leyó a Marx. Vendió con
buen resultado su conocimiento de Heidegger a los alemanes que ocupaban
París y le favorecieron. Fue un existencialista de café, en el Barrio
Latino, donde escribió su Biblia del existencialismo, El Ser y la Nada,
donde prescinde totalmente de Dios. Sartre es el ateo absoluto, y
publica su libro en 1943, en plena ocupación alemana. Al término de la
Segunda Guerra Mundial organiza lecciones públicas que se ponen de moda y
atraen al todo París. Entonces fue cuando los comunistas decidieron
captarle como gran animador de su red cultural en Europa. Sirvió
inmediatamente a los fines de la propaganda comunista, aunque su
colaboración no se oficializó hasta 1952. Aprovechó la invasión
soviética de Hungría para romper aparentemente con el comunismo, pero se
mantuvo como ídolo de la izquierda. Se hizo maoísta y redobló sus
excesos vitales, que le llevaron a la ruina. Murió el 15 de abril de
1980 entre los elogios serviles de toda la izquierda cultural. El
influjo más pernicioso del existencialismo en el mundo católico no lo
ejerció Sartre, sino Heidegger a través del gran pensador y teólogo
jesuita Karl Rahner, que sirvió de columna de apoyo a la Teología
Política, a la Teología de la Liberación y al mal llamado progresismo
cristiano, que realmente equivale a una nueva y más descarada oleada de
modernismo. En medio de la dramática confusión que precedió y sobre todo
siguió al Concilio Vaticano II, un Papa tan abierto a las corrientes
modernas como Pablo VI confesó varias veces en público que sólo podía
explicarse la situación al intuir que el humo del infierno se había
introducido por las grietas de la Iglesia para pervertir los frutos del
Concilio. Su brevísimo sucesor Juan Pablo I sucumbió ante la magnitud de
la tarea contra la que hubo de enfrentarse desde 1978 un titán, Juan
Pablo II, que cuando se escriben estas líneas está a punto de alcanzar
su soñada meta del Tercer Milenio. Heidegger da la impresión de que su
concepto de Dios es inmanente, indistinto del mundo, propio de su
dimensión gnóstica. Para oponerse al nihilismo de Nietzsche, Martín
Heidegger pretende fundar en la intimidad existencial la experiencia de
Dios en los primeros cristianos; y cree que la adopción de la línea
metafísica pervirtió, a través del platonismo de San Agustín, la
vitalidad de esa experiencia primitiva. Creo que con ello el gran
filósofo confunde lamentablemente los planos. Heidegger, sobrecogido por
el fracaso de la democracia después de la Primera Guerra Mundial, se
adhirió al nacional-socialismo en 1933, como por entonces hacía nada
menos que uno de los grandes nombres de la escuela de Frankfurt, Theodor
W. Adorno. Pero consta que en 1935 Heidegger se desencantó por completo
del nazismo y se refugió en la soledad. El resto de su vida lo vivió en
la Angustia a la que había convertido en centro de su reflexión
existencial. El existencialismo condujo a Heidegger al gnosticismo y le
apartó de la consideración racional de Dios, pero despeñó a su discípulo
francés Jean-Paul Sartre en los abismos del absurdo. Como Heidegger,
atravesó por una breve época de colaboración hitleriana, las furias de
la izquierda se siguen abatiendo contra Heidegger, pero Sartre, creador
de un existencialismo mucho más ligero, colaboracionista durante la
ocupación nazi y luego ardiente portavoz intelectual del comunismo
grosero, gozó del reconocimiento más entusiasta que se mantiene hoy.
Fueron decisivas sus experiencias de infancia; el descubrimiento
angustioso de su fealdad, que él creía belleza; el amor infinito de su
madre y el odio aberrante e injustificado a su padre. Sedujo tan
intensamente a su compañera de toda la vida, la feminista Simone de
Beauvoir, que le impuso como obligación principal el suministro de
jovencitas y jovencitos entre los alumnos de los dos, que luego se
llevaban a la cama redonda con técnicas cuya descripción resulta más que
repulsiva. Pero la feminista gozaba con su condición de esclava y
celestina del gran pensador. Estudió en Alemania la fenomenología de
Husserl y el existencialismo de Heidegger. Obseso por su comunicación
con el gran público, se dedicó a la divulgación, aun más ininteligible,
de Heidegger. Se decía marxista, pasaba por el pensador comunista más
universal, pero nunca leyó a Marx. Vendió con buen favorecieron. Fue un
existencialista de café, en el Barrio Latino, donde escribió su Biblia
del existencialismo, El Ser y la Nada, donde prescinde totalmente de
Dios. Sartre es el ateo absoluto, y publica su libro en 1943, en plena
ocupación alemana. Al término de la Segunda Guerra Mundial organiza
lecciones públicas que se ponen de moda y atraen al todo París. Entonces
fue cuando los comunistas decidieron captarle como gran animador de su
red cultural en Europa. Sirvió inmediatamente a los fines de la
propaganda comunista, aunque su colaboración no se oficializó hasta
1952. Aprovechó la invasión soviética de Hungría para romper
aparentemente con el comunismo, pero se mantuvo como ídolo de la
izquierda. Se hizo maoísta y redobló sus excesos vitales, que le
llevaron a la ruina. Murió el 15 de abril de 1980 entre los elogios
serviles de toda la izquierda cultural. El influjo más pernicioso del
existencialismo en el mundo católico no lo ejerció Sartre, sino
Heidegger a través del gran pensador y teólogo jesuita Karl Rahner, que
sirvió de columna de apoyo a la Teología Política, a la Teología de la
Liberación y al mal llamado progresismo cristiano, que raramente
equivale a una nueva y más descarada oleada de modernismo. En medio de
la dramática confusión que precedió y sobre todo siguió al Concilio
Vaticano II, un Papa tan abierto a las corrientes modernas como Pablo VI
confesó varias veces en público que sólo podía explicarse la situación
al intuir que el humo del infierno se había introducido por las grietas
de la Iglesia para pervertir los frutos del Concilio.