LA VOZ DE LA CONFEDERACIÓN
ARGENTINA
LA IMAGEN NO CORRESPONDE A LA PUBLICACION ORIGINAL
JUAN MANUEL DE ROSAS
Consolidó la nacionalidad; fundó la autoridad política; triunfó sobre la anarquía y la corrupción,
asegurando la paz social; resistió gallardamente la invasión extranjera,
mereciendo el respeto europeo; fue amado por el pueblo argentino.
INTERESANTE APRECIACIÓN FRANCESA
SOBRE EL RESTAURADOR, CONTEMPORÁNEA AL BLOQUEO.
ARCHIVO AMERICANO
Y ESPÍRITU DE LA PRENSA
DEL MUNDO
(Nº13, Buenos Aires,
julio 20 de 1844)
Cartas
Sobre la América
del Sud, publicadas en La Presse, de París,
en septiembre de 1843.
(Carta Nº VII)
Cuando
un hombre toma sobre sí la responsabilidad toda entera de la ley, es preciso
que nada venga á desmentir su infalibilidad, sin lo que todo el edificio
político que ha querido fundar recae sobre él y lo aplasta. Es lo que inevitablemente
hubiera sucedido á Rosas, como había sucedido á los que habían querido ya
ensayar la dictadura en la
América del Sud, si su voluntad se hubiera encontrado un solo
instante impotente o desconocida.
Le era preciso, ante todo arribar á establecer
sobre todos los puntos de la circunscripción de la república su dominación
absoluta y soberana.
Rosas
ha encontrado por todas partes
instrumentos dóciles y decididos; esto es demasiado raro para merecer
que se compruebe. Jamás ninguno de sus empleados ha traicionado su
confianza o faltado al
deber que le estaba asignado, ni en el Ejército, ni en la Administración, ni
en la política. Pero si Rosas no ignora nada
de lo que se pasa hasta las extremidades de la República, si jamás
permanece impune un solo crimen, si el robo ha arrastrado siempre consigo la
restitución y la pena, es que Rosas ha
podido contar sobre sus partidarios más
que sobre sus Agentes oficiales: en efecto, ninguna policía del mundo le
hubiera hecho arribar al resultado que ha obtenido.
En cuanto a los agentes que emplea no los elije, seguro que los ha de contener,
cualesquiera que sean, en la impotencia de conducirse mal. Así, cuando llegó al
poder, los libros de Aduana y de
Hacienda eran llevados por las personas
más distinguidas de Buenos Aires, y sin embargo se robaba todo el impuesto y
las asignaciones: el compadre Toma
(el compadre Prends!) tenía su mano
siempre abierta sobre las arcas vacías
del Estado. Viendo que las entradas eran malversadas, a pesar de la posición
social de los empleados, se apresuró á
despedir todo el personal de la Administración, y
puso en su lugar precisamente los individuos que sus enemigos le designaban por
irrisión como los más incapaces y menos íntegros de toda la
Confederación. Desde entonces no se
malversado un sólo real; un solo error de cifra, ni aun el menor, no se ha
encontrado sobre las cuentas rendidas de la Administración,
publicadas, arregladas y saldadas al fin de cada mes. Buscaréis en vano en el
mundo entero una administración que funcione con esta celeridad y esta
precisión.
La República Argentina
estaba antes de Rosas, sin ejército y sin finanzas; Rivadavia, por ejemplo,
para subvenir á los gastos y a las prodigalidades de su gobierno, había emitido
un papel moneda que bien pronto perdió
todo su valor, y que cierra aun hoy todo crédito en los negocios. Rosas
se ha reconocido garante de todas las deudas de la República; entretiene
encargados de Negocios cerca de todas
las Potencias; conserva en pie un Ejército regular considerable (cerca de 25.000 hombres). Hasta
aquí ni acreedores ni empleados no han
tenido que quejarse de él ni por una negativa ni por un retardo. Es bueno
observar que las tres cuartas partes, al
menos, de la deuda Argentina tiene a
extranjeros por titulares.
Amigos y enemigos tienen una confianza
ilimitada en su palabra; porque se ha hecho una religión de no faltar a ella
jamás ni hacia los unos ni hacia los otros.
Antes de él la ley no había sido más que
un nombre vano en la América
del Sud. Poniéndose ostensiblemente en lugar de la Ley, Rosas ha querido sustituir la cosa a la
palabra, el hecho a la fórmula. ¿No era en efecto la necesidad más imperiosa?
Donde fallan el orden público y la autoridad ¿es otra cosa la libertad que la
licencia?
Pero para hacerse respetar en América no hay otro
medio que el de hacerse temer. Indios y Criollos son por todas partes, los
mismo desde el Missouri hasta el Cabo de Hornos. Ningún poder humano
conseguiría reducirlos si no se ejerce con las exterioridades del despotismo y
sin la represión de la legalidad. Para ellos la ley no es un freno; porque es
una prevención; no preserva más á la víctima porque amenace al culpable. El
perdón no es á sus ojos más que un signo de debilidad, y la clemencia no sirve más
que para alentar á las revueltas. Un
adagio muy popular en la
América del Sud dará una idea del modo como deben gobernarse
esos países: “Si en perro que guarda la
casa ladra, entrad sin temor; pero si nada dice, tened cuidado ¡muerde!”
Puede decirse que jamás una sentencia ha
prevenido un crimen en América. Este pueblo no teme la muerte, cuando sabe que
va a morir, y sobre todo como va á morir; pero temer más que la muerte la mano
invisible que le hiere en la obscuridad y misterio; porque es asi que hiere la
justicia divina! Pero con estas imaginaciones ultra-hiperbólicas que, en
algunos soldados amontonados, no ven más que un ejército innumerable, el proceso cambia al bandido en héroe, la
ejecución públicas le cambiará en mártir.
En Méjico donde, para dar más solemnidad al acto de la justicia,
una ejecución se celebra como una
fiesta, se roba todos los días con
efracción en las ciudades más populosas, y cada disputa jamás se termina sin
una puñalada. En Buenos Ayres, al contrario, nadie es asesinado hoy ó robado,
precisamente porque no se sabe que hay un culpable sino encontrando por
casualidad un cadáver expuesto con un cartelón que comprueba su culpabilidad.
Podéis hoy atravesar las Pampas, descansar a la sombra del Ombú, cuyos ramos gigantescos pueden abrigar
una aldea, y son el sólo abrigo que
encuentra el viajero contra el sol y la
lluvia: podéis internarnos á trescientas leguas delante de vos, hasta el pié de
los Andes; pedir la hospitalidad de las chacras
(cabañas) a los estancieros esparcidos en las llanuras en pos de sus inmensas
haciendas; en fin, dormir o viajar en seguridad sin tener que temer un solo encuentro
desagradable.
¿Cual es pues el prestigio tan poderoso
para garantir con su inviolabilidad en un espacio de algunas mil leguas cuadradas,
donde poco ha no se podía dar un paso sin tener que temer por su bolsillo o por
su vida? El sólo nombre de Rosas.
Hace apenas doce años que el Gobierno de
Buenos Aires había vanamente ensayado concesiones gratuitas de terrenos para
atraer la población y la cultura sobre las costas del Sud, desde el río Quequén
hasta el Sauce Grande y las riberas magníficas del Azul hasta la cadena de la Ventana. Los terrenos, cuya
propiedad se reusaba entonces, se venden
hay a 35.000 pesos las doce leguas cuadradas, precio fabuloso en toda la América. Esas riberas pacíficas
y seguras están ahora cubiertas de plantaciones y de ganados; porque el gaucho está bien cierto que la marca de su hacienda será reconocida y
respetada en toda la extensión de la llanura.
Mientras que bajo pretexto de libertad
los otros Estados de la
América se matan entre sí y se aniquilan en las discordias y
la anarquía ¿es nada haber traído tan prontamente la paz y la prosperidad á un
país que se encontraba entregado sin remedio a la destrucción y al pillage? Rosas lo ha conseguido. Los medios han sido
violentos y aun opresivos; pero tantos experimentos fatalmente ensayados no han
probado que aquellos eran los solos eficaces? Déspota, Tirano, Dictador ¿qué
importa la palabra con tal que en el fondo sean propicios los resultados?
Rosas ha fundado la autoridad, beneficio
inapreciable de que gozan aquellos mismos que desconocen o calumnian esta éra nueva, que sólo él ha instalado en la América del Sud. Mientras
que Mr. Le Blanc hacía arbitrariamente quemar los buques mercantes de Buenos Aires, detenidos
embargados en el puerto! ¿Qué otro que Rosas hubiera podido salvar á nuestros compatriotas de las manos de un
populacho furioso; empujado por el impulso de una venganza tan natural? y más
recientemente aun los ingleses de Buenos Ayres, tan gravemente puestos en peligro por la conducta inescusable del
Comodoro Purvis delante de Montevideo?
Si Rosas se ha opuesto enérgicamente a todo acto de represalia, es
porque ha sentido que se haría recaer
necesariamente sobre él toda la responsabilidad de los sucesos. Así deja él a sus enemigos comprometerse
siempre antes de darles ningún pretexto contra él. En la posición excepcional
en que se encuentra, comprende muy bien que no debe librar nada al acaso y que
no debe tentar nada sino a golpe seguro. El día que el éxito no viniese a
coronar alguna de sus empresas, el prestigio que le rodea se disiparía bien pronto;
el día que no estuviese solo para dirigir el movimiento, la fuerza que hubiera
empleado fuera de sí podría querer entrar en cuenta y en participación.
Se ha dicho últimamente que la
falta de
caballos impedía a Oribe dominar la campaña; pero si fuese ese sólo el
obstáculo que se oponía a la toma de Montevideo, Rosas podía removerlo
de un
día para el otro; porque nadie ignora en América que Rosas no se vería
embarazado apara encontrar no diez mil, sino cien mil caballos. Por otra
parte
si Rosas lo hubiera permitido, el Ejército Federal hubiera podido
apoderarse inmediatamente, después de su campaña del Interior, de
Montevideo,
tomado desprevenido. Es pues, evidente que Rosas ha querido llevar las
cosas en
dilación para que de ello sacar mejor partido. Acepta una posición
difícil de
donde esté seguro de salir con ventaja, cuando lo quiera, porque no
quiere
salir de ella sino con un resultado completo, y definitivo, y saber, en
fin, sobre quien y sobre que puede contar. Contemporizando
así, Rosas habrá puesto para
siempre a Montevideo en la imposibilidad de dañarle; y además como
detesta á la Inglaterra,
ha tenido tiempo de convencerse del
juego que el Gabinete Inglés jugaba contra él haciendo estar por la paz su
diplomacia en Buenos Aires mientras que su marina estaba por la guerra en
Montevideo. Las ordenes del Almirante que han hecho cesar la actitud hostil del
Comodoro Purvis habrían venido demasiado tarde, y en nada cambiarán las
disposiciones de Rosas. Ve claro ahora en la situación; nada olvidará y
aprovechará de todo. Y mal conozco este
hombre resuelto y sagaz, si la
Inglaterra no tiene en breve que arrepentirse de la
duplicidad de su política en la
América del Sud.
Rosas dirige todo; tiene el ojo sobre
todo; y su aptitud para los negocios parece universal. Solo él tiene la clave
de su política, y todos los agentes que emplea, no son en sus manos más que
instrumentos dóciles, concurriendo aisladamente á un fin común y único.
Todo sistema, bueno o malo, es absoluto
en su marcha. Rosas es exclusivo; no admite al
derredor de sí ninguna influencia
que le impulse o le retenga, y no acepta limitación alguna. Aquellos parientes
suyos que han querido usar en el
Gobierno de su prerrogativa de familia, y que han contado sobre el afecto que
Rosas les profesaba, para sobreponerse a la ley que él ha establecido, los ha
puesto en prisión o los ha desterrado: su hermano mismo se encontraba entre los
refugiados de Montevideo.
Cosa extraña! En un país en que las
revoluciones militares son tan frecuentes, Rosas ha sabido tomar un
ascendiente tal sobre el Ejército, que
es imposible citar un ejemplo de
defección, sea de parte de los Gefes, sea de parte de los soldados. Y sin
embargo, Rosas no ha hecho su carrera por las armas, jamás ha mandado un
ejército, y no cuenta, a decir verdad, un hecho memorable en su vida.
Cosa más extraña aun! Rosas ha ganado el
afecto del pueblo á punto que ha debido a veces impedir las suscripciones
nacionales voluntarias que se
ofrecen en ayuda al impuesto normal en las circunstancias difíciles ó en
las ocasiones solemnes. Y sin embargo Rosas no ha dado aquí sino golpes
terribles; él ha herido sin piedad. Pero las masas tienen instintos que no
sabrían engañarlas. El ejército bien equipado
y bien entretenido, se ha
disciplinado sin resistencia, bajo un estandarte hasta aquí victorioso, y
experimenta la influencia del cuadro;
lo mismo que el pueblo se duerme tranquilo y satisfecho, bajo el encanto
reparador del órden y de la seguridad.
Por lo demás este hombre verdaderamente
extraordinario, de ningún modo ha buscado esa afección pública; aun parece
querer resistir á ella, porque emplea contra este amor imprevisto las mismas
precauciones que contra los odios que sabe no pueden faltarle. En este camino
arriesgado á que le impulsa su convicción, parece no obedecer más que á una voz
interior que le manda ir por allí adelante; y llena su misión que cree ser
providencial, y que reconoce él mismo que debe ser temporaria, impasible como
el Destino.
Todos los hombres que han querido tomar
seriamente el Gobierno en la América han experimentado
que el sistema practicado por Rosas, era el sólo conveniente a esas jóvenes
Repúblicas, tan agitadas en su cuna de independencia. Para los unos, como
Bolívar, Páez, Dorrego &c. han carecido de esa fuerza moral que fija y asienta una nacionalidad;
los otros, como San Martín, se han fatigado de luchar sin treguas contra la
desconfianza y la apatía públicas, y han desesperado muy pronto del porvenir.
Toda vez que los partidos se han visto
amenazados en su influencia anárquica por el imperio que un hombre podía
ejercer sobre ellos y contra ellos, no has dejado de clamar contra la tiranía y la ambición. Es delante
de iguales clamores que el General San
Martín dimitió su dictadura en el Perú, y se retiró al frente de su ejército
victorioso. Hoy sin embargo es más popular por aquello que ha querido hacer, que por lo que ha
hecho, y se toman más en cuenta sus actos de autoridad que sus hazañas.
Si Rosas hubiese cedido ante la calumnia,
como lo ha hecho San Martín, el Plata estaría bajo la hacha de la anarquía y de
sus divisiones intestinas que devoran
aun al Perú, asi como otros Estados de la América del Sud. Pero Rosas ha resistido y
persistido: diez años le han bastado para afirmar la autoridad, sin la que no se hacen poderes durables ni nacionalidades
fecundas.
Este duro é infatigable arquitecto
aspira, se dice, al reposo. Hasta aquí no ha sacado para su persona ningún
beneficio de su despotismo: no tiene ni guardia que lo proteja, ni pompa que lo
rodee, ni culpables caprichos que satisfaga. Trabaja regularmente 14 horas por
día; este raro poder de trabajo debe maravillar a un pueblo tan indolente y
perezoso como lo son todas las poblaciones de la América del Sud. Muchas
veces Rosas permanece encerrado durante la mitad del año, y pasa la mitad de
sus noches en recorrer los legajos para tomar
conocimiento de todas las quejas y reclamaciones depuestas por órden en sus oficinas. Quiere que nada
pase en la República
de que no esté informado, para estar en actitud de hacer justicia á todos, y á
faz de todos.
Todo lo que Rosas ha emprendido lo ha
concluido, porque tiene por regla de conducta no dejar jamás nada a sus
espaldas. Es por esto que él llevará a término la guerra actual, y sin duda la
paz vendrá para él, cuando la haya traído definitivamente a la Confederación. Rosas
prepara ya su retiro, al que no había tenido tiempo de pensar hasta aquí. Trescientos
obreros franceses están empleados en este momento en su quinta (casa de campo) de Palermo. Es allí que ha elegido su recinto de reposo
para vivir ahí en la sociedad de su hija, que ama sobre todo. Doña Mariquita,
según el dicho de todos los que han tenido el honor de acercársele, es el
modelo de todas las cualidades y de todas las virtudes que se buscan en una muger.
El pueblo la ha denominado el Ángel de la
guarda de la ciudad y de la casa.
Rosas tiene 45 años, es aun el más diestro y hermoso ginete
del Plata. Su estatura es alta, su constitución huesosa es formidable. Es rubio
como un Dinamarquez; y su figura, que respira la bondad y la dulzura, estaría
lejos de anunciar el alto justiciero de la América, si en esta tenuidad casi femenil no
corriesen algunas líneas enérgicas y vigorosas. En sus relaciones privadas, es
lleno de bondad y de expansión; toma sus diversiones después de muchos días de
trabajo, y goza de ellas con el abandono y el ardor de un alumno.
Siempre que la necesidad política no ponga
el cuchillo en manos de Rosas, nadie mejor que él sabe perdonar y olvidar. Una
simple intercesión de parte del
Almirante Dupotet ha bastado para volver
á la libertad y á sus familias, más de cuatrocientos condenados políticos.
Cuando la hija de Rosas, que es entero retrato de su padre, pasa a caballo por las
calles, bastantes bendiciones la acompañan, bastantes voces ruegan por ella;
porque es la paloma de la reconciliación; ella anuncia el fin de la cólera y
lleva consigo los gages de la clemencia.
Rosas ha manifestado muchas veces deseos
de visitar la Francia,
que mira como su lejana Patria (sus antepasados son de origen francés).
Tal es este hombre, de quien puede decirse
que, queriendo el fin jamás ha retrocedido ante los medios. Lo conocéis ahora
juzgádle!”
FIN
(De La Presse de París fecha 21, 23 y 24 de setiembre último).