viernes, 31 de mayo de 2019

PREFACIO

Perón junto a altos oficiales del GOU (Grupo de Oficiales Unidos)


El 4 de junio de 1943 tuvo lugar en la Argentina un nuevo golpe de Estado que derrocó al gobierno conservador del Dr. Ramón S. Castillo e instauró un nuevo régimen militar. Las tropas que aquel día marcharon desde Campo de Mayo hacia la capital, respondían a un conjunto de oficiales denominado Grupo de Oficiales Unidos (GOU), una logia castrense nacionalista que no ocultaba su marcada inclinación hacia las fuerzas del Eje.
Las tropas cumplieron su cometido, no sin antes derramar sangre. Al pasar frente a la Escuela de Mecánica de la Armada, efectivos de la Marina abrieron fuego sobre ellas entablando un breve pero violento enfrentamiento en el que perecieron varios soldados del Ejército y resultaron heridos otros.
Con la renuncia del Dr. Castillo, se hizo cargo del gobierno el general Arturo Rawson que dos días después entregó el mando al general Pedro Pablo Ramírez, sucedido poco más de un año después por el general Edelmiro J. Farrell.
 
Junto a los líderes del levantamiento, ocuparon importantes posiciones figuras prominentes del Ejército y la Armada, entre ellas los generales Elbio Anaya, Juan Pistarini y Armando Verdaguer, los almirantes Sabá H. Sueyro y José Guisasola, los coroneles Fortunato Giovannoni y Emilio Ramírez y los tenientes coroneles Miguel Ángel y Juan Carlos Montes, Urbano y Agustín de la Vega, Tomás A. Ducó, Arturo Saavedra y Aristóbulo Mittelbach.
Pero detrás de todos ellos se escondía la figura de su principal cabecilla y verdadero ideólogo del movimiento, el coronel Juan Domingo Perón, del arma de Infantería, cerebro e impulsor de su programa político-militar. Nadie imaginaba entonces que en su persona, se perfilaba una de las figuras más trascendentes de la historia argentina e incluso internacional.
Instalado el nuevo gobierno, Perón fue designado titular de la Dirección Nacional del Trabajo, una simple dependencia burocrática a la que, al cabo de un tiempo, convirtió en Secretaría de Trabajo y Previsión Social, desde la que puso en marcha una inteligente campaña de reivindicación proletaria que, unida a su fuerte personalidad, le permitiría captar las simpatías de la clase trabajadora.
Si había un lugar clave desde el donde proyectar su figura, ese era la intrascendente dependencia, a la que el futuro líder justicialista convirtió en trampolín para iniciar su carrera hacia el poder absoluto.
Admirador de Mussolini y la ideología fascista, Perón había trazado planes para alcanzar el poder y poner en práctica un temerario programa de gobierno que convertiría a la Argentina en una nación poderosa, dotada de su propia industria pesada, alta tecnología y las Fuerzas Armadas mejor equipadas del hemisferio. Eso la colocaría al frente de un conjunto de naciones subyugadas y le permitiría desafiar abiertamente al mundo de entonces, encabezado por los Estados Unidos y la poderosa Unión Soviética. Era la Tercera Posición entre el occidente capitalista y el oriente comunista, un nuevo bloque, con la Argentina liderando América Latina y él dirigiendo sus destinos.
Muchas de las medidas que Perón puso en práctica fueron tomadas del modelo fascista y para ello llamó a un colaborador eficaz, José Figuerola, antiguo funcionario del régimen de José Antonio Primo de Rivera, militante falangista emigrado de España a poco de establecerse la Segunda República.
Como adjunto del Ministerio de Trabajo del general Miguel Primo de Rivera, Figuerola había viajado a Italia para estudiar el modelo económico y laboral de Mussolini, pero la caída del gobierno al que representaba, en 1930, lo empujó a emigrar primero a París, donde vivió un tiempo y luego a Buenos Aires, donde se radicaría definitivamente.
El experimentado funcionario falangista no tardó en llamar la atención de las autoridades argentinas quienes lo destinaron a la División de Estadística y la Organización Profesional del Departamento Nacional del Trabajo (DNT), con el cargo de jefe.
Conociendo sus capacidades y su línea de pensamiento, Perón lo mandó llamar para designarlo asesor y secretario general del Consejo Nacional de Posguerra.
Perón, demostró buena predisposición para dialogar con los representantes gremiales, concediéndoles algunos de sus reclamos. De esa manera, dio impulso a una política social en beneficio del trabajador y en 1944 estableció el Estatuto del Peón Rural.
Como secretario de Trabajo y Previsión Social Perón desplegó una labor extremadamente encomiable, que quedó de manifiesto con el violento terremoto dejó en ruinas a la ciudad de San Juan. El astuto dirigente vio en ello una oportunidad inmejorable y enseguida puso manos a la obra demostrando un celo y eficiencia encomiable a la hora de socorrer a las víctimas.
En enero de ese año, durante un acto a beneficio organizado en el Luna Park con el objeto de recaudar fondos con destino a los damnificados, Perón conoció a Eva Duarte, una bella muchacha de la provincia que por entonces desarrollaba una discreta actividad artística y que, andando el tiempo, se convertiría en su segunda esposa y figura emblemática del movimiento social que se estaba gestando.
Con los cambios suscitados en el seno del gobierno, Perón fue escalando posiciones apoyado en su incipiente alianza con los sindicatos. En 1944 el general Pedro Pablo Ramírez lo designó ministro de Guerra y su sucesor, Edelmiro J. Farrell, vicepresidente de la Nación, concentrando todos esos cargos en su persona. Con absoluta habilidad, el futuro líder justicialista había ido moviendo los resortes hasta convertirse en el hombre fuerte detrás del poder. Todo el mundo sabía que había sido él quien impulsó y digitó el golpe palaciego que derrocó a Ramírez después que aquel rompiera relaciones con el Eje el 26 e enero de 1944 e incluso se hablaba de que había forzado la renuncia del presidente a punta de pistola.
Por entonces su figura y la de su esposa, habían crecido de manera inusitada, convirtiéndose en bandera de la clase proletaria y en una cuestión preocupante para la casta dirigente a la que, dicho sea de paso, Perón pertenecía por línea paterna.
En vista de ello las autoridades militares, temerosas de un alzamiento popular, lo obligaron a renunciar a todos sus cargos y lo confinaron a la isla Martín García mientras en Buenos Aires, los sectores trabajadores comenzaban a presionar para forzar su retorno.
Dado el cariz que tomaban los acontecimientos, el gobierno mandó traer de regreso a Perón quien, aduciendo problemas de salud, se hizo internar en una habitación del Hospital Militar “Cirujano Mayor Dr. Cosme Argerich”, suerte de espera cautelosa que le sirvió para mover inteligentemente los hilos de la política nacional en su provecho.
El 16 de octubre de 1945 el movimiento obrero, reunido en pleno en la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT), acordó un plan de lucha tendiente a lograr la liberación de su líder, organizando una huelga general para el día 18. Sin embargo, las masas obreras no esperaron y el 17 de octubre ganaron las calles, para dirigirse hacia el centro de Buenos Aires a exigir la inmediata liberación de Perón.
El movimiento, organizado por el dirigente de la carne Cipriano Reyes, tuvo un éxito sin precedentes.
Provenientes de todos los rincones del Gran Buenos Aires, especialmente desde la zona sur y la ciudad de La Plata, a bordo de camiones, ómnibus y trenes, columnas de trabajadores desbordaron las calles porteñas desplazándose en dirección a la histórica Plaza de Mayo mientras entonaba estribillos y canciones alusivas.
Los militares no imaginaban semejante levantamiento y por esa razón, el general Farrell, que temía desbordes y actos de violencia, mandó traer a Perón.
El líder justicialista llegó a la Casa Rosada a las 21.30 y una hora y media después, se asomó por los balcones para hablar a la multitud. Debió esperar varios minutos porque el griterío de la gente, se tornó ensordecedor. Habló de sus renuncia a las palmas de general, “…el más insigne honor al que puede aspirar un soldado”, de su voluntad de seguir trabajando para la causa obrera, del pueblo, de reivindicaciones sociales y de unión y finalizó solicitándole a la masa entonar el Himno Nacional.
El día tuvo su cuota de violencia con enfrentamientos entre manifestantes y policías y un tiroteo en cercanías del diario “La Vanguardia” que dejó como saldo un obrero muerto y varios heridos. La imagen de la muchedumbre refrescándose en las fuentes de la ciudad, escandalizó y preocupó a las clases acomodadas y un dirigente radical, Antonio Sanmartino, haciéndose eco del sentir general, se refirió a la movilización como el “aluvión zoológico”, mientras los comunistas hablaban del “malón peronista”.
En vista de lo acontecido, los militares fijaron fecha de elecciones para el 24 de febrero del año siguiente y casi enseguida, una febril actividad política movilizó al total de la población.
A la fórmula Juan D. Perón - Hortensio J. Quijano se opuso la de Tamborini – Mosca, de la Unión Democrática, una agrupación multipartidista patrocinada por el embajador de los EE.UU., Spruill Braden, quien, para asombro de la opinión pública nacional e internacional, llegó a desfilar en algunas manifestaciones antiperonistas junto a miembros del Partido Comunista y hasta publicó un libro en el que acusaba al líder justicialista de nazi. 
El 24 de febrero de 1946, en medio de una expectativa desbordante, se llevaron a cabo las elecciones en las que Perón se impuso por el 53% de los votos. Comenzaba, de ese modo, un gobierno de corte fascista que marcaría a fuego la historia argentina.
El flamante mandatario asumió en el Congreso, sin la presencia de los representantes de la oposición, en lo que fue un acto multitudinario en el que se designaron a los principales funcionarios del régimen, a saberse: Ángel Borlenghi en el ministerio del Interior, Juan Atilio Bramuglia en Relaciones Exteriores, Ramón A. Cereijo en Hacienda, Juan Pistarini en Obras Públicas, Belisario Gache Pirán en Justicia e Instrucción Pública, general José Humberto Sosa Molina en Guerra, almirante Fidel L. Anadón en Marina y Juan Carlos Picazo Elordi en Agricultura.
Por otra parte Rolando Lagomarsino fue designado secretario de Industria y Comercio, el brigadier Bartolomé de la Colina de Aeronáutica, José María Freire de Trabajo y Previsión y el Dr. Ramón Carrillo de Salud Pública.
Juan Duarte, cuñado de Perón fue nombrado secretario privado de la Presidencia, el coronel Domingo Mercante, gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Miguel Miranda asesor económico.
Con ese elenco el nuevo presidente comenzó su gobierno poniendo en marcha una verdadera revolución popular. Finalizada la ceremonia, se dirigió hacia la Casa de Gobierno, a la que llegó después de hacer una breve parada en la Catedral para orar frente a la tumba del Gral. San Martín.
La gran figura del movimiento después de su líder fue la de su esposa, Eva Duarte, a partir de ese momento, Evita, verdadera dirigente revolucionaria cuya imagen alcanzaría una inusitada proyección en el exterior.
Evita organizó y dirigió la Fundación Eva Perón que funcionó con fondos del Estado y dinero proveniente de sus afiliados y desde allí, en su carácter de Primera Dama, luchó con una pasión fanática y por momentos feroz en favor de los necesitados, los desamparados, las mujeres y los niños, consiguiendo puestos de trabajo para los desocupados, viviendas para los carenciados, colchones, ropas, medicamentos, máquinas de coser, juguetes, dinero y todo lo que la masa proletaria necesitaba. Ella misma en persona visitó a enfermos, marginados y abandonados, es decir, a todos aquellos que se hallaban en situación desesperante y alivió en buena parte su situación.
Poniendo en marcha un ambicioso plan social, la pareja presidencial instrumentó sistemas de salud y educación, visitó hospitales y barriadas humildes, recorrió las provincias más pobres y estuvo presente en todos aquellos lugares donde el menesteroso necesitaba de asistencia. Lo que no hicieron radicales y socialistas, lo hicieron Perón y Evita en persona.
La primera dama fundó el Partido Peronista Femenino y desde sus filas trabajó incansablemente por los derechos de la mujer, especialmente la obtención de su voto.
Perón encaró un impresionante plan de viviendas y como en tiempos de los conservadores, construyó grandes hospitales, salas de asistencia, escuelas, comedores populares, centros de estudio y recreación, complejos turísticos y hoteles que le sirvieron para instaurar una verdadera dictadura partidista que cambió los nombres de provincias, ciudades, estaciones de ferrocarril, avenidas, plazas, calles y edificios públicos, por los suyos (los de Perón y Evita), imponiendo en los establecimientos educacionales libros de lectura obligatorios y tendenciosos y colocando sus retratos y estatuas en reparticiones y dependencias gubernamentales, paseos públicos y plazas.
Al tiempo que ponía en marcha su programa social, Perón se embarcó en una carrera armamentista de envergadura que al igual que sus inclinaciones fascistas, preocupó en extremo al Departamento de Estado norteamericano y a las naciones vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. Para eso, hizo venir desde Europa a técnicos, ingenieros, científicos y militares de las naciones derrotadas del Eje como Kurt Tank, Reimar Horten, Hans Rudel, Adolf Galland, Otto Behrens, Werner Baumbach, el francés Emilie Dewoitine, el italiano Cesare Pallavecino, el polaco Ricardo Dyrgalla, y varios más, a quienes puso a trabajar en importantes proyectos científicos y militares como el de los caza a reacción Pulqui I y II, el entrenador avanzado I.Ae. DL-22, los bombarderos I.Ae 24 Calquin, el I.Ae 30 Ñancú, el gigantesco transporte aéreo I.Ae 38 “Naranjero”, el I.Ae. 35 “Huanquero” (Primer Justicialista del Aire), las alas delta Horten, el planeador I.Ae 25 “Buitre”, los motores I.Ae R-19 SR71 “El Indio” y el I.Ae 16 “El Gaucho”, las bombas voladoras Tábano y PAT-1. Esos científicos, el motor-cohete AN-1 y el controvertido proyecto nuclear de la isla Huemul.
Por aquellos días, la Argentina adquirió acorazados y cruceros con los que modernizó su Armada y aviones a reacción Gloster Meteor, bombarderos Avro Lincoln y Avro Lancaster para reforzar su flamante Fuerza Aérea al tiempo que daba expansión a la Flota Mercante y a la Flota Argentina de Navegación Fluvial.
Aprovechando esa coyuntura, Perón convirtió a sus Fuerzas Armadas en las más poderosas de América Latina y dio notable impulso a una incipiente industria pesada que se caracterizó por la producción en serie de automotores nacionales (sedán Justicialista, sedán Graciela en sus versiones standard, sport, súper sport, rural y furgón, el pequeño y eficiente camión Rastrojero para las tareas rurales), locomotoras (“Justicialista” CM1 y “Argentina” CM2), tractores (“Pampa”), motocicleta (“Puma”) y electrodomésticos (cocinas, lavarropas, heladeras, planchas, máquinas de cocer, estufas, ventiladores).
Pero más que por sus inclinaciones fascistas, su carrera armamentista y sus ambiciones expansionistas, la Argentina justicialista se ganó su pésima reputación por dar refugio a los peores criminales de guerra de la reciente conflagración, cuyas atrocidades habían llenado de espanto a la humanidad.
Durante el primer gobierno de Perón llegaron al país, entre otros, Adolf Eichmann, Joseph Mengele, Eduard Roshmann, Klaus Barbie, Joseph Shwammberger, Walter Kutschmann, Vittorio Mussolini y los temibles ustachas, entre los que se encontraban Ante Pavelic y Dinko Sakic con su feroz esposa Nada Esperanza Luburic, todos prófugos de la justicia aliada, a quienes se proveyó de ciudadanía y documentación.
Todo ello sirvió a Estados Unidos y sus aliados para acusar al régimen de nazi y a hablar de sus planes secretos para instaurar un IV Reich en la Argentina. El mundo no olvidaba el apoyo encubierto que nuestro país había brindado a las naciones del Eje durante la guerra y que el ministro de Agricultura y Abastecimiento del III Reich era argentino, único latinoamericano enjuiciado y condenado en Nüremberg, como tampoco que Carlos Fuldner, el ex SS que había intermediado entre Buenos Aires y los criminales prófugos, también lo era.
En 1949 Perón reformó la Constitución Nacional para acceder a un nuevo período presidencial, acortando el mandato de seis a cuatro años. Para entonces ya había nacionalizado los teléfonos, el servicio de gas, la energía eléctrica y los ferrocarriles. También creó el IAPI (Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio), nacionalizando el comercio exterior y modificando las leyes de Aduanas, Construcción y Energía.
Como todo régimen de corte fascista, el justicialismo persiguió a sus opositores cerrando y confiscando órganos informativos de prestigio, entre ellos “La Prensa” de Buenos Aires y “La Nueva Provincia” de Bahía Blanca, encarcelando a sus rivales y bloqueando el acceso a puestos de trabajo a todo aquel que no estuviera afiliado al Partido Justicialista, especialmente a los docentes.
Evita en persona enfrentó a los huelguistas ferroviarios en 1951 y dispuso la compra de pistolas ametralladoras y armas automáticas a Holanda para armar a la CGT y crear milicias populares.
Dueño absoluto del poder, Perón eliminó a varias figuras de la oposición, entre ellas Cipriano Reyes, víctima de un violento atentado que lo dejó gravemente herido y provocó la muerte de su chofer; el dirigente sindical Carlos Aguirre torturado y asesinado en los sótanos de la casa de gobierno en 1949; el empleado gráfico Roberto Núñez, asesinado el 27 de febrero de 1951 durante el ataque al diario “La Prensa” por militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista, y el dirigente comunista Juan  Ingalinella, médico rosarino secuestrado, torturado y asesinado por la policía entre el 16 y el 17 de junio d 1955.A esos ejemplos podríamos agregar los de decenas de personas encarceladas, torturadas y asesinadas por la policía del régimen en la penitenciaría de la Av. Las Heras y en la comisaría de Florida, partido de Vicente López, la masacre de los indios pilagás acaecida en Formosa en octubre de 1947, de la que el gobierno fue responsable directo y la sospechosa muerte de Juan Duarte, figura de notable influencia en el entorno de Perón, el 9 de abril de 1953.
En 1951 el movimiento promovió la candidatura de Evita a la vicepresidencia de la Nación. Durante el impresionante cabildo abierto del 22 de agosto de ese año, más de un millón de manifestantes exigieron a la primera dama aceptar la nominación pero ésta rechazó varias veces el pedido. Ningún argumento sirvió para aplacar a la multitud concentrada frente al gigantesco palco montado sobre la avenida 9 de Julio; el pueblo volvió una y otra vez a exigir a los gritos que aceptase el cargo y ella, finalmente, pidió tiempo para pensarlo. Veinticuatro horas después, presionada por Perón y su mal estado de salud, desistió.
No tardó en saberse que Evita estaba gravemente enferma, lo que no le impidió seguir apareciendo en público y hasta desplazarse junto a su marido en el automóvil presidencial después de la aplastante victoria electoral de 1952. Ese día, la multitud la vio pasar saludando y sonriendo, sin saber que como el Cid en Valencia, se hallaba sujeta a un armazón de hierro que la mantenía en pie. Falleció el 26 de julio de 1952, a los 33 años de edad, en medio del dolor popular que se manifestó en vigilias, jornadas de oración, procesiones y peregrinaciones a la Residencia Presidencial ubicada en pleno barrio de Recoleta. Sus funerales fueron impresionante, dignos de la Roma imperial o el Egipto de los faraones, algo nunca en la historia de América. La gente humilde, le erigió altares en sus hogares y comenzó a venerarla como a una santa.
La desaparición de Evita, coincidió con una serie de factores que parecieron debilitar al gobierno. Las medidas arbitrarias adoptadas en aquellos años y un par de malas cosechas, agravaron la situación. Francia e Inglaterra, los principales compradores de la Argentina, protestaron por los elevados precios de la carne y el cereal impuestos por el IAPI y las exportaciones se redujeron notablemente. Eso llevó a Perón a ignorar su antigua prédica antiimperialista y a firmar el desventajoso tratado petrolero con la “Standard Oil Inc. Co.” del que se agarraron sus detractores para denostarlo.
Imperaba ese clima cuando, al año siguiente estalló el conflicto con la Iglesia Católica, clara señal de que el omnipotente régimen comenzaba a tambalear y que sus días estaban contados.


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