Como Bananas de Woody Allen
10-05-13 00:00
Por Fernando Gonzalez Director Periodístico fgonzalez@ cronista.com
Bananas
es una de las mejores películas del genial Woody Allen. Es una sátira de un
país latinoamericano con algo de Cuba y algo del prejuicio estadounidense medio
que en 1971 existía sobre la región. En la mitad del filme, el líder
guerrillero triunfante pronuncia su primer discurso tras la toma del palacio y
dicta sus primeras medidas: la población deberá cambiarse la ropa interior
todos los días y ponerse los calzones por encima de los pantalones para que el
gobierno pueda comprobarlo. Así describe Allen esa suerte de locura que se
apodera de algunos gobernantes cuando llegan al poder y después quieren
aferrarse al mismo de cualquier manera.
El espíritu bananero de Allen pareció contagiar a
la Argentina de los últimos tres días. El giro de 180 grados que protagonizó la
Presidenta sumió a la población en un estado de confusión que recuerda las
peores etapas de estas tres décadas de democracia. La batalla cultural de la
pesificación, que el kirchnerismo adoptó como marketing, fue arrojada al tacho
de basura con una facilidad asombrosa. Se derrumbó 24 días antes de cumplir un
año. El blanqueo apurado que lanzó el Gobierno lleva las huellas de la
desesperación. Los ciudadanos antipatria que compraron dólares en las cuevas;
los que viajaron a Colonia para obtener dólares en los cajeros automáticos y
los que los mantienen en el exterior ahora pueden traerlos para disfrutar de
nuestro sorpresivo paraíso fiscal.
La
frustración de apoderó de los argentinos que siempre pagaron sus impuestos o llenaron
trámites interminables para recibir unos pocos dólares que les permitieran
viajar al exterior. Como en el cambalache discepoliano, todo es igual, nada es
mejor. La pesificación resultó finalmente lo que se sospechaba. Un ardid que
ningún funcionario defendió cuando el dólar blue atravesó la barrera temible de
los diez pesos.
El fenómeno de las
explicaciones públicas del equipo económico llevaron también la marca en el orillo
del branding bananero. Axel Kicillof
defendió la redolarización de la economía con la misma vehemencia y con la
misma soberbia que había defendido la pesificación hace apenas un año.
Echando culpas a todos los gobiernos anteriores y sin que se le escapara jamás
una autocrítica, el tono de voz del viceministro recordó jornadas tensas que en
el pasado reciente supo protagonizar Domingo Cavallo. Tiene dificultades
severas para la gestión, pero Kicillof probó ayer en el Senado que le sobran
palabras para ser un legislador de los que defienden cualquier causa, al estilo
del insuperable Miguel Pichetto.
El problema de los
países bananeros es que, a la larga, no son tomados en serio por sus vecinos ni
por sus habitantes. Algo va mal si los funcionarios no resuelven los
problemas reales; si la oposición no formula propuestas creíbles; si se pasa
por encima de los jueces y las leyes se cambian sólo para acomodarlas a los
caprichos políticos o económicos del momento. La Argentina todavía está a
tiempo de escapar de esa trampa en la que caímos tantas veces. Pero tiene que
empezar a transitar un camino muy diferente. Con más sensatez, más eficacia y
más honestidad. Con menos pobreza, menos inflación y menos bolsos con plata de
origen desconocido.
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