1.1. ¿Qué es la "cultura" de la muerte?
Todo este debate sobre el feticidio y el infanticidio es,
intelectualmente hablando, enormemente deshonesto: los que defienden el
matar fetos e infantes saben bien en el fondo de sus conciencias lo que
están aconsejando. Sin embargo, muy pocos aceptan el verdadero nombre
que merece: matar a seres humanos inocentes. Por eso lo llaman "freedom
of choice ("libertad para decidir").
En su Carta Encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II alerta sobre lo que él llama la "libertad perversa", aquella que nos confiere "poder absoluto sobre los demás y en contra de los demás", y de la cual resulta, sigue diciendo, una "cultura de la muerte". La preocupación del Santo Padre nace de la realidad de que "grandes sectores de la opinión pública justifican ciertos crímenes contra la vida en nombre de la libertad individual".
En su Carta Encíclica Evangelium vitae, el Papa Juan Pablo II alerta sobre lo que él llama la "libertad perversa", aquella que nos confiere "poder absoluto sobre los demás y en contra de los demás", y de la cual resulta, sigue diciendo, una "cultura de la muerte". La preocupación del Santo Padre nace de la realidad de que "grandes sectores de la opinión pública justifican ciertos crímenes contra la vida en nombre de la libertad individual".
El
origen de esta "libertad perversa" se encuentra en una concepción de la
libertad que "exalta al individuo aislado de forma absoluta y no da
cabida a la solidaridad ni a la apertura y el servicio hacia los demás".
En resumen, el Santo Padre está diciendo que cuando un individualismo
extremista se interpreta como libertad, el resultado es la "cultura de
la muerte".
Puede ayudar a poner de manifiesto la asociación entre el individualismo extremista y la "cultura de la muerte" el considerar cómo el matar a niños todavía no nacidos mediante el aborto y aún a pequeños infantes está siendo justificado en nombre del concepto de libertad. Y qué mejor "ejemplo" de ello que oír a Francés Kissling, la astuta y engañadora anticatólica del grupo conocido como "Católicas por el Derecho a Decidir ("Catholics for a Free Choice"). Cuando Juan Pablo II expuso con toda claridad sus conceptos y su doctrina sobre el aborto, el infanticidio, la eutanasia, la pena de muerte, la ecología y la ingeniería biológica en Evangelium vitae, Kissling respondió diciendo que "lo que el Papa llama la ‘cultura de la muerte' es realmente la libertad humana, el ser libre para tomar decisiones basadas en la propia conciencia".
Pero en realidad la idea que tiene Kissling sobre la libertad es "la libertad perversa", sobre la que el Papa nos advierte. Para Kissling, el destruir la vida de un ser inocente es "realmente la libertad humana", porque, dice ella, es una decisión "basada en la propia conciencia". Tal "lógica", por supuesto, pudiera usarse para justificar los asesinatos en serie y el genocidio, ambos presuntamente justificados por personas que toman decisiones "basadas en su propia conciencia". Considerar esto como "la verdadera libertad humana" muestra la degradación de la conciencia de Kissling y la objetividad de las preocupaciones del Papa.
Aquellos que consideran aconsejable el feticidio y el infanticidio saben en el fondo de sus conciencias la realidad de lo que están aconsejando, sus consecuencias y su calificación moral. De aquí que este debate haya terminado en algo tan intelectualmente deshonesto.
La Conferencia sobre la Mujer de las Naciones Unidas celebrada en Pekín (en 1995) y las reacciones que se produjeron en ella ofrecen abundantes evidencias de la deshonestidad a la que nos referimos. En las páginas del New York Times, apareció un anuncio presentado por una organización llamada "International Women's Health Coalition" ("Coalición Internacional para la Salud de las Mujeres"). Manifestando su interés por la Conferencia de Pekín, esta Coalición se declaraba decididamente partidaria del derecho al aborto al declarar que "nosotras nos aseguraremos de que en todos los programas y planes de acción que afecten nuestra salud se tenga en cuenta el mantener la integridad de las funciones reproductivas y sexuales y el derecho de acceso a las mismas". Inmediatamente después de declarar su apoyo al aborto, la organización denuncia amargamente el hecho de que "100 millones de mujeres no están vivas hoy debido a la discriminación que conduce a la mala nutrición, a la atención médica deficiente y a la selección prenatal basada en el sexo del feto".
Hacemos notar la selectividad de la preocupación sobre la "selección prenatal basada en el sexo del feto". Evidentemente las damas miembros de la Coalición Internacional para la Salud de las Mujeres están justamente irritadas por la práctica frecuente en algunas naciones del tercer mundo de matar fetos en la matriz en cuanto se determina que son precisamente fetos femeninos. Es extraña, sin embargo, la preocupación por estos casos, ya que, para ellas, la vida humana no existe antes del nacimiento, como lo han afirmado repetidamente en su defensa del aborto en general.
El 16 de septiembre de 1995, un editorial del New York Times se hizo eco de la misma preocupación cuando, al aprobar el documento final de Pekín, llamaba la atención sobre la "discriminación contra las niñas aún antes de su nacimiento en algunos países del mundo". Una vez más, los que afirman que los abortos no privan de la vida a inocentes seres humanos de momento cambian su opinión cuando se trata de un feto femenino. Pero, ¿no han repetido que es sólo un pedacito de tejido y no un ser vivo lo que se desecha en el aborto? Y también, si los abortos producen una reducción del índice de la natalidad y disminuye la población de algunos países, como recomiendan los que están a favor del aborto, ¿por qué este criterio no se aplica a todos los abortos, incluyendo el aborto de fetos femeninos?
No es solamente el sexismo lo que el movimiento proaborto está recomendando, es más bien el homosexismo de lo que hablan. De acuerdo con una última moda ideológica, es distinto matar un feto heterosexual (o por lo menos uno que es masculino) y otra hacer lo mismo con un feto homosexual. Si este enfoque parece una locura considere lo siguiente.
En 1994, yo estaba mirando un "show" que moderaba Tom Snyder. Dos homosexuales estaban siendo entrevistados y hablaban sobre los derechos de los homosexuales, etc. Yo no prestaba mucha atención hasta que la discusión trató sobre la posibilidad de que pudiera encontrarse un gen que determinara la homosexualidad. Admitiendo que la existencia de este gen se prestaba a discusión, todos los participantes expresaron su preocupación sobre lo que pudiera suceder, si el gen homosexual realmente pudiera ser detectado antes del nacimiento. ¿Llevaría esto a muchos padres a decidirse por un aborto, si ellos supieran que tendrían un hijo homosexual y no sería esto realmente horripilante?
Según parece, esto de estar abortando fetos homosexuales posiblemente nunca suceda en la realidad. Sin embargo, en febrero de l994, el científico que descubrió una posible indicación genética de la homosexualidad masculina afirmó que si se encontrara ese gen, él reclamaría la patente para su uso y que "no permitiría su uso en la amniocentesis" para el diagnóstico prenatal. Sorprendente, ¿verdad?
Así son las cosas y la gente proaborto se estremeció al pensar que pudieran desaparecer los homosexuales. Por supuesto, no sería muy bien recibido por los heterosexuales el hecho de que la "acción afirmativa" entraría en el útero. Pero la realidad es que aún aquellos que favorecen el aborto, están empezando a preocuparse por estas posibilidades. Ante estos hechos, si los que defendemos toda vida humana inocente, y por ello nos oponemos al aborto, solamente pudiéramos convencer a los activistas proaborto de que todo ser humano no nacido pudiera ser niña u homosexual, posiblemente se acabarían todos los abortos.
La Iglesia Católica afortunadamente no le está haciendo compañía al movimiento extremista a favor de los animales. Basándose en la Biblia, la doctrina católica comparte el derecho de los seres humanos de ejercer dominio sobre los animales. Es cosa sabida que muchos de aquellos que quieren proteger de su exterminio a todos los animales, por lo general no tienen problema con aceptar la muerte de los niños que todavía no han nacido. Ingrid Newkirk, co-fundadora y Presidenta de "Personas a favor del Trato Ético de los Animales" (PETA, por sus siglas en inglés) una vez resumió los sentimientos de su grupo diciendo "Una rata es un cerdo, es un perro, es un niño". ¿No se pondría usted nervioso si su hijo pequeño fuera invitado a cenar a casa de Newkirk?
Cada primavera, a los residentes de Stuart, Estado de la Florida, Estados Unidos, se les advierte de que las tortugas Loggerhead son una especie en peligro de extinción y de que el que moleste su nidal está violando la ley. Pero no son solamente estos animales a los que se les ha otorgado una protección especial, aún aquellos animales cuyo peligro de extinción ha disminuído (por ejemplo, el Águila Calva) tienen también sus nidos protegidos por la ley. Esto es otra siniestra característica de la "cultura de la muerte": que a la reproducción de los seres humanos se les conceda mucho menos protección que la que se les ofrece a los animales.
Desgraciadamente muchos proabortistas muestran mucho más interés en preservar pájaros y tortugas, que en preservar la vida de los niños. Y no estamos hablando ni siquiera de niños con anormalidades congénitas (a quienes tampoco se debe abortar, por supuesto). En 1995, salió a la luz publica que el repulsivo "aborto por nacimiento parcial", que a todos horroriza, se ha estado practicando más frecuentemente en niños normales y madres saludables, que en fetos anormales y madres en peligro, como se pretendía hacer creer.
El fundador del movimiento a favor de los "derechos" de los animales es un filósofo australiano, llamado Peter Singer. En un libro que escribió en la década del 70, titulado Animal Liberation, Singer afirmó que algunos animales son más sensibles al dolor que los fetos y que por lo tanto la sociedad les debe dar el reconocimiento que merecen.
Este mismo autor admitió en l980 que el movimiento Pro vida tiene razón al afirmar que si se acepta el feticidio (el aborto), moralmente se pudiera justificar también el infanticidio. Después de todo, según Singer, no habría moralmente diferencia alguna entre matar a un niño en el útero materno y matar a otro niño fuera del mismo. Pero "la solución", como él la llamaba, era "el abandonar la idea de que toda vida humana tiene igual valor" (como afirma el movimiento Pro vida), para luego llegar a la perversa conclusión de que si era lícito matar a niños antes de nacer, también sería lícito el hacerlo después de su nacimiento. No sólo Singer abriga estas infames conclusiones. También el "teólogo" Joseph Fletcher dijo una vez que los infantes podían ser muertos con toda propiedad si no satisfacían sus quince "indicadores de personalidad humana" (una de los cuales era el cociente de inteligencia). Un recién nacido no era propiamente "una persona", sino solamente una "vida humana". Es tristemente interesante hacer notar que Fletcher había ganado previamente el premio del Humanista del Año.
El Dr. Watson fue el científico que descubrió la clave del código genético en el ADN y que fue galardonado con el Premio Nóbel por sus investigaciones. Por ello es sorprendente y triste a la vez que, en 1970, este mismo científico, refiriéndose a niños con defectos congénitos, tuvo la infame opinión de que "si a un niño no se le declarara vivo hasta el tercer día después de su nacimiento, a sus padres se les pudiera permitir tomar una decisión: ...el doctor pudiera dejar morir al niño, si los padres así lo decidían".
El filósofo Michael Tooley dio un paso todavía más atrevido cuando formuló el argumento de que para tener derecho a la vida era necesario poder desear continuar viviendo, y esto a su vez necesitaba la existencia de lo que se conoce como autoconciencia, la cual no posee ningún recién nacido. Así se le dió un nuevo giro al ideal de Thomas Jefferson en nuestra Constitución en relación con los derechos inalienables de la persona humana: no puede haber derechos humanos mientras los seres humanos no se consideren a sí mismos como entes separados, con un pasado y un futuro. Esta concepción, compartida por la historiadora Maria Ana Warren, es un asalto a la doctrina natural de los derechos humanos que ha dado forma tanto a la tradición católica como a la estadounidense.
No es de extrañar que la Iglesia Católica sea en estos momentos en nuestra sociedad el blanco preferido de tantos ataques. Con la autoridad de sus 2,000 años de existencia ha defendido la dignidad de la persona humana. Ahora la defiende de esta "cultura de la muerte" que hemos tratado de definir en este artículo. A diferencia de sus adversarios, la Iglesia Católica no cambia sus enseñanzas ni sus doctrinas para complacer ideologías y tendencias que están de moda, o por motivos egoístas de popularidad o supervivencia. Los que promueven la "cultura de la muerte" saben que la Iglesia Católica es su enemigo y por ello continúan sus virulentos ataques contra ella. Pero precisamente por todas esas razones es que este es uno de los mejores momentos para sentirse orgulloso de ser católico.
Esta es una traducción del artículo titulado "Qualifying the Culture of Death", publicado en la revista Catalyst, en noviembre de 1995. La revista Catalyst pertenece a la Liga Católica para los Derechos Religiosos y Civiles. El Sr. Donahue es el presidente de dicha liga.
Puede ayudar a poner de manifiesto la asociación entre el individualismo extremista y la "cultura de la muerte" el considerar cómo el matar a niños todavía no nacidos mediante el aborto y aún a pequeños infantes está siendo justificado en nombre del concepto de libertad. Y qué mejor "ejemplo" de ello que oír a Francés Kissling, la astuta y engañadora anticatólica del grupo conocido como "Católicas por el Derecho a Decidir ("Catholics for a Free Choice"). Cuando Juan Pablo II expuso con toda claridad sus conceptos y su doctrina sobre el aborto, el infanticidio, la eutanasia, la pena de muerte, la ecología y la ingeniería biológica en Evangelium vitae, Kissling respondió diciendo que "lo que el Papa llama la ‘cultura de la muerte' es realmente la libertad humana, el ser libre para tomar decisiones basadas en la propia conciencia".
Pero en realidad la idea que tiene Kissling sobre la libertad es "la libertad perversa", sobre la que el Papa nos advierte. Para Kissling, el destruir la vida de un ser inocente es "realmente la libertad humana", porque, dice ella, es una decisión "basada en la propia conciencia". Tal "lógica", por supuesto, pudiera usarse para justificar los asesinatos en serie y el genocidio, ambos presuntamente justificados por personas que toman decisiones "basadas en su propia conciencia". Considerar esto como "la verdadera libertad humana" muestra la degradación de la conciencia de Kissling y la objetividad de las preocupaciones del Papa.
Aquellos que consideran aconsejable el feticidio y el infanticidio saben en el fondo de sus conciencias la realidad de lo que están aconsejando, sus consecuencias y su calificación moral. De aquí que este debate haya terminado en algo tan intelectualmente deshonesto.
La Conferencia sobre la Mujer de las Naciones Unidas celebrada en Pekín (en 1995) y las reacciones que se produjeron en ella ofrecen abundantes evidencias de la deshonestidad a la que nos referimos. En las páginas del New York Times, apareció un anuncio presentado por una organización llamada "International Women's Health Coalition" ("Coalición Internacional para la Salud de las Mujeres"). Manifestando su interés por la Conferencia de Pekín, esta Coalición se declaraba decididamente partidaria del derecho al aborto al declarar que "nosotras nos aseguraremos de que en todos los programas y planes de acción que afecten nuestra salud se tenga en cuenta el mantener la integridad de las funciones reproductivas y sexuales y el derecho de acceso a las mismas". Inmediatamente después de declarar su apoyo al aborto, la organización denuncia amargamente el hecho de que "100 millones de mujeres no están vivas hoy debido a la discriminación que conduce a la mala nutrición, a la atención médica deficiente y a la selección prenatal basada en el sexo del feto".
Hacemos notar la selectividad de la preocupación sobre la "selección prenatal basada en el sexo del feto". Evidentemente las damas miembros de la Coalición Internacional para la Salud de las Mujeres están justamente irritadas por la práctica frecuente en algunas naciones del tercer mundo de matar fetos en la matriz en cuanto se determina que son precisamente fetos femeninos. Es extraña, sin embargo, la preocupación por estos casos, ya que, para ellas, la vida humana no existe antes del nacimiento, como lo han afirmado repetidamente en su defensa del aborto en general.
El 16 de septiembre de 1995, un editorial del New York Times se hizo eco de la misma preocupación cuando, al aprobar el documento final de Pekín, llamaba la atención sobre la "discriminación contra las niñas aún antes de su nacimiento en algunos países del mundo". Una vez más, los que afirman que los abortos no privan de la vida a inocentes seres humanos de momento cambian su opinión cuando se trata de un feto femenino. Pero, ¿no han repetido que es sólo un pedacito de tejido y no un ser vivo lo que se desecha en el aborto? Y también, si los abortos producen una reducción del índice de la natalidad y disminuye la población de algunos países, como recomiendan los que están a favor del aborto, ¿por qué este criterio no se aplica a todos los abortos, incluyendo el aborto de fetos femeninos?
No es solamente el sexismo lo que el movimiento proaborto está recomendando, es más bien el homosexismo de lo que hablan. De acuerdo con una última moda ideológica, es distinto matar un feto heterosexual (o por lo menos uno que es masculino) y otra hacer lo mismo con un feto homosexual. Si este enfoque parece una locura considere lo siguiente.
En 1994, yo estaba mirando un "show" que moderaba Tom Snyder. Dos homosexuales estaban siendo entrevistados y hablaban sobre los derechos de los homosexuales, etc. Yo no prestaba mucha atención hasta que la discusión trató sobre la posibilidad de que pudiera encontrarse un gen que determinara la homosexualidad. Admitiendo que la existencia de este gen se prestaba a discusión, todos los participantes expresaron su preocupación sobre lo que pudiera suceder, si el gen homosexual realmente pudiera ser detectado antes del nacimiento. ¿Llevaría esto a muchos padres a decidirse por un aborto, si ellos supieran que tendrían un hijo homosexual y no sería esto realmente horripilante?
Según parece, esto de estar abortando fetos homosexuales posiblemente nunca suceda en la realidad. Sin embargo, en febrero de l994, el científico que descubrió una posible indicación genética de la homosexualidad masculina afirmó que si se encontrara ese gen, él reclamaría la patente para su uso y que "no permitiría su uso en la amniocentesis" para el diagnóstico prenatal. Sorprendente, ¿verdad?
Así son las cosas y la gente proaborto se estremeció al pensar que pudieran desaparecer los homosexuales. Por supuesto, no sería muy bien recibido por los heterosexuales el hecho de que la "acción afirmativa" entraría en el útero. Pero la realidad es que aún aquellos que favorecen el aborto, están empezando a preocuparse por estas posibilidades. Ante estos hechos, si los que defendemos toda vida humana inocente, y por ello nos oponemos al aborto, solamente pudiéramos convencer a los activistas proaborto de que todo ser humano no nacido pudiera ser niña u homosexual, posiblemente se acabarían todos los abortos.
La Iglesia Católica afortunadamente no le está haciendo compañía al movimiento extremista a favor de los animales. Basándose en la Biblia, la doctrina católica comparte el derecho de los seres humanos de ejercer dominio sobre los animales. Es cosa sabida que muchos de aquellos que quieren proteger de su exterminio a todos los animales, por lo general no tienen problema con aceptar la muerte de los niños que todavía no han nacido. Ingrid Newkirk, co-fundadora y Presidenta de "Personas a favor del Trato Ético de los Animales" (PETA, por sus siglas en inglés) una vez resumió los sentimientos de su grupo diciendo "Una rata es un cerdo, es un perro, es un niño". ¿No se pondría usted nervioso si su hijo pequeño fuera invitado a cenar a casa de Newkirk?
Cada primavera, a los residentes de Stuart, Estado de la Florida, Estados Unidos, se les advierte de que las tortugas Loggerhead son una especie en peligro de extinción y de que el que moleste su nidal está violando la ley. Pero no son solamente estos animales a los que se les ha otorgado una protección especial, aún aquellos animales cuyo peligro de extinción ha disminuído (por ejemplo, el Águila Calva) tienen también sus nidos protegidos por la ley. Esto es otra siniestra característica de la "cultura de la muerte": que a la reproducción de los seres humanos se les conceda mucho menos protección que la que se les ofrece a los animales.
Desgraciadamente muchos proabortistas muestran mucho más interés en preservar pájaros y tortugas, que en preservar la vida de los niños. Y no estamos hablando ni siquiera de niños con anormalidades congénitas (a quienes tampoco se debe abortar, por supuesto). En 1995, salió a la luz publica que el repulsivo "aborto por nacimiento parcial", que a todos horroriza, se ha estado practicando más frecuentemente en niños normales y madres saludables, que en fetos anormales y madres en peligro, como se pretendía hacer creer.
El fundador del movimiento a favor de los "derechos" de los animales es un filósofo australiano, llamado Peter Singer. En un libro que escribió en la década del 70, titulado Animal Liberation, Singer afirmó que algunos animales son más sensibles al dolor que los fetos y que por lo tanto la sociedad les debe dar el reconocimiento que merecen.
Este mismo autor admitió en l980 que el movimiento Pro vida tiene razón al afirmar que si se acepta el feticidio (el aborto), moralmente se pudiera justificar también el infanticidio. Después de todo, según Singer, no habría moralmente diferencia alguna entre matar a un niño en el útero materno y matar a otro niño fuera del mismo. Pero "la solución", como él la llamaba, era "el abandonar la idea de que toda vida humana tiene igual valor" (como afirma el movimiento Pro vida), para luego llegar a la perversa conclusión de que si era lícito matar a niños antes de nacer, también sería lícito el hacerlo después de su nacimiento. No sólo Singer abriga estas infames conclusiones. También el "teólogo" Joseph Fletcher dijo una vez que los infantes podían ser muertos con toda propiedad si no satisfacían sus quince "indicadores de personalidad humana" (una de los cuales era el cociente de inteligencia). Un recién nacido no era propiamente "una persona", sino solamente una "vida humana". Es tristemente interesante hacer notar que Fletcher había ganado previamente el premio del Humanista del Año.
El Dr. Watson fue el científico que descubrió la clave del código genético en el ADN y que fue galardonado con el Premio Nóbel por sus investigaciones. Por ello es sorprendente y triste a la vez que, en 1970, este mismo científico, refiriéndose a niños con defectos congénitos, tuvo la infame opinión de que "si a un niño no se le declarara vivo hasta el tercer día después de su nacimiento, a sus padres se les pudiera permitir tomar una decisión: ...el doctor pudiera dejar morir al niño, si los padres así lo decidían".
El filósofo Michael Tooley dio un paso todavía más atrevido cuando formuló el argumento de que para tener derecho a la vida era necesario poder desear continuar viviendo, y esto a su vez necesitaba la existencia de lo que se conoce como autoconciencia, la cual no posee ningún recién nacido. Así se le dió un nuevo giro al ideal de Thomas Jefferson en nuestra Constitución en relación con los derechos inalienables de la persona humana: no puede haber derechos humanos mientras los seres humanos no se consideren a sí mismos como entes separados, con un pasado y un futuro. Esta concepción, compartida por la historiadora Maria Ana Warren, es un asalto a la doctrina natural de los derechos humanos que ha dado forma tanto a la tradición católica como a la estadounidense.
No es de extrañar que la Iglesia Católica sea en estos momentos en nuestra sociedad el blanco preferido de tantos ataques. Con la autoridad de sus 2,000 años de existencia ha defendido la dignidad de la persona humana. Ahora la defiende de esta "cultura de la muerte" que hemos tratado de definir en este artículo. A diferencia de sus adversarios, la Iglesia Católica no cambia sus enseñanzas ni sus doctrinas para complacer ideologías y tendencias que están de moda, o por motivos egoístas de popularidad o supervivencia. Los que promueven la "cultura de la muerte" saben que la Iglesia Católica es su enemigo y por ello continúan sus virulentos ataques contra ella. Pero precisamente por todas esas razones es que este es uno de los mejores momentos para sentirse orgulloso de ser católico.
Esta es una traducción del artículo titulado "Qualifying the Culture of Death", publicado en la revista Catalyst, en noviembre de 1995. La revista Catalyst pertenece a la Liga Católica para los Derechos Religiosos y Civiles. El Sr. Donahue es el presidente de dicha liga.