Conservar la civilización occidental. Por Luis Santiago Schneider
Esta es la consigna; preservar la
modernidad para conservar el progreso. Si pretendemos defender la
libertad, primero tenemos que defender lo mejor de lo que se puede saber
de nuestra civilización. Esto es, el estudio riguroso es la única forma
de ser conservador con fundamento. Pues, no se puede defender ni
conservar lo que se desconoce. Es necesario evocar los valores que nos
hacen civilizados, de lo contrario se obviarían y perderían en la
arbitrariedad posmoderna. En esto es en donde radica el quid de la
educación. En tiempos de apostasía cultural, es natural y relativo a la
inocencia más vil (la ignorancia elegida por indulgencia) que el
individuo se desarraigue de todo sentido patriótico, enajenándose a los
designios de corporaciones, o peor aún, al servilismo de intereses
internacionales de poderosos vengadores de derrotas pretéritas, de los
vencidos de la historia.
Aristocracia o posmodernidad, civilización o barbarie. Si no se hace algo contra la posmodernidad el horizonte es la barbarie. Y la guerra cultural no se gana con amor al dinero o a la propiedad privada en el sentido material, sino con un entendimiento de la propiedad y de lo privado más profundo como la identidad: la razón ontológica de la privacidad. La propiedad que hace al ser un individuo, es en donde el Estado no puede horadar con su voluntad genérica, haciendo del hombre un sujeto, el cual, sujetado a los derechos que el Estado dispone suplantan la libertad inherente a su naturaleza. A saber, si el derecho a la libertad es reemplazado por pequeñas “libertades”, los derechos que reemplacen a esa libertad perdida tienden al infinito. Una mayor libertad es directamente proporcional al éxito de privilegiados gremios y colectividades en la conquista de derechos, en detrimento de la equidad del liberalismo. Y la intrusión de un Dios padre Estado (que reemplaza la fe en un Dios muerto), pasaría a constituir una fuerza que está por encima de toda resistencia posible, fundada bajo los preceptos de ideologías alienantes que, al ser construcciones humanas, no se debe atribuir sobre ésta la idoneidad propia de un Dios. En donde la realización del hombre abandona la espiritualidad y de todo atisbo de introspección, para buscar realizarse a partir de los derechos que conquista, es donde se gesta el espíritu colectivo de tal renuncia a la libertad individual como medio de realización del hombre.
Estado presente es Estado omnipresente. Luego omnisciente, omnipotente, etc.
Si el Estado no trata al individuo como un fin en sí mismo y por lo tanto libre, lo tratará como un medio para sus convicciones. Exactamente como lo hace el dirigismo político progresista y sus dogmas de opresión. Sujetando al hombre a una voluntad general (revolución) arrebatándole su individualidad y por subsiguiente su libertad: único espacio para la transgresión y la obsecuencia auténticas. Porque la libertad parte necesariamente de una doctrina: sólo a partir de ésta se la puede transgredir o acatar. ¿Qué doctrina acataremos para ejercer una libertad verdaderamente autónoma? ¿Acaso justo aquella que no puede ser puesta en tela de juicio?
Si el Estado no trata al individuo como un fin en sí mismo y por lo tanto libre, lo tratará como un medio para sus convicciones. Exactamente como lo hace el dirigismo político progresista y sus dogmas de opresión. Sujetando al hombre a una voluntad general (revolución) arrebatándole su individualidad y por subsiguiente su libertad: único espacio para la transgresión y la obsecuencia auténticas. Porque la libertad parte necesariamente de una doctrina: sólo a partir de ésta se la puede transgredir o acatar. ¿Qué doctrina acataremos para ejercer una libertad verdaderamente autónoma? ¿Acaso justo aquella que no puede ser puesta en tela de juicio?
El posmodernismo, tendencia que brega
por forzar una “posmodernidad” inviable por definición, ya que no puede
superar a la modernidad con la que se vincula para ser la superación de
algo; procura la negación de todos los relatos occidentales, a excepción
del relato post-moderno que sustenta esta supuesta verdad. La cual,
necesariamente adopta el carácter de verdad absoluta y unívoca. Una
post-democracia en donde no hay disenso, ya que la discrepancia oprime a
quienes están pendientes de no ser transgredidos, haciendo de su fuero
íntimo una esfera que nos subordine a todos. Y un post-humano que ya no
es un hombre porque ya no posee naturaleza, y ahora es sólo un sujeto de
derecho; sujeto al Estado que le da identidad gracias a los derechos
conquistados, los cuales lo determinan en su ser de tal manera, que de
perderlos no quedaría nada de ese sujeto vacío y burocratizado sin
identidad propia y, por consiguiente, sin autenticidad ontológica. Un
“sujeto absoluto” el cual, su subjetividad absoluta, lo despoja de su
realidad natural dejando ligado su ser solipsista, exclusivamente a sus
ficcionales representaciones hermenéuticas y acientíficas. Sin voluntad
propia (supeditado a una voluntad general o de masas) el individuo no
tiene acceso a la libertad, queda sujeto a los dispositivos de poder de
su tiempo: su contexto lo determina. Y mientras el avance positivista
preocupa a la filosofía, vemos un avance anticientificista que en orden a
la negación de la lógica (deconstrucción del binario), se encarga de
terminar con el raciocinio humano de forma categórica.
La
hegemonía posmoderna que pretende subvertir el concepto de democracia,
en un democratismo multicultural que brega por que se impongan las
minorías por encima de las mayorías en una oligarquía retrógrada.
Contrariando a la democracia de tal modo que nos hace reticentes a ella,
cuando en rigor de verdad, invertir el paradigma de la democracia es
necesariamente incurrir en ser antidemocrático y no “más democrático”.
Tanto así, que los demócratas de hoy contrastan una democracia
aristocrática. ¡Qué difusos los lindes del totalitarismo!
La insistente búsqueda de homogeneizar
la cultura estriba en que las ciencias duras pasan a estar manipuladas
por el arbitrio y la superstición de pseudociencias específicas, a
partir de las cuales, se ejerce el poder que no está a la vista del
vulgo; porque transfiere el carácter objetivo que detentan las ciencias
naturales hacia las ciencias blandas intangibles. Post-estructuralistas
como Foucault y Derrida, avezados ideólogos cuya artería se refleja en
su negación de la realidad (naturaleza). En lo sucesivo la nueva moral
consiste en una constante e indiscriminada improvisación de
procedimientos favorables a sectores minoritarios, bajo el supuesto de
que históricamente se los destrató. Y tal reparación histórica resulta
anacrónica a un contexto en donde ser diferente es un privilegio. Con lo
cual, no hay honestidad en donde rebeldes acuden a exigir derechos que
ya poseen, dada su naturaleza de libre arbitrio garantizada por un
sistema que nos contiene y aleja del salvajismo connatural a la estirpe
humana en su manifestación más primitiva. Reduciendo toda eticidad a la
defensa de la parcialidad que busca ser privilegiada por encima del
ciudadano común y decente. Dogmatizando a sus militantes con ideales
utópicos y teledirigiéndolos hacia la guerra cultural, encorsetándolos a
través de la estigmatización de identidades prefabricadas. Así como el
pensamiento que se les inculca en serie, para asegurar la sumisión y
funcionalidad a la causa de la lucha, logrando así una cantidad de
reclutados en constante crecimiento.
Un síntoma insoslayable de la
contemporaneidad, es la progresiva degradación de los valores, que
genera reacciones en los más atentos al peligro de la pérdida o
desintegración total de todo sistema axiológico. Lo cual,
imposibilitaría cualquier avance en las sociedades. Ya que, sin valores
no hay posibilidad de transmutación o mejora alguna, porque no se puede
cambiar lo que no existe. Y lógicamente, no se puede mejorar algo que
está agotado y sepultado por sesgadas interpretaciones humanísticas de
lo que pretenden que el ser humano sea, desde su más brutal ignorancia.
Las intenciones de los múltiples movimientos de lucha y activismos de
todo tipo, pueden ser loables. No obstante, los resultados del
intervencionismo de una política estulta y pueril, puede ocasionar daños
irreversibles desde la más inocente malicia: la perfidia que sólo la
inconsciencia de mentes que no sean lo suficientemente idóneas y
provectas para semejantes problemáticas a encarar y dirimir. En donde
eventualmente se termine asesinado al más inocente e indefenso,
ejerciendo el mal absoluto de la muerte de innumerables víctimas de un
potencial error sin reparo. El exterminio más grande de la historia,
cuya infamia no permitiría si quiera recordar a aquellos anónimos a los
cuales la vida les fue privada por el aborto legal; a diferencia de
exterminios pasados en donde hoy se los conmemora por su nombre y como
lo que fueron: seres humanos. En suma, se concluye con que el aborto
legal es un crimen de lesa humanidad agravado por el vínculo, donde el
genocidio se perpetra por la mujer gestante que, en contubernio con el
Estado pactan la desaparición forzada del individuo nonato, obligando a
los que se dedican a salvar vidas a convertirse en asesinos.
Para
ser liberal, filosóficamente se tiene que ser indeterminista, es decir,
creer en el libre albedrío. El determinismo de pensadores que como
premisa epistemológica niegan la libertad, tienen que ser confutados. La
libertad tiene que estar determinada por concepto, no el hombre. Una
libertad sin límites es, necesariamente libertinaje. Determinar al
hombre estableciendo límites arbitrarios a partir de pseudociencias tan
populares como oscurantistas, como las posmodernas, consiguen imponer de
forma amoral y anticientífica un deber ser. Es decir, una moral
específica que somete, y lejos de persuadir, responde a intereses
particulares de humanismos que autoritariamente dictaminan lo que el
hombre debiera ser según su ideología. Un acervo de intelectuales que en
su enfoque parcial y en su derecho a equivocarse, se consideran idóneos
de aseverar qué es y qué no puede ser el hombre. Abusando de causas
nobles a partir de diferentes ismos, tales como los siguientes claros
ejemplos: derecho humanismo, progresismo, feminismo, indigenismo, etc.;
propagan su poder por mediación de diversos agentes de coacción cada vez
más refinados.
Para ponerle fin a la decadencia se
necesita restaurar un orden jerárquico. No se puede ordenar lo “igual”,
lo que es en términos valorativos: todo lo mismo. Tienen que existir
categorías para que las diferencias puedan coexistir dentro de un orden
determinado. Luego, la posmodernidad es el enemigo. Sin identificar al
enemigo se puede perder la disputa cultural, lujo que no se puede dar
Occidente a estas alturas ante el peligro inminente de la subversión a
escala global. Es menester el surgimiento de una nueva élite; una
reacción que suministre el orden pertinente al menos en el país, para
generar núcleos de resistencia y de una conducción política
verdaderamente de avanzada.
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