Ayer
decidí romper la rutina y salir temprano de mi domicilio. No es que
tenga nada en contra de madrugar, solo que cuando llega la hora ya me
encuentro cansado. Compartí ascensor con mi vecino, ese que después de
dos años de convivencia aún no registra que vivo en la puerta de al
lado, pero que así y todo me da charla durante el viaje a planta baja.
Podríamos haber hablado del frío, de la humedad o de la turra del piso
de arriba, pero mi vecino optó por hacer un comentario de actualidad y,
con los ojos hinchados por el sueño, me preguntó si había visto que la
Afip está investigando el patrimonio de Lorenzetti. “Al final no se
puede creer en nadie”, sentenció, para luego desearme buen día y
devolverme al olvido cotidiano, a sabiendas que si me lo cruzo a la
vuelta, volverá a preguntarme a qué piso voy, como todos y cada uno de
los últimos veinticuatro meses.
Me encuentro con Alejandro, mi canillita
amigo, quien sin entender qué hago despierto en horarios normales, a
través de un guiño cómplice me suma a una charla de paso con un fulano
que está más al pedo que yo. El hombre podría hablar de fútbol, pero con
el campeonato resuelto decide cambiar su rol de Director Técnico
universal por el de Estratega Político Intergaláctico. “Acá hay que
decir las cosas como son, no soy kirchnerista pero las obras están, y
aunque descubran algún que otro chanchullo ¿Quién no se quedó con algún
vuelto alguna vez?”. Alejandro y yo respondemos a coro que nosotros
nunca, a lo que el hombre refiere “bueno, hay casos y casos, yo nunca
los voté, pero cuando les pegan, la Presidenta tiene razón, los
hospitales están, las escuelas también”. Me llevo los diarios bajo el
brazo, me siento en un bar y al abrir el primero me encuentro con que la
participación escolar es la más baja desde vaya a saber uno cuándo. Las
escuelas están, la educación no.
La sección política me sopapeó con las
reacciones en torno a la candidatura de Sergio Massa, quien en la
disyuntiva de romper o no romper con un oficialismo al que ya no le daba
demasiada bola, tomó la tangente. Llegan el café con leche y las dos de
manteca y el mozo me comenta “estos peronistas son todos lo mismo, se
pelean antes de las elecciones y te obligan a elegir entre ellos”. Le
respondí que si no quería elegir entre el peronismo de Massa, el de De
Narváez, el de Venegas, el de Moyano o el de Cristina, tenía la opción
de votar a los radicales aliados al FAP, a los radicales aliados a
Massa, al de los radicales aglutinados tras Carrió, o a los progres
aliados al radicalismo, a los progres que creen que Macri es una buena
opción o a los progres que acompañan a Cristina, la que dice que las
otras listas son un rejunte. Me miró feo. No me quedó otra que dejarle
más propina que la habitual.
Más de una vez se ha afirmado que la
mayor de las batallas del kirchnerismo es la cultural. Lamentablemente,
no queda otra que reconocer que la ganaron y hace bastante tiempo. La
derrota es total y se nota en todos y cada uno de los casos que se
puedan pensar, por más mínimo que resulte. Felicitamos a la hinchada de
Independiente por no destrozar el estadio al descender de categoría,
festejamos que un policía no nos corte boleto, agradecemos al borde del
llanto cuando un auto frena para cedernos el paso en la senda peatonal.
Tan bajo hemos caído que se considera desagradecimiento no celebrar que
alguien haga lo que le corresponde hacer, porque podría no haberlo
hecho. La normalidad es tan anormal que debería llamarnos la atención y
lo absurdo pasa desapercibido, así se trate de un grupo de conchetos
violando clásicos en versión cumbia, o un gobernador que confiesa
públicamente que no rompe con el gobierno nacional para que no se la
agarren con los ciudadanos de su provincia.
Obviamente, no creo que esta derrota
total haya sido mérito exclusivo del kirchnerismo. Es más, lo más
probable es que esta sucesión de atentados administrativos y choreo
sistemático que hemos denominado gobierno, haya sido tolerada porque
quedamos con el tujes mirando para el norte y el hecho de no cambiar
cinco presidentes en diez días ya era motivo más que suficiente para
sentirse tranquilos. Néstor no inventó nada en esta materia, se
aprovechó de lo que ya había. Cristina lo maximizó. Y así, diez años
después, nos reímos del debate venezolano entre tener Patria o limpiarse
el culo, mientras nos mordemos la lengua para no criticar demasiado
fuerte, por temor a quedar como golpistas, porque está claro que habrá
muchas cosas para corregir, pero tenemos democracia, y con eso debería
bastarnos y sobrar.
Perdimos
todos y por goleada. Tan penosa es la derrota que el pensamiento y la
opinión han dejado sus lugares de privilegio para ser reemplazados por
la imagen y el preconcepto. Ya no importan las ideas, importa quién lo
dice o, en una muestra de pedantería barrial, desde dónde se dice, frase
pedorra de la factoría forsteriana difundida por los medios
oficialistas y repetidas por sujetos que carecen de GPS ideológico, pero
que cuestionan nuestras quejas en base a quiénes se quejan y no a
porqué se quejan. Y cuando no se puede identificar al mensajero, se
estereotipa.
Así, el que se queja de la inflación es
un cipayo que pretende que vuelva el neoliberalismo, el que reclama por
mayor seguridad es un fan de Videla, el que putea por la violencia
contra las instituciones es un boludo que aplaudía a Alfonsín por su
transparencia mientras el país se prendía fuego, el que carajea por el
sistema represivo contra los pueblos originarios es un
progrezurdotrosko, el que tira la bronca porque no puede comprar dólares
es un ricachón que quiere viajar a Miami, el que se indigna con los
accidentes ferroviarios es un boludo que no se quejó cuando fueron
privatizados, y el que queda al borde del ACV al ver la que se han
choreado es un fan de los medios hegemónicos. Y así es cómo nos
clasifican en dos estamentos básicos: el que se queja de la economía, es
un ricachón, mientras que el que se queja de todo, es de la clase
mierda que se olvidó de cómo se vivía en ese gobierno que se fue en
helicóptero.
Si tan sólo fueran coherentes en su
inquisición medieval, clavarían el freno de mano para preguntarse, de
vez en cuando, quiénes dicen lo que dicen en la nebulosa kirchnerista.
Lejos está de suceder, por eso es normal que se aplauda a Julio Alak
-defensor número uno de Carlos Saúl- en su avanzada contra el Poder
Judicial, porque eso significa defender las instituciones, no como lo
que pretenden los fans de Alfonsín que reclaman república cuando no
dijeron nada de la inflación. De aquella inflación, no de ésta, que es
producto del mayor crecimiento económico de la historia de la galaxia,
tal como lo sostiene el neoliberal Amado Boudou, que vivirá en Puerto
Madero pero es un paladín de El Modelo y no como esos ricachones
noventistas que tiene de vecinos.
La represión a todo aquel que levante el
dedo es un invento de los progres del que se aprovechan los medios
hegemónicos, esos que desaparecerán el día en que dejen de ponerle palos
en la rueda al progre Martín Sabbatella. Y ahí sí que vamos a ver de
qué se disfrazan aquellos que quieren que volvamos al pasado de la
Alianza, como sostienen los exfuncionarios aliancistas Abal Medina,
Diana Conti y Débora Georgi. Sin medios que laven cabezas, los que
extrañan la dictadura ya no tendrán espacio para criticar las políticas
de desarrollo social de la compañera Alicia Kirchner, ejemplo patrio de
trayectoria que empezó a curtir pasillos gubernamentales en 1977.
Y
mejor no hablar de la abogada exitosa que en los noventa la pasó bomba,
que se forró en guita imposible de justificar -ni siquiera la que tiene
en blanco- que cada vez que puede se delira los morlacos en el
exterior, que se hace la boluda con la pobreza, que mide su mundo con un
metro patrón verde con la cara de Franklin y que, desde su millonario
estado de vida, cuestiona a la clase media a la que dice pertenecer.
Evidentemente, para cuestionar el lugar
donde está parado cada uno de los que critica al gobierno, el
oficialismo primero necesita una buena brújula. Mientras tanto, se
convirtieron en víctimas de la misma victoria cultural que pretendieron
capitalizar, cuestionando nada, aplaudiendo todo y transitando la vida
en un eterno devenir del presente continuo en el que no hay proyecto a
futuro y la vida se mide en mantener el poder porque sí.
Viernes. Hablo desde mi casa.
Publicado por
relatodelpresente