El terrorismo, de Boston a Moscú, pasando por Damasco
El
descubrimiento (o el anuncio) del factor checheno en el atentado de
Boston está teniendo a grandes repercusiones, aunque por supuesto
diferentes, desde Estados Unidos hasta Rusia. Alexander Latsa estima que
se trata de dos mundos que se ven ante una misma amenaza, contra la
cual deberían unirse, incluso en Siria.
Desde el comienzo mismo de las operaciones militares rusas tendientes
a restablecer el orden en el Cáucaso y a impedir el desmembramiento del
país ante el empuje de una ayuda exterior, Rusia tuvo que enfrentar
también una presión mediática, moral y política sin precedentes. Los
grandes medios de la prensa occidental nunca dejaron de presentar a los
combatientes islamistas del Cáucaso como freedom fighters
[luchadores por la libertad] que se batían por una hipotética
independencia o por la preservación de culturas amenazadas –culturas
que, como podemos comprobar ya en 2013 (o sea, muchos años después)
nunca estuvieron en peligro. Rusia, que está enfrentando el terrorismo
de la internacional yihadista y de sus patrocinadores extranjeros –los
países del Golfo, Turquía y varias potencias occidentales– casi nunca
obtuvo en ese combate la compasión ni el apoyo de los países
occidentales.
En esa presión en contra de Rusia, Estados Unidos tiene una
responsabilidad muy importante debido a su condición de líder económico,
político y moral de los países occidentales. Un ejemplo de ello es que
el Departamento de Estado parece haberse estado entre los fundadores del
principal sitio web de propaganda antirrusa del Cáucaso –sitio que
asume la defensa de terroristas como Doku Umarov (cuyo movimiento está
clasificado por la ONU como terrorista) y que justifica los atentados
contra el Estado ruso. Eric Draitser recordaba recientemente que
numerosas ONGs operan en el Cáucaso a través de un respaldo financiero
directo de Estados Unidos y que apoyan oficialmente el separatismo en
esa región, convirtiéndose así indirectamente (¿e involuntariamente?) en
cómplices de los terroristas que operan en esa región del mundo.
En el caso de Boston se ha hablado mucho, claro está, de los dos
hermanos Tsarnaiev y la prensa acaba de revelar que Rusia había
solicitado al FBI que investigara a uno de ellos. La madre asegura
incluso que estaban bajo estrecha vigilancia de los servicios
estadounidenses.
Es por lo tanto sorprendente que nuestros comentaristas nacionales
[en Rusia], siempre tan dispuestos acusar al FSB de todos los complots
posibles e imaginables cuando se producen atentados en Rusia, no hablen
de teorías similares cuando se trata de analizar la situación en Estados
Unidos.
Faltando ya sólo un año para la celebración de los Juegos Olímpicos
en Sochi, la situación en el Cáucaso parece mucho más tranquila de lo
que se había pensado, incluso a pesar de la inestabilidad que aún
subsiste en Daguestán. Es en ese contexto que los atentados de Boston
constituyen, sin duda, el mayor favor que los terroristas podían hacerle
a Rusia. En el espacio de unos pocos días, la situación se ha
modificado de forma tal que los terroristas del Cáucaso han dejado de
ser presentados, y ya no lo serán probablemente nunca más en lo
adelante, como luchadores por la libertad y están siendo identificados
ahora como los criminales que realmente son.
Mientras tanto, el FBI ya está en busca de las posibles pistas que
pudieran indicar si los hermanos Tsarnaiev tenían o no algún tipo de
contacto con el ya mencionado emir del Cáucaso Doku Umarov, lo cual –de
resultar cierto– confirmaría totalmente las afirmaciones y, por lo
tanto, la posición de Rusia sobre el Cáucaso.
Pero es indudable que no basta con un cambio lexical. Ese cambio
debería venir acompañado con un cambio de política ya que, mientras los
ciudadanos estadounidenses lloran a sus familiares y amigos muertos o
lesionados, el Departamento de Estado está anunciando el aumento de la
ayuda militar estadounidense a la rebelión siria, cuyos elementos más
radicales acaban a su vez de difundir un video destinado al presidente
Obama recordándole que todos ellos se consideran, cada uno
individualmente, un «Osama ben Laden».
El profesor Aymeric Chauprade recuerda que «el Estado profundo
estadounidense es aliado del islamismo desde los años 1970 y lo ha
respaldado y utilizado allí donde le ha sido posible hacerlo para
desestabilizar a Europa, Rusia y China… En los años 1990, la CIA apoya
el islamismo checheno y los musulmanes más radicales en el Cáucaso, como
mismo apoya a los yihadistas en Bosnia, en Kosovo, en Libia, en el
Sahel y en Siria». Recuerda además que «A principios de los años
2000 Dzhokhar y Tamerlán [Tsarnaev] fueron acogidos con los brazos
abiertos como refugiados políticos en Estados Unidos. [En esa época, los
estadounidenses] se extasían con aquellos amables inmigrantes que
quieren convertirse en buenos “americanos”. Y les conceden becas».
Cuánto nos gustaría que los estrategas estadounidenses sacaran hoy
las enseñanzas correctas de todo esto. Como sugiere Gordon Hahn, experto
del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales: «Aún si el
atentado de Boston no estuviese vinculado a la región , ha llegado el
momento de fortalecer la cooperación con Rusia y de escuchar a Putin.»
El pueblo estadounidense acaba de descubrir, en muy pequeña escala,
lo que los sirios están viviendo día a día desde hace casi 2 años y lo
que los rusos vienen sufriendo desde finales de los años 1990.
Extrañamente (?), los actores que más han contribuido a la guerra en
contra del Estado ruso y que más han facilitado la islamización del
Cáucaso (ayudando por lo tanto indirectamente a incrementar el
terrorismo) son los mismos que ahora encabezan la lucha contra el Estado
sirio.
Y la guerra en Siria puede y debe, por demás, provocar una explosión
del terrorismo en numerosos países si los individuos de más de 50
nacionalidades, que ya han pasado a la categoría de combatientes,
deciden regresar a sus países de origen o de adopción, como Francia,
para expandir allí la yihad.
Las víctimas civiles –sean estadounidenses, rusas o sirias– son todas
víctimas de una misma plaga y de una política exterior incoherente de
doble rasero, que no sólo impide el establecimiento de relaciones
internacionales sanas sino que además favorece directamente la
proliferación del terrorismo.
Fuente
RIA Novosti (Rusia)