viernes, 17 de octubre de 2014

Me demandó muchos años llegar a tan penosa conclusión

Me demandó muchos años llegar a tan penosa conclusión

octubre 17, 2014
Por
Ricardo Pareja2 
Y le ruego me sepa disculpar, así no haya podido elaborar mi propia disculpa.
Se habla y hablo de la horrenda descomposición social que incluye a las distintas clases sociales. Se habla y hablo de acontecimientos de los que jamás imaginamos ser víctimas o protagonistas.
PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER EL ARTICULO
 
Sin embargo, y por ello lo de penoso, si hacemos un repaso ajustado a la realidad de la que formamos parte, concluiremos en que “el asombro” bien puede ser un argumento más de los tantos a los que echamos mano, para lavárnoslas.
Necesariamente tengo que retroceder en el tiempo, resignando ese supuesto poder de síntesis que Ud. generosamente me adjudica.
Años atrás, y cuando la población total del país apenas alcanzaba a los 20 millones de habitantes, nos suponíamos más felices. Formábamos parte de una sociedad casi sin sobresaltos. Las escaramuzas, las alteraciones del orden, eran por lo general encausadas o mitigadas por una autoridad presente; presente con sus virtudes y sus defectos, pero presente. El “no te metás”, formó siempre parte de nuestra idiosincrasia. Un “no te metás” en tanto no nos rozara en lo personal, estrictamente en lo personal. Jamás vimos al otro, caso de no tratarse de un componente de nuestro núcleo social, como un semejante, un hermano, un argentino más. Sí existía el saludo, el diálogo, las buenas costumbres, apenas matizadas por las otras.
Pero… repare en un detalle quizá menor. Si en cualquier fiesta patria, un hombre o una mujer entonaba las estrofas de nuestro himno nacional a voz en cuello, no sólo no despertaba admiración, sino por el contrario la burla de los mayores, o la risa contenida de los más pequeños. ¿Qué pretendo decirle con esto? Simple: el sentimiento de patria siempre fue una máscara que cada tanto se nos caía. El sentimiento de patria sólo estaba reservado para la declamación exultante o la actuación pública necesitada del hipócrita aplauso.
No voy a hacer el repaso de todo lo que ha cambiado en nuestro país. Se trataría de una ardua y estéril tarea que no estoy dispuesto a asumir. Disculpe. Sí, en cambio, y puntualmente, puedo decirle que para entonces, el pertenecer a la extrema izquierda, o al vulgarmente conocido “zurdaje”, involucraba a apenas el 1% de esa población. Ser zurdo era mala palabra. Ser zurdo era sinónimo de exclusión, y por consiguiente, de reclusión o enmascaramiento. No obstante y para entonces, ese grupito de zurdos se encargaba de mantener al resto en vilo, amedrentado. Y supongo que por aquí es por donde Ud. se podrá dar cuenta de la conclusión a la que pretendo llegar.
Hoy las cosas cambiaron, y tanto, que el ser de “derecha” se ha convertido en sinónimo de mala palabra, cuando en realidad ni la una ni la otra debieron serlo jamás. En los países más avanzados y prósperos del planeta tierra, poco interesa para qué lado camine “ladeao” un gobernante, sino lo bien inspirado que pueda estar en procura del bienestar general, la prosperidad y la vida de sus gobernados, que son en definitiva “sus mandantes”.
Llego entonces a tan penosa y vergonzante conclusión: somos un pueblo manso de la comodidad, incapaz de reconocer el valor de nuestros símbolos patrios, incapaz de acudir en ayuda del otro en tanto se trate de “poner el cuerpo” en lugar de la dádiva o la limosna del cumplido, incapaz de luchar por nuestras generaciones venideras, a las que sólo dejaremos “el regalo” de la falta de compromiso, de la falta de amor. Somos, en definitiva, un pueblo incapaz de afrontar el desafío mayor que hoy nos impone la inmoralidad, la afrenta, la depredación, el avasallamiento con el que se nos remite a la más insignificante pero todavía soberbia existencia.