Independientes de "toda otra dominación extranjera"
Quizás sea hora de pensar en declarar nuestra independencia cultural
que actúe como escudo defensivo ante ataques que solapada o frontalmente pueden
socavar los fundamentos identitarios de nuestros pueblos.
- Nuestra independencia no significó una ruptura con nuestras tradiciones
- Las vertientes de la Argentinidad
Pablo Yurman
(ArgentinosAlerta.org) Sabido es que en la sesión pública del 9 de julio de 1816 los congresales
reunidos en la histórica Casa de Tucumán respondieron afirmativamente a la
pregunta realizada por Francisco Narciso de Laprida como presidente del cuerpo
sobre si deseaban constituir una nación libre e independiente de "los reyes de
España y su metrópoli."
Menos conocido resulte, acaso, que muchas provincias del antiguo virreinato
no estuvieran representadas en el histórico suceso, entre ellas, Santa Fe, Entre
Ríos, Corrientes, la Banda Oriental y las Misiones, ello en virtud de variadas
razones pero entre las cuales cabe destacar que un año antes, el 29 de junio de
1815, reunidos sus representantes en Concepción del Uruguay a instancias
de Gervasio de Artigas como Protector de los Pueblos Libres, ya habían
procedido a declarar formalmente su independencia en términos similares a
los que acontecerían en Tucumán posteriormente.
Por otra parte, cierta historiografía ha omitido deliberadamente mencionar la
sesión secreta del Congreso de Tucumán, convocada el 19 de julio de 1816 por
pedido del diputado Medrano por Buenos Aires, que agregó sugestivamente a
la fórmula original de la independencia la frase "y de toda otra dominación
extranjera", lo que constituye un detalle no menor toda vez que en esa misma
época no faltaban los pícaros de la política criolla que fomentaban una
independencia de España pero para caer inmediatamente en un nuevo vasallaje bajo
la égida de algún otro reino europeo.
Y para colmo, ejemplos de semejante actitud no faltaban: en abril de 1815,
siendo Carlos María de Alvear Director Supremo de las Provincias Unidas,
había dirigido una nota al primer ministro británico ofreciendo estas tierras
como "protectorado" del rey de Inglaterra.
9 de julio de 1947
En la misma Casa de Tucumán, pero el 9 de julio de 1947 bajo la presidencia
del Gral. Juan Domingo Perón, se declaró solemnemente la Independencia
económica de nuestro país, que en palabras del historiador Alejandro Pandra
constituyó "uno de los hechos más trascendentes producidos por el gobierno
peronista. Refleja la consolidación de la independencia nacional de los poderes
y organismos internacionales, en un país sin deuda externa, con una pujante
industria nacional abasteciendo al mercado interno, y con los resortes
económicos estratégicos regulados por el gobierno."
Alguien debería poder explicar por qué motivos, después de años de
crecimiento sostenido en los índices macroeconómicos (lo mismo que se decía en
la década de los años 90), existe gente, seres humanos y compatriotas, que aún
revuelve la basura ajena, la conflictividad social no cede, el delito
violento aumentó exponencialmente y, lejos de lo esperable hasta no hace mucho
tiempo de un país como la Argentina, se retrocede en los niveles educativos y
lideramos continentalmente los índices de consumo de estupefacientes. ¿Qué nos
pasó?
Un nuevo 9 de julio
Esta fecha resulta siempre propicia para reflexionar sobre el sentido de
una auténtica independencia que no puede quedar sólo en una declaración
formal y vinculada sólo con la faz política sino que, en tiempos de
globalización y postmodernidad, requiere tener muy en claro el agregado a la
fórmula originaria y por la cual nos declaramos independientes de "toda otra
dominación extranjera".
Quizás sea hora de pensar en declarar nuestra independencia cultural
que actúe como escudo defensivo ante ataques que solapada o frontalmente pueden
socavar los fundamentos identitarios de nuestros pueblos con mayor eficacia,
acaso, que naves de guerra y teorías librecambistas utilizadas en el pasado.
Puede que los fines estratégicos foráneos sean los mismos, esto es, anular o
reducir al mínimo nuestra capacidad de maniobra en un escenario mundial reducido
a pocos actores protagónicos, y que hayan solamente mutado convenientemente las
formas para la consecución de tales fines últimos.
Es posible que actualmente se logre más eficazmente someter pueblos enteros a
través, por caso, de ideologías como la del género capaz de desarticular
a la persona en su núcleo más íntimo y que destruyen la familia natural, que
constituye en definitiva y como diría Chesterton “la última célula de
resistencia a la opresión.” A ello podrían sumarse las insidiosas políticas
de control demográfico que constituyen, como acusó la comisión argentina en
la Cumbre Mundial de Población y Desarrollo de 1974, un auténtico imperialismo
contraceptivo que conducen a nuestros pueblos a un invierno demográfico que sólo
puede ser funcional a intereses ajenos.
Poseer autonomía institucional y económica no garantiza sino en una mínima
proporción el constituir una nación verdaderamente independiente, y debe ir
acompañado de una convencida y tenaz defensa de lo más importante que posee un
pueblo: los valores y el acervo cultural que constituyen su idiosincrasia, que
es lo único que lo hace único e irrepetible.