sábado, 20 de julio de 2013

NO A LA IGUALDAD

 
 No a la igualdad; sí a la complementariedad
Si se observa el universo, no hay un ser que sea igual a otro. Los seres, aún los de la misma especie, son todos diferentes.
 La Creación, con todos los seres que la componen, constituye un inmenso espejo del propio Creador. Esto, es porque Dios quiso que la diversidad de los seres le reflejara más perfectamente. La manifestación de la grandeza de Dios no darse en un solo ser. Así, la desigualdad de los seres creados es una condición para que se cumpla la finalidad de la creación que Dios quiere.
Esa desigualdad, para que sea justa, debe ser proporcional. Es decir, con grados diferentes pero sin saltos bruscos.
Por otra parte, la desigualdad entre los seres no puede llevar a una oposición sino a una complementariedad.
Marx y sus seguidores, los socialistas de todos los pelajes, sólo ven la relación entre los seres diversos como una lucha, como una oposición de intereses.
Para la Iglesia católica, la sociedad humana es comparable a un organismo, en el cual todos los órganos –unos más nobles que otros– cooperan para el bien común y, por supuesto, para su bien individual. Tampoco existe, como los socialistas quieren hacer creer, una oposición entre el bien individual y el bien común: este último nace del primero.
En un organismo, los órganos menos nobles no son enemigos de los más nobles. Si así fuera, los pies estarían en lucha con el cerebro o con el corazón, de lo que resultaría la muerte del individuo.
En la sociedad humana, se da algo análogo.
Los socialistas están inculcando la llamada “paridad” de sexos, que no pasa de una forma más de igualitarismo. Esa idea de una “paridad” entre hombres y mujeres ha llegado a ser aceptada hasta por gobiernos de “derecha”.
Sin embargo, la finalidad de un Gobierno es la promoción del bien común y el bien común no se asegura necesariamente con esta paridad. Se promueve con la elección de funcionarios capaces y honrados para ejercer los cargos de la Administración.
Están queriendo llevar la idea de la “paridad” al seno mismo de la familia. Según estos doctrinadores, el padre y la madre deben ser iguales. Por lo tanto, ambos deben trabajar fuera de casa y ambos deben realizar las mismas tareas en el seno del hogar.
Comprendemos que en nuestro mundo actual las exigencias económicas frecuentemente obliguen a los cónyuges a trabajar, pero la labor de ambos en el hogar debe ser complementaria. En la educación de los hijos, por ejemplo, al padre le corresponde la función de representar la autoridad; a la madre, en cambio, la del cariño, de la protección, del cuidado. Esto responde también a la psicología y a la naturaleza del hombre y de la mujer.