Populistas contra populicidas
Sí a Europa, pero no en su única fórmula liberal.
Disponemos ya de suficiente perspectiva para llamar a las cosas por su verdadero nombre: Maastricht es el nombre de un imperio. ¿Qué es un imperio? Littré [Lexicógrafo francés que dio su nombre a un conocido diccionario, N. d. T.] lo define así: “Se dice de un estado considerable, cualquiera que sea su forma de gobierno”. Este “estado considerable” tiene, en efecto, su bandera, pero esconde por todas partes las de las naciones que lo conforman y que, por eso, pasan a un segundo plano ; enseña claramente sus raíces cristianas con el azul virginal y las estrellas que están en la cabeza de la Virgen María; tiene su divisa en el latín eclesiástico: “In varietate concordia”, es decir, “Unida en la diversidad” ; tiene su Constitución (el Tratado de Roma) ; tiene su moneda (el euro) ; tiene su Parlamento (en Estrasburgo) ; tiene su himno (“Oda a la alegría”, de Beethoven con letra de Schiller, dos alemanes) ; tiene su fiesta nacional (el 9 de mayo, que es el aniversario de la declaración de la Constitución europea ratificada por Robert Schuman en 1950) ; tiene sus padres fundadores (Robert Schuman, pero también Jean Monnet) ; tiene sus apóstoles (Giscard, Mitterrand, Simone Veil, Jacques Delors) ; tiene también sus valedores : las figuras presidenciales desde Mitterrand (Chirac y Sarkozy, Hollande y Macron) pero también una cantidad considerable de ministros entre los que estuvo un tiempo Jean-Luc Mélenchon, y una gran cantidad de antiguos combatientes de mayo del 68, entre los cuales se cuenta el inenarrable Daniel Cohn–Bendit; y tiene también sus intelectuales orgánicos (Bernard–Henri Lévy y Luc Ferry, Alain Minc y Jacques Attali entre los más visibles). A todo ello hay que añadir la casi totalidad de la clase periodística que padecemos en los grandes medios incluyendo el servicio público, por supuesto.
¿Qué guerra es ésa?
En nombre de ese Estado considerable está hoy
prohibido querer a cualquier Estado que forme parte de ese imperio, con
el pretexto de pasar por nacionalista y, por lo tanto, por xenófobo,
racista y fascista. Como es sabido: “El nacionalismo es la guerra”, en
expresión de François Mitterand, que era entonces presidente de la
difunta República francesa, en un discurso que quería ser un testamento
el 17 de enero de 1995 en Estrasburgo, delante del Parlamento europeo
reunido en sesión plenaria.
Este presidente, que fue socialista hasta
1983, tenía razón al afirmar semejante idea, pero probablemente no como
él la entendía. Puesto que es el nacionalismo de Maastricht el que está
gestando una guerra que ya existe en su forma social, y no ningún otro
nacionalismo... Este imperio de Maastricht tiene también una política:
es una tiranía liberal, valga el oxímoron, que impone las leyes del
mercado de forma autoritaria, estatalista y burocrática. Este
liberalismo dispone de sus finanzas, un verdadero tesoro de guerra con
los impuestos de los contribuyentes europeos que le permiten afianzar su
dominación política e ideológica. El imperio de Maastricht dispone de
grandes portavoces en el mundo periodístico donde algunas fortunas
importantes tienen en sus manos una cantidad considerable de medios
(periódicos, semanarios, radios, televisiones, digitales). Se adoctrina
masivamente, intensamente, y a lo largo del tiempo.
Este imperio dispone de una ideología: es la que expresada por la Fundación Terra Nova [Think tank progresista francés, N. d. T.]
en una nota publicada en 2011, que es una especie de catecismo eurófilo
para tontos. Este texto certificaba la desafección electoral de una
gran parte de las víctimas de este Estado de Maastricht que, por serlo,
había cambiado el voto izquierdista por el del Frente Nacional. Terra Nova avalaba la cuestión e invitaba a la izquierda de Maastricht (un giscardismo sostenido por los medios Libération, Le Monde, France Inter, L’Obs y
otros soportes neoliberales subvencionados con dinero público) a atraer
a un nuevo electorado. Adiós a lo que yo llamé entonces el “pueblo a la
antigua” y bienvenido el nuevo pueblo formado por las minorías
sexuales, las minorías raciales y las minorías étnicas convertidas en
mayorías ideológicas. Tocqueville anunciaba la tiranía de la mayoría,
pero se equivocó: el estado de Maastricht afirma ideológicamente la
tiranía de las minorías (entre las cuales está su propia ideología,
también minoritaria).
Este “pueblo a la antigua”, sacrificado en el
altar del beneficio liberal y de la religión de las minorías, ha
entendido que esta Europa que le presentaban en el momento del Tratado
europeo de Maastricht (1992) como una garantía de pleno empleo, de paz
entre las naciones, de desaparición del desempleo, de fuerte
crecimiento, de amistad entre los pueblos, no ha producido más que lo
que genera el capitalismo liberal, es decir, la pauperización (pobres
cada vez más numerosos y cada vez más pobres, y ricos cada vez más ricos
y menos numerosos). Y la pauperización es el motor de la lucha de
clases.
Los más expuestos a esta brutalidad de los
mercados que han visto cómo se degradaban o desaparecían los servicios
públicos, la escuela y el ejército, la policía y la educación, el
servicio de correos y la sanidad, que antes les preservaban del
sufrimiento social, de la inseguridad y la desigualdad (aquello que
Bourdieu llamaba justamente “la miseria del mundo”), han empezado a
expresar sus dudas en las elecciones. Sus dudas y sus miedos.
Cuando estos pidieron, por vía electoral pacífica, un cambio en las reglas de juego, es decir, sí a Europa, pero no en su única fórmula liberal,
tuvieron que enfrentarse a los perros del imperio que les humillaron,
insultaron, menospreciaron y abandonaron: poco preparados, incultos,
provincianos, aldeanos, locos; después racistas, xenófobos, islamófobos,
fascistas, nazis (nacionales y socialistas), lo pudimos leer en la
pluma de Philippe Val en Charlie Hebdo, después del “No” masivo de 2005 (54,68% de nazis franceses...).
Negación del voto
¿Qué hicieron los ejércitos de este imperio
de Maastricht con ese “No” que decía claramente las cosas? Un papel
arrugado. El pueblo había votado mal; el Parlamento volvió a votar por
él. De tal forma que el Tratado rechazado por el pueblo en 2005 fue
votado por sus supuestos representantes en la Asamblea reunida en
Versalles en 2008.
¿Qué nombre dar a esta negación del voto de un pueblo soberano por aquellos que están llamados a representarle? Un populicidio. Una palabra inventada por Gracchus Babeuf [Político y revolucionario francés, N. d. T.]
en su tiempo y que puede volver a utilizarse en este caso. Littré nos
da el sentido: “Neologismo del lenguaje revolucionario. Que causa la
muerte, la ruina del pueblo”.
El imperio de Maastricht no vive solo de populicidios.
Que después de tres años Gran Bretaña no haya podido salir de esta
Europa después de que el voto del pueblo soberano lo pidiera
explícitamente atestigua la naturaleza iliberal de este régimen
imperial. Los pueblos ya lo han comprendido. El próximo escrutinio
europeo lo mostrará, incluyendo los votos en blanco, los nulos y la
abstención que será, previsiblemente, la gran vencedora. Advertidos por
la jurisprudencia del Tratado de Lisboa y del Brexit, los pueblos
podrían no ir a votar, sabiendo que el estado de Maastricht ha preparado
una gran papelera donde meter sus votos en el caso de que no
estuvieran a favor de su poder. En cualquier democracia digna de este
nombre, esta manera de comportarse se llama dictadura.
© Marianne
(Traducción de Esther Herrera)
(Traducción de Esther Herrera)
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