Por Agustín Laje (*)
La credibilidad de un proyecto político -al igual que en el caso de
una persona- se establece por la relación dada entre lo que se dice y lo
que se hace. Una relación positiva, en la que el dicho y el hecho
coinciden, importa credibilidad. Una relación en la que los hechos
divergen de los dichos, importa una flagrante simulación.
Sería un error, no obstante, entender que tal relación entre el dicho
y el hecho refiere exclusivamente al ámbito público, en el que se
desenvuelven las figuras visibles del proyecto. La credibilidad de los
proyectos políticos, en efecto, está muchas veces sujeta a los
comportamientos privados (ajenos a la política concreta) de sus
representantes más paradigmáticos. Esto es sobre todo así en tiempos
como los que corren, en los que la personalidad política se ha puesto
por delante del sello partidario.
Permítasenos introducir de está forma, en razón de que días pasados
nos enteramos que el jefe de La Cámpora e hijo de la presidente de la
Nación, Máximo Kirchner, se hizo de una fenomenal casona en el lujoso
club bonaerense de chacras Puerto Panal. Se estima que la casa le costó a
Máximo unos 2,2 millones de dólares, que paga expensas por más de 8 mil
pesos mensuales, y se sabe que cuenta con un terreno de casi 5
hectáreas con acceso a canchas de polo y tenis, senderos para practicar
equitación y un suntuoso Club House. Todo ello, sin mencionar los
servicios de mucamas, jardineros, petiseros, seguridad privada, entre
otros. En síntesis, un lugar que de “nacional y popular” sólo tiene al
nuevo vecino.
Pero como ya se ha hecho costumbre en este “socialismo de
testaferros” llamado kirchnerismo, la propiedad no ha sido puesta bajo
el nombre del líder camporista. La operación, en rigor de verdad, fue
concretada por Osvaldo Sanfelice, íntimo amigo de la familia Kirchner
desde hace décadas, ex director de Rentas de Santa Cruz, y administrador
de otras propiedades del clan presidencial. Los vecinos de Puerto Panal
han confirmado a la revista NOTICIAS que en esa casa no habita
Sanfelice sino el hijo de la presidente; y de la inmobiliaria que
realizó la venta no han podido negarlo.
Máximo no es la única figura del kirchnerismo que goza de las
paradisíacas instalaciones del exclusivo country ubicado en la localidad
bonaerense de Zarate. En efecto, como vecino próximo tiene nada menos
que al superministro de Planificación Federal Julio De Vido, cuya chacra
tiene casi cuatro hectáreas y tampoco está a su nombre: como
propietaria figura su esposa.
Lo irónico de todo esto, retornando a lo que decíamos más arriba, es
la disociación que existe entre los valores e ideas que se esgrimen, y
la forma en la que efectivamente viven los kirchneristas de primera
línea. En la práctica buscan parecerse a todo aquello que en el discurso
dicen detestar. Se trata en última instancia de la hipocresía inherente
a toda izquierda que, con un poco de poder, se dedica a dar lecciones
de moralidad socialista en la comodidad de una vida propia de la
aristocracia más recalcitrante.
¿Qué pensarán de todo esto los integrantes de La Cámpora, ilusionados
con los discursos pseudo-revolucionarios de la organización? Me refiero
particularmente a los idiotas útiles embelezados por “el modelo”, y no
tanto a aquellos vivos que sólo están allí por el puesto público. ¿Qué
sentirán al ver que su líder vive conforme a todo lo que la agrupación
dice rechazar? ¿Se sentirán moralmente estafados al comprobar que,
mientras acusan de oligarcas a quienes viven en barrios cerrados
pretendiendo imponerles una ley de cesión de tierras para viviendas
sociales, el máximo jefe se hace de una millonaria chacra nada menos que
en Puerto Panal?
Sería interesante que los muchachos de La Cámpora tuvieran la
honestidad intelectual y moral de efectuarse estas y otras preguntas.
Hay algo que no cierra. Y ellos lo saben bien.
(*) Autor del libro “Los mitos setentistas”. www.agustinlaje.com.ar
La Prensa Popular | Edición 162 | Martes 4 de Diciembre de 2012