En primera persona, con las disculpas del caso
Me tienen harto los periodistas que intentan evaluar medidas de gobierno desde el simple enunciado, como si no supieran que hace 10 años que gobierna una gente que todo lo que hace conlleva segundas y terceras intenciones. Los análisis de la ley de medios me tienen harto, se agotan en la certeza de que era la ley Clarín. Me harta el análisis de cualquier medida del gobierno kirchnerista, porque sé perfectamente que busca sacar tajada de algo ajeno, en beneficio propio.
No suelo escribir artículos a título personal. Los lectores asiduos de estas notas lo saben, y les pido de antemano las disculpas del caso. No es del todo correcto hacerlo.
Pero debo decir algunas cosas que provienen vaya uno a saber de qué distrito del cuerpo, donde se mezcla el racionamiento con lo visceral, y se vuelve palabra. Y la palabra es mucho más sencilla de lo que cualquier razonamiento profundo pueda llegar a sugerir : Me tienen harto.
Me tienen harto los funcionarios del gobierno, desde Cristina Kirchner hasta el último de los cagatintas de escritorio, porque hace ya diez años que me quieren vender una realidad fraguada.
Primero me quisieron contar que lo que viví durante los setenta era mentira. Que los asesinos miserables eran solamente los que vestían uniforme y secuestraban bebés, cuando yo estuve ahí en la calle viendo también a los asesinos de patillas y edad temprana, algunos de los cuales hoy son diputados de la nación.
Me quisieron hacer creer que el ladrón más grande de la historia de este país había sido, en realidad, un prócer. Y que era un genio político inigualable que había pagado la deuda externa y sembrado un modelo para cien años. Ahora, cuando todos ven de forma inapelable la forma en que ese tipo robó, cuando ven al país descolgado del mundo civilizado a causa de sus deudas impagas y cuando los perros corren a la gente por los aeropuertos y casas de cambio para olfatear si tienen encima un dolar, me siguen teniendo harto.
Me tienen, adicionalmente, harto, los seguidores de este gobierno porque son, política y moralmente, una comparsa. Porque levantan banderas del Che Guevara mientras se babean por archimilllonarios de Puerto Madero y quieren hacer la revolución contra la derecha, mientras sus líderes los saludan agitando un sobre Louis Vuitton desde una Testarossa. Tienen en la cabeza un viaje de LSD mezclado con mayonesa vencida y caca, y ya estoy harto de esa gente.
Porque se lo pasan hablando de la patria grande mientras nos están robando la patria chica ante sus orgásmicos vítores.
Me tienen harto los Kiciloffes que desde su soberbia pretenden explicarme que el país está fantástico, que los dólares sobran, que nunca estuvimos mejor, al mismo tiempo que tratan de justificar un blanqueo que permite ingresar legalmente capitales hasta del narco.
Me tiene harto esa presunta superioridad moral e intelectual de la que hacen gala los cómplices de este latrocinio. Los que hablan tanto de los pobres pero no se enteran que en el noroeste argentino los chicos se mueren de hambre, y a los descendientes de pueblos originarios lisa y llanamente los asesinan.
Los que en lugar de convertir las villas en barrios obreros decentes, las usan como reservorio de mano de obra violenta mediante sus punteros. Trata de blancas, abuso de menores y cultivo de marginalidad. Harto de escuchar tanto discurso hueco que en 10 años todavía no se enteró que el narcotráfico se enseñorea a piacere en todo el territorio. Que la periferia de las grandes ciudades es tierra de nadie y que se consigue con más facilidad un 38 que un paquete de yerba.
Me tiene harto el ignorante que apoya por ignorante, el universitario supuestamente letrado que me aseguraba que con la plata del Anses iba a haber crédito barato para todos y todas, y hasta me tiene harto la voz repugnantemente soberbia de la locutora oficial que anuncia cuando habla la presidente.
Me tienen harto los intelectuales de Carta Abierta que escriben ciento cuarenta renglones en Página 12 para tratar de explicar que tres millones de personas protestando en las calles del país constituyen un sujeto sin objeto. Los prolíficos intelectuales de la nada. Monetariamente lubricados, desde la pauta, con mi propio dinero.
¿O acaso creen de verdad que Cristina Kirchner es capaz de promover una ley bienintencionada y sin trasfondo tramposo?
Pero también me tiene harto la gente que se queja del gobierno y espera ansiosamente una elección para correr a votar a los mismos tipos que ya estuvieron en funciones y se robaron el país. Los que desde la izquierda dicen que van a votar a guerrilleros que no están con el gobierno, pero que también se cansaron de asesinar en los setenta, y los que desde la derecha creen que a este país lo van a salvar empresarios que son nulidades políticas y constituyen eternos beneficiarios de cuanta medida antiargentina se haya tomado desde la dictadura hasta el presente. Me tiene harto la opinión política farandulera, y la mediocridad en que navega la población, por decisión propia.
Me tiene harto que al cabo de tantas décadas no hayamos aprendido absolutamente nada, y tener que ver cómo 4 vivos con un relato escrito, se roban una y otra vez este país. El tiempo que me quede por delante probablemente no sea tanto como me gustaría, pero me subleva la idea de que los pibes más chicos, dentro de 20 o 30 años, deban sentarse a escribir estas mismas frustraciones, acerca del hartazgo que les provoca su país.
Me tiene harto que asistamos a la destrucción sistemática de lo poco que nos quedaba como nación. Y que, encima, estemos demostrando que lo merecemos.
Fabián Ferrante
No suelo escribir artículos a título personal. Los lectores asiduos de estas notas lo saben, y les pido de antemano las disculpas del caso. No es del todo correcto hacerlo.
Pero debo decir algunas cosas que provienen vaya uno a saber de qué distrito del cuerpo, donde se mezcla el racionamiento con lo visceral, y se vuelve palabra. Y la palabra es mucho más sencilla de lo que cualquier razonamiento profundo pueda llegar a sugerir : Me tienen harto.
Me tienen harto los funcionarios del gobierno, desde Cristina Kirchner hasta el último de los cagatintas de escritorio, porque hace ya diez años que me quieren vender una realidad fraguada.
Primero me quisieron contar que lo que viví durante los setenta era mentira. Que los asesinos miserables eran solamente los que vestían uniforme y secuestraban bebés, cuando yo estuve ahí en la calle viendo también a los asesinos de patillas y edad temprana, algunos de los cuales hoy son diputados de la nación.
Me quisieron hacer creer que el ladrón más grande de la historia de este país había sido, en realidad, un prócer. Y que era un genio político inigualable que había pagado la deuda externa y sembrado un modelo para cien años. Ahora, cuando todos ven de forma inapelable la forma en que ese tipo robó, cuando ven al país descolgado del mundo civilizado a causa de sus deudas impagas y cuando los perros corren a la gente por los aeropuertos y casas de cambio para olfatear si tienen encima un dolar, me siguen teniendo harto.
Me tienen, adicionalmente, harto, los seguidores de este gobierno porque son, política y moralmente, una comparsa. Porque levantan banderas del Che Guevara mientras se babean por archimilllonarios de Puerto Madero y quieren hacer la revolución contra la derecha, mientras sus líderes los saludan agitando un sobre Louis Vuitton desde una Testarossa. Tienen en la cabeza un viaje de LSD mezclado con mayonesa vencida y caca, y ya estoy harto de esa gente.
Porque se lo pasan hablando de la patria grande mientras nos están robando la patria chica ante sus orgásmicos vítores.
Me tienen harto los Kiciloffes que desde su soberbia pretenden explicarme que el país está fantástico, que los dólares sobran, que nunca estuvimos mejor, al mismo tiempo que tratan de justificar un blanqueo que permite ingresar legalmente capitales hasta del narco.
Me tiene harto esa presunta superioridad moral e intelectual de la que hacen gala los cómplices de este latrocinio. Los que hablan tanto de los pobres pero no se enteran que en el noroeste argentino los chicos se mueren de hambre, y a los descendientes de pueblos originarios lisa y llanamente los asesinan.
Los que en lugar de convertir las villas en barrios obreros decentes, las usan como reservorio de mano de obra violenta mediante sus punteros. Trata de blancas, abuso de menores y cultivo de marginalidad. Harto de escuchar tanto discurso hueco que en 10 años todavía no se enteró que el narcotráfico se enseñorea a piacere en todo el territorio. Que la periferia de las grandes ciudades es tierra de nadie y que se consigue con más facilidad un 38 que un paquete de yerba.
Me tiene harto el ignorante que apoya por ignorante, el universitario supuestamente letrado que me aseguraba que con la plata del Anses iba a haber crédito barato para todos y todas, y hasta me tiene harto la voz repugnantemente soberbia de la locutora oficial que anuncia cuando habla la presidente.
Me tienen harto los intelectuales de Carta Abierta que escriben ciento cuarenta renglones en Página 12 para tratar de explicar que tres millones de personas protestando en las calles del país constituyen un sujeto sin objeto. Los prolíficos intelectuales de la nada. Monetariamente lubricados, desde la pauta, con mi propio dinero.
¿O acaso creen de verdad que Cristina Kirchner es capaz de promover una ley bienintencionada y sin trasfondo tramposo?
Pero también me tiene harto la gente que se queja del gobierno y espera ansiosamente una elección para correr a votar a los mismos tipos que ya estuvieron en funciones y se robaron el país. Los que desde la izquierda dicen que van a votar a guerrilleros que no están con el gobierno, pero que también se cansaron de asesinar en los setenta, y los que desde la derecha creen que a este país lo van a salvar empresarios que son nulidades políticas y constituyen eternos beneficiarios de cuanta medida antiargentina se haya tomado desde la dictadura hasta el presente. Me tiene harto la opinión política farandulera, y la mediocridad en que navega la población, por decisión propia.
Me tiene harto que al cabo de tantas décadas no hayamos aprendido absolutamente nada, y tener que ver cómo 4 vivos con un relato escrito, se roban una y otra vez este país. El tiempo que me quede por delante probablemente no sea tanto como me gustaría, pero me subleva la idea de que los pibes más chicos, dentro de 20 o 30 años, deban sentarse a escribir estas mismas frustraciones, acerca del hartazgo que les provoca su país.
Me tiene harto que asistamos a la destrucción sistemática de lo poco que nos quedaba como nación. Y que, encima, estemos demostrando que lo merecemos.
Fabián Ferrante