Sorpresas te da la vida. Por Vicente Massot
Si hubiera un premio nacional para
aquella persona que fuese capaz de obrar la mayor y más impactante
sorpresa del año, se lo llevaría, sin sombra de duda, Cristina
Fernández. Nadie, ni siquiera su interlocutor preferido de los últimos
meses, se imaginaba que la ex– presidente tomaría semejante decisión y
le ofrecería —a él, precisamente— la candidatura que ella declinaba.
Tanto es así que antes del miércoles a la tarde, cuando la viuda de
Kirchner le hizo la oferta, el que fuera jefe del gabinete del
matrimonio patagónico en sus años de esplendor, en un reportaje radial
le dijo a los periodistas que lo entrevistaban lo siguiente: “La Señora,
o acepta encabezar la boleta electoral del partido o debe marcharse a
su casa. Eso —continuó— evitaría el riesgo de que el poder residiese en
Juncal y Uruguay —esto es, el domicilio de Cristina Fernández— y el
gobierno en la Casa Rosada”. Hoy, con seguridad, se arrepentirá de haber
sido tan locuaz
Sin embargo, cuanto anticipó Alberto
Fernández que no era conveniente repetir —pensando en Cámpora y Perón—
es el dato nuclear de la cuestión. Porque la jugada de Cristina tendrá
andadura sólo en la medida en que los votantes, y por sobre todo los
mercados, no piensen que aquella funesta combinación de títere y
titiritero —que tanto le costó a la Argentina en 1973— ha sido
resucitada con otros personajes. Desde el lugar que se lo mire, no deja
de ser extraño que el supuesto subordinado haya nombrado al futuro jefe.
Traer a comento la cuestión de si
Alberto Fernández podrá demostrar su razón independiente de ser o si
sólo seguirá a pie juntillas las órdenes de su mandante, no es una de
esas especulaciones a las que son afectos —por razones distintas— los
analistas y los malpensados. Tanto peso ha demostrado tener la duda,
desde el mismo momento en que la candidatura fue anunciada, que el
propio interesado saltó al ruedo el domingo para sostener que él no es
Cámpora y Cristina no es Juan Domingo Perón.
El problema no reside en lo que nos trae
el pasado. Antes bien, está en lo que la flamante formula de Unidad
Ciudadana —si fuera definitiva— podrá, de aquí en adelante, generar en
términos de credibilidad. Se podrá argumentar con fundadas razones que
el elegido, Alberto Fernández, resulta el mayor saltimbanqui
político–ideológico del último medio siglo. Pasó, sin inmutarse, del
nacionalismo peronista al cavallismo, y del menemismo y el duhaldismo al
kirchnerismo. También orbitó en derredor de Sergio Massa y de Florencio
Randazzo cuando había roto sus vínculos con la mujer que lleva su mismo
apellido y que acaba de darle un espaldarazo fenomenal. Todo esto lo
conocemos de sobra. ¿Pero tiene alguna relevancia? La respuesta depende
de lo que piensen los tres colectivos a los cuales se hizo referencia
más arriba: los gobernadores peronistas, los mercados y los votantes
todavía indecisos que definirán la elección, en uno u otro sentido.
Ante
la obligación de dar un parecer acerca de este verdadero giro
copernicano obrado por la ex presidente es necesario tomar en
consideración que sus fundamentos —sobre los que es dable conjeturar
hasta el fin de los tiempos— siempre tendrán menos peso que los
resultados. Parece claro que hubo, al menos, dos motivos capaces de
explicar la decisión: 1) la sospecha, por un lado, de que su figura
generaba rechazos demasiado extendidos en la sociedad como para ganar en
octubre; y 2) la necesidad, por tanto, de ensanchar, con base en el PJ,
su caudal de votos.
Existen otros dos motivos en torno de
los cuales se han tejido mil especulaciones: el estado de salud de su
hija Florencia, cuya estadía en Cuba amenaza prolongarse sine die —no
sólo en virtud de su estado de salud— y, además, la autoridad que
tendría Alberto Fernández, si resultara electo, para indultarla en el
caso de que ella fuera condenada en una de las tantas causas abiertas en
su contra por corrupción. Como quiera que haya sido, sus razones
pertenecen a la historia y sólo Cristina y —en menor medida— Alberto
Fernández, saben la verdad. Es posible que algún día la Señora haga un
relato pormenorizado de cómo y por qué optó por seguir el camino que la
condujo a bendecir a quien fuera el jefe de gabinete de su difunto
marido y de ella misma, al menos por un tiempo. También es posible que
nunca más mencione el tema. En cualquier caso, importa poco.
De cara a lo que viene los mandatarios
de la mayor parte de las provincias en manos del justicialismo le han
abierto una carta de crédito a la jugada. Contados como propios e
incondicionales, a los de Formosa, Santa Cruz y San Luis se le han
sumado ahora los de San Juan, Entre Ríos, Tucumán, La Rioja, Santiago
del Estero, Chaco, La Pampa y Tierra del Fuego. Si no se pierde de vista
que la noticia se conoció el sábado de mañana, que cuarenta y ocho
horas más tarde tuviera tamañas adhesiones no es poca cosa. El
ensanchamiento del espacio —pues— comenzó de la mejor manera.
En cuanto a la reacción de los mercados y
el parecer de los indecisos poco se sabe, y es lógico que así sea. Es
posible que en las próximas semanas, más cerca del 22 de junio,
comiencen a trascender los nombres de los candidatos para la gobernación
de Buenos Aires, por ejemplo, y los de las listas de diputados y
senadores nacionales. Dejarán ver, con algo más de claridad, qué tanto
ha sido la injerencia de Cristina y de sus laderos de La Cámpora en la
conformación de esas listas y cuánto el margen de maniobra de Alberto
Fernández.
Si alguien pensó en serio que el anuncio
despejó las incertidumbres —que constituyen el fenómeno más acusado de
la Argentina política— se equivocó de medio a medio. La centralidad de
Cristina Fernández —que lleva la iniciativa— también produjo impacto en
el peronismo federal y el oficialismo. Al primero le movió seriamente la
estantería, si la legión de gobernadores señalados —muchos de los
cuales habían quedado a la espera de la victoria de Juan Schiaretti a
los efectos de tomar una decisión— resultasen definitivamente tentados
por la promesa de construir una alianza de ancho porte para competir, en
igualdad de condiciones y posibilidades de éxito, contra el macrismo.
Con Sergio Massa cavilando si dar o no el salto en pos del kirchnerismo,
la tropa de los federales luce desarbolada y más necesitada que nunca
de sumar como sea a Roberto Lavagna, y al polo progresista de Stolbizer y
el socialismo santafesino a su espacio.
No
fue casualidad que el que fuera ministro de Economía —de Eduardo
Duhalde, primero, y de Néstor Kirchner, más tarde— haya hecho pública su
candidatura el día lunes. Prolongar la espera es un lujo que ni él ni
tampoco el peronismo federal están en condiciones de darse. No tenían
tanto apuro en la medida que Cristina Fernández no moviese sus piezas en
el tablero político. Ahora que lo ha hecho no hay lugar para más
dilaciones, que resultarían suicidas. En el mismo momento que Roberto
Lavagna daba el sí, Juan Schiaretti dejaba trascender que, en la reunión
cumbre del grupo que se llevara a cabo hoy, sus principales referentes
le pedirán una definición a Sergio Massa respecto de dónde está parado y
de cuáles son sus lealtades. Las medias tintas —o, si prefiere, la
estrategia de navegar a dos aguas— carece de sentido a esta altura del
partido. Por una razón elemental: para ordenarse y forjar un plan de
acción deben saber quiénes son. Aunque parezca mentira, todavía no
tienen idea a ese respecto.
Y en las tiendas oficialistas, ¿qué
pasa? A estar por las declaraciones de carácter público, la fórmula de
los Fernández no parece preocuparle al presidente ni a Marcos Peña y
Jaime Duran Barba. Eso lo dicen de la boca para afuera; y llevan razón.
Sería una insensatez trasparentar lo contrario. Sin embargo no son tan
cerrados como para no darse cuenta que —de buenas a primeras— el
escenario ha cambiado. Nadie imagina en la Casa Rosada que haya que
poner en marcha un plan alternativo pero la gran mayoría del radicalismo
y los seguidores de la teoría de Emilio Monzó amenazan volver a la
carga con la idea de que —frente a la movida kirchnerista— es necesario
pensar de nuevo. Salvo que Marcos Peña abandone la escena —algo
impensable— la candidatura de Macri no estará sujeta a discusión. Claro
que si las encuestas mostraran que Macri sigue abajo de Alberto
Fernández y corriese riesgo de perder María Eugenia Vidal la provincia
de Buenos Aires…