Un Estado inmunodeficiente. Por José Luis Milia
Normalmente,
un cuerpo puede llegar a sufrir enfermedades sea por causas genéticas,
por infecciones externas o simplemente porque somatiza problemas
psicológicos; la mayor o menor gravedad de estas enfermedades y la
posibilidad de superarlas están íntimamente ligadas a su capacidad de
desarrollar un sistema inmunológico eficiente.
Si proyectamos esto al estado argentino,
pocas dudas cabe que éste hace años que padece SIDA, es decir una
inmunodeficiencia adquirida que lo hace agonizar lentamente, agonía que
lo lleva a su desintegración, es decir a su muerte como país.
Es difícil y doloroso hablar de SIDA,
pero, salvo a aquellos a los que el SIDA les cayó de regalo, por
ejemplo, por una transfusión, esta es una enfermedad que- más allá de
las preferencias sexuales de cada uno- fue adquirida por joda y
descuido. En el caso del estado argentino, estos dos elemento, la joda y
el descuido, se aunaron para ser lo que hoy somos, un país que- a
fuerza de demagogia, corrupción y mentiras- se encargó, alegremente, de
destruir su sistema inmunológico político.
Todos hemos sido culpables, aunque
estemos ubicados en diferentes lugares del espectro ideológico, todos
hemos colaborado para que nos encontráramos sin defensas en momentos
como el actual. Se nos engañó, y lo aceptamos, con que la democracia son
solo derechos- cuando más estrambóticos, mejor- y que no hay
obligación alguna para el ciudadano, más allá de ir a votar de vez en
cuando, es decir, descuido y joda. Así, de esta manera nos dedicamos a
eliminar los anticuerpos que nos hubieran defendido.
Es obvio que podríamos decir que los
culpables han sido los dos partidos mayoritarios sin equivocarnos un
ápice. A unos porque a medida que la degradación del país se ha ido
acentuando, ni siquiera se preocupan en disimular su linaje de ladrones;
los otros porque en su estupidez manifiesta ni siquiera saben que
ideología tienen, si quieren parecerse a sus rivales, si quieren ser
socialistas, pero que han llegado, en su impotencia, a la convicción
profunda que cualquier menjunje les viene bien, porque, en realidad, lo
único que importa en esta democracia sin obligaciones es el poder, no
para mejorar la República, no para tener un pueblo con igualdad de
oportunidades; el poder solo les interesa- en su imprescindible
mediocridad y en sus peores acepciones- por el poder mismo.
Pero
también somos culpables todos aquellos que desde ochenta años atrás
hemos adorado el becerro de hierro, que no de oro, de los golpes
militares porque- otra vez joda y descuido- nos era más fácil apoyar un
golpe que organizarnos políticamente para que nuestras ideas fueran
planteadas en discusiones libres.
Podríamos, a fuer de hacer una comparación poco científica, inferir que el sistema inmunológico de una República está determinado por su poder legislativo y su poder judicial. Siendo así las cosas, pocas garantías de recuperación nos quedan. Del poder legislativo ya se ha hablado demasiado. Nuestro congreso, ese que aún se autodenomina “honorable”, es hoy un simple aguantadero de ladrones, rufianes y p…. en cuya ara se cuecen los más espurios enjuagues que les permita a sus miembros una “jubilación” sin sobresaltos.
Del poder judicial nada se puede decir aparte que conforman una pandilla de coimeros y cobardes a quienes la SCJN le ha allanado el camino de la deshonestidad al dictaminar que ésta no es una República de iguales, que en ella hay réprobos y elegidos y que los primeros- señalados al arbitrio de sus enemigos políticos- solo pueden esperar de jueces embusteros y prevaricadores iniquidad y atropellos pues estos no están al servicio de la justicia si no de la venganza. Que desde 2003 a hoy entre tanto farsantes se hayan sentado un par de justos- ayer Carlos Fayt, ahora Carlos Rosenkrantz- no alcanza, como no alcanzó un justo para salvar a Sodoma y Gomorra.
Podríamos, a fuer de hacer una comparación poco científica, inferir que el sistema inmunológico de una República está determinado por su poder legislativo y su poder judicial. Siendo así las cosas, pocas garantías de recuperación nos quedan. Del poder legislativo ya se ha hablado demasiado. Nuestro congreso, ese que aún se autodenomina “honorable”, es hoy un simple aguantadero de ladrones, rufianes y p…. en cuya ara se cuecen los más espurios enjuagues que les permita a sus miembros una “jubilación” sin sobresaltos.
Del poder judicial nada se puede decir aparte que conforman una pandilla de coimeros y cobardes a quienes la SCJN le ha allanado el camino de la deshonestidad al dictaminar que ésta no es una República de iguales, que en ella hay réprobos y elegidos y que los primeros- señalados al arbitrio de sus enemigos políticos- solo pueden esperar de jueces embusteros y prevaricadores iniquidad y atropellos pues estos no están al servicio de la justicia si no de la venganza. Que desde 2003 a hoy entre tanto farsantes se hayan sentado un par de justos- ayer Carlos Fayt, ahora Carlos Rosenkrantz- no alcanza, como no alcanzó un justo para salvar a Sodoma y Gomorra.
Que hoy una buena parte del pueblo
argentino se sienta abusada porque la CSJN ha decidido demorar el juicio
a una delincuente- fiel al refrán que hay que desensillar hasta que
aclare- es solo un botón de muestra de lo que hay, pero, peor aún, de lo
que vendrá, porque con este dictamen se ha entronizado la impunidad
como valor; pero como además de padecer SIDA político el pueblo
argentino es amnésico, aún le queda como consuelo practicar la pantomima
de sentirse asombrado.
Treinta
y seis años hace que venimos escuchando a los integrantes de esta
perversa ralea política y judicial que, instalada en concejos,
legislaturas, tribunales, universidades, ministerios y, por qué no, en
púlpitos, nos hablan con palabras melifluas de lo que hemos ganado desde
1983 cuando la democracia, para unos pocos, pero “democracia” al fin,
llegó.
Bien, ha llegado el momento en que es
menester hacer un balance para saber que es lo que verdaderamente han
ganado los argentinos que verdaderamente soportan este corrupto
andamiaje, esos pocos miles que trabajan y que sostienen a ciento de
miles de vagos que a su vez son los que sustentan con sus votos a los
únicos que han ganado con la democracia: los políticos.
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