DÍA DEL PÁRROCO
“¡Que
 bello y grande es conocer, amar y servir a Dios! Es lo único que 
tenemos que hacer en el mundo. Todo lo demás es tiempo perdido.  
Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la
 tierra, sino en el Cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar 
siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.” 
La Pureza viene del Cielo; hay que pedírsela a Dios. Si la pedimos, la obtendremos. ¡No hay nada más bello que un alma pura! Si lo entendiésemos, no podríamos perder la Pureza. El alma pura está desprendida de la materia, de las cosas de la tierra y de ella misma.
La Pureza viene del Cielo; hay que pedírsela a Dios. Si la pedimos, la obtendremos. ¡No hay nada más bello que un alma pura! Si lo entendiésemos, no podríamos perder la Pureza. El alma pura está desprendida de la materia, de las cosas de la tierra y de ella misma.
 ¡Qué alegría para el Ángel de la Guarda encargado de conducir un
 alma pura! ¡Hijos míos, cuando un alma es pura, todo el Cielo la mira 
con Amor!
 Para conservar la Pureza hay tres cosas: la Presencia de Dios, la Oración y los Sacramentos.
El
 Espíritu Santo reposa en las almas justas, como la paloma en su nido. 
El Espíritu Santo incuba los buenos deseos en un alma pura, como la 
paloma incuba a sus pequeños. El Espíritu Santo nos conduce como una 
madre conduce a su hijo de dos años de la mano, como una persona conduce
 a un ciego.
Cuando
 nos abandonamos a nuestras pasiones, entrelazamos espinas alrededor de 
nuestro corazón. El que vive en el pecado toma las costumbres y formas 
de las bestias. La bestia, que no tiene capacidad de razonar, sólo 
conoce sus apetitos; del mismo modo, el hombre que se vuelve semejante a
 las bestias pierde la razón y se deja conducir por los movimientos de 
su 'cadáver' (su cuerpo). Un cristiano, creado a la imagen de Dios, 
redimido por la sangre de un Dios... ¡Un cristiano..., hijo de Dios, 
hermano de Dios, heredero de Dios! ¡Un cristiano, objeto de las 
complacencias de las tres Personas divinas! Un cristiano cuyo cuerpo es 
el templo del Espíritu Santo: ¡he aquí lo que el pecado deshonra! El 
pecado es el verdugo del Buen Dios, el asesino del alma. ¡Ofender al 
Buen Dios, que sólo nos ha hecho bien! ¡Contentar al demonio que tan 
sólo nos hace mal! ¡Qué locura!
 Todos los santos comenzaron su conversión por la oración y por ella 
perseveraron; y todos los condenados se perdieron por su negligencia en 
la oración. Digo, pues, que la oración nos es absolutamente necesaria 
para perseverar.” 
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San Juan Bautista María Vianney 
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