No a la igualdad; sí a la complementariedad
Si se observa el universo, no hay un ser que sea igual a otro. Los seres, aún los de la misma especie, son todos diferentes.
La
Creación, con todos los seres que la componen, constituye un inmenso
espejo del propio Creador. Esto, es porque Dios quiso que la diversidad
de los seres le reflejara más perfectamente. La manifestación de la
grandeza de Dios no darse en un solo ser. Así, la desigualdad de los
seres creados es una condición para que se cumpla la finalidad de la
creación que Dios quiere.
Esa desigualdad, para que sea justa, debe ser proporcional. Es decir, con grados diferentes pero sin saltos bruscos.
Por otra parte, la desigualdad entre los seres no puede llevar a una oposición sino a una complementariedad.
Marx y sus seguidores, los socialistas de todos los pelajes, sólo ven
la relación entre los seres diversos como una lucha, como una oposición
de intereses.
Para la Iglesia católica, la sociedad humana es comparable a un
organismo, en el cual todos los órganos –unos más nobles que otros–
cooperan para el bien común y, por supuesto, para su bien individual.
Tampoco existe, como los socialistas quieren hacer creer, una oposición
entre el bien individual y el bien común: este último nace del primero.
En un organismo, los órganos menos nobles no son enemigos de los más
nobles. Si así fuera, los pies estarían en lucha con el cerebro o con el
corazón, de lo que resultaría la muerte del individuo.
En la sociedad humana, se da algo análogo.
Los socialistas están inculcando la llamada “paridad” de sexos, que
no pasa de una forma más de igualitarismo. Esa idea de una “paridad”
entre hombres y mujeres ha llegado a ser aceptada hasta por gobiernos de
“derecha”.
Sin embargo, la finalidad de un Gobierno es la promoción del bien
común y el bien común no se asegura necesariamente con esta paridad. Se
promueve con la elección de funcionarios capaces y honrados para ejercer
los cargos de la Administración.
Están queriendo llevar la idea de la “paridad” al seno mismo de la
familia. Según estos doctrinadores, el padre y la madre deben ser
iguales. Por lo tanto, ambos deben trabajar fuera de casa y ambos deben
realizar las mismas tareas en el seno del hogar.
Comprendemos que en nuestro mundo actual las exigencias económicas
frecuentemente obliguen a los cónyuges a trabajar, pero la labor de
ambos en el hogar debe ser complementaria. En la educación de los hijos,
por ejemplo, al padre le corresponde la función de representar la
autoridad; a la madre, en cambio, la del cariño, de la protección, del
cuidado. Esto responde también a la psicología y a la naturaleza del
hombre y de la mujer.