“Sólo un pueblo virtuoso es capaz de vivir en libertad. A medida que las naciones se hacen corruptas y viciosas, aumenta su necesidad de amos”.
Benjamin Franklin
Si muchos, hasta la semana pasada, dudaban del apocalíptico futuro que he venido prediciendo para este año en la Argentina, lo sucedido en Venezuela desde las elecciones del domingo pasado ha comenzado a convencerlos. El inefable Pajarito Maduro y, con él, el régimen chavista ha demostrado a qué extremos los gobiernos populistas y corruptos, que han proliferado en la última década en América Latina, están dispuestos a llegar para conservar el poder. Nuestro país, que tanto ha hecho para parecerse al caribeño no es una excepción; los diarios de estos días de Caracas pueden ser leídos como una anticipación de lo que sucederá aquí antes de octubre. La encuesta dada a conocer por Jorge Giacobbe ha informado, urbi et orbe, que el cristinismo perderá las elecciones en la crucial Provincia de Buenos Aires, cualquiera sea el escenario en que se produzcan; es indispensable destacar que ese estudio es anterior nada menos que a las inundaciones de La Plata, a las revelaciones de la corrupción en televisión, a los inmundos avances sobres la Justicia y a la masiva protesta del 18A. Puedo afirmar, por lo demás, que el Gobierno es consciente de esa ineludible realidad. La economía prácticamente en recesión, la creciente inflación, la caída de la recaudación de la soja debida a precios y rindes menguantes, las reservas monetarias al borde de la inanición, el débil crecimiento de Brasil, el déficit fiscal enorme, la brecha cambiaria y, sobre todo, las mayores importaciones de combustibles, producto del incendio en la destilería, permiten augurar que, esta vez, no dispondrá de más carne para echar a la parrilla del bolsillo consumista del ciudadano antes de esas elecciones, en la cual se juega todo su futuro y que, como digo, perderá. Las matemáticas son simples. En la Ciudad de Buenos Aires, en las provincias de Santa Fe, de Córdoba y de Mendoza, y también en la propia Santa Cruz, es inexorable que el Gobierno sufra una derrota memorable y, en algunas de esas jurisdicciones, saldrá tercero o cuarto. Si, como dijo Giacobbe, con enormes pergaminos que lo avalan, le sumamos la Provincia de Buenos Aires, el resultado será que el oficialismo dejará de disponer de las mayorías de las que hoy abusa en ambas cámaras del Congreso, cualquier proyecto reeleccionista estará indefectible enterrado, el peronismo territorial huirá espantado y doña Cristina se habrá transformado en un yogurt, con fecha cierta de vencimiento. Si miramos desde ese ángulo lo que ocurre en Venezuela, mi vieja afirmación acerca de la decisión de incendiar Roma antes que entregar el poder adquiere una perspectiva más verosímil; ayer mismo, en su nota en Perfil, Dante Caputo coincidió es que las probabilidades de que ello ocurra son cada día más concretas. Podrán oponérseme argumentos tales como la enorme movilización de la ciudadanía, sea a favor o en contra de Capriles, o la obediencia ciega de un sector del ejército bolivariano al régimen pro-cubano vigente, pero nada de ello invalida una comparación con nuestra realidad. El éxito numérico del 18A tuvo causas concurrentes, pero fue determinante la masiva difusión que le dio Lanata a una corrupción conocida que, hasta ahora, no figuraba entre las prioridades de la ciudadanía. Desde estas notas, como puede comprobarse en mi blog, he denunciado ininterrumpidamente hechos peores, inclusive, que el affaire Kirchner-Báez, pero nadie lo escuchó. El cachetazo que el Gobierno está propinando a la República en el Parlamento, contemporáneo de la concentración, casi produce la invasión al Congreso; el periodismo debiera dar a conocer, con fotos, la lista de los legisladores que, con obediencia debida e irracional, levantaron la mano en ambas cámaras para concretar este verdadero golpe de estado. El segundo mensaje –el primero fue “Constitución, República y Decencia”- que la marcha emitió no estuvo dirigido a doña Cristina sino a los opositores, porque la sociedad está verdaderamente harta de sus ridículos personalismos, para que se decidan a unificar su propuesta electoral para enfrentar a esta calamidad. Algunos de los más lúcidos políticos están proponiendo la conformación de dos agrupaciones de partidos, una de centroizquierda y la otra de centroderecha; luego, ambas irían a respectivas internas y conformaría la lista final de candidatos de acuerdo a la cantidad de votos obtenido por cada uno de ellos, con lo cual todos estarían representados por sus mejores hombres y mujeres. Obviamente, aceptar esa propuesta es para espíritus altruistas que, lamentablemente, escasean en el escenario nacional. Quienes se sienten ganadores en una circunscripción no se resignan a perder parte del poder que suponen ostentar en beneficio de otros que, tal vez, puedan aportar más capaces personas. Para eso, la ciudadanía en general, esa que llenó las calles el 18A, debe imponerse y exigir a quienes se pretenden dirigentes que terminen, de una vez, con esta manera tan infantil de entender y de ejercer la política. No se trata de coincidir en un programa general de gobierno sino en ponerse de acuerdo en algunas premisas básicas e inamovibles. Por mi parte, me permito resumirlas así: volver al sistema de división estricta de poderes; desterrar la lista sábana e implantar la boleta única; derogar las leyes de blanqueo y de emergencia económica; regresar al federalismo fiscal; prohibir, en todos los ámbitos públicos, aún en los no estatales, la reelección por más de un período; exigir la contraprestación laboral y educativa para los planes sociales; recuperar la seguridad jurídica y respetar, a rajatabla, los contratos y las sentencias; establecer una política de estado firme y coherente para luchar contra el narcotráfico y el lavado de dinero; reinsertar a la Argentina en el mundo; y establecer una clara y transparente política migratoria. Sobre cada uno de esos títulos podremos discutir la forma concreta de llevarlos a la práctica, pero ese debate debe ser dado a la luz pública, de modo tal que la ciudadanía sepa cómo están desempeñando sus mandatarios las tareas para las cuales fueron elegidos. Esto es básico, ya que debemos abandonar esta falsa democracia “delegativa”, tan en boga en los regímenes populistas que han empobrecido y marginado a sus países, y regresar a la verdadera, la “representativa”; en la primera, los derechos civiles se reducen a la emisión del voto mientras que, en la segunda, la participación de la sociedad, en todas sus formas, se ejerce permanentemente, con el control de los actos del gobierno. No basta con que la sociedad exprese su bronca en las calles cada cierto tiempo o pida la ayuda de S.S. Francisco para evitar que este “modelo”, cada vez más expuesto en sus costados más cloacales pero aún así determinado a ir por todo, consiga sus objetivos. La movilización ciudadana debe ser permanente, la exigencia a los representantes cotidiana y la defensa de la Constitución activa y militante. Es el propio país y nuestra libertad lo que se está jugando en estas horas, y de nuestra conducta, individual y social, dependerá que esta vez salga pato o gallareta.
BsAs, 21 Abr 13
Enrique Guillermo Avogadro Abogado