La BBC de los Rothschild tituló: "Muere Jorge Rafael Videla, el ideólogo del terror". La hipocresía de la BBC no tiene limites, cuando es un medio corporativo promoviendo campañas de terror en todo ámbito posible: Cambio Climático, Terrorismo en Oriente Medio (favoreciendo intereses de Estados Unidos, Inglaterra e Israel), Pandemias de gripe, etc. Y que luego festeja genocidios a gran escala.
Los Rothschild (FED), y los Rockefeller (CFR), son expertos en manipular masas y dividirlas utilizando símbolos y falsas dicotomías ideológicas, como por ejemplo: Izquierda-Derecha. Así es como mantienen Sudamérica bajo control, dividida entre "zurdos" y "fachos", para que los pueblos no se unan contra la mafia bancaria.
La verdad es, que el militar argentino Jorge Videla, fue injustamente condenado por crímenes de lesa humanidad, y murió el viernes a los 87 años de edad, habiendo estado detenido en una cárcel común donde cumplía el castigo de cadena perpetua. Mientras tanto, Merck, Glaxo, Monsanto, Syngenta y otras muchas corporaciones socias y financistas de la BBC, Clarín, o La Nación, impulsan la muerte masiva mediante vacunas y alimentos cancerígenos, HOY, no en el pasado.
Videla nunca fue el demonio pintado por la prensa, sino otra victima del sionismo internacional. Y aunque la comparación parezca incomprensible, diremos que, al igual que el "Che Guevara". Ambos cayeron en una trampa política de los Rothschild, financistas de la propaganda marxista y simultáneamente propulsores de la intervención militar totalitaria como una respuesta al comunismo.
Lea sobre:
La falsa dicotomía ideológica para dividirnos.
Los patrones del mundo y los símbolos que nos dividen.
Estos símbolos y mártires son necesarios para continuar dividiendo a la sociedad y permitir el avance de corporaciones genocidas como Monsanto, dado que la gente no va a relacionarse fácilmente debido a los conceptos "zurdo", o "facho".
Publicamos un extracto del libro "No Me Dejen Solo" de Bernardo Neustadt, que ilustra la situación de los militares de Argentina:
Se acercaba la Semana Santa. El 14 de abril, a pocos días de la segunda visita de Juan Pablo II a nuestro país, se produjo el primer levantamiento militar de la nueva era democrática. La crisis empezó en el Regimiento 14 de Infantería Aerotransportada de Córdoba, el mayor Ernesto Barreiro le había comunicado al jefe de esa unidad que no se presentaría ante la Cámara Federal de Córdoba. Unos días más tarde los rebeldes declaraban que su acción no debía interpretarse como un golpe de Estado, sino como una firme demanda a favor de la amnistía y del relevo del general Héctor Ríos Ereñú, jefe del Estado Mayor del Ejército. Hacía un año y medio que todos sabíamos que la oficialidad joven convocada a los tribunales se sentía traicionada. Sus jefes militares les habían aconsejado tomar el trámite judicial literalmente como un trámite. "No se preocupen, vayan y declaren que es solamente una cuestión formal. No pasa nada." Las sentencias y las cárceles posteriores demostraban que la verdad era otra. Alfonsín y casi todos los políticos habían recibido reclamos repetidos por parte de los militares. Yo mismo fui testigo alguna vez de un comentario parecido a éste: "Nosotros no somos los hijos del Proceso. Vemos que por las calles de la Argentina caminan con la frente alta los que robaron, los que quebraron bancos, los que estafaron al país, o lo vaciaron, o engendraron la deuda externa y, mientras tanto, los jueces nos citan a nosotros, que recibimos órdenes y las cumplimos... ¿Quieren suprimir al Ejército? ¿Qué lugar tenemos en la democracia?"
Cuando se inició la insurrección yo estaba en Punta del Este; apenas trascendió la noticia viajé inmediatamente a Buenos Aíres. Lo primero que hice al llegar fue comunicarme con las autoridades de Canal 13 para ponerme a su disposición; ellos me pidieron que condujera una emisión especial para informar y analizar los sucesos a medida que se desarrollaban. En menos de una hora, maratónica como pocas, organizamos todo el programa. A esa altura la situación era bastante confusa: la Escuela de Infantería de Campo de Mayo, al mando del teniente coronel Aldo Rico, se había plegado a la insurrección, y otros regimientos se movían en el mismo sentido. No se sabía exactamente qué era lo que pretendían y la gente se trenzaba en insólitas discusiones sobre si se estaba produciendo un golpe de Estado o no. Mi experiencia me indicaba que aquello no se parecía a los golpes militares tradicionales, no habían tomado radios ni canales de televisión, ni siquiera se habían movilizado. Los rebeldes habían optado por el acuartelamiento. En cambio, desde los medios de comunicación se exaltaba a la movilización popular "en defensa de la democracia".
Aquel programa especial fue un poco el reflejo de lo que ocurría a nivel social: la incertidumbre era grande y casi nadie se atrevía a dar respuestas. Desde el principio tratamos de aquietar los ánimos. Cada personalidad intentaba un análisis de la situación, en general hubo más pronósticos y buenos deseos que explicaciones sobre realidades tangibles. Ocurría que en general la información era bastante limitada y nadie se arriesgaba con demasiadas precisiones.
Sin embargo hubo un bloque que se destacó de los demás. Alvaro Alsogaray, Antonio Cafiero y Marcelo Stubrin estaban sentados en la misma mesa, pero tenían puntos de vista muy distintos sobre lo que estaba pasando. De alguna manera representaban dos posturas colectivas. De entrada el ingeniero se quejó de que los medios de comunicación y algunos políticos convocaran a la gente a movilizarse en medio de un riesgo cierto de enfrentamiento. Por su parte, Cafiero y Stubrin estaban de acuerdo en que a la hora de un golpe de Estado no podía haber solamente palomas en la Plaza de Mayo.
—Esto no es un golpe de Estado —dijo entonces Alsogaray golpeando la mesa. Mientras Stubrin se apuraba a contestar con una indignación que aumentaba con cada palabra, el ingeniero sonreía. Sonreía de una forma particular llena de ironía. Entonces se me escapó una pregunta desde mi curiosidad menos profesional.
—¿Por qué se ríe de Stubrin?
—No me río de él —me contestó—. Lo que pasa es que quien siembra vientos cosecha tempestades. Los radicales quisieron desintegrar el ejército, dividirlo y...
Eso colmó la paciencia de Marcelo Stubrin, que se levantó de golpe y le gritó al ingeniero:
—Hablar con usted es como hablar con el ex mayor Barreiro. Perdone, Neustadt, pero yo no me puedo quedar un minuto más al lado de este señor.
Esa noche se rompió una tradición en mi carrera televisiva: fue la primera vez que un invitado abandonó el programa en cámara. Hubo y habrá alguno que se resiste a concurrir, hubo y habrá alguno que nos dejó intempestivamente entre bloque y bloque, pero la modalidad —pegó un portazo a la vista de todos— la inauguramos en aquella emisión especial.
La tensión provocada por la insubordinación de Barreiro en Córdoba y de Rico en Campo de Mayo, fue aumentando con el transcurso de los días. El jueves, viernes y sábado, los rebeldes seguían acantonados mientras que políticos y ministros varios se acercaban hasta las unidades militares para parlamentar con ellos tratando de hacerlos entrar en razón. Finalmente el domingo 19 el teniente coronel Aldo Rico exigió hablar directamente con Alfonsín. El Presidente dirigió entonces unas palabras a la multitud que se había congregado frente a la Casa de Gobierno y partió en helicóptero hacia Campo de Mayo.
Unas horas más tarde Alfonsín volvió a asomarse al balcón de la Casa Rosada para comunicarle al pueblo que los rebeldes se habían rendido. El conflicto había sido superado y según el Presidente todos podían regresar a sus casas en paz porque "la casa estaba en orden".
Frases como: "La casa está en orden", "La democracia de los argentinos no se negocia" y "Felices Pascuas" quedarán registradas para la posteridad. Si lo que dijo Alfonsín hubiera sido verdad, la ley 23.521 no habría existido. La casa estaba por cierto, mucho más desordenada de lo que parecía, o al menos de lo que se proclamaba, y en cuanto a lo demás...
BWN Argentina
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Los Rothschild (FED), y los Rockefeller (CFR), son expertos en manipular masas y dividirlas utilizando símbolos y falsas dicotomías ideológicas, como por ejemplo: Izquierda-Derecha. Así es como mantienen Sudamérica bajo control, dividida entre "zurdos" y "fachos", para que los pueblos no se unan contra la mafia bancaria.
La verdad es, que el militar argentino Jorge Videla, fue injustamente condenado por crímenes de lesa humanidad, y murió el viernes a los 87 años de edad, habiendo estado detenido en una cárcel común donde cumplía el castigo de cadena perpetua. Mientras tanto, Merck, Glaxo, Monsanto, Syngenta y otras muchas corporaciones socias y financistas de la BBC, Clarín, o La Nación, impulsan la muerte masiva mediante vacunas y alimentos cancerígenos, HOY, no en el pasado.
Videla nunca fue el demonio pintado por la prensa, sino otra victima del sionismo internacional. Y aunque la comparación parezca incomprensible, diremos que, al igual que el "Che Guevara". Ambos cayeron en una trampa política de los Rothschild, financistas de la propaganda marxista y simultáneamente propulsores de la intervención militar totalitaria como una respuesta al comunismo.
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La falsa dicotomía ideológica para dividirnos.
Los patrones del mundo y los símbolos que nos dividen.
Estos símbolos y mártires son necesarios para continuar dividiendo a la sociedad y permitir el avance de corporaciones genocidas como Monsanto, dado que la gente no va a relacionarse fácilmente debido a los conceptos "zurdo", o "facho".
Publicamos un extracto del libro "No Me Dejen Solo" de Bernardo Neustadt, que ilustra la situación de los militares de Argentina:
Se acercaba la Semana Santa. El 14 de abril, a pocos días de la segunda visita de Juan Pablo II a nuestro país, se produjo el primer levantamiento militar de la nueva era democrática. La crisis empezó en el Regimiento 14 de Infantería Aerotransportada de Córdoba, el mayor Ernesto Barreiro le había comunicado al jefe de esa unidad que no se presentaría ante la Cámara Federal de Córdoba. Unos días más tarde los rebeldes declaraban que su acción no debía interpretarse como un golpe de Estado, sino como una firme demanda a favor de la amnistía y del relevo del general Héctor Ríos Ereñú, jefe del Estado Mayor del Ejército. Hacía un año y medio que todos sabíamos que la oficialidad joven convocada a los tribunales se sentía traicionada. Sus jefes militares les habían aconsejado tomar el trámite judicial literalmente como un trámite. "No se preocupen, vayan y declaren que es solamente una cuestión formal. No pasa nada." Las sentencias y las cárceles posteriores demostraban que la verdad era otra. Alfonsín y casi todos los políticos habían recibido reclamos repetidos por parte de los militares. Yo mismo fui testigo alguna vez de un comentario parecido a éste: "Nosotros no somos los hijos del Proceso. Vemos que por las calles de la Argentina caminan con la frente alta los que robaron, los que quebraron bancos, los que estafaron al país, o lo vaciaron, o engendraron la deuda externa y, mientras tanto, los jueces nos citan a nosotros, que recibimos órdenes y las cumplimos... ¿Quieren suprimir al Ejército? ¿Qué lugar tenemos en la democracia?"
Cuando se inició la insurrección yo estaba en Punta del Este; apenas trascendió la noticia viajé inmediatamente a Buenos Aíres. Lo primero que hice al llegar fue comunicarme con las autoridades de Canal 13 para ponerme a su disposición; ellos me pidieron que condujera una emisión especial para informar y analizar los sucesos a medida que se desarrollaban. En menos de una hora, maratónica como pocas, organizamos todo el programa. A esa altura la situación era bastante confusa: la Escuela de Infantería de Campo de Mayo, al mando del teniente coronel Aldo Rico, se había plegado a la insurrección, y otros regimientos se movían en el mismo sentido. No se sabía exactamente qué era lo que pretendían y la gente se trenzaba en insólitas discusiones sobre si se estaba produciendo un golpe de Estado o no. Mi experiencia me indicaba que aquello no se parecía a los golpes militares tradicionales, no habían tomado radios ni canales de televisión, ni siquiera se habían movilizado. Los rebeldes habían optado por el acuartelamiento. En cambio, desde los medios de comunicación se exaltaba a la movilización popular "en defensa de la democracia".
Aquel programa especial fue un poco el reflejo de lo que ocurría a nivel social: la incertidumbre era grande y casi nadie se atrevía a dar respuestas. Desde el principio tratamos de aquietar los ánimos. Cada personalidad intentaba un análisis de la situación, en general hubo más pronósticos y buenos deseos que explicaciones sobre realidades tangibles. Ocurría que en general la información era bastante limitada y nadie se arriesgaba con demasiadas precisiones.
Sin embargo hubo un bloque que se destacó de los demás. Alvaro Alsogaray, Antonio Cafiero y Marcelo Stubrin estaban sentados en la misma mesa, pero tenían puntos de vista muy distintos sobre lo que estaba pasando. De alguna manera representaban dos posturas colectivas. De entrada el ingeniero se quejó de que los medios de comunicación y algunos políticos convocaran a la gente a movilizarse en medio de un riesgo cierto de enfrentamiento. Por su parte, Cafiero y Stubrin estaban de acuerdo en que a la hora de un golpe de Estado no podía haber solamente palomas en la Plaza de Mayo.
—Esto no es un golpe de Estado —dijo entonces Alsogaray golpeando la mesa. Mientras Stubrin se apuraba a contestar con una indignación que aumentaba con cada palabra, el ingeniero sonreía. Sonreía de una forma particular llena de ironía. Entonces se me escapó una pregunta desde mi curiosidad menos profesional.
—¿Por qué se ríe de Stubrin?
—No me río de él —me contestó—. Lo que pasa es que quien siembra vientos cosecha tempestades. Los radicales quisieron desintegrar el ejército, dividirlo y...
Eso colmó la paciencia de Marcelo Stubrin, que se levantó de golpe y le gritó al ingeniero:
—Hablar con usted es como hablar con el ex mayor Barreiro. Perdone, Neustadt, pero yo no me puedo quedar un minuto más al lado de este señor.
Esa noche se rompió una tradición en mi carrera televisiva: fue la primera vez que un invitado abandonó el programa en cámara. Hubo y habrá alguno que se resiste a concurrir, hubo y habrá alguno que nos dejó intempestivamente entre bloque y bloque, pero la modalidad —pegó un portazo a la vista de todos— la inauguramos en aquella emisión especial.
La tensión provocada por la insubordinación de Barreiro en Córdoba y de Rico en Campo de Mayo, fue aumentando con el transcurso de los días. El jueves, viernes y sábado, los rebeldes seguían acantonados mientras que políticos y ministros varios se acercaban hasta las unidades militares para parlamentar con ellos tratando de hacerlos entrar en razón. Finalmente el domingo 19 el teniente coronel Aldo Rico exigió hablar directamente con Alfonsín. El Presidente dirigió entonces unas palabras a la multitud que se había congregado frente a la Casa de Gobierno y partió en helicóptero hacia Campo de Mayo.
Unas horas más tarde Alfonsín volvió a asomarse al balcón de la Casa Rosada para comunicarle al pueblo que los rebeldes se habían rendido. El conflicto había sido superado y según el Presidente todos podían regresar a sus casas en paz porque "la casa estaba en orden".
Frases como: "La casa está en orden", "La democracia de los argentinos no se negocia" y "Felices Pascuas" quedarán registradas para la posteridad. Si lo que dijo Alfonsín hubiera sido verdad, la ley 23.521 no habría existido. La casa estaba por cierto, mucho más desordenada de lo que parecía, o al menos de lo que se proclamaba, y en cuanto a lo demás...
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