jueves, 23 de enero de 2020

3.2. Arthur Schopenhauer

3.2. Arthur Schopenhauer

Desde principios del siglo XIX, con la publicación de “El mundo como voluntad y como representación” en 1818, Arthur Schopenhauer (1788 – 1861), discípulo de Kant, se distancia del mundo de la razón, de la ciencia y de la técnica, que para él es el mundo del egoísmo social, no para volver a un orden social imposible, sino para invocar la vida y el deseo, es decir, lo que es impersonal en la experiencia vivida y no lo que es conciente y voluntario. Influenciado por el orientalismo romántico y su idea del renunciamiento, Schopenhauer contrasta la fe iluminista en la razón con la versión mítica de la sabiduría oriental. Se trata de destruir el yo y la ilusión de la conciencia así como de desconfiar de la ilusión de orden social que protege únicamente los apetitos egoístas. Schopenhauer afirma así que el mundo, como representación, es una creación de nuestro limitado yo. El mundo es por tanto una ilusión y un sueño; es la proyección de nuestros temores y esperanzas. 


Concluye pues Schopenhauer que la única realidad es la voluntad humana. Afirma: “El mundo no es más que mi voluntad”. Pero observa que la voluntad subjetiva humana es la fuente de toda lucha, sea por dinero, amor o poder y, a la vez, por tal razón es fuente de nuestra angustia, desdicha y dolor, pues es un deseo siempre insatisfecho. Si la realidad es manifestación de una fuerza ciega infinita que se multiplica gradualmente en los individuos del mundo ilusorio de la representación, el hombre, en cuanto que es la individuación conciente de esa voluntad infinita, está destinado a sufrir. Así, todo sentimiento positivo es dolor y el placer no es sino ausencia de dolor. De allí que el ser humano debe aprender a abandonar la voluntad, renunciando a ella para escapar de la “enfermedad”, esto es, de nuestra vida en el mundo. No hay más liberación que la anulación de la voluntad de vivir y del propio yo. Por tanto, según Schopenhauer, la existencia es el mal y debe ser negada y suprimida desde sus mismas raíces. El objetivo del sabio es alcanzar el Nirvana o “vacío”, expresión de la liberación final de la voluntad y del deseo que conduce a la extinción y a la muerte. Es un anularse a sí mismo, eliminar el “Weltschmerz” o dolor por el mundo y perderse en la unidad cósmica. Schopenhauer apunta su filosofía del renunciamiento tanto contra el Iluminismo con su falso optimismo e inútil fe en la razón y el progreso, como contra la tradición judeo – cristiana que aparece como aliada del racionalismo. Ambas manifestaciones exhortan al hombre a luchar por su salvación en este mundo, fuera por el racionalismo científico o por adhesión a la ley religiosa. Sostiene entonces Schopenhauer que el arte es el camino de salvación. Ello por cuanto el arte es un modo de conocer el mundo de un modo inmune a los implacables deseos del yo. Mediante la experiencia estética experimentamos de nuevo el mundo y momentáneamente nos liberamos de la cárcel de la voluntad y el deseo. El arte, en especial la tragedia y la música, proporciona la primera liberación, ya que anula el yo, sumergiéndolo en la voluntad universal, en el eterno dolor colectivo. Con todo, Arthur Schopenhauer consideraba que los peores rasgos de la civilización occidental tienen raíces judías. Schopenhauer cita la obra de Arthur de Gobineau y compartirá con él: “El hombre es el animal malvado por excelencia”. Sentencia entonces Schopenhauer: “El verdadero sentido de la tragedia es la comprensión de que lo que el héroe expía no son pecados individuales, sino el pecado original, la culpa de vivir… A nada se parece tanto nuestra existencia como al resultado de un paso en falso y de unos apetitos merecedores de castigo”. Precisará Schopenhauer: “Cada uno cazador, y cada uno cazado, conflictos, penurias, miseria y angustia, gritos y llanto, y así va adelante el mundo in saecula saeculorum, o hasta que se rompa un día la corteza del planeta”. Sentenciará finalmente Schopenhauer: “Qué naturaleza horrible es esta, a la cual nosotros pertenecemos… No debemos alegrarnos de la existencia del mundo, sino afligirnos – que su no existencia sería preferible a su existencia -: que él es algo que en el fondo no debería ser… El delito mayor del hombre es haber nacido… La vida no debería ser”.