TRABAJO, CORPORATIVISMO Y PECADO
Por Emilio Nazar Kasbo
Argentina, y la mayoría
de los países del mundo, necesitan un Código Gremial que rija las relaciones
laborales en sus aspectos más extensivos, tanto individuales como sindicales y
estatales, contemplando la actividad privada y la pública. Es el modo de reglamentar
los derechos sociales. Mas prácticamente nadie lo propone hoy.
Realizaremos en esta
oportunidad una consideración del trabajo, su vinculación con el corporativismo
y la destrucción del Orden mediante el pecado, ya sea en lo personal o en lo
social. Es decir, introducimos un elemento teológico en la cuestión, que
resulta imprescindible en la consideración del Nacionalismo Católico.
En sí, la subordinación
es la sumisión de la voluntad de una persona a otra, que puede ser forzada o
libre. Esta subordinación en el aspecto laboral, puede ser remunerada o no
(fruto de la esclavitud o del actualmente denominado “voluntariado”), y también
es un factor esencial en la jerarquía militar en que es el Amor a la Patria el
determinante y no el pago de haberes “salariales”. Así, llamamos relación
laboral a la subordinación remunerada, que generalmente es regulada por las
leyes laborales.
En Argentina, tras la
incorporación a la Constitución de 1949 de un artículo que disponía la sanción
de un Código del Trabajo, artículo mantenido en la Constitución de 1957, hasta
el presente, hasta este año 2015, no ha sido efectivizado. No existe un Código
del Trabajo que rija la relación entre patrones y obreros, entre los Gremios y
sus integrantes, entre las Asociaciones Empresarias y sus Empresarios, y que
además regule la integración de todos ellos con los Profesionales en el marco
del Estado. Una gran carencia a principios del Siglo XXI, en que se proclama el
inicio de “nuevas eras”, acompañadas por la mayor esclavitud de los hombres en
las actuales sociedades.
CONSIDERACIÓN
TEOLÓGICA PREVIA
Si resumimos brevemente
la Historia en su análisis del trabajo humano, no como lo hizo Marx sino como
lo hace un católico que responde al Magisterio Infalible de la Iglesia, podemos
ver una relación entre la inspiración cristiana de la sociedad y la prosperidad
social medida económicamente. Efectivamente, son directamente proporcionales.
Es la virtud la que permite el equilibrio económico, particularmente la Justicia
y la Prudencia regidas ambas por la Caridad que no debe ser entendida como “solidaridad”
entre pares, sino como ayuda que proviene de lo superior a lo inferior para
elevarlo.
La Caridad entendida de modo
Sobrenatural, en el marco de la enseñanza de la Iglesia Católica, es una acción
de la Gracia, que en la sociedad es ejercida por quien practica tal virtud en
consonancia con la Voluntad de Dios, con su Providencia y Predestinación de sus
elegidos. Por eso, la añadidura es la prosperidad social y económica que hemos
referido, en tanto que lo principal es tal acción de la Gracia en la vida de
los integrantes de la sociedad.
Si alguien pretendiese
instaurar un régimen católico para que la Gracia actuase en él, estaría
invirtiendo la situación. Lo mismo si pretendiera “utilizar” un régimen
católico para lograr una prosperidad socioeconómica, ya que en ambos casos la
añadidura pretendería ser superior a lo principal, que es la Gracia de Dios. En
ambos casos, sólo se lograría un régimen artificial, un “catolicismo pintado”
en el orden humano, más allá de que eventualmente la Gracia de Dios utilice ese
mal instrumento según Su Voluntad. Efectivamente, la Gracia de Dios es previa a
la instauración de un régimen católico y a su consecuente prosperidad
socioeconómica, entendiendo por Católico además su sentido Universal, es decir,
que convoca y llama a todos, aunque sus verdaderos destinatarios son los
elegidos por Dios (los predestinados, porque como dijo Jesucristo, “muchos son
los llamados pero pocos los elegidos”). Así, es la acción de la Providencia de
Dios en las sociedades la que guía la Historia, y no la voluntad de un hombre
que pretende sustituirla, colaborar con ella como si fuese un par, o esforzarse
en su favor prescindiendo de la primera acción de la Gracia, en todo lo cual
existe un cierto grado de odio contra Dios, de pelagianismo o semipelagianismos
heréticos, o de prescindencia de la voluntad de Dios en la historia personal y
social.
En la Historia de la
Humanidad debemos estudiar estos rasgos, estas huellas, y la medida del pecado
personal en su influencia social que permite regímenes políticos contrarios no
sólo al Orden Sobrenatural, sino también al Orden Natural que además halla su
verdadero sustento en aquél, y sin el cual no existiría. Este es el presupuesto
que informa todo lo que hemos de considerar más abajo, y responde a una
concepción Teológica de la Historia, en el marco de la lucha de la Ciudad de
los Hombres contra la Ciudad de Dios descriptas por San Agustín.
DESDE
ADÁN Y EVA
Bíblicamente conocemos
por Revelación que Adán y Eva gozaron de dones preternaturales, y en el caso
del trabajo, no resultaba un esfuerzo tal como hoy lo conocemos. Por el Pecado
Original, Dios condenó al varón a ganar el pan con el sudor de su frente, y a
la mujer a parir con dolor.
Ganar el pan con el sudor
de su propia frente, involucra que Dios le ha quitado el estado de Gracia
permanente por vivir de modo constante en presencia de Dios, y ese es el punto
central de la condena. El hombre, desde ese momento, quedará desorientado. El
problema de tal condena al varón, es fundamentalmente en el orden de la Gracia,
tal cual lo hemos expresado previamente. Por otra parte, la mujer fue condenada
a parir con dolor, no a compartir con el varón el hecho de ganar el pan con el
sudor de su propia fuente para ser el sustento propio y de su familia. Siempre
las mujeres por tal motivo, y desde la antigüedad, siempre han estado al
cuidado de algún varón, y siempre existió como una labor de justicia el cuidado
de las viudas.
Ambos fueron expulsados
del Paraíso Terrenal, como final del castigo. Individualmente han recibido su
castigo, pero el primer hombre y la primera mujer conformaron la primera
sociedad, el primer matrimonio. Así, el castigo de la expulsión es social: la
sociedad queda privada de la presencia directa de Dios entre ellos.
Dios es Justo en grado
Absoluto, pero a la vez Misericordioso en forma Absoluta. Por ello, dado que
Adán y Eva descubrieron su desnudez, El mismo los proveyó de ropa, no
confeccionada por mano humana, y esto en el orden material. Pero en el orden
espiritual, les hizo la Promesa de una Mujer que concebiría Virgen al Mesías,
redentor de la Humanidad toda en su Concepción.
LA
SUMISIÓN PRECRISTIANA
El trabajo humano, no
sólo en el marco del pueblo judío elegido por Dios para la Revelación
Sobrenatural, sino en el de los pueblos precristianos, ha sido considerado una
labor inferior. Siempre se ha considerado superiores a los integrantes de las
castas sacerdotales, a las autoridades en los diversos Imperios precristianos, a
las clases ilustradas generalmente vinculadas a las castas sacerdotales, y a
los guerreros. Los trabajadores del campo y los artesanos ocupaban el último
peldaño social, hallándose debajo de ellos los esclavos. Lo que distinguía las
clases, estratos o castas sociales en su estructura, vistas particularmente en
relación al trabajo, era la sumisión.
Siempre se ha considerado
a la autoridad, incluso la arbitraria o tiránica, como fuente de la sumisión,
partiendo de la casta sacerdotal que obedecía a su modo a Dios entre el pueblo
judío, así como las castas sacerdotales de los paganos y sus falsos dioses. El
pueblo judío hallábase sometido a la Antigua Alianza, y los pueblos paganos a
la Revelación Natural que dependía además de su recta razón humana, muchas
veces viciada. Dios al pueblo judío reveló normas jurídicas y de conducta,
inspirando también ciertas costumbres que no eran estrictamente teológicas pero
que en la Providencia de Dios tenían su significado. Por su parte, muchas
normas jurídicas entre los pueblos paganos hallábanse mezcladas con principios
religiosos.
Las antiguas
organizaciones familiares respondían a la noción de clan, hoy, en el siglo XXI
ya perdida en gran parte de la humanidad. La autoridad en la familia residía en
el pater familias o su equivalente, y las familias respondían al Clan o Gens,
dependientes del ancestro más anciano con vida, resolviendo así las cuestiones
jurídicas que se suscitaban entre sus descendientes. En este esquema, el
principal trabajo era llevado a cabo por esclavos, que eran considerados cosas
y no personas, y por tanto carentes en forma absoluta de derechos. El trabajo
remunerado correspondía a los trabajadores artesanos o agrarios, y de ellos
dependía económicamente el resto de la sociedad en su fuente de alimentación e
ingresos, ya que los tributos eran utilizados para los gastos de las
autoridades, que incluían a sus letrados y sus guerreros, subvencionados por
tales trabajadores, unido a las exigencias de la casta o estrato de los
sacerdotes.
La autoridad absoluta de
los jefes de clanes sobre sus familias, reconocía una autoridad sobre ellos que
era la del Monarca o Tirano de turno. Entre los germanos, la subordinación de
los siervos era algo más atenuada que entre griegos y romanos, ya que les
otorgaban ciertas facultades y concesiones para que en el marco de su contexto
socioeconómico pudieran desenvolverse idóneamente, ya que tales sociedades de
bárbaros se dedicaban principalmente a la caza y a la guerra, con la movilidad
que ello implicaba. Los germanos llamaban “mundium” a la autoridad que ejercía
la patria potestad, significando protección y tutela, pero a la vez
subordinación y dependencia absoluta al jefe de la familia.
Por su parte, las castas
hindúes también respondían a características semejantes, estratificando la sociedad
debido a su criterio filosófico de vida, ya que su inspiración no es religiosa.
En el contexto de su idea sobre la reencarnación y el karma, como elaboración
intelectual que justifica su desarrollo racional, incluyeron estratos que van
desde la casta sacerdotal a la de los parias, los absolutamente excluidos de la
sociedad.
Existía entre los pueblos
paganos, en base al criterio de la virtud humana de la justicia, no informada
por el Orden Sobrenatural y la Revelación, que indicaba que a cada uno se le
debe lo suyo, y que al trabajador se lo debe recompensar de un modo
proporcional y adecuado, ya que quien así no lo hiciera cometería un acto
injusto. En la Antigua Alianza había preceptos al respecto. Asimismo, se imponía
una norma de buen trato a los esclavos, quienes muchas veces provenían de
vencidos en las guerras o de deudores incobrables. No obstante, todo dependía
del criterio propio de que ejercía la autoridad, que no siempre era justo y en
sociedades más “liberales” o sin límites, con menos controles de la autoridad,
podían cometer no sólo injusticias sino directamente abusos.
La subordinación en
cuanto al factor laboral, era hacia el señor, y era de modo integral,
prevaleciendo el factor negativo de la subordinación, y el elemento positivo
aparecía como concepciones liberales debido a las condiciones de vida. Entre el
pueblo judío durante la vigencia de la Antigua Alianza, tal sumisión era
interpretada socialmente como un castigo de Dios, sobre todo en el caso del
destierro en Egipto o en Babilionia, y en el plano personal como parte del
castigo de Dios al varón tras el Pecado Original, en tanto que el buen trato
tenía sus propias disposiciones en el Antiguo Testamento, con su contenido
teológico.
EL
CRISTIANISMO Y EL TRABAJO
Según
nos enseña la Iglesia Católica, Jesucristo fue concebido por obra y Gracia del
Espíritu Santo, nacido de la Virgen María, quien fuera sin Pecado Original
concebida, habiendo sido preservada de él en virtud de su tan elevada misión.
Este hecho configura la Redención de los hombres, el llamado a todos a la
conversión, a la vida coherente en el Bautismo. Tras su vida oculta y los años
de vida pública en los cuales predicó el Reino de los Cielos, Jesucristo fue
recibido como Rey el Domingo de Ramos, y crucificado por ser Rey de los Judíos,
constando ello en latín y grieto por ser una sentencia internacional grabada
sobre su Cruz. Al tercer día Resucitó de entre los muertos, y tal hecho
constituye la salvación de todos los que creen en El, como verdadero hombre y
verdadero Dios, que forman parte de la única Iglesia que Él fundó, y que
engrosan el número de sus muchos elegidos, los predestinados (nos referimos a
la predestinación católica, no a la perteneciente a otros cultos no católicos,
que no es lo mismo).
El
cristianismo, en base al desapego de este mundo y la renuncia a los bienes y
riquezas temporales, se propagó entre los esclavos y los marginados
inicialmente, y a su vez entre todos los que se admiraban por la Caridad
Sobrenatural que entre sí se prodigaban los primeros cristianos, que como
reflejo del Amor de Dios era una amistad sumamente pura, en un trato de
hermanos. El primer Estado Cristiano fue el armenio, donde tras haber nacido
Jesucristo bajo la provincia de Palestina en la Región Armenia del Imperio
Romano, predicaron San Judas Tadeo y de San Bartolomé, y en el año 300 todo el
pueblo se convirtió al cristianismo junto a su Rey, sellando así su identidad.
Luego vino la conversión del pueblo que vivía bajo el Imperio Romano, tras
Siglos de persecución y difamación. Al caer el Imperio Romano de Occidente,
comenzó la también difamada Edad Media.
El
cristianismo enseñó que se deben vivir los preceptos del Evangelio de modo
independiente y por sobre los regímenes que gobiernan el mundo, sean
perseguidores, opuestos, tolerantes o favorables al mensaje de Jesucristo que
se recibe por Tradición en la Iglesia Católica. Así, el trabajo era una obra de
Caridad para glorificación de Dios en este mundo, y cuando este criterio fue
social, el ánimo y la felicidad del pueblo, y por añadidura su prosperidad
socioeconóimca, se expandieron, a pesar de los obstáculos que debieron vivir.
Esta manera el vínculo de subordinación tenía una religación inicial con Dios,
la autoridad era responsable ante Dios de sus decisiones y por tanto tenía
cuidado de no dañar a sus subordinados, procurando por Gracia de Dios facilitar
para ellos los mayores bienes Sobrenaturales y temporales. Claramente se tenía
en cuenta que quien era la máxima autoridad debía ser el primer servidor
humilde de todos, no con falsa humildad, sino con humildad sincera proveniente
de la Gracia de Dios, esa que no es fruto de la propaganda ni de la fama, esa
que no se puede ni comprar ni vender.
LA MAGNA “EDAD MEDIA”
Así,
los Reyes de la Edad Media no eran “fuertes” con la fuerza de los Emperadores
paganos, ni eran “fuertes” como los actuales Presidentes de naciones
imperialistas que fundan su autoridad en su propio poder. Vistos con mirada de
poder, los Reyes de la Edad Media eran “débiles”, ya que pocas eran sus
posesiones, poco era su propio territorio, y el resto era una disposición de
otros Reyes (más poderosos en bienes económicos, así como en fuerzas militares).
Esta subordinación no se basaba en atemorizar a los demás, en infundir el
miedo, sino en el Temor de (ofender a) Dios, en el Temor de no ser digno para
estar en presencia de Dios, primeramente practicado por la autoridad máxima,
por el Rey. Había un vínculo de Caridad del Rey a sus súbditos, que era
recíproca, y todo teniendo en vistas el Amor a Dios que nos amó primero. La coherencia
de vida era fundamental en ello.
La
cuestión de la subordinación estaba dada por la subordinación primera al Orden
Sobrenatural y al Orden Natural dependiente de aquél, dados por Dios en Su
Providencia y Gobierno del Mundo. La sociedad se preocupaba por el Reino de los
Cielos, en lo cual halló la Felicidad, mientras a la vez se consideraba el
resto como lo que es, una añadidura.
El
vínculo que caracterizó a la sociedad feudal fue en primer lugar su relación
con Dios, teniendo en cuenta el Reinado Universal y Social de Jesucristo. Desde
esta vivencia se regía la vida de relación entre las personas. La
subordinación, como hemos dicho, es del Rey a Dios, y del Rey a la sociedad a
él encomendada, también en Dios. Y esto no es posible que sea comprendido por
no católicos, ya que ello es distintivo y propio del Catolicismo conforme la
Tradición. Así, la jerarquía entre los sacerdotes, el Rey y los Nobles, y que
terminaba con los siervos, tenía en el Rey como máxima autoridad no
eclesiástica a Dios por Señor, y se consideraba servidor de los mismos siervos.
Esta
relación de cuidado por el Rey a sus subordinados, a él encomendados y a los
cuales servía, durante la Edad Media fue objeto de ataques por los bárbaros,
poniendo en jaque no sólo el patrimonio sino la misma vida de todos. Así,
surgieron por tales necesidades los Castillos y los feudos, con su organización
militar para enfrentar las embestidas de los bárbaros, que por cierto no eran
cristianos. Mientras tanto, desde una cercana zona a la que fuera cuna de Jesús,
desde el Siglo VII el mahometanismo fue creciendo imponiendo su religión por la
espada, mediante su “guerra santa”, motivo por el cual se extinguió el
cristianismo. El embate de bárbaros y de musulmanes jaqueó a Europa durante
Siglos, hasta que fueron delineándose las fronteras.
El
cristianismo, que en la sociedad feudal reglaba la actividad económica y
laboral mediante los gremios y mediante los contratos feudales, se vio excluido
de la zona conquistada por el mahometanismo, acabando por ser prácticamente reducido
a Europa. Su sistema económico no se difundió fuera de este ámbito geográfico.
Precisamente en la Alta Edad Media, Santo Tomás especificó claramente el
pensamiento económico católico, tomando como fuente a Aristóteles y
bautizándolo con la doctrina surgida del Evangelio, al referirse al justo
salario y al justo precio, a las clases de justicia (legal, distributiva y
conmutativa), y al concebir el Orden Social Católico. Efectivamente, la
felicidad del pueblo hallada por Gracia de Dios en la misma Gracia de Dios,
justipreciando el valor de esta vida y de los bienes de este mundo en función
de la Gloria de Dios, otorgó un resurgimiento a la vez de la cultura cristiana,
traducida en la educación y la investigación, conservando los conocimientos del
pasado desde los Monasterios, y al mismo tiempo creando las escuelas
parroquiales para educar al pueblo. Así, la medicina y demás ciencias tuvieron
su auge en aquella época que, lejos de ser oscurantista, constituyó un momento
histórico de Gloria.
Se
establecieron ferias, y el comercio floreció, mediante el intercambio de
productos de diversas regiones. Sin embargo, también aparecieron los
mercaderes, instigadores de guerras internas entre príncipes cristianos, y
cierto grado de ambición y especulación humana oscureció la Gracia que era
vital en los verdaderos Monarcas Católicos. Mientras tanto, los gremios
orientados en su actividad por un Santo Patrono y por una actividad que
glorificaba a Dios en su origen, también fueron perdiendo esa noción de la
Gracia, y acabaron convirtiéndose en un organismo de mera reglamentación de la
actividad, a veces al servicio de algunos especuladores que esperaban alcanzar
un puesto gremial para aprovecharse de la posición y evitar que otros ganaran
el justo salario recibiendo el justo precio por su actividad. Asimismo, en la
relación maestro-aprendiz, no otorgaban cupos para el progreso de los
aprendices, quienes quedaban indefinidamente en esa condición, surgiendo así
los “compañeros”, que eran quienes tenían las condiciones para ser maestros
pero no obtenían la habilitación por el gremio, cuyo número fue creciendo en el
tiempo.
Cuando
fueron cesando los embates de los bárbaros, se empezaron a formar burgos fuera
de los castillos, que eran centros donde vivían y trabajaban los artesanos y
comerciantes, que luego fueron delineándose como ciudades, junto a siervos que
buscaban un nuevo destino tras despreciar la protección de los Señores
Feudales. No fue una época ideal, siempre hubo pecados, vicios y defectos, pero
en la Edad Media, sobre todo en la Alta Edad Media, se vivió un momento culmen de
la Historia, tras el cual comenzó una decadencia que llega a nuestros tiempos.
Los avances dieron lugar al Humanismo y al Renacimiento, con sus consecuencias.
CORPORATIVISMO
No
es posible adaptar las realidades medievales a la actualidad, sin que exista
una concepción idéntica a la medieval en el intérprete. Expondremos brevemente
la situación del corporativismo medieval, dejando para otro momento un estudio
más pormenorizado y detallado.
La
vida económica se transformó para la época de las Cruzadas, a fines del Siglo
XI y comienzos del XII, con el desarrollo de la vida en los burgos, donde
mercaderes y artesanos se asociaron en corporaciones. El vínculo de protección
directa ofrecido a los vasallos y siervos por el Señor Feudal, fue transformado
con el advenimiento de las corporaciones, en que internamente quienes se
conocían por su oficio, debatían precisamente los temas de su propio oficio.
Las corporaciones económicas fueron un organismo de equilibrio socioeconómico,
de promoción de sus integrantes en pos del Bien Común.
El
“Libro de los Oficios” tuvo un origen consuetudinario y jurisprudencial,
incorporando lentamente prescripciones, prohibiciones y reglas de los oficios,
que tuvo su momento culminante con Etienne Boileau, el legislador de las
Corporaciones, siendo el “Libro de los Oficios” la obra por la cual es
conocido. Las corporaciones elaboraron tal legislación que rigió desde el Siglo
XIII hasta el S. XVIII, la cual fue compendiada en el “Libro de Oficios” o “Reglas
de la Corporación”. La actividad laboral quedó enmarcada en los gremios,
contemplando normas que establecían el justo precio, el justo salario y el modo
de promoción de los integrantes de los gremios, constituyendo una estructura
original, inexistente antes y después de la Edad Media en la organización de
las sociedades.
Al
mismo tiempo, fueron expulsados judíos y moros de España, cayó el Imperio
Romano de Oriente a manos de los musulmanes, y fue descubierta América en la
gran gesta Evangelizadora hispánica. Acabó así en Medio Oriente y Europa
Oriental toda posibilidad de una sociedad cristiana hasta tanto no exista una
conversión colectiva de mahometanos, mientras los judíos expulsados de España
se radicaron en el actual Noreste de Turquía para luego seguir a un falso
mesías que predicó el islamismo criptojudío, para convertirse en los dönmeh que
dominan el poderío turco. Al mismo tiempo, la América prehispánica devoraba a
sus propios hijos, en cultos paganos donde la sumisión exigía hasta sacrificios
humanos a sus falsos paganos dioses. El cristianismo aportó la Gracia para el
bautismo americano, cuya actual identidad es mestiza: de raza autóctona con
mezcla hispanocatólica. También hubo una expansión por parte de Portugal en el
Lejano Oriente, llevando vestigios de la civilización católica a esas lejanas
tierras, sin alcanzar hasta el momento en toda Asia hasta hoy el
correspondiente Orden Social Católico.
LIBERALISMO Y PROTESTANTISMO
Debió
existir un pecado de avaricia y de desmedidas ambiciones, aunque no fuesen
desmedidas, comenzando por pequeñeces que fueron agrandándose hasta convertirse
en gravísimos pecados. En todo un marco intelectual en que comenzaba a operar
el ambiente iluminista y renacentista, se produjo a la vez una concentración de
poder económico en los mercaderes, mientras que muchos príncipes católicos no
prestaban importancia a ello por considerarlo añadidura. Añadidura para ellos,
fortuna material inmanentista para avaros mercaderes. Así, el pensamiento trató
de justificar el vicio.
La
corriente intelectual que partió de la duda metódica de Descartes y del “hombre
naturalmente bueno” de Rousseau (negando el Pecado Original), comenzó a
revalorizar la vida inmanentista, y con ello el “pasarla bien” y “cómodamente”
en este mundo, en contra de los preceptos del Evangelio, y en contra de las
Bienaventuranzas. El espíritu de mortificación y de penitencia que rigió
durante la Magna Edad Media, fue sustituido por un espíritu licencioso,
consentidor de la ambición, la lujuria y el criterio hedonista, reivindicador
de la Edad Antigua y particularmente de la Grecia y Roma paganas. La Revolución
contra Dios y el Orden Natural había comenzado, incluso con una justificación
eclesiástica e intraeclesial. El fundamento para la destrucción de la sociedad
cristiana ya había sido puesto allí.
Las
ambiciones económicas humanas, con las cuales podía alcanzarse, fama y poder,
debían centrarse por lógica en el dinero que los puede comprar, y hallaban un freno
en las Corporaciones. La burguesía no podía explotar impunemente a los
aprendices, y los comerciantes no podían explotar a los maestros artesanos sin
ser sancionados. El pensamiento pseudofilosófico renacentista se plasmó en la
revolución teológica del Martín Lutero, el monje agustino que se unió a una
monja, que quemó la obra de Santo Tomás de Aquino, y que proclamó la
independencia de la razón respecto de la Fe, con el lema de “cree fuerte y peca
fuerte”. Luego Calvino acabó sellando la ambición humana, con una mezcla de
maniqueísmo y de considerar como signo de la bendición de Dios las riquezas en
este mundo (a cualquier precio, capitalizando el “peca fuerte” luterano).
Los
gremios se constituyeron en un claro enemigo del liberalismo capitalista, antes
inexistente. El capital concentrado en mercaderes mercenarios, ávidos de lucro
sin límite, justificado su accionar incluso por una teología (falsa) que pretendía
calmar su conciencia, debía destruir los gremios para alcanzar sus propósitos.
Así
se generaron siervos indigentes, lo que antes no existía, la pobreza generalizada,
comenzó a apreciarse al mismo tiempo que surgía la masonería inspirada por
sectas gnósticas (cultos de origen órfico que eran precristianos, y que tras la
venida de Nuestro Señor Jesucristo elaboraron los Evangelios Gnósticos hacia el
S. III DC, y que permanecieron ocultos hasta su configuración a principios de
la Edad Moderna). La masonería convirtió a la actividad gremial en una
actividad simbólica al servicio de su “dios” (Jahbulon, G.A.D.U. –Gran Arquitecto
del Universo, etc), el cual trátase de un culto luciferiano, y por tanto
netamente anticatólico.
LA DESTRUCCIÓN GREMIAL
Esta
burguesía liberal, unida al espíritu masónico y la desorientación provocada por
la línea de pensamiento renacentista en el clero y la sociedad, conjugada con
el anquilosamiento de la estructura gremial que no se sacudió del inmanentismo
y del espíritu de ambición dominante, contribuyeron a la demolición de los
Gremios. En la segunda mitad del S. XVIII, con la invención de la máquina, unida
al “dejar hacer, dejar pasar” de los liberales, provocaron gravísimos daños
económicos a Francia donde surgió este pensamiento económico, colaboraron
también a la destrucción de las estructuras gremiales. Es decir, los gremios no
se transformaron para la defensa del justo precio y del justo salario, que
hasta el fin del mundo son una necesidad de justicia social teológica y humana,
sino que directamente fueron abolidos. La Revolución Francesa marcó el fin de
la Edad Moderna, con el derrocamiento de la familia Real y la simbólica “toma
de la Bastilla” el 14 de julio de 1789, que nos llega por la historiografía
masónico-liberal en forma de una inexistente “reacción popular”, sino que se
trató de una pequeña minoría burguesa instigada por los interesados en la
destrucción del Orden Social Católico.
Fue
fulminado el feudalismo, las corporaciones se suprimieron, y se instaló el
liberalismo del libre cambio y la libre concurrencia con su “ley del mercado”,
en contra del justo precio y del justo salario, proclamando la “Declaración de
los Derechos del Hombre” en una concepción inmanentista que despreciaba el
Orden Sobrenatural, y por ende a Dios. La Revolución Francesa en sus
intelectuales, fue efectivamente una rebelión contra Dios, buscando el mayor
provecho económico hedonista en esta vida, que es la consecuencia del
pensamiento renacentista. Sin gremios, ya nadie protegía a los trabajadores.
CRUDO LIBERALISMO
Hubo
una persecución y controles para que no se produjeran nucleamientos sociales de
trabajadores, ya que este derecho de asociación podría conformar nuevamente los
Gremios que habían sido aniquilados por la Revolución. Efectivamente, la
Revolución Francesa, que es presentada como un gran “avance” de la humanidad,
no es más que un retroceso, el disfraz de la esclavitud, bajo salarios y
remuneraciones injustas que no tienen en cuenta el justo precio de los bienes y
servicios. Dios con sus principios religiosos, la razón natural que indica la
vida en la virtud para ser dignos, debían ser despreciados, o sustituidas sus
enseñanzas por otras que justificasen la explotación, bajo la excusa de
asegurar el libre desenvolvimiento de la ley de la oferta y de la demanda,
pasando el trabajo humano a ser sujeto también a esa ley, como si fuese una
mercancía. Y cuando el trabajo humano es una mercancía que se compra y se vende,
se está comprando y vendiendo a la persona, estamos hablando de esclavitud. Es
más, se pretendió que el Estado se mantenga al margen de la vida económica,
llamándolo “Estado Gendarme”, es decir, custodio del mercado.
La
Ley Chapelier fue promulgada por la Asamblea Nacional francesa el 14 de junio
de 1791, y disponía: “Los ciudadanos de un mismo estado o profesión, los
empresarios, los que tienen comercio abierto, los obreros y oficiales de un
oficio cualquiera, no podrán, cuando se reúnan, nombrarse presidentes ni
secretarios, ni síndicos, ni tener registros ni tomar acuerdos o deliberaciones,
o formar reglamentos, sobre sus pretendidos derechos comunes”. El artículo 4 de
dicha Ley además disponía sanciones: “Si, contra los principios de la libertad
y la Constitución, ciudadanos pertenecientes a la misma profesión, arte u
oficio tomaran deliberaciones o hicieran entre ellos convenios tendiendo a
rehusar concertadamente o a no acordar más que a un precio determinado el
concurso de su industria o de sus trabajos, dichas estas deliberaciones y
convenios, acompañados o no de juramento, quedan declarados inconstitucionales,
atentatorios contra la libertad y los derechos del hombre y sin ningún
efecto. Las corporaciones administrativas y municipales quedan obligadas a
declararlos de dicho modo. Los autores, jefes e instigadores que las hubieren
provocado, redactado o presidido, serán citados ante el Tribunal de policía a
requerimiento del procurador del Municipio, condenados cada uno de ellos…”
Efectivamente,
la Revolución Francesa y la Constitución dictada por los revolucionarios, tuvo
su fundamento en la violación de los derechos de los trabajadores y el derecho
de asociación gremial, presentado todo como atentatorio a los “Derechos del
Hombre”. Sostenía el artículo 1 de la Ley Le Chapelier: “Siendo una de las
bases fundamentales de la Constitución francesa la desaparición de todas las
corporaciones de ciudadanos de un mismo estado y profesión, queda prohibido
establecerlas de hecho, bajo cualquier pretexto o forma que sea.” Vemos
claramente que la Revolución Francesa buscó oprimir a los trabajadores.
Disponía
finalmente el Art. 8º: “Todas las manifestaciones compuestas por artesanos,
obreros, oficiales, jornaleros o promovidas por ellos contra el libre ejercicio
de la industria y el trabajo, pertenecientes a cualquier clase de personas y
bajo cualquier tipo de condiciones convenidas de mutuo acuerdo o contra la
acción de la policía y la ejecución de las sentencias tomadas de esta manera,
así como contra las subastas y adjudicaciones públicas de diversas empresas
serán consideradas manifestaciones sediciosas y como tales serán disueltas por
los agentes de la fuerza pública, tras los requerimientos legales que les serán
hechos y después con todo el rigor de las leyes contra los autores,
instigadores y jefes de dichas manifestaciones y contra todos aquellos que
hubieran actuado por vía de hechos o realizado actos de violencia”.
La
ley reprimía la violencia ejercida por trabajadores contra otros trabajadores,
por empresarios contra trabajadores, y por trabajadores contra empresarios. No
obstante ello, se limitaba a las presiones y amenazas así como a la violencia
física, mas no consideraba bajo ninguno de estos aspectos a la injusticia
social, a la explotación del trabajo humano, al pago de precios injustos y todo
aquello que hace a la indignidad de las condiciones laborales o profesionales. El
reclamo de condiciones dignas de trabajo o de justo precio, se convertían en un
directo acto de sedición.
ESTADO CONTRA EL HOMBRE
Carente
de mecanismos de defensa, el hombre, el ciudadano jefe de familia, quedaba solo
y aislado frente al Estado y sus autoridades, que imponían por la fuerza sus decisiones
revolucionarias.
Fueron
abolidas todas las normas que regularan la subordinación dentro del campo
laboral, y por tanto quedaron los trabajadores sometidos a los mercaderes y
empresarios explotadores. Y tras producirse este caos socioeconómico, la
revolución industrial provocaba una ola de desocupación por reemplazar la mano
de obra humana por las máquinas que hacían con más velocidad y precisión el
trabajo.
El
libre juego de las voluntades en la economía, considerando al trabajo como
objeto de oferta y demanda, destruyó la economía social. El contrato individual
carente de justo precio y de justo salario, dio
lugar al abuso de la fuerza patronal, que gozaba de posición dominante.
Los peores trabajos que además no podían ser suplidos por máquinas, fueron
ocupados por la masa de desocupados, incluyendo mano de obra de las mujeres y
de niños, destruyendo así desde ese momento a la familia.
Sumidos
en la miseria, debieron tanto el padre de familia como su esposa e hijos
dedicarse a trabajar a cambio de míseras remuneraciones que no les alcanzaba
para vivir. La revolución en ello logró un gran paso en la destrucción del
Orden Natural, reflejo del Orden Sobrenatural.
Ante
semejante descalabro, surgieron los idearios (ideologías) colectivistas y
socialistas, planteando un futuro promisorio de paz y prosperidad tras la
denominada Dictadura del Proletariado. El ideador principal de este mesianismo
temporal ilusorio, bajo la forma de socialismo “científico”, fue Carlos Marx.
DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
CATÓLICA
La
promesa de un estado de anarquía donde no existen ni patrones ni empleados, y
por tanto no existe explotación, fundamentó un ideario ateo contrario a la
prédica de la Gracia por la Tradición de la Iglesia Católica. La influencia de
las ideas socialistas, no demoró su respuesta por la Doctrina Social de la
Iglesia, la cual comenzó su elaboración con la Encíclica Rerum Novarum y
prosiguió con los Códigos de Malinas y las Encíclicas que se dieron en
consonancia.
Por
diversas vías, los trabajadores comenzaron a reorganizarse, pero esta vez bajo
un ideario ateo. Empezaron a surgir simultáneamente movimientos sindicales
católicos. Los Estados, por su parte, comenzaron a fijar normas coactivas para
las condiciones mínimas de trabajo que debían ser respetadas en los contratos
laborales. Los gremios, que habían desaparecido, ahora comenzaban a reaparecer,
como asociaciones y sin las atribuciones integrales de la Edad Media.
Los
Códigos de Malinas promovieron desde fines del Siglo XIX el Corporativismo. Después
de la I Guerra Mundial, el fascismo produjo un neocorporativismo, y luego se
sumó el nazismo, y tras ellos el falangismo y otros movimientos que dictaron
Constituciones en Europa. Mas tras la II Guerra Mundial, el fracaso político de
estos regímenes acarreó su desprestigio económico. Solo la España de Franco y
Portugal con Oliveira Salazar escaparon a las nocivas consecuencias de la II
Guerra Mundial.
S. XX Y COMIENZOS DEL S. XXI
Europa
fue paganizada, en una estrategia que escapa a las posibilidades humanas, y que
por tanto deben ser calificadas como obra de un mal sobrenatural, encarnado en
ángeles caídos. Tras la Gloria de la Magna Edad Media, comenzó una suave
pendiente que cada vez con mayor velocidad trajo distanciamiento de Jesucristo
y de la Iglesia Católica, al mismo tiempo que se produce el vértigo de la
innovación tecnológica. El hombre está cada vez más atomizado y aislado frente
a una autoridad mundial que le llega en forma directa para oprimirlo.
El
espíritu subversivo de la década de 1960, anunciaba en boca de Herbert Marcuse
que en el futuro todo lo que en aquél tiempo era marginal, sería expandido
socialmente para que fuese visto como “normal”. Este anuncio se hizo realidad.
El
Magisterio de la Iglesia Católica rechazaba la Declaración de los Derechos del
Hombre por ser inmanentista y contraria a Dios, línea seguida posteriormente
por la Declaración de los Derechos Humanos y la Organización de las Naciones
Unidas que continuaban con la misma línea. Tras el fallecimiento del Papa Pío
XII, pretendidamente no habría cambios
en la Doctrina en el marco del Concilio Vaticano II. No obstante ello, en el
tiempo el tono de los discursos de los Papas ha ido variando, desde las
advertencias a una confusa aceptación de un nuevo orden mundial y sus dictados
con cierta reserva, incluyendo las cuestiones de la ecología, de la
intervención de organismos internacionales en las finanzas de un país, a las
cuestiones políticas de aceptar una autoridad política mundial.
En
este contexto, el Corporativismo, antes alentado, tras la II Guerra Mundial
dejó de ser promovido por la Doctrina Social de la Iglesia Católica, para pasar
a defender esquemas “democráticos”, como si el Corporativismo no lo fuese.
Asimismo, existen mensajes confusos que lejos de la otrora claridad del
Magisterio, requieren de eruditos entendidos para desentrañar lo que es de
Magisterio Infalible de aquello que no lo es. Así, la piedad de los humildes
resulta desviada hacia el inmanentismo en su confusión, y la espiritualidad
requiere de eruditismo para no caer en la misma desviación, de modo que puede
declararse ya la victoria de lo anunciado por Antonio Gramsci, quien buscaba
precisamente eso: desvincular la unidad de la piedad humilde de la unánime
creencia con los más eximios teólogos del Catolicismo. Tal unidad espiritual
católica era objeto de particular saña por Gramsci, y podría decirse que
incluso este objetivo político inmanentista del comunismo ha sido logrado,
excepto en los núcleos que conservan la Tradición. No hay herejía que
impunemente no se sostenga hoy alegando al Concilio Vaticano II, al cual se
suman las conclusiones del Sínodo de la Familia del año 2015.
El
pelagianismo y el semipelagianismo modernistas campean en la Iglesia Católica,
sirviendo ello de fundamento al liberalismo y al marxismo, incorporados por
yuxtaposición al Catolicismo mediante falsos teólogos intelectualoides. Y quien
no mire con complacencia las herejías, resulta objeto de acorralamiento
eclesial, ya sea feligrés, presbítero o incluso Obispo. A nadie importa ya. No
hay advertencia que valga.
¿Qué
tiene que ver esto con el trabajo? Que el hombre ha perdido el sentido de su
vida, pues ya no vive para alabar y agradecer a Dios, sino que vive para sí
mismo en un efímero frenesí hedonista. Así era la sociedad antediluviana, a la
cual Noé debió enfrentar, y que en nada era agradable a Dios. Misas sin
Transubstanciación, con prédicas inmanentistas y bobas, dedicadas a
desperdiciar los talentos que Dios ha dado a la Jerarquía de la Iglesia, son el
marco de la desprotección espiritual de los humildes trabajadores explotados.
Los
países que desarrollaron sindicatos, en general produjeron sindicalismos
socialistas, comunistas, ateos y anticatólicos, dedicados exclusivamente a
reclamar por dinero y algunas condiciones de confort en el trabajo. Mas la
globalización ha cambiado muchas formas laborales, y ha producido nuevas formas
de esclavitud, mientras que las nuevas tecnologías también generan nuevos
desocupados.
El
hombre ha perdido sentido en su vida, y el nihilismo imperante confirma la
proyección pragmática de la politiquería. La política ya no tiene las excusas
de explotación laboral de trabajadores, sino que hoy es llevar la vida privada
sexual a políticas públicas, convertir el consumo de alucinógenos a productos
de venta masiva, cobrar por recursos naturales básicos sin los cuales la
población no puede sobrevivir (como el agua… o incluso el aire). Sobre el
trabajador pesan las cargas y los impuestos para mantener una hiperestructura
económica estatal que financia vagos y degenerados, inútiles increativos que si
producen algo es fealdad y denigración. Y muchos cobran por semejante labor
destructiva, con la complacencia de los poderosos y el aplauso de quienes han
renunciado al ejercicio de su inteligencia. El narcotraficante, el cafisho, el
tratante de blancas, el dueño del juego clandestino, el usurero y el
explotador, son hoy la nueva “antinobleza” gubernamental que expande sus
vicios, asumidos como irremediables por la población entera, tirando la cultura
a la basura. La indignidad del trabajo, es una consecuencia de ello.
SINDICALISMO ARGENTINO
En
Argentina, desde fines del S. XIX hubo un movimiento sindical, en tanto el
sindicalismo católico era fomentado por el Padre Grote. El Coronel Juan Domingo
Perón vio surgir a principios del S. XX el auge del movimiento sindical, en
Italia pudo entrar en contacto con el movimiento fascistas, y al asumir unificó
los sindicatos para que no se atomicen los reclamos del correspondiente ámbito
laboral, y quitó toda denominación, de modo que ya no existirían sindicatos
socialistas, anarquistas, comunistas o católicos, sino que serían simplemente
sindicatos. Se le debe por tanto el haber evitado que los sindicatos argentinos
fuesen marxistas, pero también se le puede achacar que en una Nación de
absoluta mayoría católica los gremios no han sido oficialmente católicos, sino
de inspiración católica.
Los
sindicatos constituyeron una estructura nacional vigente desde el gobierno de
Juan Domingo Perón. Durante su tercer gobierno, fue elaborado el denominado “Modelo
Argentino”, que ordenaba corporativamente el país. Su muerte dejó inconcluso
esa labor.
El
Gobierno Militar instaurado desde el 24 de abril de 1976 cercenó los derechos
gremiales y laborales, aunque estableció una justa remuneración por sectores.
Luego, tras el retorno de la democracia en 1983, fueron eliminadas de la
influencia social y de la vida pública primero las Fuerzas Armadas, luego la
Iglesia Católica, y finalmente desde la década de 1990 los Sindicatos. Desde el
año 2003 los sindicatos de Argentina han sufrido una atomización, basada en el
regreso a la “democracia sindical” y la “libertad de agremiación”, que no es
otra cosa que la atomización del reclamo gremial. Del mismo modo que la
Revolución Francesa alegaba que el derecho de asociación gremial era contrario
a los “Derechos del Hombre”, hoy se sostiene que el sindicato único por rama
económica también debe ser impedido en nombre de la “libertad”. Asimismo, se ha
procurado en esa atomización la multiplicación del reclamo de tipo ateo,
socialista o comunista, y en contra de la enseñanza de la Doctrina Social de la
Iglesia. Esta situación produce una involución a una situación previa al
peronismo.
PROYECCIÓN AL FUTURO
La
Argentina necesita un Código del Trabajo, que abarque la relación entre
empleadores y empleados, los derechos empresarios, los derechos de los
trabajadores, con sus obligaciones recíprocas, las relaciones gremiales y la
vinculación del Estado en todo ello, en el marco de una legislación de Orden
Público.
La
Constitución liberal de 1853 y sus reformas, que apenas reconocía el derecho a
trabajar, fue sustituida por la Constitución Social de 1949. Esta nueva Constitución
contemplaba en su texto el trabajo humano, a la vez que contemplaba la sanción
del Código Social, entendiendo por ello la naturaleza social del trabajo humano
y sus alcances sociales.
Tras
haber sido derrocado Juan Perón en su segundo gobierno, se decretó una reforma
constitucional que dispuso volver a la Constitución liberal de 1853 con sus
reformas posteriores, adosándole en su artículo 14 bis con un resumen de
derechos laborales, y entre ellos por ejemplo la participación de los obreros
en las ganancias empresariales, con control de la producción y colaboración en
la dirección, derechos que se consideraron luego como “programáticos” y por
tanto carentes de regulación y aplicación. Por otra parte, también se
contemplaba en la Constitución de la Revolución Libertadora la aprobación de un
Código de Trabajo y Seguridad Social que jamás fue sancionado.
Los
trabajadores en su conjunto, en la actualidad, carecen de un cuerpo normativo
unificado, de un Código del Trabajo. Tras décadas del denominado “Constitucionalismo
Social” en el mundo, y tras la experiencia histórica consecuente, resulta una
omisión inadmisible.
La
misma OIT hoy sería calificada a la luz de los Derechos del Hombre de la
Revolución Francesa, contraria a la Constitución Revolucionaria francesa. La
opresión al trabajo humano en un sistema que privilegia el mundo artificial de
las finanzas por sobre la dignidad de la persona, resulta completamente
antinatural y opresivo. Y el apartamiento del hombre para sumirse en una
religiosidad basada en la justificación de sus propios pecados, no para su
conversión sino para continuar en una vida de vicios, marca el motivo por el
cual sólo queda una opción: o volver al corporativismo (que en su sentido
integral y místico incluye una dimensión espiritual medieval, y en sintonía con
lo ya expuesto), o condenar a la gran base de los trabajadores a la desprotección
y a la explotación, en un daño colectivo autoasumido.
El
año Dos Mil ya pasó. Y el Siglo XXI nos encuentra desunidos y desorganizados,
en un sistema cultural que promociona lo antinatural sin freno alguno. Y en el
panorama, ya finalizando el año 2015, no hay rastros de que algún líder nacional
logre la defensa de los trabajadores y de los marginados.
No
se trata de una solución mecánica, ni de acciones humanas prescindentes
de la Voluntad de Dios. No se trata de una labor jurídica, o de un
trabajo de estudiosos abogados que resumen las leyes existentes. No se
trata de una acción de gobierno, o de implantar un nuevo sistema
"humano". Se trata de otra cosa. Ya lo hemos explicado desde el
principio de este artículo.
Sólo
un Milagro por Gracia de Dios, en el marco del ascetismo y la mortificación, puede
revivir aquello que parece imposible: la Mística del sentido de la vida y del
trabajo humano para la mayor Gloria de Dios.