Por Arturo Cirilo Larrabure
| Para LA NACION
Días pasados felicité a Héctor
Leis por su casi solitario pedido de perdón a la sociedad como ex miembro de Montoneros. Me emocionó
su convocatoria a la verdad histórica reconociendo a todas las víctimas de esos
dolorosos años. Sus palabras invitan a pensar en un diálogo de reconciliación.
Demasiado tiempo ha transcurrido desde que mi padre, el coronel Argentino del Valle Larrabure,
escribiera desde su horrible cautiverio de 372 días: "A Dios, que con tu
sabiduría omnipotente has determinado este derrotero de calvario, a ti invoco
permanentemente para que me des fuerzas. A
mí muy amada esposa, para que
sobrepongas tu abatido espíritu por la fe en Dios. A mis hijos, para que
sepan perdonar. Al Ejército Argentino, para que fiel a su tradición mantenga enhiesto y
orgulloso los colores patrios. Al pueblo argentino, dirigentes y dirigidos,
para que la sangre inútilmente derramada los conmueva a la reflexión para
dilucidar y determinar con claridad que somos hombres capaces de modelar
nuestro destino, sin amparo de ideas y formas de vida foráneas totalmente
ajenas a la formación del hombre argentino. A mi tierra argentina, ubérrima y acogedora, escenario infausto de
luchas fratricidas, para que cobije mi cuerpo y me dé paz. Mi intención no es
el insulto ni formular personalismos. Más bien me impulsa a escribir este
cautiverio que me sume en las sombras pero que me inundó de luz. Mi palabra es breve, sencilla y humilde; se
trata de perdón y que mi invocación alcance con su perdón a quienes están
sumidos en las sombras de ideas exóticas, foráneas, que alientan la destrucción
para construir un ‘mundo feliz’ sobre las ruinas".
Procurando honrar su sabio consejo, he señalado en la causa
donde se investiga su secuestro y asesinato por el ERP, ocurrido en pleno gobierno democrático, que más que la condena me interesa la
conversión, porque la cuestión esencial no es condenar, ni indultar, sino
rescatar el sagrado valor de todas las vidas.
En su valioso libro Un
testamento de los años 70, Ledis
da pruebas fehacientes de su conversión, no sólo pidiendo perdón, sino
fundamentalmente revelando que "existía
un cálculo inconfeso de medio millón de víctimas, entre prisión y
fusilamientos, que serían necesarias luego de tomar el poder para que el
socialismo pudiera sobrevivir". Este
reconocimiento es esencial en un proceso de reconciliación, porque obliga a
reflexionar sobre la masacre que pudo haber ocurrido en el país de haber
triunfado la guerrilla. Algo que muchos argentinos, obnubilados por el relato
de la memoria, omiten realizar.
Es también vital para
los deudos de tantas víctimas de la guerrilla que piden justicia que uno de sus
militantes admita que hubo complicidad estatal, dando como prueba lo actuado
por el subjefe de policía de la provincia de Buenos Aires, que, militando en
montoneros, lo protegió.
Leis ha tenido la
hidalguía de negar toda legitimidad al terrorismo guerrillero que, en un
contexto democrático, pretendió asaltar el poder. Ha denunciado también la injusticia de juzgar sólo a los militares,
abjurando del sofisma que sostiene que el terrorismo guerrillero fue menos
grave.
Como hijo de una víctima de la guerrilla pienso que la
justicia y el perdón no son incompatibles; que imprescriptible no es
equivalente a imperdonable; que todo hombre puede transformarse por el
arrepentimiento generado por el perdón, que no clausura la justicia ni se opone
a ella, sino que la complementa.
Fue lo que hizo Nelson
Mandela cuando dio al mundo una lección de inteligencia y de perdón,
desoyendo los gritos de venganza de la mayoría negra.
Las víctimas del
terrorismo hemos sido olvidadas; somos el "eslabón perdido" del conflicto. Desde Celtyv lucho para que dejemos de ser
los desaparecidos de la memoria pública. Mi
profundo deseo es cumplir con el legado de mi padre e invitar a todos aquellos
involucrados en semejante tragedia que dejen de lado su dolor y comprendan el
dolor del otro, que es el mismo y que necesita reparación.
Iniciemos un proceso de paz, de autocrítica, de verdad, de
concordia, de profundo "amor al
enemigo" siguiendo el ejemplo de nuestro papa Francisco, que nos ha enseñado que la unidad es superior al
conflicto.
Somos heridos que estamos aguardando a la vera del camino la
llegada del buen samaritano, del Pastor que, saciando nuestra sed de verdad y
paz, nos ayude a labrar esa cultura del encuentro, esa cultura de antídoto
contra ese pasado que certeramente ha propuesto Norma Morandini .
"Desde una
perspectiva civilizatoria -advierte Leis-,
lo peor de la historia argentina de las últimas décadas no fue la catástrofe de
los años 70 sino el hecho de que la amplia mayoría de los ciudadanos pasó por
ella sin comprender su sentido profundo, permitiendo así que el viento del
destino pueda alimentar nuevos incendios con sus cenizas nunca apagadas...; me
permito aventurar que al final de la era Kirchner
el país asistirá a un nuevo ciclo de violencia entre argentinos. La guerra civil argentina todavía no
terminó porque la comunidad continúa dividida. Es importante entender la
sobredeterminación del presente por el pasado en la Argentina. Eso ocurrió en
los 70 y continuará ocurriendo en el futuro, por lo menos hasta que los
argentinos se sientan parte otra vez de una historia común."