CINCO BREVES, CINCO
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Ya resulta trivial hablar de «ruinas» cuando se trata de la Iglesia. Se
debe hablar, más bien, de ruinas sepultadas bajo varios estratos de
estiércol, bajo el sucesivo avance aluvional de las heces erupcionadas
por los ínferos. O quizás, si fuera que la historia está tocando de
veras a su fin, de una imprevista síntesis de ambas acepciones de
«escatología».
Para muestra de lo dicho, basten cinco breves (5), aunque largos
de digerir. En ristra, como las sucesivas vértebras de un cadáver del
que hubiera que afirmar, como antaño de aquel de Lázaro: Domine, iam foetet (Io
11,39). Y perdónesenos el laconismo: la verdad es que, ante la catarata
diaria, ya no nos sentimos con ánimo de glosar nada. Ciertas cosas se
comentan solas, con sólo nombrarlas.
(Para conocer las fuentes consultadas, basta con punzar el número inicial).
1-
El brasileño cardenal Claudio Hummes, señalado unánimemente como uno de
los purpurados más próximos a Bergoglio, consultado acerca de si Jesús viviese hoy, ¿estaría a favor del casamiento "gay"? respondió, sin que se le caiga la cara de la vergüenza: «no sé, no hago ninguna hipótesis sobre esto.
Quien debe responder a esto es la Iglesia en su conjunto. Tenemos que
cuidarnos de no seguir moviendo cuestiones individualmente, porque esto
acaba por crearle a la gente mayores dificultades para llegar a una
conclusión que sea válida».
Hay una hipótesis, sí, que cabría hacer sobre Hummes: él es el fruto
-más que maduro, podrido- de una caída imparable en el alto clero. Y
aun en el clero sin más, objeto privilegiado en esta hora de las
insidias del Maligno, que parece haberlo persuadido de que «el Reino de
los cielos es arrebatado por los flojos», y de que «sin fe es también
posible agradar a Dios».
2-
Pese a los desvelos del descubridor de la misericordia y patentador del
fármaco conocido como "misericordina", el apetito de revancha y las
atribuciones más abusivas cunden en la Iglesia como en sus peores
momentos. Al puntapié otrora recibido por Alessandro Gnocchi y el
recordado Mario Palmaro, quienes debieron renunciar a sus emisiones
semanales por Radio Maria (pronto seguidos por Roberto de Mattei, nueva
víctima del punitivo furor), ahora se suma la denuncia contra Francesco
Colafemmina, dueño del blogue Fides et Forma,
por haber presuntamente difamado al padre Alfonso Bruno, fautor de la
denuncia y estrecho colaborador del interventor de los Franciscanos de
la Inmaculada, padre Fidenzio Volpi. Colafemmina se había limitado en su
momento a dar a conocer algunos detalles vidriosos del barbárico asalto
a esta Orden entonces pujante, demolida en tiempo récord con eficacia
digna de mejor causa.
La novedad en este caso estriba en el recurso al brazo secular: fue la
policía local quien los interrogó largamente, primero a la grávida
esposa del blogger -por ser ésta la titular del contrato con la compañía
telefónica y con internet- y luego a él. Aunque al momento esto no pasa
de un interrogatorio, el delito de difamación está penado en Italia con
seis meses a tres años de prisión, pena que se aplica rara vez, salvo
en el caso de llamarse uno Guareschi. En este, como en los anteriormente
citados casos de persecución, habrá que concluir con el adagio: todos
los caminos conducen a Roma.
3-
La arremetida vaticana contra la paraguaya diócesis de Ciudad del Este
suma ahora una nueva plausible explicación -a falta de la oficial- en un
diario menos afecto a la Iglesia que al Estado sionista de Israel. Se
trataría, ya aventada la acusación de abusos perpetrados contra
seminaristas por el actual Vicario General -jamás formalmente presentada
la denuncia- de ciertos dineros que la central hidroeléctrica Itaipú
habría girado al obispado con el fin de que éste, devenido (como es
costumbre) una "pía ONG", los empleara para la atención de «niños
enfermos de labios leporinos, niños de la calle, personas privadas de su
libertad y familiares, mujeres que sufren violencia doméstica», y para
«la realización de cursos de formación y capacitación de líderes,
dirigentes y catequistas». El obispo decidió, como aquel administrador
encomiado en el Evangelio, «hacerse amigos con el salario de la
injusticia», y puso los fondos allí donde mejor iban a rendir: en el
Seminario Mayor de su ciudad. «Fui facultado para adjudicar [el dinero]
según las necesidades que viera. Se me daba amplia libertad porque yo no
iba a aceptar lo contrario», se defendió el prelado. Y su diócesis
conoció el milagro de la abundancia: en diez años pasó de ninguna a ocho capillas de adoración perpetua, de ninguna a 54 comunidades de retiro, de 14 a 83 sacerdotes diocesanos, de 9500 a 21000 bautismos, de 1200 a 6200 matrimonios, de ninguna a más de 200
personas que hacen retiros mensuales, entre otros ítems por demás de
elocuentes (redondeamos las cifras grandes. Más datos, consultar aquí).
Aranda, Pombal et alii, redivivos, parecen meter nuevamente la
zarpa en aquellos reductos guaraníticos saqueados, para mayor desgracia
de nuestra historia, en el lejano 1767. Y Clemente XIV, hoy
paradójicamente vuelto jesuita, acude solícito a confirmar el despojo.
4- Amplias
repercusiones tuvo la entrevista concedida por Francisco a una revista
de su país. Los secuaces de Freud, peste difícilmente extirpable por
nuestros lares, se relamieron recordando las enseñanzas de su mentor
acerca «del chiste y su relación con el inconsciente». Y entonces
notaron que cuando el pontífice se excusa, a propósito de una posible
suya nominación para el premio Nobel, que éste «es un tema que no entra
en mi agenda [...] Ni se me ocurre pensar qué haría con esa plata», la
chacotera alusión a la plata descubriría el deseo inconfesable.
Los genealogistas, apuntalando la especie, se sirvieron recordar el
linaje piamontés de Bergoglio, y por si acaso trajeron a cuento a los
fenicios, a los zíngaros barateros y a los judíos. ¿O acaso el Papa no
ha mostrado suficiente afinidad con estos últimos?
A decir verdad, no es creíble que Bergoglio, a su edad y en su cargo,
desee ávidamente el dinero. Sí, en todo caso, lo que éste simboliza:
bien se puede despreciar a Mammon y honrar, en cambio, a Maozim.
Por
lo demás, se supo que la sueca Academia de Ciencias, conquistada por
las icásticas maneras del Obispo de Roma, se ha propuesto otorgarle el
premio Nobel de la Humildad, instituido especialmente para él. Aunque la
colusión de política y religión, insospechada consecuencia de la
separación de ambas esferas propiciada por el liberalismo, lo haría más
bien digno del Óscar al Mejor Actor de Reparto (los protagónicos son
para el poder financiero, el civil, etc.).
Más aún: en viendo la celeridad que han cobrado últimamente los
procesos, no sería de extrañar su canonización en vida. Y su
proclamación como Doctor de la Iglesia, Honoris Causa.
5- En la misma entrevista Francisco ofrece un clamoroso remedo del
Decálogo, más bien propio del Vesubio que no del Sinaí. Una porquería,
para decirlo sin remilgos, de esas que llevan su inconfundible sello.
No faltaron quienes, leída la bergogliana retahíla, notaron la total
ausencia del nombre de Dios en todas y cada una de sus líneas. Aun así,
tal vez lo más alarmante sea la sentencia que encabeza la decena: viví y dejá vivir, una transposición porteña del laissez faire, laissez passer, aquel plácido principio egoísta que consagra el peor de los indiferentismos.
Pero hay una nota más alarmante, si cabe, y tiene que ver con la
ligereza ciega con la que los hombres se avienen, llegado el tiempo, a
encarnar las profecías más funestas. Ahí están las palabras de Ana
Catalina Emmerich para corroborarlo: «vi en una ciudad, una reunión de
eclesiásticos, de laicos y de mujeres, los cuales estaban sentados
juntos, comiendo y haciendo bromas frívolas, y por encima de ellos una
nube oscura que desembocaba en una planicie sumergida en las tinieblas.
En medio de esta niebla, vi a Satán sentado bajo una forma horrible y,
alrededor de él, tantos acompañantes como personas había en la reunión
que ocurría debajo [...] Estas personas estaban en un estado de
excitación sensual muy peligroso y ocupado en conversaciones ociosas y
provocantes. Los eclesiásticos eran de esos que tienen como principio: hay que vivir y dejar vivir...» (Emmerich, Profecías sobre: I- Los demoledores; II- El misterio de iniquidad; III- La gloria crepuscular de la Iglesia, en pdf aquí).
Vista aérea del cardenal Hummes |
Ya resulta trivial hablar de «ruinas» cuando se trata de la Iglesia. Se
debe hablar, más bien, de ruinas sepultadas bajo varios estratos de
estiércol, bajo el sucesivo avance aluvional de las heces erupcionadas
por los ínferos. O quizás, si fuera que la historia está tocando de
veras a su fin, de una imprevista síntesis de ambas acepciones de
«escatología».
Para muestra de lo dicho, basten cinco breves (5), aunque largos
de digerir. En ristra, como las sucesivas vértebras de un cadáver del
que hubiera que afirmar, como antaño de aquel de Lázaro: Domine, iam foetet (Io
11,39). Y perdónesenos el laconismo: la verdad es que, ante la catarata
diaria, ya no nos sentimos con ánimo de glosar nada. Ciertas cosas se
comentan solas, con sólo nombrarlas.
(Para conocer las fuentes consultadas, basta con punzar el número inicial).
1-
El brasileño cardenal Claudio Hummes, señalado unánimemente como uno de
los purpurados más próximos a Bergoglio, consultado acerca de si Jesús viviese hoy, ¿estaría a favor del casamiento "gay"? respondió, sin que se le caiga la cara de la vergüenza: «no sé, no hago ninguna hipótesis sobre esto.
Quien debe responder a esto es la Iglesia en su conjunto. Tenemos que
cuidarnos de no seguir moviendo cuestiones individualmente, porque esto
acaba por crearle a la gente mayores dificultades para llegar a una
conclusión que sea válida».
Hay una hipótesis, sí, que cabría hacer sobre Hummes: él es el fruto
-más que maduro, podrido- de una caída imparable en el alto clero. Y
aun en el clero sin más, objeto privilegiado en esta hora de las
insidias del Maligno, que parece haberlo persuadido de que «el Reino de
los cielos es arrebatado por los flojos», y de que «sin fe es también
posible agradar a Dios».
2-
Pese a los desvelos del descubridor de la misericordia y patentador del
fármaco conocido como "misericordina", el apetito de revancha y las
atribuciones más abusivas cunden en la Iglesia como en sus peores
momentos. Al puntapié otrora recibido por Alessandro Gnocchi y el
recordado Mario Palmaro, quienes debieron renunciar a sus emisiones
semanales por Radio Maria (pronto seguidos por Roberto de Mattei, nueva
víctima del punitivo furor), ahora se suma la denuncia contra Francesco
Colafemmina, dueño del blogue Fides et Forma,
por haber presuntamente difamado al padre Alfonso Bruno, fautor de la
denuncia y estrecho colaborador del interventor de los Franciscanos de
la Inmaculada, padre Fidenzio Volpi. Colafemmina se había limitado en su
momento a dar a conocer algunos detalles vidriosos del barbárico asalto
a esta Orden entonces pujante, demolida en tiempo récord con eficacia
digna de mejor causa.
La novedad en este caso estriba en el recurso al brazo secular: fue la
policía local quien los interrogó largamente, primero a la grávida
esposa del blogger -por ser ésta la titular del contrato con la compañía
telefónica y con internet- y luego a él. Aunque al momento esto no pasa
de un interrogatorio, el delito de difamación está penado en Italia con
seis meses a tres años de prisión, pena que se aplica rara vez, salvo
en el caso de llamarse uno Guareschi. En este, como en los anteriormente
citados casos de persecución, habrá que concluir con el adagio: todos
los caminos conducen a Roma.
3-
La arremetida vaticana contra la paraguaya diócesis de Ciudad del Este
suma ahora una nueva plausible explicación -a falta de la oficial- en un
diario menos afecto a la Iglesia que al Estado sionista de Israel. Se
trataría, ya aventada la acusación de abusos perpetrados contra
seminaristas por el actual Vicario General -jamás formalmente presentada
la denuncia- de ciertos dineros que la central hidroeléctrica Itaipú
habría girado al obispado con el fin de que éste, devenido (como es
costumbre) una "pía ONG", los empleara para la atención de «niños
enfermos de labios leporinos, niños de la calle, personas privadas de su
libertad y familiares, mujeres que sufren violencia doméstica», y para
«la realización de cursos de formación y capacitación de líderes,
dirigentes y catequistas». El obispo decidió, como aquel administrador
encomiado en el Evangelio, «hacerse amigos con el salario de la
injusticia», y puso los fondos allí donde mejor iban a rendir: en el
Seminario Mayor de su ciudad. «Fui facultado para adjudicar [el dinero]
según las necesidades que viera. Se me daba amplia libertad porque yo no
iba a aceptar lo contrario», se defendió el prelado. Y su diócesis
conoció el milagro de la abundancia: en diez años pasó de ninguna a ocho capillas de adoración perpetua, de ninguna a 54 comunidades de retiro, de 14 a 83 sacerdotes diocesanos, de 9500 a 21000 bautismos, de 1200 a 6200 matrimonios, de ninguna a más de 200
personas que hacen retiros mensuales, entre otros ítems por demás de
elocuentes (redondeamos las cifras grandes. Más datos, consultar aquí).
Aranda, Pombal et alii, redivivos, parecen meter nuevamente la
zarpa en aquellos reductos guaraníticos saqueados, para mayor desgracia
de nuestra historia, en el lejano 1767. Y Clemente XIV, hoy
paradójicamente vuelto jesuita, acude solícito a confirmar el despojo.
4- Amplias
repercusiones tuvo la entrevista concedida por Francisco a una revista
de su país. Los secuaces de Freud, peste difícilmente extirpable por
nuestros lares, se relamieron recordando las enseñanzas de su mentor
acerca «del chiste y su relación con el inconsciente». Y entonces
notaron que cuando el pontífice se excusa, a propósito de una posible
suya nominación para el premio Nobel, que éste «es un tema que no entra
en mi agenda [...] Ni se me ocurre pensar qué haría con esa plata», la
chacotera alusión a la plata descubriría el deseo inconfesable.
Los genealogistas, apuntalando la especie, se sirvieron recordar el
linaje piamontés de Bergoglio, y por si acaso trajeron a cuento a los
fenicios, a los zíngaros barateros y a los judíos. ¿O acaso el Papa no
ha mostrado suficiente afinidad con estos últimos?
A decir verdad, no es creíble que Bergoglio, a su edad y en su cargo,
desee ávidamente el dinero. Sí, en todo caso, lo que éste simboliza:
bien se puede despreciar a Mammon y honrar, en cambio, a Maozim.
Por
lo demás, se supo que la sueca Academia de Ciencias, conquistada por
las icásticas maneras del Obispo de Roma, se ha propuesto otorgarle el
premio Nobel de la Humildad, instituido especialmente para él. Aunque la
colusión de política y religión, insospechada consecuencia de la
separación de ambas esferas propiciada por el liberalismo, lo haría más
bien digno del Óscar al Mejor Actor de Reparto (los protagónicos son
para el poder financiero, el civil, etc.).
Más aún: en viendo la celeridad que han cobrado últimamente los
procesos, no sería de extrañar su canonización en vida. Y su
proclamación como Doctor de la Iglesia, Honoris Causa.
5- En la misma entrevista Francisco ofrece un clamoroso remedo del
Decálogo, más bien propio del Vesubio que no del Sinaí. Una porquería,
para decirlo sin remilgos, de esas que llevan su inconfundible sello.
No faltaron quienes, leída la bergogliana retahíla, notaron la total
ausencia del nombre de Dios en todas y cada una de sus líneas. Aun así,
tal vez lo más alarmante sea la sentencia que encabeza la decena: viví y dejá vivir, una transposición porteña del laissez faire, laissez passer, aquel plácido principio egoísta que consagra el peor de los indiferentismos.
Pero hay una nota más alarmante, si cabe, y tiene que ver con la
ligereza ciega con la que los hombres se avienen, llegado el tiempo, a
encarnar las profecías más funestas. Ahí están las palabras de Ana
Catalina Emmerich para corroborarlo: «vi en una ciudad, una reunión de
eclesiásticos, de laicos y de mujeres, los cuales estaban sentados
juntos, comiendo y haciendo bromas frívolas, y por encima de ellos una
nube oscura que desembocaba en una planicie sumergida en las tinieblas.
En medio de esta niebla, vi a Satán sentado bajo una forma horrible y,
alrededor de él, tantos acompañantes como personas había en la reunión
que ocurría debajo [...] Estas personas estaban en un estado de
excitación sensual muy peligroso y ocupado en conversaciones ociosas y
provocantes. Los eclesiásticos eran de esos que tienen como principio: hay que vivir y dejar vivir...» (Emmerich, Profecías sobre: I- Los demoledores; II- El misterio de iniquidad; III- La gloria crepuscular de la Iglesia, en pdf aquí).
Vista aérea del cardenal Hummes |