Por Mauricio Ortín
El Operativo Independencia es, antes que nada, una decisión represora ordenada, planificada y ejecutada desde el principio por un gobierno peronista y finalizada por la dictadura militar. Tuvo lugar durante el mandato de la presidente
Isabel Perón cuando se ordenó a las Fuerzas Armadas, a través de un
decreto del Poder Ejecutivo, “aniquilar” al Ejército Revolucionario del
Pueblo en la selva tucumana. Posteriormente, luego del ataque Montonero a la Guarnición Militar de Formosa, Ítalo Luder, el presidente provisional peronista (Isabel Perón, estaba con licencia médica), también por decreto, extendió la orden de “aniquilamiento” a todas la fuerzas insurrectas en toda la geografía nacional. El Congreso Nacional
ratificó la voluntad del presidente y sus ministros peronistas. Todo el
arco político argentino (justicialistas, radicales, democristianos,
intransigentes, entre otros) se hermanó al unísono en un solo clamor: ¡REPRESIÓN! De allí que resulte por lo menos curioso que el título de “represor”
sea utilizado exclusivamente para los militares y/o fuerzas de
seguridad y en absoluto a los que los señores políticos que encargaron
(ordenaron) el trabajo. “Aniquilar” (tal cual demandan, taxativamente, los decretos peronistas aludidos), según la Real Academia Española, es un verbo que invita a “reducir a la nada” a su objeto directo. La pretensión de confundir el sentido manifiesto de los decretos, asimilando o equiparando “aniquilar” con otras expresiones verbales tales como “contener”, “apaciguar”, “someter”, “arrestar”, “inmovilizar”, “neutralizar”, además de atentar contra el idioma constituye una “agachada” a la verdad.
¿Qué están esperando los señores políticos para hacerse cargo? Desde el
25 de mayo de 1973 hasta el 24 de marzo de 1976, fueron, más que los
militares, los principales responsables tanto de la represión como de la
forma de reprimir. Fundamentalmente los peronistas, siguiendo por
los radicales y, con relación a la cuota de participación en el poder,
todos, antes que pedir, deben dar explicaciones. Lean los diarios de
sesiones de la época y verán que la verba encendida de diputados y
senadores estaba presa de un afán aniquilador. En cambio hoy, con un
cinismo fronterizo con la perversión, los herederos político-partidarios
de aquellos autores intelectuales del aniquilamiento persiguen, juzgan y
condenan a los subordinados que ejercieron sus decisiones con brazo
militar.
Frente a mil doscientos militares y policías, no hay un solo político preso por crimen de “lesa humanidad” por el “aniquilamiento”
de la subversión. Más aún, el despropósito muta en grotesco al observar
que los partidos políticos cuyos representantes en los setenta
ratificaron el “aniquilamiento” en el Congreso Nacional,
hoy enaltecen y reverencian a los que antaño ordenaron aniquilar.
¿Sentimiento de culpa? ¿Por qué si no, aceptan, como normal y hasta
deseable, que el ascenso o el retiro de los oficiales de las Fuerzas
Armadas sea una atribución de Horacio Verstbisky, Estela de Carlotto o Hebe de Bonafini?¿Qué
autoridad civil o moral ostentan estos personajes que no fueron
elegidos por nadie? Ser montonero o madre de montonero ¿es acaso ser
mejor? Deberían estar pidiendo disculpas y no gozar de las prebendas del
Estado. La oposición no lo entiende así y festeja con entusiasmo
cualquier disparate de esta gente. Por ejemplo, ¿condena el Operativo Independencia? ¿Persiguen al general Milani porque participó y no porque siente vergüenza de haber sido parte de esa decisión peronista? Milani también consintió demoler el monumento al Combate de Manchalá en Salta.
Lo hizo aún consciente de que hay más valor condensado en la uña de un
meñique de cualquiera de esos doce soldados salteños que pelearon
defendiendo al gobierno peronista, que en toda su triste humanidad.
Ningún gobernador, ni intendente (empezando por los de Salta) tuvieron siquiera una palabra para con los que fueron a poner el cuero por ellos en Manchalá. No dan ni vergüenza (como Milani).
La oposición, de un extremo al otro, no fue capaz de acercar un mísero
comunicado de prensa en contra de la demolición del monumento. La
Iglesia y el sindicalismo brillaron por su ausencia. La sociedad en su conjunto, atenta al “pan y circo”, todavía no se enteró.
Es que el kirchnerismo no es la decadencia argentina sino su vanguardia. La decadencia, empezando por los políticos, somos todos.
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original.