“Absolver al malvado y condenar al justo son dos cosas que abomina el Señor.” Proverbios 17:15.
Es probable que Ud. lo sepa, pero contárselo nunca viene mal ya que
si recibe a la presidente de nuevo es seguro que le contará lo que dijo
en la FAO: “[tenemos] un índice de pobreza por debajo del 5% y de
indigencia del 1,27%”; si estas cifras le parecen raras sepa que el
INDEC funciona igual que siempre, pero con una directiva nueva, desde
que Ud. se fue no se publican índices de pobreza porque dicen que
hacerlo, es estigmatizar a los pobres.
En verdad hay un cierto desfasaje con lo que, seguramente, le cuente
la presidente; una parte del pueblo ha sido rebajado a la categoría de
lumpen en los últimos años, exactamente el 5,8% de los argentinos, casi
cinco veces el porcentaje de indigentes que cuenta la presidente. Pero,
habida cuenta que la mitad de la población ocupada gana menos de 5.000
-no olvidemos que el salario mínimo en el país de la inclusión social es
4.700$- a muchos no les queda otra que mendigar un plan “trabajar”,
preñarse -si es mujer- para conseguir una asignación universal por hijo
o, simplemente, revolver basureros para comer ya que en las “góndolas” a
los “precios cuidados” sólo los pueden mirar de lejos.
Un caso a tener en cuenta son los viejos, esos que Ud. le exige al
mundo que sean respetados y cuidados, pero acá el 78% de los jubilados
malvive con retribuciones que son un 65% del valor de la canasta básica
mínima que ronda los 5.800 $. De cualquier manera, Santo Padre, tenemos
menos pobres que en Alemania según asegura un pensador de Quilmes.
Si tuviéramos que clasificar a este estamento de la sociedad por sus
condiciones anímicas la definición exacta de este 25,1% de pobres,
marginados y otros, pasa por la sumisión y la desesperanza mientras ven
que para sus hijos hay como futuro droga, delincuencia y muerte.
¿Importa esto?, no. Ud. lo sabe bien, en general a los argentinos
mejor ubicados en este ranking de la desgracia no nos importa nada y
menos aún el prójimo, siempre y cuando que haya denarios sonando en los
bolsillos. La economía ha “mejorado” o al menos es lo que queremos creer
ya que aún existen las 12 ó 18 cuotas de la felicidad encarnadas en
cualquier artículo que aliente nuestra fiebre consumista; así que, Santo
Padre, a otros con el cuento de los pobres, de la decadencia
institucional, de la ruina de la educación y la salud pública, nada de
eso importa aunque, como nos sucede cada tanto, después lloremos
desconsoladamente.
Un observador poco avisado nos definiría como egoístas. No, esa
postura ya ha sido superada en el “cuesta abajo” en que estamos
empeñados. Ahora solo somos simplemente baratos. Ni siquiera hemos sido
comprados -pueblo aún arrogante e indiferente en su miseria- con
espejitos y vidrios de colores. Venimos eligiendo a los que mandan,
simplemente, a cambio de bolitas de barros pintadas.
Siempre hemos creído que con la parada nos bastaba; salimos a la
calle -por un día, nada más que un día- en contra del aborto, a
protestar por el avasallamiento a la justicia, por el ataque al campo,
por la libertad de prensa, por el asesinato de Nisman y así acallamos
nuestra conciencia “republicana” de la misma manera que acallamos
nuestra conciencia social comprando televisores en cuotas; mientras la
banda que maneja el país la hace de la misma manera que siglos atrás
“los hermanos de la costa” manejaban La Tortuga, es decir, se queda no
solo con el erario de la república sino también con nuestra honra.
Nuestra falta de consecuencia nos ha jugado en contra y hoy vivimos
manoseados en el peor barro.
Esta, nuestra manera de ser, ha sido nuestra condena. Eso Ud. lo sabe
bien. Presumimos, o presumíamos, de ser los “piolas” del universo, o
por lo menos lo mejorcito de América, ¿y que mostramos hoy?; de puro
vivos que somos tenemos de presidente a una mujer que cobra por
alquilarle como lavandería las habitaciones vacías de sus hoteles a un
socio al que ella y su marido convirtieron de cajero de banco en el
principal contratista del estado, una mujer que presume de abogada
exitosa, pero que no ha mostrado a nadie su diploma, que no ha hesitado
en borrar con el codo lo que antes había escrito y que ha hecho de una
fábula falaz la única política de estado que conocemos. Bueno, no vale
la pena seguir con esto porque Ud., con todas las veces que ella lo ha
ido a visitar- con y sin patota- la debe conocer bien.
Somos tan vivos, Santo Padre, que seguimos exhibiendo como
vicepresidente a un sujeto que, al igual que Robinson Crusoe, vive en el
médano de una playa, individuo del que ya hemos perdido la cuenta de
las veces que ha sido procesado y que exhibe como proeza haber
falsificado la documentación de un auto para estafar a su ex mujer.
De tan verseros que somos nunca nos dimos cuenta que el verso
verdadero nos lo hacían a nosotros. Tratemos de recordar que ralea de
tipos nos hemos bancado y Ud. debe recordarlos bien: De Elía, Esteche,
Pérsicco, patoteros doctorados en cachiporra y fierro, un jefe de
gabinete complicado con el tráfico de efedrina y que tiene la rara manía
de esconderse en los baúles de los autos, un canciller dispuesto a
hacer el papel de renegado siguiendo como perro faldero los caprichos de
presidencia que nos manda al fondo de la vergüenza al firmar un
protocolo apaciguador con los que nos habían bombardeado hace veinte
años.
Aunque no lo decimos, Santo Padre, es probable que odiemos a los
espejos porque mirarnos en ellos cada vez se nos hace más doloroso. Le
hemos rendido pleitesía a un juez de la Corte que alquilaba sus
departamentos como prostíbulos y que- nobleza obliga- escribió el mejor
código de justicia militar mientras era juez del proceso de
reorganización nacional, pero también estamos al borde de que sea
presidente de la República un fulano que, presumiendo de amistad con
Ud., sigue escondiendo el número de muertos que hubo en la inundación de
La Plata y del que jamás hemos conocido una manifestación de bienes.
Volviendo a los viejos, Santo Padre, déjeme contarle que los
militares, gendarmes y policías presos como consecuencia de la guerra
contra la subversión, siguen presos y siguen muriéndose sin pausa. En
general tienen, más o menos, sus años, Santo Padre, y, aunque debido a
esa edad son más vulnerables, nada nuevo hay en su situación; se les
sigue haciendo lo mismo que les hacían cuando Ud. era cardenal primado,
pasan días sin agua o calefacción, son despertados a las dos de la
mañana para llevarlos a un hospital en el que deben estar a las once,
tardan meses en darles turnos a aquellos que sufren graves enfermedades y
los que han muerto, generalmente lo han hecho en la más dolorosa
soledad. Como ve, Santo Padre, nada ha cambiado. Sé, pese a lo que dicen
algunos, que Ud. los lleva en su corazón. Rece por ellos que es lo
único que Ud. puede hacer.
Por lo demás, seguimos progresando, más droga aunque de peor calidad,
más chicos con el cerebro “limado”, más muertes por desnutrición, más
asesinatos, más mujeres muertas y desaparecidas y cada día más mentiras,
más dolor y más desesperanza; tanta, Santo Padre, que muchos argentinos
creen que Dios nos ha dado la espalda.