Por Jorge Raventos
Para La capital de Mar del Plata y El Espejo de la Argentina
Aunque en palacio se conjeturaba que el 18 de abril sería una jornada
incómoda para la Presidente (motivo por el cual su camarilla había
aconsejado una semana antes que ese día ella estuviese prudentemente
lejos de la Argentina), ni los más precavidos imaginaban las dimensiones
ni la extensión de la protesta que recorrió barrios, pueblos y ciudades
del país.
El 18 A superó con amplitud las movilizaciones precedentes de
septiembre (13 S) y noviembre (8N). En Buenos Aires, sin disminuir su
intensidad en el centro de la Capital, la convocatoria creció en los
barrios; en el conurbano tuvo expresiones masivas en el Norte y en el
Sur (fue notoria en Lanús, por ejemplo, uno de los epicentros de la
inseguridad); fue muy amplia en La Plata, que aún sufre las
consecuencias de la inundación del 2 de abril, y en Mar del Plata; fue
masiva en Córdoba, en Rosario, en Mendoza, en Salta, en Tucumán…En fin,
en todo el país cientos de miles de personas le dieron al gobierno otra
vez (la tercera en siete meses), un mensaje elocuente.
El oficialismo, por su parte, respondió nuevamente de modo
inequívoco: con el silencio de la Presidente, con la reafirmación de sus
principales voceros de que el gobierno no cambiará sus designios y con
la decisión desafiante de sus senadores de votar la reforma de la
Justicia la misma tarde en que millones le reclamaban lo contrario. ¿No
oyen o no escuchan?
El oficialismo está dispuesto a usar los poderes de que dispone
mientras los tenga porque sabe que el tiempo corre en su contra: la
atmósfera de fin de ciclo que se vive en el país puede empezar a
concretarse institucionalmente en las primarias abiertas y
obligatorias de agosto (si es que no las suspenden para ahorrarse sus
consecuencias) y consumarse en las elecciones generales de octubre,
cuando muy probablemente perderá la hegemonía parlamentaria y se
evaporarán ya sin atenuantes las ilusiones rereeleccionistas.
Las multitudes del 18 A (“multitudes imaginarias” las calificó el
intelectual oficialista Horacio González) no sólo anticipan esas
circunstancias, sino que trabajan para producirlas: esta vez las
consignas no se limitaron a reclamar en defensa de la Justicia y la
división de poderes, contra la inseguridad, la corrupción y la
pretendida reforma de la Constitución, sino que promovieron activamente
el surgimiento de alternativas políticas y electorales capaces de
traducir en términos de votos la convergencia que se expresó en calles y
plazas.
La sociedad argentina, que no terminó aún de superar la crisis de
principios del siglo, ya no exige “que se vayan todos”. Más bien pide
que se desarrolle en el mundo de la política un espíritu constructivo,
capaz de dialogar, coincidir y acordar, de modo de que el fin de ciclo
pueda materializarse en la práctica.
En ese sentido, el 18 A no fue sólo una protesta contra el gobierno,
sino un reclamo a las fuerzas políticas no-K: actúen coordinadamente,
sean eficaces, abran las avenidas para que este abigarrado pluralismo
pueda articularse, organizarse y vencer.
Del 13 de septiembre (13 S) hasta aquí, las fuerzas políticas no-K
algo han avanzado. Es más que improbable que todas ellas puedan
constituir una lista común. Probablemente también sería
contraproducente: hay historias y genéticas que necesitan estar
separadas como condición para coincidir en algunas cuestiones
fundamentales.
Lo que ya se observa es la propensión a aceptar y dar forma a esas
coincidencias: por ejemplo, un compromiso público de todas las fuerzas
(y posteriormente, de sus candidatos electorales) a rechazar la reforma
constitucional que quiere motorizar el gobierno, oponerse a la
re-reelección, frenar la llamada “democratización de la Justicia” o, con
un nuevo Congreso, anular las leyes que el oficialismo pueda aprobar
ahora al galope, amparado en su dominio legislativo.
Más allá de estas y otras coincidencias básicas en las que puede
alcanzarse un consenso general de las fuerzas no-K, también empiezan a
perfilarse espacios comunes de corrientes afines, que podrían -ellas sí-
coincidir en las mismas boletas electorales. Hay, objetivamente, un
espacio radical-socialista (los medios suelen llamarlo “de
centroizquierda”) del que forman parte la UCR y algunas de sus
segregaciones, como el GEN, de Margarita Stolbizer, y el partido
Socialista de Hermes Binner, que todavía no fraguó en una coalición
electoral por culpa de los tironeos facciosos y los narcisismos de cada
fuerza, pero que probablemente se unirá cuando suene la hora de las
urnas si no quiere naufragar en la irrelevancia.
Hay también una fuerza creciente que tiene como eje al peronismo no-K
pero va más allá. En las últimas semanas se ha constituido un embrión
de centro coordinador de esas fuerzas, a través del trío formado por
José Manuel De la Sota, Roberto Lavagna y Hugo Moyano. Si la presencia
del líder camionero no fuera suficiente para indicar que este sector
cuenta con el respaldo de lo que el peronismo siempre consideró su
“columna vertebral” (el sindicalismo), hay que nombrar también a Luis
Barrionuevo, dirigente de la CGT Azul y Blanca, y de Gerónimo Venegas,
número uno de las 62 Organizaciones.
En la última semana el trío De la Sota-Lavagna-Moyano se reunió con
un amplio espectro de dirigentes del justicialismo bonaerense y, por
cuerda separada, con quien apunta a ser la cabeza de su lista de
diputados en la decisiva provincia de Buenos Aires, Francisco De Narváez
(un hombre que, por otra parte, no oculta sus contactos con el
gobernador Daniel Scioli, siempre hostigado desde el poder central). Se
va concretando así el espacio peronista no-K en la geografía bonaerense.
Se trata de una herramienta fundamental para el conjunto de las fuerzas
que quieren ponerle freno al kirchnerismo, porque facilita el
trasvasamiento de sectores territoriales peronistas que, forzados por la
dependencia financiera del poder central, no han saltado todavía el
cerco pero advierten que la terca insistencia del “modelo K”, y su
estilo de confrontación permanente, aísla al justicialismo y daña a los
gobiernos locales satelizados.
El peronismo no-K seguramente concretará un frente con el macrismo en
la ciudad de Buenos Aires, con las candidaturas de Roberto Lavagna y
Gabriela Michetti. El Pro, que por ahora mañerea en la provincia de
Buenos Aires por antiguos roces entre Mauricio Macri y Francisco De
Narváez, terminará coincidiendo con la construcción peronista: si Macri
tiene aspiraciones presidenciales para el 2015, no le convendría
aislarse en 2013. Defraudaría a quienes, en las marchas del 18 A le
reclaman a las fuerzas políticas dejar de lado las pequeñeces.
Así, con la construcción de espacios comunes -que seguramente
adquirirán formas específicas en cada escenario provincial, pero
responderán a un diseño convergente- las corrientes que hasta ahora han
sido equívocamente nombradas como “la oposición”, pueden ayudar a
construir la alternativa que la sociedad y la realidad están
demandando.
Para completar el cuadro, el domingo 14 la televisión le hizo sufrir
a la presidenta una fuerte desventura: Jorge Lanata volvió a Canal 13 y
detonó las primeras cargas de una investigación -que todavía no terminó
de explotar- sobre “la ruta del dinero K”. La investigación de Lanata
agregó combustible a las manifestaciones del jueves 18 y ha puesto en
marcha un proceso de mayor aliento cuyas consecuencias el reducido
entorno presidencial empieza a medir con aprensión.
En fin, para agregar a una semana dura para el oficialismo, la
Presidente se quedó muda (así lo confesó, y eso no es poca cosa) por el
fallo de Cámara que decretó la inconstitucionalidad de dos artículos de
la Ley de Medios.
Las guerras presidenciales no se terminan. Y ahora el enemigo es el tiempo.