LOS
DESCARTABLES, LOS MERCENARIOS Y LOS OPERADORES
Todo
régimen tiránico debe empeñar grandes esfuerzos para mantenerse en el poder, o
como mínimo, echar mano a cualquier método para no perder ni ceder un ápice del
mismo. Para ello utiliza un conjunto de
elementos que tributan diariamente a su jefe el estipendio de su deshonra y
estupidez. Su duración puede ser
efímera, o al contrario, abarcar muchos años y hasta décadas (pero no mas de
tres), siendo reclutados de entre los peores de sus respectivas sociedades,
luego de ser convenientemente verificadas su indecencia y necedad. Son instrumentos del mal, pues su misión
última es rebajar a todos los que por su mérito y jerarquía puedan llegar a
destronar a su esperpéntico jefe, siempre desgraciado y desnudo. Aristóteles, en “La Política” precisaba los
fines de la tiranía: “primero, el
abatimiento moral de los súbditos, porque las almas envilecidas no piensan
nunca en conspirar; segundo, la desconfianza de unos ciudadanos respecto de
otros, porque no se puede derrocar la tiranía mientras los ciudadanos no estén
bastante unidos para poder concertarse; y así es que el tirano persigue a los
hombres de bien como enemigos directos de su poder, no sólo porque éstos
rechazan todo despotismo como degradante, sino porque tienen fe en sí mismos y
obtienen la confianza de los demás, y además son incapaces de hacer traición ni
a sí mismos ni a nadie; por último, el tercer fin que se propone la tiranía es
la extenuación y el empobrecimiento de los súbditos….”. Los elementos que sirven al tirano son fáciles
de advertir, al llamado o gesto de éste, salen presurosos de sus fétidas guaridas escalando y
resbalando para alcanzar esa superficie a la que sólo pueden llegar
arrastrándose. Repletas están sus
alforjas de inmundicias, que piensan esparcir entre los hombres, que sin saberlo,
son acechados y atacados sigilosamente.
Traición entre amigos, envidia entre compañeros, desconfianza entre
hermanos y desunión en las familias, son inoculados por estos seres de las mas
diversas maneras, para ello acuden a todo tipo de ingenio, y lo logran,
lamentablemente. Pero no sacian éstos
sus ansias de destrucción, pues el alcance del daño que irrogan siempre les
parece poco. En oscuros conciliábulos
intercambian sus perversas ideas para sacar de entre ellas la peor, y llevarla
en bandeja de plata a su embotado jefe para su asentimiento y su posterior
ejecución. Aunque sean eficientes en su
ruin tarea de sostenerlo, nada ayuda mas al déspota que una masa conformista y
acomodaticia; José Ingenieros en “El hombre mediocre”, con su conocida lucidez
nos dice: “No sólo se adula a reyes y
poderosos; también se adula al pueblo.
Hay miserables afanes de popularidad, más denigrantes que el
servilismo. Para obtener el favor
cuantitativo de las turbas, puede mentírseles bajas alabanzas disfrazadas de
ideal; más cobardes porque se dirigen a plebes que no saben descubrir el
embuste. Halagar a los ignorantes y
merecer su aplauso, hablándoles sin cesar de sus derechos, jamás de sus
deberes, es el postrer renunciamiento a la propia dignidad.”
A
los esbirros del tirano los podemos clasificar en: descartables, mercenarios y
operadores, sin perjuicio que puedan combinarse entre sí e incluso ser
encarnadas en un solo individuo.
Los descartables
(atentan contra la Jerarquía) deben ser personajes sombríos que tengan algún
crimen que ocultar, o estén huyendo de algo o de alguien; su propia culpa los
atormenta y buscan desesperadamente el cómodo y seguro regazo del poder, que
los recibe con solicitud para sus faenas.
Ante el mas mínimo atisbo de titubeo o de incumplimiento de lo
encomendado por sus mandantes o en el caso que ya dejen de ser funcionales al
tirano de turno, serán extorsionados o presionados con amagues de quitarle la
jugosa impunidad que usufructúan y/o de la renta que gozan, o son simplemente
desechados.
El
mercenario es el cobarde por excelencia, casi podríamos afirmar que constituye
el perfeccionamiento de la cobardía, ya que temeroso de perder su posición se
reacomoda con quien sea el tirano de turno.
Generalmente, es un infeliz dominado por un insuperable sentimiento de
inferioridad y fracasado crónico pues nunca ha tenido el valor en la vida para
realizar algo loable o digno de estima, por ello ve en aferrarse al faldón de
su jefe, una cuestión de supervivencia.
Es, quizás, el mas peligroso, ya que en su persona sólo caben la
vagancia, el vicio y la vanidad. La sed
de dinero fácil para solventar sus malas costumbres choca con su pereza que lo
aleja de toda labor digna. El mercenario
es la negación de la militancia y el coraje (que es su carencia básica, de allí
su cobardía); la militancia, noble tarea a que se aboca un patriota que, aún
sin tener poder, lucha por el Bien Común, da el posterior mérito para ocupar
lugares relevantes en la política, resulta repugnante e inservible para la
mentalidad degenerada del mercenario que sólo entiende de “oficialismos” y
puestos mendigados.
El
operador, por su parte, es la negación del conductor político, éste es el
hombre notable, es el militante con jerarquía, cuya principal cualidad es la
autoridad moral de quien convoca a la lid, y él mismo se apresta en las
primeras filas. Aquél, no conduce,
arrea, no actúa con los pueblos, maneja
a las masas; no exactamente todos, pero algunos tienen innegables vínculos con
el hampa y cuya impunidad es garantizada por su jefe, que ejerce influencia
sobre él. Otra característica de este
individuo, es que su relevancia es proporcional a su “capacidad de daño” rayano
en lo extorsivo, ello hace que sea temido, suministrándosele lo que pide, ya
que es la única posibilidad de mantenerlo obsecuente; si no fuera de esa
manera, se rebela y se pasa a otra facción (de las que abundan en las “segunda”
y “tercera” línea de las tiranías), vendiéndose como el mejor mercenario a
cualquier capitoste del régimen. Por lo
tanto, el operador “mas valioso” o “mas importante” será aquel que sería
peligroso si se pasa de bando; este truhán politiquero lo sabe muy bien y
aprovecha sus beneficios.
Vemos
como las tres categorías descriptas: el descartable, el mercenario y el
operador, son la antítesis de la jerarquía, la militancia y la conducción política
respectivamente, que son las que hacen a la verdadera ACCION POLITICA que
enaltece a los pueblos y revitaliza a las naciones.
Identificar
a estos individuos es sencillo, “por el fruto se conoce el árbol”, sin caer en
las sofisticadas maniobras de engaño y disimulo, de la que son expertos, se los
puede descubrir en el día a día cuando llevan adelante sus perversos planes que
no tardan en destilar su hedor, aún cuando se los disfrace de buenas
intenciones y falsos valores.