domingo, 7 de abril de 2019
Ideologías Modernas y Política Tradicional - Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo
Ideologías Modernas y Política Tradicional
Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo
Todas las ideologías políticas modernas tienen algo en común: se han
olvidado de la realidad y parten de una idea extrapolada hasta el
absoluto según la cual se sostiene todo su querer hacer.
[InfoCatólica/CentroPieper] Anarquismo, liberalismo, socialismo,
independentismo, fascismo, comunismo, nacionalismo, marxismo y un largo
etc. de «ismos» rodean hoy nuestras vidas y nuestras conversaciones al
hablar de política. Y todos estos sistemas se engloban bajo el término
de “ideologías políticas”. Sin embargo, conviene resaltar que
todas estas ideologías proceden de hace no mucho tiempo, y son realmente
ideologías modernas, pues nacen del subjetivismo moderno. La diferencia
con la forma de hacer política en occidente antes de la llegada del
pensamiento moderno es elemental y, si no se distingue, será imposible
salir del binomio izquierda-derecha que tan desgastado está y tan poco
resultado ha demostrado obtener.
La lógica moderna consiste, básicamente, en eliminar al fundamento
objetivo último de la moral y poner la razón humana en su lugar, al
«hombre, ser supremo para el hombre» como dirían Volney y Marx. Esto se
ejemplifica manifiestamente en la curiosa anécdota de la Revolución
Francesa en la que se llevó una prostituta a lo que sería el Congreso y
se la adoró como la diosa razón, asignándole el altar mayor de la
Catedral de París. Esto es: quitar a Dios y poner al hombre, a su razón,
como fundamento de la realidad. Esta pretensión ilustrada recibe el
nombre de “racionalismo”.
El racionalismo modernista ha tenido repercusión en todos los aspectos
de la vida y, por tanto, necesariamente también en la filosofía. Siendo
que ya no está Dios y que de Él proceden el universo y la ley natural,
ahora es necesario repensar todo: destruir todo el edificio de tus
creencias y partir de lo que conoces por ti mismo, con claridad y
distinción, como diría Descartes para fundamentar su duda metódica.
Destruir para construir de cero. Es decir, que a partir de aquí las
ideologías nacerán del subjetivismo moderno, alejados de la realidad
objetiva.
Es así que a partir de esta negación total se empiezan a crear sistemas
filosóficos que expliquen el mundo, como la triada hegeliana; y que
expliquen la ética, como el imperativo categórico de Kant. Y de estas
filosofías, se desprenden a su vez intentos ideales de soluciones a los
problemas de la realidad. Si los problemas los traen los defectuosos y
los de raza impura, hay que imponer al superhombre. Si el mundo siempre
se ha dividido entre oprimidos y opresores, lo que se necesita es una
revolución del proletariado que elimine las diferencias sociales. Si el
fundamento de la moral es ser feliz y esto se da cuando nadie te molesta
y te dejan crecer sin obstáculos, en una lógica de libertad negativa,
hay que establecer un estado mínimo que permita a cada individuo
emprender según su voluntad, sin autoridades moralistas
obstruccionistas, etc.
Todas las ideologías políticas modernas tienen algo en común: se han
olvidado de la realidad y parten de una idea extrapolada hasta el
absoluto según la cual se sostiene todo su querer hacer. Por eso,
justamente, se llaman ideologías: porque parten de una idea, de una
teoría. En cambio, la política en sentido tradicional nunca funcionó
así, nunca fue teórica sino teorética. Si bien no se abandonó el estudio
que ya los clásicos habían iniciado sobre los diversos modelos de
gobierno, a la hora de tratar un tema concreto no partían de una
solución ideal para el mundo, sino que buscaban encontrar en la verdad
objetiva, en la ley natural, lo que, por naturaleza, es más conveniente a
cada caso.
Por ejemplo, si la escuela de Salamanca se oponía a los préstamos
usureros con intereses por encima del principal, no lo hacían porque la
riqueza fuera mala, porque la propiedad privada fuera el origen de toda
desigualdad o por alguna teoría abstracta de ese estilo; sino porque
prestar implica gratuidad por derecho natural, es decir, que se devuelva
lo prestado, no más: si yo te presto un clavo, lo natural es que me
devuelvas un clavo, nada más.
Este es el correcto dinamismo de la política: que parta del derecho
natural y se desarrolle por medio de la prudencia. Es, justamente, la
acción teorética: la contemplación de los primeros principios y las
esencias, la ley natural, el orden metafísico de las cosas. A esta
lógica se opone lo “teórico”, que es el mero discurso ideológico al
margen de la realidad objetiva y la naturaleza de las cosas.
De este modo, el Estado ya no está condenado a fluctuar, pendular o
alternar entre una ideología y otra, sino que puede contemplar y
reconocer el fundamento de la verdad, libre de ataduras apriorísticas, y
partir de él: y el único fundamento posible de la ley moral es Dios.
Así, el Estado tiene el deber de colaborar con el orden de la Gracia que
sustenta la ley natural, no porque esta sea una teoría que a unos
intelectuales les ha parecido bien, sino porque la realidad no se somete
a voto, se impone. Opinar, en cambio, que la ley divina y el Estado no
tienen relación es lo que León XIII condenaba bajo el nombre de “liberalismo de tercer grado”.
El derecho natural es la base objetiva desde la que la prudencia puede
ejercer el bien. De cualquier otro modo, al rechazarlo, anteponemos las
teorías absolutizadas que cada quien pueda desarrollar, y el único
límite al mal será la creatividad de quien gobierne. Frente a esto, la
solución no se encuentra en derechas, izquierdas o centros, sino en
romper esas cadenas y reconocer que el único que se hace carne en el
altar de Notre Dame es Cristo Rey.