jueves, 14 de abril de 2016

LA VOZ DE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA JUAN MANUEL DE ROSAS

LA VOZ DE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA
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JUAN MANUEL DE ROSAS

Consolidó la nacionalidad;  fundó la autoridad política;  triunfó sobre la anarquía y la corrupción, asegurando  la paz social; resistió  gallardamente la invasión extranjera, mereciendo el respeto europeo; fue amado por el pueblo argentino.

INTERESANTE APRECIACIÓN FRANCESA SOBRE EL RESTAURADOR, CONTEMPORÁNEA AL BLOQUEO.
ARCHIVO AMERICANO
Y ESPÍRITU DE LA PRENSA DEL MUNDO
(Nº13, Buenos Aires, julio 20 de 1844)
Cartas Sobre la América del Sud, publicadas en    La Presse,  de París,  en septiembre de 1843.
(Carta  Nº VII)


  Cuando un hombre toma sobre sí la responsabilidad toda entera de la ley, es preciso que nada venga á desmentir su infalibilidad, sin lo que todo el edificio político que ha querido fundar recae sobre él y lo aplasta. Es lo que inevitablemente hubiera sucedido á Rosas, como había sucedido á los que habían querido ya ensayar la dictadura en la América del Sud, si su voluntad se hubiera encontrado un solo instante impotente o desconocida.
      Le era preciso, ante todo arribar á establecer sobre todos los puntos de la circunscripción de la república su dominación absoluta y soberana.
      Rosas  ha encontrado por todas partes instrumentos dóciles y decididos; esto es demasiado raro para merecer  que se compruebe.  Jamás ninguno de sus empleados  ha traicionado su confianza o faltado al deber que le estaba asignado, ni en el Ejército, ni en la Administración, ni en la política. Pero si Rosas no ignora nada  de lo que se pasa hasta las extremidades de la República, si jamás permanece impune un solo crimen, si el robo ha arrastrado siempre consigo la restitución  y la pena, es que Rosas ha podido contar  sobre sus partidarios más que sobre sus Agentes oficiales: en efecto, ninguna policía del mundo le hubiera hecho arribar al resultado que ha obtenido.
      
En cuanto a los agentes que emplea  no los elije, seguro que los ha de contener, cualesquiera que sean, en la impotencia de conducirse mal. Así, cuando llegó al poder,  los libros de Aduana y de Hacienda  eran llevados por las personas más distinguidas de Buenos Aires, y sin embargo se robaba todo el impuesto y las asignaciones: el compadre Toma (el compadre Prends!) tenía su mano siempre abierta  sobre las arcas vacías del Estado. Viendo que las entradas eran malversadas, a pesar de la posición social de los empleados,  se apresuró á despedir  todo el personal de la Administración, y puso en su lugar precisamente los individuos que sus enemigos le designaban por irrisión como los más incapaces y menos íntegros de toda la  Confederación. Desde entonces no se malversado un sólo real; un solo error de cifra, ni aun el menor, no se ha encontrado sobre las cuentas rendidas de la Administración, publicadas, arregladas y saldadas al fin de cada mes. Buscaréis en vano en el mundo entero una administración que funcione con esta celeridad y esta precisión.




      La República Argentina estaba antes de Rosas, sin ejército y sin finanzas; Rivadavia, por ejemplo, para subvenir á los gastos y a las prodigalidades de su gobierno, había emitido un papel moneda que bien pronto perdió  todo su valor, y que cierra aun hoy todo crédito en los negocios. Rosas se ha reconocido garante de todas las deudas de la República; entretiene encargados de Negocios  cerca de todas las Potencias; conserva en pie un Ejército regular  considerable (cerca de 25.000 hombres). Hasta aquí ni acreedores ni empleados  no han tenido que quejarse de él ni por una negativa ni por un retardo. Es bueno observar que  las tres cuartas partes, al menos,  de la deuda Argentina tiene a extranjeros por titulares.

      Amigos y enemigos tienen una confianza ilimitada en su palabra; porque se ha hecho una religión de no faltar a ella jamás ni hacia los unos ni hacia los otros.

      Antes de él la ley no había sido más que un nombre vano en la América del Sud. Poniéndose  ostensiblemente  en lugar de la Ley, Rosas ha querido sustituir la cosa a la palabra, el hecho a la fórmula. ¿No era en efecto la necesidad más imperiosa? Donde fallan el orden público y la autoridad ¿es otra cosa la libertad que la licencia?

    Pero  para hacerse respetar en América no hay otro medio que el de hacerse temer. Indios y Criollos son por todas partes, los mismo desde el Missouri hasta el Cabo de Hornos. Ningún poder humano conseguiría reducirlos si no se ejerce con las exterioridades del despotismo y sin la represión de la legalidad. Para ellos la ley no es un freno; porque es una prevención; no preserva más á la víctima porque amenace al culpable. El perdón no es á sus ojos más que un signo de debilidad, y la clemencia no sirve más que para alentar á  las revueltas. Un adagio muy popular en la América del Sud dará una idea del modo como deben gobernarse esos países: “Si en perro que guarda la casa ladra, entrad sin temor; pero si nada dice, tened cuidado ¡muerde!”

      Puede decirse que jamás una sentencia ha prevenido un crimen en América. Este pueblo no teme la muerte, cuando sabe que va a morir, y sobre todo como va á morir; pero temer más que la muerte la mano invisible que le hiere en la obscuridad y misterio; porque es asi que hiere la justicia divina! Pero con estas imaginaciones ultra-hiperbólicas que, en algunos soldados amontonados, no ven más que un ejército innumerable, el proceso cambia al bandido en héroe, la ejecución públicas le cambiará en mártir.

      En Méjico donde,  para dar más solemnidad al acto de la justicia, una ejecución  se celebra como una fiesta, se roba  todos los días con efracción en las ciudades más populosas, y cada disputa jamás se termina sin una puñalada. En Buenos Ayres, al contrario, nadie es asesinado hoy ó robado, precisamente porque no se sabe que hay un culpable sino encontrando por casualidad un cadáver expuesto con un cartelón que comprueba su culpabilidad.

     Podéis hoy atravesar las Pampas, descansar a la sombra del Ombú, cuyos ramos gigantescos pueden abrigar una aldea, y son el sólo abrigo  que encuentra el viajero  contra el sol y la lluvia: podéis internarnos á trescientas leguas delante de vos, hasta el pié de los Andes; pedir la hospitalidad de las chacras (cabañas)  a los estancieros  esparcidos  en las llanuras en pos de sus inmensas haciendas; en fin, dormir o viajar en seguridad sin  tener que temer un solo encuentro desagradable.

      ¿Cual es pues el prestigio tan poderoso para garantir con su inviolabilidad en un espacio de algunas mil leguas cuadradas, donde poco ha no se podía dar un paso sin tener que temer por su bolsillo o por su vida? El sólo nombre de Rosas.

      Hace apenas doce años que el Gobierno de Buenos Aires había vanamente ensayado concesiones gratuitas de terrenos para atraer la población y la cultura sobre las costas del Sud, desde el río Quequén hasta el Sauce Grande y las riberas magníficas del Azul hasta la cadena de la Ventana. Los terrenos, cuya propiedad se reusaba entonces, se venden  hay a 35.000 pesos las doce leguas cuadradas, precio fabuloso en toda la América. Esas riberas pacíficas y seguras están ahora cubiertas de plantaciones y de ganados; porque el gaucho está bien cierto que la marca de su hacienda será reconocida y respetada en toda la extensión de la llanura.

      Mientras que bajo pretexto de libertad los otros Estados de la América se matan entre sí y se aniquilan en las discordias y la anarquía ¿es nada haber traído tan prontamente la paz y la prosperidad á un país que se encontraba entregado sin remedio a la destrucción y al pillage?  Rosas lo ha conseguido. Los medios han sido violentos y aun opresivos; pero tantos experimentos fatalmente ensayados no han probado que aquellos eran los solos eficaces? Déspota, Tirano, Dictador ¿qué importa la palabra con tal que en el fondo sean propicios los resultados?

      Rosas ha fundado la autoridad, beneficio inapreciable de que gozan aquellos mismos que desconocen o calumnian  esta éra nueva,  que sólo él ha instalado en la América del Sud. Mientras que Mr. Le Blanc hacía arbitrariamente quemar los buques  mercantes de Buenos Aires, detenidos embargados en el puerto! ¿Qué otro que Rosas hubiera podido salvar  á nuestros compatriotas de las manos de un populacho furioso; empujado por el impulso de una venganza tan natural? y más recientemente aun los ingleses de Buenos Ayres, tan gravemente puestos  en peligro por la conducta inescusable del Comodoro Purvis delante de Montevideo?

     Si Rosas se ha opuesto  enérgicamente a todo acto de represalia, es porque ha sentido  que se haría recaer necesariamente sobre él toda la responsabilidad de los sucesos.  Así deja él a sus enemigos comprometerse siempre antes de darles ningún pretexto contra él. En la posición excepcional en que se encuentra, comprende muy bien que no debe librar nada al acaso y que no debe tentar nada sino a golpe seguro. El día que el éxito no viniese a coronar alguna de sus empresas, el prestigio que le rodea se disiparía bien pronto; el día que no estuviese solo para dirigir el movimiento, la fuerza que hubiera empleado fuera de sí podría querer entrar en cuenta y en participación.

      Se ha dicho últimamente que la falta de caballos impedía a Oribe dominar la campaña; pero si fuese ese sólo el obstáculo que se oponía a la toma de Montevideo, Rosas podía removerlo de un día para el otro; porque nadie ignora en América que Rosas no se vería embarazado apara encontrar no diez mil, sino cien mil caballos. Por otra parte si Rosas lo hubiera permitido, el Ejército Federal  hubiera podido apoderarse  inmediatamente, después de  su campaña del Interior, de Montevideo, tomado desprevenido. Es pues, evidente que Rosas ha querido llevar las cosas en dilación para que de ello sacar mejor partido. Acepta una posición difícil de donde esté seguro de salir con ventaja, cuando lo quiera, porque no quiere salir de ella sino con un resultado completo, y definitivo, y  saber, en fin, sobre quien  y sobre que puede contar. Contemporizando así,  Rosas habrá puesto para siempre  a Montevideo  en la imposibilidad de dañarle; y además como detesta á la Inglaterra, ha tenido tiempo de convencerse  del juego que el Gabinete Inglés jugaba contra él haciendo estar por la paz su diplomacia en Buenos Aires mientras que su marina estaba por la guerra en Montevideo. Las ordenes del Almirante que han hecho cesar la actitud hostil del Comodoro Purvis habrían venido demasiado tarde, y en nada cambiarán las disposiciones de Rosas. Ve claro ahora en la situación; nada olvidará y aprovechará de todo. Y mal conozco  este hombre resuelto y sagaz, si la Inglaterra no tiene en breve que arrepentirse de la duplicidad de su política en la América del Sud.

      Rosas dirige todo; tiene el ojo sobre todo; y su aptitud para los negocios parece universal. Solo él tiene la clave de su política, y todos los agentes que emplea, no son en sus manos más que instrumentos dóciles, concurriendo aisladamente á un fin común y único.

      Todo sistema, bueno o malo, es absoluto en su marcha. Rosas es exclusivo; no admite al  derredor de sí  ninguna influencia que le impulse o le retenga, y no acepta limitación alguna. Aquellos parientes suyos que han querido usar  en el Gobierno de su prerrogativa de familia, y que han contado sobre el afecto que Rosas les profesaba, para sobreponerse a la ley que él ha establecido, los ha puesto en prisión o los ha desterrado: su hermano mismo se encontraba entre los refugiados de Montevideo.

      Cosa extraña! En un país en que las revoluciones militares son tan frecuentes, Rosas ha sabido tomar un ascendiente  tal sobre el Ejército, que es imposible citar  un ejemplo de defección, sea de parte de los Gefes, sea de parte de los soldados. Y sin embargo, Rosas no ha hecho su carrera por las armas, jamás ha mandado un ejército, y no cuenta, a decir verdad, un hecho memorable en su vida.

      Cosa más extraña aun! Rosas ha ganado el afecto del pueblo á punto que ha debido a veces impedir las suscripciones nacionales voluntarias  que se ofrecen  en ayuda al impuesto  normal en las circunstancias difíciles ó en las ocasiones solemnes. Y sin embargo Rosas no ha dado aquí sino golpes terribles; él ha herido sin piedad. Pero las masas tienen instintos que no sabrían engañarlas. El ejército bien equipado  y  bien entretenido, se ha disciplinado sin resistencia, bajo un estandarte hasta aquí victorioso, y experimenta la influencia del cuadro; lo mismo que el pueblo se duerme tranquilo y satisfecho, bajo el encanto reparador del órden y de la seguridad.

      Por lo demás este hombre verdaderamente extraordinario, de ningún modo ha buscado esa afección pública; aun parece querer resistir á ella, porque emplea contra este amor imprevisto las mismas precauciones que contra los odios que sabe no pueden faltarle. En este camino arriesgado á que le impulsa su convicción, parece no obedecer más que á una voz interior que le manda ir por allí adelante; y llena su misión que cree ser providencial, y que reconoce él mismo que debe ser temporaria, impasible como el Destino.

     Todos los hombres que han querido tomar seriamente  el Gobierno en la América han experimentado que el sistema practicado por Rosas, era el sólo conveniente a esas jóvenes Repúblicas, tan agitadas en su cuna de independencia. Para los unos, como Bolívar, Páez, Dorrego &c. han carecido de esa fuerza  moral que fija y asienta una nacionalidad; los otros, como San Martín, se han fatigado de luchar sin treguas contra la desconfianza y la apatía públicas, y han desesperado muy pronto del porvenir.

      Toda vez que los partidos se han visto amenazados en su influencia anárquica por el imperio que un hombre podía ejercer sobre ellos y contra ellos, no has dejado de clamar  contra la tiranía y la ambición. Es delante de iguales clamores  que el General San Martín dimitió su dictadura en el Perú, y se retiró al frente de su ejército victorioso. Hoy sin embargo es más popular por aquello  que ha querido hacer, que por lo que ha hecho, y se toman más en cuenta sus actos de autoridad que sus hazañas.

      Si Rosas hubiese cedido ante la calumnia, como lo ha hecho San Martín, el Plata estaría bajo la hacha de la anarquía y de sus divisiones intestinas  que devoran aun al Perú, asi como otros Estados de la América del Sud. Pero Rosas ha resistido y persistido: diez años le han bastado para afirmar la autoridad, sin la que  no se hacen poderes durables ni nacionalidades fecundas.

      Este duro é infatigable arquitecto aspira, se dice, al reposo. Hasta aquí no ha sacado para su persona ningún beneficio de su despotismo: no tiene ni guardia que lo proteja, ni pompa que lo rodee, ni culpables caprichos que satisfaga. Trabaja regularmente 14 horas por día; este raro poder de trabajo debe maravillar a un pueblo tan indolente y perezoso como lo son todas las poblaciones de la América del Sud. Muchas veces Rosas permanece encerrado durante la mitad del año, y pasa la mitad de sus  noches  en recorrer los legajos para tomar conocimiento de todas las quejas y reclamaciones depuestas  por órden en sus oficinas. Quiere que nada pase en la República de que no esté informado, para estar en actitud de hacer justicia á todos, y á faz de todos.

      Todo lo que Rosas ha emprendido lo ha concluido, porque tiene por regla de conducta no dejar jamás nada a sus espaldas. Es por esto que él llevará a término la guerra actual, y sin duda la paz vendrá para él, cuando la haya traído definitivamente a la Confederación. Rosas prepara ya su retiro, al que no había tenido tiempo de pensar hasta aquí. Trescientos obreros franceses están empleados en este momento en su quinta (casa de campo) de Palermo.  Es allí que ha elegido su recinto de reposo para vivir ahí en la sociedad de su hija, que ama sobre todo. Doña Mariquita, según el dicho de todos los que han tenido el honor de acercársele, es el modelo de todas las cualidades y de todas las virtudes que se buscan en una muger. El pueblo la ha denominado el Ángel de la guarda de la ciudad y de la casa.

  Rosas tiene 45 años, es aun el más diestro y hermoso ginete del Plata. Su estatura es alta, su constitución huesosa es formidable. Es rubio como un Dinamarquez; y su figura, que respira la bondad y la dulzura, estaría lejos de anunciar el alto justiciero de la América, si en esta tenuidad casi femenil no corriesen algunas líneas enérgicas y vigorosas. En sus relaciones privadas, es lleno de bondad y de expansión; toma sus diversiones después de muchos días de trabajo, y goza de ellas con el abandono y el ardor de un alumno.

     Siempre que la necesidad política no ponga el cuchillo en manos de Rosas, nadie mejor que él sabe perdonar y olvidar. Una simple intercesión  de parte del Almirante Dupotet ha bastado para volver  á la libertad y á sus familias, más de cuatrocientos condenados políticos. Cuando la hija de Rosas, que es entero retrato de su padre, pasa a caballo por las calles, bastantes bendiciones la acompañan, bastantes voces ruegan por ella; porque es la paloma de la reconciliación; ella anuncia el fin de la cólera y lleva consigo los gages de la clemencia.

      Rosas ha manifestado muchas veces  deseos  de visitar la Francia, que mira como su lejana Patria (sus antepasados son de origen francés).

     Tal es este hombre, de quien puede decirse que, queriendo el fin jamás ha retrocedido ante los medios. Lo conocéis ahora juzgádle!”



FIN



(De La Presse de París fecha 21, 23 y 24 de setiembre último).