CON LA “IGLESIA” CONCILIAR HEMOS TOPADO
Por Alberto Granados Garmendia.
Resaltados propios.
Un centro de Cáritas en Pakistán ha sido demolido a instancias del
gobierno de aquel estado de mayoría islamista. También en Queta fue
asaltado hace poco un colegio salesiano, y los religiosos que lo
regentaban fueron apuntados en la nuca con fusiles y conminados a
abandonar el país. Miles de muertos en Irak. En Costa de Marfil, más de
mil católicos asesinados. En Egipto decenas de cristianos coptos han
perecido víctima de la violencia…
En España, en cambio, la Iglesia exalta la llegada masiva de miles de personas de esos países. «Salgamos al encuentro, abramos las puertas a los inmigrantes», es el lema utilizado por los prelados españoles para conmemorar la Jornada Mundial de las Migraciones, una afirmación nada gratuita en estos tiempos de crisis, con tantas necesidades entre los propios españoles.
Convertida en hereje de sí misma, la
casta episcopal promueve y fomenta las culturas y religiones foráneas,
aprovechándose de los ilusos españoles que ponen la X de la Iglesia en
la declaración de la renta. Y todo con la pasividad de la cúpula
eclesial, incapaz de articular cuatro palabras de protesta y
advertencia. Lejos quedan los tiempos en que la Iglesia era la principal
promotora de la lucha contra los bárbaros. Hoy, los obispos parecen
vulgares presidentes de vulgares ONGs, y colaboran en gran medida en la
inculcación de la “tolerancia”, la “multiculturalidad” y la
“integración”; en definitiva, en esa pasividad buenista que está
llevando a la destrucción de Europa.
Rouco Varela llega incluso más lejos al exhortar al Gobierno del PP a que promueva “leyes más justas y actitudes en la opinión pública más sensibles a los inmigrantes.”
Si
la Iglesia, en completa y absoluta decadencia, se dedica a predicar
insensateces sobre los inmigrantes y defender la regularización de
millones de ‘sin papeles’, con la que está cayendo en España, no la necesitamos para nada.
Si ella misma no solo no se defiende, sino que perjudica a la población
española, y prefiere entregarse a las pasiones etnomasoquistas tan en
boga hoy, no merece que la defendamos. Es una vergüenza que la “unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam”
haya permitido en varias ocasiones que grupos de inmigrantes
(pakistaníes sobre todo) se hayan encerrado en sus templos como medida
de presión para obtener su regularización en España. ¿Podrían
esos mismos obispos, y los mismos progres que los inspiran, encerrarse
en una mezquita de Egipto o Argelia a formular una reclamación
semejante?
La Iglesia tiene demasiados complejos.
Como casi todo el mundo en Occidente ha caído en la trampa progre por
antonomasia de sentirse culpable de su pasado. Y el discurso
progre imperante proclama que la forma de expiar esos “pecados”
del pasado es dejarse invadir por millones de tercermundistas de los
cuatro puntos cardinales del planeta. Atrás quedan los tiempos en que el
pueblo español convirtió a su Iglesia en el elemento aglutinador de la
fuerza y empuje que logró liberar a la península del Islam, lo que trajo
aparejado la cohesión de España.
En
la actualidad, la Iglesia, que debería ser un pilar para el sostén del
sentido común como lo fue en el pasado, se ha echado en brazos de las
prédicas suicidas auspiciadas por el progresismo y la masonería.
Antaño, sus monasterios preservaron la cultura occidental. Hoy en
cambio se han convertido en un ariete contra los habitantes de los
países que la sostienen, adoptando el discurso hipócrita y lastimero del
“todos somos iguales” y el “papeles para todos”; practicando la discriminación “positiva”
con sus ONGs; maltratando a los españoles más necesitados; olvidando
que esos españoles a los que discrimina, durante siglos sostuvieron y
llevaron a la Iglesia a sus cotas más altas de aceptación popular.
Mal paga el Diablo a quien bien le sirve, y hoy en la Iglesia no manda sino el Diablo, alentando una inmigración masiva que amenaza con desintegrar hasta los cimientos de nuestra casa.
Cada
día que pasa aumenta la tensión y crecen las carencias de la población
española, para quien la Iglesia no parece tener ojos. Con los conflictos
etnoculturales, raciales y religiosos que asolarán Europa, y de los que
ya se están produciendo los primeros chispazos, pasará lo mismo.
Sabemos que no es bueno mezclar a tanta gente distinta, de forma masiva y
descontrolada, en un mismo palmo de suelo, pero nadie mueve un dedo
para evitarlo, y al que propone aplicar el sentido común se le llama “racista” y listos.
Pues
bien, igual que la burbuja inmobiliaria acabó explotando, en contra
incluso de lo que casi todos pronosticaban, acabará pasando lo mismo con
esta bomba de relojería provocada por las políticas migratorias alentadas por la clase dirigente en estrecho consorcio con la Iglesia española. Esta última con el rastrero propósito de adormecer el instinto rebelde de los escasos fieles que le van quedando.
Fuente: Alerta Digital