Popieluszko y el amor a la verdad
Cuando parezca que ya nada tiene sentido y que decir hoy la verdad es arar en el mar.
Cuando nos digan que es mejor, “por prudencia”, callar sin chistar y plegarnos al vocabulario de turno.
Cuando
quieran que “cinco” sea “cuatro” y que “cuatro” sean “dos” y el mundo
esté tan emputecido que hasta la misma verdad parezca cabalgar en los
altares.
¡Recuerda, recuerda alma mía el verbo de este testigo de la Verdad!
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Beato Jerzy Popieluszko. El amor a la verdad
Señalando
el deber cristiano de la fortaleza, el Padre Jerzy Popieluszko, daba
una visión de la liberación a través de la resistencia psicológica no
violenta en condiciones en las que el miedo y la represión son la norma:
“Un cristiano cumple sus deberes sólo cuando es fuerte, cuando profesa
sus principios valientemente, cuando no se avergüenza de ellos ni
renuncia a ellos debido al miedo o las necesidades materiales.
¡Desgraciada una sociedad cuyos ciudadanos no viven en la fortaleza!
Cesan de ser ciudadanos y se convierten más en esclavos. Es la fortaleza
la que crea ciudadanos, porque sólo un hombre con coraje es consciente
de sus derechos y deberes. Si un ciudadano carece de fortaleza, se
convierte en un esclavo y causa un daño inconmensurable no sólo a sí
mismo sino también a su familia, a su patria y a la Iglesia…
¡Desgraciadas las autoridades estatales que quieren gobernar a los
ciudadanos por medio de amenazas y miedo! La fortaleza es una parte
esencial de la vida de cada uno como ciudadano. Es por eso que la
fortaleza es, para el cristiano, el deber más importante después del
amor” (MP, abril de 1983).
“A
fin de permanecer como hombres espiritualmente libres, debemos vivir en
la verdad. Vivir en la verdad significa testimoniarla al mundo exterior
en todo tiempo y situaciones. La verdad es inmutable. No puede ser
destruida por decreto ni ley algunos. El origen de nuestra cautividad
reside en el hecho de que permitimos reinar a las mentiras, de que nos
las denunciamos, de que no protestamos contra su existencia cada día de
nuestras vidas, de que no confrontamos la mentira con la verdad sino que
guardamos silencio o pretendemos creer en las mentiras. Así vivimos en
un estado de hipocresía. El valiente testimonio de la verdad conduce a
la libertad. Un hombre que es testigo de la verdad puede ser testigo
incluso si está en prisión. Si la mayoría de los polacos hoy se pusiera
en el camino de la verdad, nos tornaríamos, incluso ahora, más libres
espiritualmente como nación.
La libertad externa o la libertad política
llegaría también, tarde o temprano –como consecuencia de esta libertad
espiritual y fidelidad a la verdad… Lo esencial en el proceso de liberar
al hombre y a la nación es sobreponerse al miedo. El miedo brota de las
amenazas. Tememos sufrir, tememos perder bienes materiales, tememos
perder la libertad o nuestro trabajo. Y entonces actuamos contrariamente
a nuestras conciencias, amordazando la verdad. Podemos sobreponernos al
miedo solamente si aceptamos sufrir en nombre de un valor superior. Si
la verdad se convierte para nosotros en un valor digno por el cual
sufrir y arriesgarnos, entonces nos sobrepondremos al miedo –la causa
directa de nuestra esclavitud. Cristo dijo a sus discípulos: “No temáis a
los que matan el cuerpo, y hecho esto ya no pueden hacer más (Lucas
12,4) (MP, Octubre de 1982).
“Una
nación muere, cuando carece de fortaleza y se engaña a sí misma
diciendo que todo está bien y no lo está, cuando se satisface sólo con
medias verdades. Que este pensamiento nos acompañe todos los días, que
si pedimos la verdad a otros, entonces nosotros debemos vivir de acuerdo
a ella. Si demandamos justicia, nosotros mismos debemos ser justos
hacia la gente próxima a nosotros. Si pedimos coraje y fortaleza
nosotros mismos debemos ser siempre valientes” (MP, mayo de 1984).
“Debemos
vencer al miedo, que paraliza y esclaviza los pensamientos y corazones
de los hombres. Aquí quiero repetir una frase pronunciada por mí muchas
veces desde el púlpito: la única cosa que debemos temer es traicionar a
Cristo por las pocas monedas de plata de una tranquilidad sin sentido”
(MP, agosto de 1984).