Hay
que reconocer que la Presi tiene un timing precioso a la hora de
comunicar medidas de gobierno. Ella está para las buenas noticias, la
inauguración de una línea de producción de la marca de indumentaria
obrera Lacoste, la puesta en marcha de un autito nacional y popular de
ciento cuarenta lucas, la ampliación de una fabrica de pomos o la
apertura de un carro choribondiolero al paso en costanera. A falta de
obras concretas, siempre se puede prometer y, si bien ya no estamos para
apertura de licitaciones –y la compra directa se les da muy bien- las
promesas televisadas siempre garpan, como el anuncio de alguna obra que,
tal vez, si pinta, en una de esas, alguna vez llevarán a cabo. Es
cierto que las represas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic fueron
anunciadas más veces que la despedida de los Chalchaleros –y convengamos
que uno de los interesados anda con un par de problemitas con la
justicia- pero siempre, siempre se pueden dar buenas noticias.
El tema es que, para las malas, la Presi
manda al matadero a los más impresentables que pueda hallar, cosa que,
en este gabinete, es algo tan sencillo como levantar el dedo y hacer
ta-te-ti. Por eso nunca pone la caripela a la hora de abordar temas
escabrosos, de esos que hacen que la lógica militante entre en colapso
nervioso al no saber qué putear y qué aplaudir. La técnica tiene lógica:
Guillote Moreno y Ricardo Echegaray cosechan menos simpatías que la
defensa de Boquita, Axel Kicillof no logra hablar sin señalar con el
dedo entablillado, Hernán Lorenzino sólo era junado por su fonoaudiólogo
hasta que tuvo ese inconveniente con una periodista griega, y Mechita
Marcó del Pont que, si no fuera por estas conferencias de prensa,
integraría el padrón de NN de la planta de gabinete nacional. Si a esto
le sumamos que la única vez que la Presi apareció en medio del caos fue
insultada de arriba a abajo -durante la inundación platense- el cuadro
cierra perfectamente.
Lo que realmente resulta interesante es
que nosotros seguimos siendo ese factor X del que necesitan y al que
desprecian. No pueden vivir sin nosotros, aunque darían cualquier cosa
–que no sea de sus bolsillos- para que no rompamos los gobelinos. Y eso
que no exigimos demasiado. Es más, nuestras pretensiones han caído tan
bajo que, últimamente, con tal de que nos garanticen la vida para gozar
de lo que producimos, nos alcanza.
Por
eso es que nos tratan de gorilas inconformistas por quejarnos del
impuesto a las ganancias, mientras aseguran sin sonrojarse que sólo el
19% de los laburantes paga dicho impuesto, haciéndose los boludos con
ese otro 81% que ni califica para el piso bajísimo que tiene ganancias.
Por eso es que no nos dejan comprar dólares en blanco, dado que nuestros
aportes –esos que deducen como astronómicos- no se condicen con lo que
queremos comprar. Por eso es, también, que pueden presumir que, si
cobramos determinado monto de dinero, segurísimo tenemos personal
doméstico, si tenemos más de tres macetas contamos con servicio de
jardinería, y si disponemos de un sistema de grifería, seguramente,
tenemos un plomero con cama adentro. Es por eso, seguro. Porque como
dijo De Vido, nosotros nos quejamos para ir a gastar plata a Miami. Lo
que no pueden explicar es por qué el kiosquero de Laferrere, el remisero
Floresta o el administrativo de Villa Soldati debe financiar esos
pasajes que Aerolíneas Argentinas efectúa a Miami, para que el argentino
con ganas vaya a delirarse la guita allá, con el dólar a cotización
oficial y una retención que, así y todo, resulta conveniente.
El tema pasa cuando se acaba la tarasca y
todos esos insultos de cacerolos golpistas, de cipayos vendepatrias y
de gorilas destituyentes se convierten en brazos abiertos para que,
aquellos que prefirieron pagar de más en el mercado negro por el terror a
la pérdida del poder adquisitivo, ahora le entreguen alegremente ese
sacrificio a los que, con la economía recalentada, pusieron quinta y
pisaron el acelerador tan al mango, que hasta Paraguay tiene que
aumentar sus controles fronterizos para evitar el contrabando
proveniente de nuestro país.
Cada vez que sucede algo que preocupa,
Cristina se guarda y entrega a los que nadie vota. Podría decirse que es
para cuidar su imagen aunque, si fuera por eso, no daría más cadenas
nacionales al pedo. Cuando murió más de medio centenar de personas en el
choque de un tren oxidado y sin frenos, apareció primero Schiavi para
afirmar que si hubiera pasado en la Luna, la escasa fuerza de gravedad
habría puesto en órbita a los pasajeros y no habrían muerto. Luego vino
el traspaso de jurisdicción y le dieron el manejo de los transportes a
Randazzo, quien propició una revolución que, por lo pronto, recién nos
tiene en Sierra Maestra luchando contra los mosquitos. ¿Cris? Bueno, la
Presi se limitó a pucherear en un acto y gritar que ahora sí vamos por
todo. Un año después, dijo que la muerte es fea y que ella sabe lo que
es perder a alguien, pero “que se le va a hacer, así es la vida”. Es un
mecanismo al menos raro para una persona que repite a cada rato que ella
es la que da todas las órdenes y que nada, absolutamente nada, se hace
sin su consentimiento.
Ahora,
lo in en la moda Cristinista de la temporada otoño-invierno, pasa por
un blanqueo general que excede a la economía. Un lavado de cara
gubernamental. Al menos eso es lo que se desprende de la actitud
adoptada por el Juez Casanello, que el lunes por la mañana, a horas del
listado de funcionarios enriquecidos que exhibió Lanata en su programa,
reunió a buena parte de su personal para ordenar que despierten de la
siesta a la causa de Ricardo Jaime y lo procesen en menos de un mes. Es
el mismo Juez que tardó más días en allanar La Rosadita que en
desestimar la denuncia contra la Procuradora Gils Carbó por
irregularidades en la designación de fiscales.
Entre tanto, la militancia entró en la
encrucijada de quien banca a muerte todo lo que tenga que ver con el
kirchnerismo y, al mismo tiempo, daría su vida para que muchas cosas
nunca hubieran pasado. Podemos verlo en algunas notas de Página donde,
ante la imposibilidad de obviar el tema, no tienen tapujos en afirmar
que lo que importa es el modelo, por encima de algunos actos de
corrupción. Aparentemente, está más que claro que no importan unos pocos
miles de millones de billetes gringos kirchnereados. Lo que vale es que
la monada tomó consciencia del trabajo solidario y hoy participa en la
contención de los dramas que podrían solucionarse con unos miles de
millones de billetes gringos que ya no están. Habría que tenerles
piedad, dado que no es fácil pasar del aguante permanente a la cultura
de la pesificación en defensa del modelo, impulsada por quienes le rezan
a la estampita del Washington verde, a tener que aplaudir una ley que
pide, ruega de rodillas, implora que saquemos los verdes del colchón y
se los entreguemos, por el bien del modelo.
Pero a los que no comulgamos con ellos,
nos piden coherencia y argumentos para justificar nuestra oposición, a
los que responden alegremente con una afirmación tan de maqueta que
daría risa, si no fuera porque proviene de la boca de alguien que
realmente cree en esta joda.