PREFACIO
Perón junto a altos oficiales del GOU (Grupo de Oficiales Unidos) |
El
4 de junio de 1943 tuvo lugar en la Argentina un nuevo golpe de Estado que
derrocó al gobierno conservador del Dr. Ramón S. Castillo e instauró un nuevo
régimen militar. Las tropas que aquel día marcharon desde Campo de Mayo hacia
la capital, respondían a un conjunto de oficiales denominado Grupo de Oficiales
Unidos (GOU), una logia castrense nacionalista que no ocultaba su marcada
inclinación hacia las fuerzas del Eje.
Las
tropas cumplieron su cometido, no sin antes derramar sangre. Al pasar frente a la
Escuela de
Mecánica de la
Armada, efectivos de la
Marina abrieron
fuego sobre ellas entablando un breve pero violento enfrentamiento en el que
perecieron varios soldados del Ejército y resultaron heridos otros.
Con
la renuncia del Dr. Castillo, se hizo cargo del gobierno el general Arturo
Rawson que dos días después entregó el mando al general Pedro Pablo Ramírez,
sucedido poco más de un año después por el general Edelmiro J. Farrell.
Junto
a los líderes del levantamiento, ocuparon importantes posiciones figuras
prominentes del Ejército y la Armada, entre ellas los generales Elbio Anaya,
Juan Pistarini y Armando Verdaguer, los almirantes Sabá H. Sueyro y José
Guisasola, los coroneles Fortunato Giovannoni y Emilio Ramírez y los tenientes
coroneles Miguel Ángel y Juan Carlos Montes, Urbano y Agustín de la Vega, Tomás
A. Ducó, Arturo Saavedra y Aristóbulo Mittelbach.
Pero
detrás de todos ellos se escondía la figura de su principal cabecilla y
verdadero ideólogo del movimiento, el coronel Juan Domingo Perón, del arma de
Infantería, cerebro e impulsor de su programa político-militar. Nadie imaginaba
entonces que en su persona, se perfilaba una de las figuras más trascendentes
de la historia argentina e incluso internacional.
Instalado
el nuevo gobierno, Perón fue designado titular de la
Dirección Nacional del
Trabajo, una simple dependencia burocrática a la que, al cabo de un tiempo,
convirtió en Secretaría de Trabajo y Previsión Social, desde la que puso en
marcha una inteligente campaña de reivindicación proletaria que, unida a su
fuerte personalidad, le permitiría captar las simpatías de la clase
trabajadora.
Si
había un lugar clave desde el donde proyectar su figura, ese era la
intrascendente dependencia, a la que el futuro líder justicialista convirtió en
trampolín para iniciar su carrera hacia el poder absoluto.
Admirador
de Mussolini y la ideología fascista, Perón había trazado planes para alcanzar
el poder y poner en práctica un temerario programa de gobierno que convertiría
a la
Argentina en
una nación poderosa, dotada de su propia industria pesada, alta tecnología y
las Fuerzas Armadas mejor equipadas del hemisferio. Eso la colocaría al frente
de un conjunto de naciones subyugadas y le permitiría desafiar abiertamente al
mundo de entonces, encabezado por los Estados Unidos y la poderosa Unión
Soviética. Era la
Tercera Posición entre
el occidente capitalista y el oriente comunista, un nuevo bloque, con la
Argentina liderando
América Latina y él dirigiendo sus destinos.
Muchas
de las medidas que Perón puso en práctica fueron tomadas del modelo fascista y
para ello llamó a un colaborador eficaz, José Figuerola, antiguo funcionario
del régimen de José Antonio Primo de Rivera, militante falangista emigrado de
España a poco de establecerse la
Segunda República.
Como
adjunto del Ministerio de Trabajo del general Miguel Primo de Rivera, Figuerola
había viajado a Italia para estudiar el modelo económico y laboral de
Mussolini, pero la caída del gobierno al que representaba, en 1930, lo empujó a
emigrar primero a París, donde vivió un tiempo y luego a Buenos Aires, donde se
radicaría definitivamente.
El
experimentado funcionario falangista no tardó en llamar la atención de las
autoridades argentinas quienes lo destinaron a la División de Estadística y la
Organización Profesional del Departamento Nacional del Trabajo (DNT), con el
cargo de jefe.
Conociendo
sus capacidades y su línea de pensamiento, Perón lo mandó llamar para
designarlo asesor y secretario general del Consejo Nacional de Posguerra.
Perón,
demostró buena predisposición para dialogar con los representantes gremiales,
concediéndoles algunos de sus reclamos. De esa manera, dio impulso a una
política social en beneficio del trabajador y en 1944 estableció el Estatuto
del Peón Rural.
Como
secretario de Trabajo y Previsión Social Perón desplegó una labor
extremadamente encomiable, que quedó de manifiesto con el violento terremoto
dejó en ruinas a la ciudad de San Juan. El astuto dirigente vio en ello una
oportunidad inmejorable y enseguida puso manos a la obra demostrando un celo y
eficiencia encomiable a la hora de socorrer a las víctimas.
En
enero de ese año, durante un acto a beneficio organizado en el Luna Park con el
objeto de recaudar fondos con destino a los damnificados, Perón conoció a Eva
Duarte, una bella muchacha de la provincia que por entonces desarrollaba una
discreta actividad artística y que, andando el tiempo, se convertiría en su
segunda esposa y figura emblemática del movimiento social que se estaba gestando.
Con
los cambios suscitados en el seno del gobierno, Perón fue escalando posiciones
apoyado en su incipiente alianza con los sindicatos. En 1944 el general Pedro
Pablo Ramírez lo designó ministro de Guerra y su sucesor, Edelmiro J. Farrell,
vicepresidente de la Nación, concentrando todos esos cargos en su persona. Con
absoluta habilidad, el futuro líder justicialista había ido moviendo los
resortes hasta convertirse en el hombre fuerte detrás del poder. Todo el mundo
sabía que había sido él quien impulsó y digitó el golpe palaciego que derrocó a
Ramírez después que aquel rompiera relaciones con el Eje el 26 e enero de 1944
e incluso se hablaba de que había forzado la renuncia del presidente a punta de
pistola.
Por
entonces su figura y la de su esposa, habían crecido de manera inusitada,
convirtiéndose en bandera de la clase proletaria y en una cuestión preocupante
para la casta dirigente a la que, dicho sea de paso, Perón pertenecía por línea
paterna.
En
vista de ello las autoridades militares, temerosas de un alzamiento popular, lo
obligaron a renunciar a todos sus cargos y lo confinaron a la isla Martín
García mientras en Buenos Aires, los sectores trabajadores comenzaban a
presionar para forzar su retorno.
Dado
el cariz que tomaban los acontecimientos, el gobierno mandó traer de regreso a
Perón quien, aduciendo problemas de salud, se hizo internar en una habitación
del Hospital Militar “Cirujano Mayor Dr. Cosme Argerich”, suerte de espera
cautelosa que le sirvió para mover inteligentemente los hilos de la política
nacional en su provecho.
El
16 de octubre de 1945 el movimiento obrero, reunido en pleno en la sede de la
Confederación General del
Trabajo (CGT), acordó un plan de lucha tendiente a lograr la liberación de su
líder, organizando una huelga general para el día 18. Sin embargo, las masas
obreras no esperaron y el 17 de octubre ganaron las calles, para dirigirse
hacia el centro de Buenos Aires a exigir la inmediata liberación de Perón.
El
movimiento, organizado por el dirigente de la carne Cipriano Reyes, tuvo un
éxito sin precedentes.
Provenientes
de todos los rincones del Gran Buenos Aires, especialmente desde la zona sur y
la ciudad de La
Plata, a bordo de camiones, ómnibus y
trenes, columnas de trabajadores desbordaron las calles porteñas desplazándose
en dirección a la histórica Plaza de Mayo mientras entonaba estribillos y
canciones alusivas.
Los
militares no imaginaban semejante levantamiento y por esa razón, el general
Farrell, que temía desbordes y actos de violencia, mandó traer a Perón.
El
líder justicialista llegó a la
Casa Rosada a
las 21.30 y una hora y media después, se asomó por los balcones para hablar a
la multitud. Debió esperar varios minutos porque el griterío de la gente, se
tornó ensordecedor. Habló de sus renuncia a las palmas de general, “…el más insigne
honor al que puede aspirar un soldado”, de su voluntad de seguir trabajando
para la causa obrera, del pueblo, de reivindicaciones sociales y de unión y
finalizó solicitándole a la masa entonar el Himno Nacional.
El
día tuvo su cuota de violencia con enfrentamientos entre manifestantes y
policías y un tiroteo en cercanías del diario “La
Vanguardia” que dejó como saldo
un obrero muerto y varios heridos. La imagen de la muchedumbre refrescándose en
las fuentes de la ciudad, escandalizó y preocupó a las clases acomodadas y
un dirigente radical, Antonio Sanmartino, haciéndose eco del sentir general, se
refirió a la movilización como el “aluvión zoológico”, mientras los
comunistas hablaban del “malón peronista”.
En
vista de lo acontecido, los militares fijaron fecha de elecciones para el 24 de
febrero del año siguiente y casi enseguida, una febril actividad política
movilizó al total de la población.
A
la fórmula Juan D. Perón - Hortensio J. Quijano se opuso la de Tamborini –
Mosca, de la
Unión Democrática, una agrupación
multipartidista patrocinada por el embajador de los EE.UU., Spruill Braden,
quien, para asombro de la opinión pública nacional e internacional, llegó a
desfilar en algunas manifestaciones antiperonistas junto a miembros del Partido
Comunista y hasta publicó un libro en el que acusaba al líder justicialista de
nazi.
El
24 de febrero de 1946, en medio de una expectativa desbordante, se llevaron a
cabo las elecciones en las que Perón se impuso por el 53% de los votos.
Comenzaba, de ese modo, un gobierno de corte fascista que marcaría a fuego la
historia argentina.
El
flamante mandatario asumió en el Congreso, sin la presencia de los
representantes de la oposición, en lo que fue un acto multitudinario en el que
se designaron a los principales funcionarios del régimen, a saberse: Ángel
Borlenghi en el ministerio del Interior, Juan Atilio Bramuglia en Relaciones Exteriores,
Ramón A. Cereijo en Hacienda, Juan Pistarini en Obras Públicas, Belisario Gache
Pirán en Justicia e Instrucción Pública, general José Humberto Sosa Molina en
Guerra, almirante Fidel L. Anadón en Marina y Juan Carlos Picazo Elordi en
Agricultura.
Por
otra parte Rolando Lagomarsino fue designado secretario de Industria y
Comercio, el brigadier Bartolomé de la
Colina de
Aeronáutica, José María Freire de Trabajo y Previsión y el Dr. Ramón Carrillo
de Salud Pública.
Juan
Duarte, cuñado de Perón fue nombrado secretario privado de la
Presidencia, el coronel Domingo
Mercante, gobernador de la
Provincia de
Buenos Aires y Miguel Miranda asesor económico.
Con
ese elenco el nuevo presidente comenzó su gobierno poniendo en marcha una
verdadera revolución popular. Finalizada la ceremonia, se dirigió hacia la
Casa de
Gobierno, a la que llegó después de hacer una breve parada en la
Catedral para
orar frente a la tumba del Gral. San Martín.
La
gran figura del movimiento después de su líder fue la de su esposa, Eva Duarte,
a partir de ese momento, Evita, verdadera dirigente revolucionaria cuya imagen
alcanzaría una inusitada proyección en el exterior.
Evita
organizó y dirigió la
Fundación Eva Perón que funcionó con
fondos del Estado y dinero proveniente de sus afiliados y desde allí, en
su carácter de Primera Dama, luchó con una pasión fanática y por momentos feroz
en favor de los necesitados, los desamparados, las mujeres y los niños, consiguiendo
puestos de trabajo para los desocupados, viviendas para los carenciados,
colchones, ropas, medicamentos, máquinas de coser, juguetes, dinero y todo lo
que la masa proletaria necesitaba. Ella misma en persona visitó a enfermos,
marginados y abandonados, es decir, a todos aquellos que se hallaban en
situación desesperante y alivió en buena parte su situación.
Poniendo
en marcha un ambicioso plan social, la pareja presidencial instrumentó sistemas
de salud y educación, visitó hospitales y barriadas humildes, recorrió las
provincias más pobres y estuvo presente en todos aquellos lugares donde el
menesteroso necesitaba de asistencia. Lo que no hicieron radicales y
socialistas, lo hicieron Perón y Evita en persona.
La
primera dama fundó el Partido Peronista Femenino y desde sus filas trabajó
incansablemente por los derechos de la mujer, especialmente la obtención de su
voto.
Perón
encaró un impresionante plan de viviendas y como en tiempos de los
conservadores, construyó grandes hospitales, salas de asistencia, escuelas,
comedores populares, centros de estudio y recreación, complejos turísticos y
hoteles que le sirvieron para instaurar una verdadera dictadura partidista que
cambió los nombres de provincias, ciudades, estaciones de ferrocarril,
avenidas, plazas, calles y edificios públicos, por los suyos (los de Perón y
Evita), imponiendo en los establecimientos educacionales libros de lectura
obligatorios y tendenciosos y colocando sus retratos y estatuas en
reparticiones y dependencias gubernamentales, paseos públicos y plazas.
Al
tiempo que ponía en marcha su programa social, Perón se embarcó en una carrera
armamentista de envergadura que al igual que sus inclinaciones fascistas,
preocupó en extremo al Departamento de Estado norteamericano y a las naciones
vencedoras de la
Segunda Guerra Mundial.
Para eso, hizo venir desde Europa a técnicos, ingenieros, científicos y
militares de las naciones derrotadas del Eje como Kurt Tank, Reimar Horten,
Hans Rudel, Adolf Galland, Otto Behrens, Werner Baumbach, el francés Emilie
Dewoitine, el italiano Cesare Pallavecino, el polaco Ricardo Dyrgalla, y varios
más, a quienes puso a trabajar en importantes proyectos científicos y militares
como el de los caza a reacción Pulqui
I y II, el entrenador avanzado I.Ae. DL-22, los bombarderos I.Ae 24 Calquin, el
I.Ae 30 Ñancú, el gigantesco transporte aéreo I.Ae 38 “Naranjero”, el I.Ae. 35
“Huanquero” (Primer Justicialista del Aire), las alas delta Horten, el
planeador I.Ae 25 “Buitre”, los motores I.Ae R-19 SR71 “El Indio” y el I.Ae 16 “El
Gaucho”, las bombas voladoras Tábano y PAT-1. Esos científicos, el motor-cohete AN-1 y el controvertido proyecto nuclear de
la isla Huemul.
Por
aquellos días, la Argentina adquirió acorazados y cruceros con los que
modernizó su Armada y aviones a reacción Gloster Meteor, bombarderos Avro
Lincoln y Avro Lancaster para reforzar su flamante Fuerza Aérea al tiempo que
daba expansión a la Flota Mercante y a la Flota Argentina de Navegación
Fluvial.
Aprovechando
esa coyuntura, Perón convirtió a sus Fuerzas Armadas en las más poderosas de
América Latina y dio notable impulso a una incipiente industria pesada que se
caracterizó por la producción en serie de automotores nacionales (sedán
Justicialista, sedán Graciela en sus versiones standard, sport, súper sport,
rural y furgón, el pequeño y eficiente camión Rastrojero para las tareas
rurales), locomotoras (“Justicialista” CM1 y “Argentina” CM2), tractores
(“Pampa”), motocicleta (“Puma”) y electrodomésticos (cocinas, lavarropas,
heladeras, planchas, máquinas de cocer, estufas, ventiladores).
Pero
más que por sus inclinaciones fascistas, su carrera armamentista y sus
ambiciones expansionistas, la Argentina justicialista se ganó su pésima
reputación por dar refugio a los peores criminales de guerra de la reciente conflagración,
cuyas atrocidades habían llenado de espanto a la humanidad.
Durante
el primer gobierno de Perón llegaron al país, entre otros, Adolf Eichmann,
Joseph Mengele, Eduard Roshmann, Klaus Barbie, Joseph Shwammberger, Walter
Kutschmann, Vittorio Mussolini y los temibles ustachas, entre los que se
encontraban Ante Pavelic y Dinko Sakic con su feroz esposa Nada Esperanza
Luburic, todos prófugos de la justicia aliada, a quienes se proveyó de
ciudadanía y documentación.
Todo
ello sirvió a Estados Unidos y sus aliados para acusar al régimen de nazi y a
hablar de sus planes secretos para instaurar un IV Reich en la Argentina. El
mundo no olvidaba el apoyo encubierto que nuestro país había brindado a las
naciones del Eje durante la guerra y que el ministro de Agricultura y
Abastecimiento del III Reich era argentino, único latinoamericano enjuiciado y
condenado en Nüremberg, como tampoco que Carlos Fuldner, el ex SS que había
intermediado entre Buenos Aires y los criminales prófugos, también lo era.
En
1949 Perón reformó la
Constitución Nacional para
acceder a un nuevo período presidencial, acortando el mandato de seis a cuatro
años. Para entonces ya había nacionalizado los teléfonos, el servicio de gas,
la energía eléctrica y los ferrocarriles. También creó el IAPI (Instituto
Argentino para la
Promoción del
Intercambio), nacionalizando el comercio exterior y modificando las leyes de
Aduanas, Construcción y Energía.
Como
todo régimen de corte fascista, el justicialismo persiguió a sus opositores
cerrando y confiscando órganos informativos de prestigio, entre ellos “La
Prensa” de
Buenos Aires y “La
Nueva Provincia” de Bahía Blanca, encarcelando a sus
rivales y bloqueando el acceso a puestos de trabajo a todo aquel que no
estuviera afiliado al Partido Justicialista, especialmente a los docentes.
Evita
en persona enfrentó a los huelguistas ferroviarios en 1951 y dispuso la compra
de pistolas ametralladoras y armas automáticas a Holanda para armar a la CGT y
crear milicias populares.
Dueño
absoluto del poder, Perón eliminó a varias figuras de la oposición, entre ellas
Cipriano Reyes, víctima de un violento atentado que lo dejó gravemente herido y
provocó la muerte de su chofer; el dirigente sindical Carlos Aguirre torturado
y asesinado en los sótanos de la casa de gobierno en 1949; el empleado gráfico
Roberto Núñez, asesinado el 27 de febrero de 1951 durante el ataque al diario
“La Prensa” por militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista, y el
dirigente comunista Juan Ingalinella,
médico rosarino secuestrado, torturado y asesinado por la policía entre el 16 y
el 17 de junio d 1955.A esos ejemplos podríamos agregar los de decenas de
personas encarceladas, torturadas y asesinadas por la policía del régimen en la
penitenciaría de la
Av. Las Heras
y en la comisaría de Florida, partido de Vicente López, la masacre de los
indios pilagás acaecida en Formosa en octubre de 1947, de la que el gobierno
fue responsable directo y la sospechosa muerte de Juan Duarte, figura de
notable influencia en el entorno de Perón, el 9 de abril de 1953.
En
1951 el movimiento promovió la candidatura de Evita a la vicepresidencia de la
Nación. Durante el impresionante cabildo abierto del 22 de agosto de ese año,
más de un millón de manifestantes exigieron a la primera dama aceptar la
nominación pero ésta rechazó varias veces el pedido. Ningún argumento sirvió
para aplacar a la multitud concentrada frente al gigantesco palco montado sobre
la avenida 9 de Julio; el pueblo volvió una y otra vez a exigir a los gritos
que aceptase el cargo y ella, finalmente, pidió tiempo para pensarlo.
Veinticuatro horas después, presionada por Perón y su mal estado de salud,
desistió.
No
tardó en saberse que Evita estaba gravemente enferma, lo que no le impidió
seguir apareciendo en público y hasta desplazarse junto a su marido en el
automóvil presidencial después de la aplastante victoria electoral de 1952. Ese
día, la multitud la vio pasar saludando y sonriendo, sin saber que como el Cid
en Valencia, se hallaba sujeta a un armazón de hierro que la mantenía en pie.
Falleció el 26 de julio de 1952,
a los
33 años de edad, en medio del dolor popular que se manifestó en vigilias,
jornadas de oración, procesiones y peregrinaciones a la
Residencia Presidencial ubicada
en pleno barrio de Recoleta. Sus funerales fueron impresionante, dignos de la
Roma imperial
o el Egipto de los faraones, algo nunca en la historia de América. La gente
humilde, le erigió altares en sus hogares y comenzó a venerarla como a una
santa.
La
desaparición de Evita, coincidió con una serie de factores que parecieron
debilitar al gobierno. Las medidas arbitrarias adoptadas en aquellos años y un
par de malas cosechas, agravaron la situación. Francia e Inglaterra, los
principales compradores de la Argentina, protestaron por los elevados precios
de la carne y el cereal impuestos por el IAPI y las exportaciones se redujeron
notablemente. Eso llevó a Perón a ignorar su antigua prédica antiimperialista y
a firmar el desventajoso tratado petrolero con la “Standard Oil Inc.
Co.” del que se agarraron sus
detractores para denostarlo.
Imperaba
ese clima cuando, al año siguiente estalló el conflicto con la Iglesia
Católica, clara señal de que el omnipotente régimen comenzaba a tambalear y que
sus días estaban contados.
Publicado 20th January 2013 por Alberto N. Manfredi (h)