martes, 4 de diciembre de 2012

LO DEL PERIODISTA LANATA DEBE SER ESCLARECIDO

LIBERTAD DE PRENSA


OPINIÓN
 

Las sociedades tienen esencias que es necesario mantener para su vida, para su permanencia, para que siga siendo satisfactorio pertenecer a ellas. Características relacionadas con sus costumbres, con sus tradiciones y, sobre todo, con la moral.
A la pérdida y al falseamiento de estas conductas y libertades que se han visto como sanas, deseables, estimables, ejemplos a exponer para ser imitados, es a lo que en general llamamos corrupción.
El echarse a perder, el podrirse, el morir, son inevitables en todos los seres vivos, que algún día hemos de terminar corrompidos en un sepulcro.
Pero  lo que vivimos en sociedad esperamos que no se muera, que siga viviendo para bien de nuestros hijos, y que siga sana, robusta, vigorosa; es decir, con cambios que no sean muerte sino crecimiento, adelanto, cultivo, ascenso.
Lo que aflige son las corrupciones de las costumbres, de la moral y la falta de libertad por omisión del Poder que debe protegerlos. Hay otras también afligentes, como las del idioma, de la literatura, de los usos y prácticas, de la urbanidad y de la cortesía, pero que están más alejadas del quehacer político y de las responsabilidades del estado.
El Estado no tiene la función de constituirse en maestro de moral, aunque sí tiene la obligación de aplicar aquella recibida por la sociedad y reconocida por sus miembros esclarecidos  y además el Estado tiene la obligación de no patrocinar las corrupciones de la moral que aparecieran entre los funcionarios -sobre todo, los altos funcionarios- que se desempeñan en su administración.
Que algunas inmoralidades se verifiquen, se denuncien, y que el Estado dé vuelta la cara como diciendo “nada tengo que ver con esto” es, en la práctica, lo mismo que patrocinar, promover, apadrinar la inmoralidad, que queda expuesta ante la ciudadanía sin que nada la evite ni la corrija.
Un derecho irrenunciable de la ciudadanía es el de la seguridad. Aspiramos a un orden, a reglas establecidas sobre la base de la lógica y en vistas al bien general, y que ese orden se respete.
Es cierto que la desocupación y la carencia de posibilidades introduce cierto desorden en algunas industrias, lícitas y necesarias. Ante la imposibilidad de hallar un patrono que a cambio de un servicio asegure la subsistencia, han proliferado actividades por cuenta propia, que bruscamente han sido perturbadas con nuevas competencias.
Una sociedad en crisis por la aparición de nuevas alternativas y urgencias sociales, está obligada a revisar sus normas y adecuarlas a una nueva realidad.
Las normas -leyes y ordenanzas- deben ser constantemente adecuadas a las necesidades y aspiraciones de la comunidad. Pero, una vez establecidas, y mientras mantengan su vigencia, deben ser rigurosamente acatadas por todos, por ser indispensable para mantener un orden al que no podemos renunciar.
Se discuten problemas que merecen la atención de todos. Si cada cual ha de tener libertad para buscar cómo ha de ganar el pan que llevará a sus hijos, o si esa libertad debe compaginarse con normas que eviten una competencia desmesurada que perjudica a muchos. Los problemas relacionados con el pan nuestro de cada día merecen el análisis de la dirigencia política y social. Pero las normas aceptadas deben ser imperiosas, de modo que nadie se sienta con el derecho a provocar el caos de todos, como lo hace “un sector mafiosos consabido”, en defensa de los intereses de su sector.
Es imprescindible el orden. No se puede vivir en el bochinche. Y menos en un batifondo continuo, incesante, pertinaz. Todas las normas legales pueden ser objeto de revisión y de modificaciones que las adapten a situaciones cambiantes. Lo que no puede tolerarse es que cada sector que aspire a obtener algo de los poderes públicos, se largue a provocar el caos en la ciudad, a interrumpir su tránsito, a llenar las calles con humos, a hacer gala de su capacidad de imponerse por la violencia, como si no existieran los medios de que toda sociedad civilizada dispone para mantener el orden, la razón, el buen juicio.
A las autoridades, para que hagan respetar el orden, se les concede el monopolio de la fuerza. Si ese monopolio no se ejerce entonces imperará el caos y tendremos que olvidarnos del Derecho.
En ese mismo lineamiento el periodismo tienen como norma fundamental enseñar tres principios básicos: decir la verdad, ser claros, ser instructivos. Tres principios que a primera vista se los puede ver como elementales y muy valiosos. El periodismo está para eso, para decir la verdad, para decirla de tal manera que se la entienda y, de paso, para aportar datos que puedan ser útiles.
Un ejemplo de la falta de libertad es el caso  puntual del periodista Jorge Lanata, quien con motivo de las elecciones en Venezuela tuvo inconvenientes  al entrar y especialmente al salir del país hermano. Después de saber el resultado de las elecciones y con materiales grabados  sobre supuestas irregularidades fue retenido, – Aprehendido – como se dice en el código procesal de nuestra provincia – Tucumán -, para evitar la palabra arresto o detención. Nosotros imaginamos que el periodista se limita a decir la verdad, y confiamos  en el periodismo libre, al periodismo independiente, al periodismo que expresa sus propias opiniones.
En ese sentido es deber de todo ciudadano – de la sociedad – defender esa libertad que es imprescindible y fundamental en un sistema democrático y republicano de gobierno. Don Francisco Silvela, académico español del siglo XIX magistralmente afirmó: “Dondequiera que un pueblo ha tenido conciencia de su fuerza, medios para realizarla y desenvolverla, conciencia, por lo tanto, de su personalidad, dominio de sí mismo, cuando esto acontece, un pueblo tiene siempre su periódico,  y su periodismo libre. En el sentido de que ese pueblo consagra siempre una parte considerable de su inteligencia, de su vida, al examen de los hechos diarios que forman su existencia misma, al conocimiento y al juicio de sus hombres y crítica de sus actos, a la noción, en fin, de todo lo que es su vida, de lo que es la dirección de sus destinos y de su espíritu, y esto y no otra cosa es el periodismo, antes y después de la invención de la imprenta”.
Notable interpretación que, a pesar del tiempo transcurrido, sigue teniendo vigencia. Y es de recalcar su concepto que identifica al periodismo con la parte de la inteligencia de un pueblo consagrada al examen de los hechos, al juicio de sus hombres y crítica de sus actos, a todo lo vinculado con la dirección de sus destinos y de su espíritu.
El periodismo argentino merece una especial atención. En estos tiempos aciagos, Toda la ciudadanía debe  apoyar al periodista denostado, calumniado o ultrajado. Se debe públicamente aclarar los hechos denunciados y la actuación de las autoridades responsables. No olvidemos de  invocar a San Francisco de Sales, declarado celestial patrono de los periodistas  por Su Santidad Pío XI en 1923.
DR. JORGE B. LOBO ARAGÓN