2.2. Max Horkheimer

En ese esfuerzo, la Humanidad ha
otorgado la primacía absoluta a la “razón subjetiva o instrumental”, es
decir, a una forma de racionalidad que sólo se refiere a “la adecuación
de los medios a los intereses subjetivos de la autoconservación”,
reduciéndose a ser “una capacidad de calcular probabilidades”. La razón
“subjetiva” atiende exclusivamente a los medios, no a los fines. Estos
últimos se consideran como indiferentes en sí mismos, y su elección no
es racional, sino producto de predilecciones irracionales. Por eso, la
razón subjetiva no es sino una razón “instrumental”. Se afirma que ésta
es “un instrumento para todas las empresas de la sociedad, y ha
renunciado a su tarea de juzgar los actos y el modo de vivir del
hombre”. De aquí partió la tragedia de la civilización. La razón, en
lugar de liberar, ha conducido a la barbarie de la dominación universal
de la naturaleza y del hombre. La naturaleza (también la humana) ha sido
“cosificada”, es decir, degradada a pura materia; “hay que dominarla
sin otro propósito que no sea, precisamente, el de dominarla”. Dominar
se convierte en un fin por sí mismo. Frente a la razón instrumental
estaría la “razón objetiva”, es decir, un logos o racionalidad inherente
a la realidad misma, que permite la determinación de ideales y fines
“de por sí deseables”. Pero ésta es, justamente, la razón olvidada y
reprimida por la Ilustración. “Eclipse de la razón” (1947) es el título
de la obra de Horkheimer que más tarde (1967) aparecerá ampliada bajo el
título de “Crítica de la razón instrumental”. Sin embargo, Horkheimer
opina que no se trata de tomar partido por ninguna de las dos formas de
racionalidad, ya que ambas conducen a excesos. La razón objetiva lleva a
“afirmar valores ilusorios y a crear ideologías reaccionarias”; pero la
razón subjetiva conduce al “materialismo vulgar” o a la barbarie de la
dominación. La autocrítica de la razón tiene que reconocer y salvar la
limitación de ambos conceptos, y buscar su síntesis dialéctica.