viernes, 28 de junio de 2013

DERROTA CULTURAL

cultural 1 
Ayer decidí romper la rutina y salir temprano de mi domicilio. No es que tenga nada en contra de madrugar, solo que cuando llega la hora ya me encuentro cansado. Compartí ascensor con mi vecino, ese que después de dos años de convivencia aún no registra que vivo en la puerta de al lado, pero que así y todo me da charla durante el viaje a planta baja. Podríamos haber hablado del frío, de la humedad o de la turra del piso de arriba, pero mi vecino optó por hacer un comentario de actualidad y, con los ojos hinchados por el sueño, me preguntó si había visto que la Afip está investigando el patrimonio de Lorenzetti. “Al final no se puede creer en nadie”, sentenció, para luego desearme buen día y devolverme al olvido cotidiano, a sabiendas que si me lo cruzo a la vuelta, volverá a preguntarme a qué piso voy, como todos y cada uno de los últimos veinticuatro meses.
Me encuentro con Alejandro, mi canillita amigo, quien sin entender qué hago despierto en horarios normales, a través de un guiño cómplice me suma a una charla de paso con un fulano que está más al pedo que yo. El hombre podría hablar de fútbol, pero con el campeonato resuelto decide cambiar su rol de Director Técnico universal por el de Estratega Político Intergaláctico. “Acá hay que decir las cosas como son, no soy kirchnerista pero las obras están, y aunque descubran algún que otro chanchullo ¿Quién no se quedó con algún vuelto alguna vez?”. Alejandro y yo respondemos a coro que nosotros nunca, a lo que el hombre refiere “bueno, hay casos y casos, yo nunca los voté, pero cuando les pegan, la Presidenta tiene razón, los hospitales están, las escuelas también”. Me llevo los diarios bajo el brazo, me siento en un bar y al abrir el primero me encuentro con que la participación escolar es la más baja desde vaya a saber uno cuándo. Las escuelas están, la educación no.
La sección política me sopapeó con las reacciones en torno a la candidatura de Sergio Massa, quien en la disyuntiva de romper o no romper con un oficialismo al que ya no le daba demasiada bola, tomó la tangente. Llegan el café con leche y las dos de manteca y el mozo me comenta “estos peronistas son todos lo mismo, se pelean antes de las elecciones y te obligan a elegir entre ellos”. Le respondí que si no quería elegir entre el peronismo de Massa, el de De Narváez, el de Venegas, el de Moyano o el de Cristina, tenía la opción de votar a los radicales aliados al FAP, a los radicales aliados a Massa, al de los radicales aglutinados tras Carrió, o a los progres aliados al radicalismo, a los progres que creen que Macri es una buena opción o a los progres que acompañan a Cristina, la que dice que las otras listas son un rejunte. Me miró feo. No me quedó otra que dejarle más propina que la habitual.
Más de una vez se ha afirmado que la mayor de las batallas del kirchnerismo es la cultural. Lamentablemente, no queda otra que reconocer que la ganaron y hace bastante tiempo. La derrota es total y se nota en todos y cada uno de los casos que se puedan pensar, por más mínimo que resulte. Felicitamos a la hinchada de Independiente por no destrozar el estadio al descender de categoría, festejamos que un policía no nos corte boleto, agradecemos al borde del llanto cuando un auto frena para cedernos el paso en la senda peatonal. Tan bajo hemos caído que se considera desagradecimiento no celebrar que alguien haga lo que le corresponde hacer, porque podría no haberlo hecho. La normalidad es tan anormal que debería llamarnos la atención y lo absurdo pasa desapercibido, así se trate de un grupo de conchetos violando clásicos en versión cumbia, o un gobernador que confiesa públicamente que no rompe con el gobierno nacional para que no se la agarren con los ciudadanos de su provincia.
Obviamente, no creo que esta derrota total haya sido mérito exclusivo del kirchnerismo. Es más, lo más probable es que esta sucesión de atentados administrativos y choreo sistemático que hemos denominado gobierno, haya sido tolerada porque quedamos con el tujes mirando para el norte y el hecho de no cambiar cinco presidentes en diez días ya era motivo más que suficiente para sentirse tranquilos. Néstor no inventó nada en esta materia, se aprovechó de lo que ya había. Cristina lo maximizó. Y así, diez años después, nos reímos del debate venezolano entre tener Patria o limpiarse el culo, mientras nos mordemos la lengua para no criticar demasiado fuerte, por temor a quedar como golpistas, porque está claro que habrá muchas cosas para corregir, pero tenemos democracia, y con eso debería bastarnos y sobrar.
cultural 2 
Perdimos todos y por goleada. Tan penosa es la derrota que el pensamiento y la opinión han dejado sus lugares de privilegio para ser reemplazados por la imagen y el preconcepto. Ya no importan las ideas, importa quién lo dice o, en una muestra de pedantería barrial, desde dónde se dice, frase pedorra de la factoría forsteriana difundida por los medios oficialistas y repetidas por sujetos que carecen de GPS ideológico, pero que cuestionan nuestras quejas en base a quiénes se quejan y no a porqué se quejan. Y cuando no se puede identificar al mensajero, se estereotipa.
Así, el que se queja de la inflación es un cipayo que pretende que vuelva el neoliberalismo, el que reclama por mayor seguridad es un fan de Videla, el que putea por la violencia contra las instituciones es un boludo que aplaudía a Alfonsín por su transparencia mientras el país se prendía fuego, el que carajea por el sistema represivo contra los pueblos originarios es un progrezurdotrosko, el que tira la bronca porque no puede comprar dólares es un ricachón que quiere viajar a Miami, el que se indigna con los accidentes ferroviarios es un boludo que no se quejó cuando fueron privatizados, y el que queda al borde del ACV al ver la que se han choreado es un fan de los medios hegemónicos. Y así es cómo nos clasifican en dos estamentos básicos: el que se queja de la economía, es un ricachón, mientras que el que se queja de todo, es de la clase mierda que se olvidó de cómo se vivía en ese gobierno que se fue en helicóptero.
Si tan sólo fueran coherentes en su inquisición medieval, clavarían el freno de mano para preguntarse, de vez en cuando, quiénes dicen lo que dicen en la nebulosa kirchnerista. Lejos está de suceder, por eso es normal que se aplauda a Julio Alak -defensor número uno de Carlos Saúl- en su avanzada contra el Poder Judicial, porque eso significa defender las instituciones, no como lo que pretenden los fans de Alfonsín que reclaman república cuando no dijeron nada de la inflación. De aquella inflación, no de ésta, que es producto del mayor crecimiento económico de la historia de la galaxia, tal como lo sostiene el neoliberal Amado Boudou, que vivirá en Puerto Madero pero es un paladín de El Modelo y no como esos ricachones noventistas que tiene de vecinos.
La represión a todo aquel que levante el dedo es un invento de los progres del que se aprovechan los medios hegemónicos, esos que desaparecerán el día en que dejen de ponerle palos en la rueda al progre Martín Sabbatella. Y ahí sí que vamos a ver de qué se disfrazan aquellos que quieren que volvamos al pasado de la Alianza, como sostienen los exfuncionarios aliancistas Abal Medina, Diana Conti y Débora Georgi. Sin medios que laven cabezas, los que extrañan la dictadura ya no tendrán espacio para criticar las políticas de desarrollo social de la compañera Alicia Kirchner, ejemplo patrio de trayectoria que empezó a curtir pasillos gubernamentales en 1977.
cultural 3 
Y mejor no hablar de la abogada exitosa que en los noventa la pasó bomba, que se forró en guita imposible de justificar -ni siquiera la que tiene en blanco- que cada vez que puede se delira los morlacos en el exterior, que se hace la boluda con la pobreza, que mide su mundo con un metro patrón verde con la cara de Franklin y que, desde su millonario estado de vida, cuestiona a la clase media a la que dice pertenecer.
Evidentemente, para cuestionar el lugar donde está parado cada uno de los que critica al gobierno, el oficialismo primero necesita una buena brújula. Mientras tanto, se convirtieron en víctimas de la misma victoria cultural que pretendieron capitalizar, cuestionando nada, aplaudiendo todo y transitando la vida en un eterno devenir del presente continuo en el que no hay proyecto a futuro y la vida se mide en mantener el poder porque sí.
Viernes. Hablo desde mi casa.
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