jueves, 23 de mayo de 2019

Sorpresas te da la vida.


Sorpresas te da la vida. Por Vicente Massot

Si hubiera un premio nacional para aquella persona que fuese capaz de obrar la mayor y más impactante sorpresa del año, se lo llevaría, sin sombra de duda, Cristina Fernández. Nadie, ni siquiera su interlocutor preferido de los últimos meses, se imaginaba que la ex– presidente tomaría semejante decisión y le ofrecería —a él, precisamente— la candidatura que ella declinaba. Tanto es así que antes del miércoles a la tarde, cuando la viuda de Kirchner le hizo la oferta, el que fuera jefe del gabinete del matrimonio patagónico en sus años de esplendor, en un reportaje radial le dijo a los periodistas que lo entrevistaban lo siguiente: “La Señora, o acepta encabezar la boleta electoral del partido o debe marcharse a su casa. Eso —continuó— evitaría el riesgo de que el poder residiese en Juncal y Uruguay —esto es, el domicilio de Cristina Fernández— y el gobierno en la Casa Rosada”. Hoy, con seguridad, se arrepentirá de haber sido tan locuaz


Sin embargo, cuanto anticipó Alberto Fernández que no era conveniente repetir —pensando en Cámpora y Perón— es el dato nuclear de la cuestión. Porque la jugada de Cristina tendrá andadura sólo en la medida en que los votantes, y por sobre todo los mercados, no piensen que aquella funesta combinación de títere y titiritero —que tanto le costó a la Argentina en 1973— ha sido resucitada con otros personajes. Desde el lugar que se lo mire, no deja de ser extraño que el supuesto subordinado haya nombrado al futuro jefe.
Traer a comento la cuestión de si Alberto Fernández podrá demostrar su razón independiente de ser o si sólo seguirá a pie juntillas las órdenes de su mandante, no es una de esas especulaciones a las que son afectos —por razones distintas— los analistas y los malpensados. Tanto peso ha demostrado tener la duda, desde el mismo momento en que la candidatura fue anunciada, que el propio interesado saltó al ruedo el domingo para sostener que él no es Cámpora y Cristina no es Juan Domingo Perón.
El problema no reside en lo que nos trae el pasado. Antes bien, está en lo que la flamante formula de Unidad Ciudadana —si fuera definitiva— podrá, de aquí en adelante, generar en términos de credibilidad. Se podrá argumentar con fundadas razones que el elegido, Alberto Fernández, resulta el mayor saltimbanqui político–ideológico del último medio siglo. Pasó, sin inmutarse, del nacionalismo peronista al cavallismo, y del menemismo y el duhaldismo al kirchnerismo. También orbitó en derredor de Sergio Massa y de Florencio Randazzo cuando había roto sus vínculos con la mujer que lleva su mismo apellido y que acaba de darle un espaldarazo fenomenal. Todo esto lo conocemos de sobra. ¿Pero tiene alguna relevancia? La respuesta depende de lo que piensen los tres colectivos a los cuales se hizo referencia más arriba: los gobernadores peronistas, los mercados y los votantes todavía indecisos que definirán la elección, en uno u otro sentido.
Ante la obligación de dar un parecer acerca de este verdadero giro copernicano obrado por la ex presidente es necesario tomar en consideración que sus fundamentos —sobre los que es dable conjeturar hasta el fin de los tiempos— siempre tendrán menos peso que los resultados. Parece claro que hubo, al menos, dos motivos capaces de explicar la decisión: 1) la sospecha, por un lado, de que su figura generaba rechazos demasiado extendidos en la sociedad como para ganar en octubre; y 2) la necesidad, por tanto, de ensanchar, con base en el PJ, su caudal de votos.
Existen otros dos motivos en torno de los cuales se han tejido mil especulaciones: el estado de salud de su hija Florencia, cuya estadía en Cuba amenaza prolongarse sine die —no sólo en virtud de su estado de salud— y, además, la autoridad que tendría Alberto Fernández, si resultara electo, para indultarla en el caso de que ella fuera condenada en una de las tantas causas abiertas en su contra por corrupción. Como quiera que haya sido, sus razones pertenecen a la historia y sólo Cristina y —en menor medida— Alberto Fernández, saben la verdad. Es posible que algún día la Señora haga un relato pormenorizado de cómo y por qué optó por seguir el camino que la condujo a bendecir a quien fuera el jefe de gabinete de su difunto marido y de ella misma, al menos por un tiempo. También es posible que nunca más mencione el tema. En cualquier caso, importa poco.
De cara a lo que viene los mandatarios de la mayor parte de las provincias en manos del justicialismo le han abierto una carta de crédito a la jugada. Contados como propios e incondicionales, a los de Formosa, Santa Cruz y San Luis se le han sumado ahora los de San Juan, Entre Ríos, Tucumán, La Rioja, Santiago del Estero, Chaco, La Pampa y Tierra del Fuego. Si no se pierde de vista que la noticia se conoció el sábado de mañana, que cuarenta y ocho horas más tarde tuviera tamañas adhesiones no es poca cosa. El ensanchamiento del espacio —pues— comenzó de la mejor manera.
En cuanto a la reacción de los mercados y el parecer de los indecisos poco se sabe, y es lógico que así sea. Es posible que en las próximas semanas, más cerca del 22 de junio, comiencen a trascender los nombres de los candidatos para la gobernación de Buenos Aires, por ejemplo, y los de las listas de diputados y senadores nacionales. Dejarán ver, con algo más de claridad, qué tanto ha sido la injerencia de Cristina y de sus laderos de La Cámpora en la conformación de esas listas y cuánto el margen de maniobra de Alberto Fernández.
Si alguien pensó en serio que el anuncio despejó las incertidumbres —que constituyen el fenómeno más acusado de la Argentina política— se equivocó de medio a medio. La centralidad de Cristina Fernández —que lleva la iniciativa— también produjo impacto en el peronismo federal y el oficialismo. Al primero le movió seriamente la estantería, si la legión de gobernadores señalados —muchos de los cuales habían quedado a la espera de la victoria de Juan Schiaretti a los efectos de tomar una decisión— resultasen definitivamente tentados por la promesa de construir una alianza de ancho porte para competir, en igualdad de condiciones y posibilidades de éxito, contra el macrismo. Con Sergio Massa cavilando si dar o no el salto en pos del kirchnerismo, la tropa de los federales luce desarbolada y más necesitada que nunca de sumar como sea a Roberto Lavagna, y al polo progresista de Stolbizer y el socialismo santafesino a su espacio.
No fue casualidad que el que fuera ministro de Economía —de Eduardo Duhalde, primero, y de Néstor Kirchner, más tarde— haya hecho pública su candidatura el día lunes. Prolongar la espera es un lujo que ni él ni tampoco el peronismo federal están en condiciones de darse. No tenían tanto apuro en la medida que Cristina Fernández no moviese sus piezas en el tablero político. Ahora que lo ha hecho no hay lugar para más dilaciones, que resultarían suicidas. En el mismo momento que Roberto Lavagna daba el sí, Juan Schiaretti dejaba trascender que, en la reunión cumbre del grupo que se llevara a cabo hoy, sus principales referentes le pedirán una definición a Sergio Massa respecto de dónde está parado y de cuáles son sus lealtades. Las medias tintas —o, si prefiere, la estrategia de navegar a dos aguas— carece de sentido a esta altura del partido. Por una razón elemental: para ordenarse y forjar un plan de acción deben saber quiénes son. Aunque parezca mentira, todavía no tienen idea a ese respecto.
Y en las tiendas oficialistas, ¿qué pasa? A estar por las declaraciones de carácter público, la fórmula de los Fernández no parece preocuparle al presidente ni a Marcos Peña y Jaime Duran Barba. Eso lo dicen de la boca para afuera; y llevan razón. Sería una insensatez trasparentar lo contrario. Sin embargo no son tan cerrados como para no darse cuenta que —de buenas a primeras— el escenario ha cambiado. Nadie imagina en la Casa Rosada que haya que poner en marcha un plan alternativo pero la gran mayoría del radicalismo y los seguidores de la teoría de Emilio Monzó amenazan volver a la carga con la idea de que —frente a la movida kirchnerista— es necesario pensar de nuevo. Salvo que Marcos Peña abandone la escena —algo impensable— la candidatura de Macri no estará sujeta a discusión. Claro que si las encuestas mostraran que Macri sigue abajo de Alberto Fernández y corriese riesgo de perder María Eugenia Vidal la provincia de Buenos Aires…