La ex presidente sacude el tablero político con una decisión audaz que pone en aprietos a sus opositores
El mensaje con el que Cristina Kirchner anunció su decisión de
participar en las próximas elecciones fue una obra maestra de la
comunicación política, y advierte a quienes se lancen a competir con
ella que tienen por delante un rival de cuidado. La fórmula que la
propone como vicepresidente de Alberto Fernández, el ex jefe de gabinete
de su marido, ordenó súbitamente a su alrededor todo el espectro
político, la convirtió en protagonista, y dejó a los demás aspirantes
actuales o potenciales en la condición de actores de reparto. Dicho de
otro modo, el tema de los próximos comicios dejó de ser la reelección de
Mauricio Macri para dejarle paso al eventual regreso de Cristina, y
preludia un escenario de polarización total. El resto de las fuerzas
políticas, incluido el oficialismo, no tendrán otro argumento de campaña
más convincente que la posibilidad cierta de cerrarle el paso. La audaz
decisión de la viuda de Néstor Kirchner de colocarse en el segundo
lugar de la fórmula le permite reducir su participación pública en la
campaña, todavía irritante para muchos sectores, en beneficio del menos
resistido Alberto, y anticipa –lo dijo expresamente– su voluntad de
someterse a elecciones primarias frente a otros postulantes,
presumiblemente peronistas, sin que una improbable pero eventual derrota
caiga directamente sobre su cabeza. A juzgar por su reacción inmediata,
Sergio Massa podría ser uno de esos contrincantes.
El anuncio de la ex mandataria fue concebido de manera magistral: en
su oportunidad, en los canales elegidos, en la forma, el contenido y en
el público ideal al que estuvo destinado.
El factor sorpresa reforzó su
impacto: nadie lo vio venir (¿excepto Ricardo Lorenzetti?) y, a pesar de
la cantidad de personas que intervinieron en la producción, no hubo
filtraciones. Al divulgárselo un sábado por la mañana, se lo mantuvo a
razonable distancia de los programas políticos de la televisión
(prácticamente inexistentes antes de la noche del domingo) y de su
probada capacidad para masticar y regurgitar cualquier cosa hasta
volverla irreconocible.
En la misma dirección corrió la idea de eludir a los medios de
comunicación y transmitir el anuncio directamente al público a través de
las redes sociales, sin intermediarios, sin encuadre en formatos
ajenos, librado a la espontaneidad de la viralización: cuando alguien se
enteraba, corría a llevarle la primicia a sus seguidores. El video de
algo más de diez minutos que contuvo el anuncio pudo haber sido más
corto, pero su factura fue impecable. Cristina leyó un texto con voz
calmada, serena, por momentos emotiva, por momentos racional, siempre
orientada a transmitir comprensión por la delicada situación que
atraviesa el país y empatía con las penurias de sus ciudadanos.
Las imágenes que acompañaron sus palabras fueron escasamente
autoreferenciales: sólo las hubo al principio y más bien tendientes a
documentar el antiguo y estrecho vínculo entre Alberto Fernández y
Néstor Kirchner, y la renovada relación, luego de un largo alejamiento,
entre la ex presidente y el antiguo jefe de gabinete, “con quien también
tuvimos diferencias”. El resto del video estuvo poblado de gente –gente
mayor, jóvenes, familias con hijos pequeños– en situaciones cotidianas,
pero preocupados, angustiados, o en circunstancias que evocaban alguna
protesta callejera, aunque sin pancartas ni identificaciones, ni
violencia. Esas personas parecían ser el destinatario ideal del mensaje,
y el mensaje para ellas fue: sabemos que la están pasando mal, venimos a
ayudarlos, pero sepan desde ya que esto no va a ser sencillo.
A diferencia de Mauricio Macri cuatro años atrás, Cristina describió
con crudeza la situación económica y social del país, aunque la atribuyó
enteramente al actual gobierno y no se hizo cargo de su cuota de
responsabilidad. A diferencia de Macri, se cuidó de alentar expectativas
rosadas o facilistas acerca del futuro y advirtió que las recetas de
anteriores gobiernos suyos y de su marido ya no servían: “El mundo es
distinto y nosotros también.” A diferencia de Macri no presumió de poder
enfrentar sola los desafíos que tenía por delante. Propuso convocar “a
los más amplios sectores sociales y políticos y económicos, no sólo para
ganar una elección sino para gobernar”, y fue más allá: “La coalición
que gobierne deberá ser más amplia que la que haya ganado las
elecciones.” En claro reproche a la experiencia de Cambiemos, remarcó la
necesidad de que “aquello por lo que se convoca a la sociedad pueda ser
cumplido”.
La ex presidente avanzó algunos pasos sobre la idea ya esbozada en su
discurso en la Feria del Libro sobre la necesidad de un nuevo contrato
social. “Ese nuevo contrato social –dijo ahora– no es más ni menos que
la búsqueda de una mirada práctica que genere una base de orden.” Para
Cristina, los argentinos viven sumidos en el desasosiego del desorden, y
necesitan “una unidad que comience a ordenarles la vida que con tanta
perversidad este gobierno les desordenó.” Por eso, insistió, el
requerimiento de “un nuevo orden que permita el desarrollo individual de
las personas dentro de las condiciones humanas y espirituales pero
siempre, siempre en el marco de una realización social colectiva para
evitar que el esfuerzo de cada argentino y cada argentina termine siendo
devorado por el egoísmo y el individualismo.” Un nuevo orden con ecos
del viejo ideal peronista de la comunidad organizada, que atormenta a
Loris Zanatta y ensueña al papa Francisco.
Hacia el final, el mensaje de la ex presidente tuvo otro giro
autorreferencial cuando dijo que la posibilidad de ser nuevamente
elegida para conducir los destinos del país era algo “reparador luego de
tantos agravios y halagador después de tanto esfuerzo.” Es probable que
en este nuevo lance Cristina busque menos la revancha que la
reivindicación, que vea en él la oportunidad de no quedar en la historia
como emblema de corrupción sino como estadista. Por lo visto esta
semana, la justicia parece dispuesta a acompañarla en ese empeño, y es
probable que el peronismo en su conjunto le acerque los instrumentos.
Pero la oportunidad, lo que se dice la oportunidad, se la obsequió el
fracaso de Cambiemos, que colocó al país en esta encrucijada.
Digamos que la postulación de Fernández y Fernández, que en los
noventa compartieron su admiración por las ideas y las políticas del ex
ministro Domingo Cavallo, se produce en un momento particularmente
auspicioso para ellos como adverso para el oficialismo. El canal de
noticias C5N, decidido opositor al gobierno, aguerrido defensor de la ex
presidente y propiedad de un empresario asociado a la corrupción
kirchnerista, bate récords de audiencia; el libro de la ex presidente es
de lejos el más vendido de las últimas décadas en cualquier categoría, y
el artículo más requerido durante la semana de Hot Sale en mayo fue el
azúcar envasado. Estos tres indicadores, resultantes de mediciones
presumiblemente ajenas a cualquier propósito político, revelan el
temperamento popular al cabo de cuatro años de gobierno de Cambiemos y
las estrecheces que lo condicionan.
Se los puede completar con otros datos oficiales sobre actividad
económica, empleo, pobreza, indigencia e inflación, por tomar sólo los
más significativos, para comprobar que la alianza gobernante se apresta a
devolver en peores condiciones el país que, ya en mal estado, los
ciudadanos le confiaron hace cuatro años para su administración. Todas
sus expectativas electorales antes de la reaparición de Cristina se
centraban en una módica reducción de la inflación, conseguida a costa de
una recesión sin precedentes, y una relativa estabilidad cambiaria,
lograda al precio de unas tasas de interés extravagantes. Habrá que ver
ahora si los mercados reciben en calma las novedades políticas, o se
desbocan. La semana pasada el ex ministro Axel Kicillof intentó
tranquilizar a Wall Street sobre la eventualidad de un default, al
tiempo que el enviado del FMI Roberto Cardarelli advertía que el
organismo no temía un regreso del kirchnerismo.
Hasta el cierre de las listas, en cuatro semanas, el país se verá
sacudido por un torbellino que, para bien de todos nosotros, cabe
esperar sea sólo político. Cambiemos deberá trazar, ahora sí, una
estrategia para hacer frente al desafío kirchnerista; el radicalismo
tendrá su convención para definir si se asocia a la estrategia
cambiemita o elige un camino propio; y el peronismo deberá resolver de
una buena vez si Cristina le pertenece o no. De lo que se decida en
estas jornadas dependerá nuestro futuro y el de nuestros hijos. Para
moderar mis expectativas sobre esas decisiones releo una frase de la ex
presidente en la Feria del Libro que pasó casi desapercibida: “Yo no
creo en sociedades maravillosas y perfectas que den malos dirigentes, ni
viceversa”, dijo entonces. “Yo creo que hay… algo… ¿no? …de reflejo…
arriba de lo que hay abajo, y viceversa también.”
–Santiago González
