Quienes adhieren a las políticas del actual gobierno desde su
identidad peronista y quienes las refutamos y proponemos políticas
alternativas también desde nuestra identidad peronista, tenemos en común
algo más que el hecho de declararnos seguidores de las ideas de Juan
Perón, sea cual fuere el grado de fidelidad a ese ideario de unos y
otros.
También compartimos la carencia de un Partido Justicialista en el que
podamos debatir en paz y respeto mutuo nuestras diferencias y
dirimirlas mediante el voto libre y universal de los afiliados, que es
el modo democrático para decidir la orientación política de nuestro
partido, quienes deben ser sus dirigentes y cuales sus candidatos a
cargos electivos.
Sucede que, como dice nuestro compañero y amigo
Osvaldo Agosto, “en la Argentina de hoy los peronistas somos muchos,
pero no hay peronismo”, paradoja que volvió a explicitarse en la
reciente resolución del juez federal con competencia electoral de la
Provincia de Buenos Aires que, con sólidos fundamentos, declaró la
caducidad del Partido Justicialista en ese distrito. Pese a que su
aplicación esté suspendida en sus efectos por haber sido apelada, esa
resolución judicial muestra que el PJ bonaerense fue degradado a la
condición de una “cáscara vacía” según la cruda verdad que expresó el
compañero Hugo Moyano, un vaciamiento que abarca también al PJ nacional.
Esa ausencia de una organización política que contenga y permita
expresarnos a todos los peronistas, además de adquirir especial
relevancia en estos tiempos electorales, es una de las causas de la
fragilidad de las instituciones y de la gobernabilidad de nuestra
democracia situación que contribuye a que no se solucionen muchos de los
graves problemas económicos y sociales que padecemos.
De ahí que el hecho que el Partido Justicialista no tenga una
existencia real, si en primer lugar nos afecta y compete a los
peronistas, también afecta y compete a los compatriotas que no son
peronistas y aún a quienes son antiperonistas.
El camino de vaciamiento del Partido Justicialista
Aunque en los últimos tiempos somos cada vez más los peronistas que
discrepamos con las políticas de quienes vienen gobernando desde el
2003, aún siguen siendo muchos los que, en grados diversos, siguen
adhiriendo a ellas.
Es posible que reconocer la presencia de muchos peronistas en el
campo “kirchnero-cristinista” me valga el anatema de algunos de quienes
comparten conmigo la pública oposición desde el peronismo a las
políticas del gobierno que mantengo desde el 2003 y sigo sosteniendo y
podría ser más cómodo avalar las fundadas posiciones que afirman que el
“kirchnero-cristinismo” y sus adherentes son del todo ajenos al legado
de Perón y Evita.
Sucede que en las últimas elecciones más del 50% de los votantes
respaldaron a Cristina Fernández de Kirchner y tengo la absoluta certeza
de que entre esos millones de compatriotas hay una alta proporción de
quienes, como yo, asumen al peronismo como su identidad política.
Por caso los trabajadores que acompañan la orientación política de la
CGT que lidera el compañero Hugo Moyano, que en noviembre de 2011 llamó
a votar al Frente para la Victoria creyendo que era esa la mejor opción
para defender los intereses obreros y hoy se opone al gobierno tras
constatar que las políticas oficiales van en contra de esos intereses,
cuyos reclamos tienden a coincidir con los de la Nación y a los que el
secretario general de la central obrera representa y defiende.
También sería bueno que los peronistas que defienden al gobierno
reconocieran que somos muchos los peronistas que nos oponemos al
gobierno y proponemos políticas alternativas que se apoyan en el
pensamiento estratégico de Perón, entre ellos la mayoría del movimiento
obrero y muchos dirigentes y funcionarios de gobiernos provinciales y
municipales de incuestionable identidad justicialista.
Por lo demás, que haya opiniones políticas diferentes y contrapuestas ad intra
del peronismo, lejos de ser una novedad o un factor crítico, fue una
constante de su historia vital y hasta un signo de nuestra fortaleza,
según aquello de que, como los gatos, cuando parece que los peronistas
nos peleamos nos estamos reproduciendo.
Lo que sí es una grave novedad crítica es que hoy no existe un
Partido Justicialista en el cual los peronistas podamos debatir nuestras
diferencias políticas en paz y respeto mutuo, en un marco de unidad en
la diversidad que conduzca a constatar cuales son las posiciones
mayoritarias y cuales las minoritarias mediante el voto libre y
universal de los afiliados.
La construcción de ese espacio fue planteada con fuerte énfasis por
Perón, sobre todo en el lapso que medió entre su retorno a la Patria y
su muerte, cuando nos reiteraba la necesidad de concretar la
organización democrática del Justicialismo para pasar de su etapa
gregaria a una etapa institucional mediante un debate interno de
actualización doctrinaria al que él llamaba “lucha por la idea”, en
conformidad a su apotegma de que la organización vence al tiempo.
Esa convocatoria de Perón no llegó a ser atendida por quienes éramos
sus seguidores, entre otros motivos por el clima de violencia que
padecimos los argentinos entre 1973 y 1976 y la clausura de todo debate
político democrático impuesta por el golpe de Estado del 24 de marzo de
ese año que se extendió hasta 1983.
A partir de la derrota en las elecciones de octubre de 1983 se abrió
en el Partido Justicialista un debate interno entre los sectores que
fueron denominados “renovación” y “ortodoxia”, que aún con límites y
deformaciones, se canalizó en varios congresos partidarios (Odeón, Santa
Rosa y Río Hondo) y uno de los efectos de esas discusiones, en las que
se mantuvo la unidad partidaria, fue la victoria sobre el alfonsinismo
en las elecciones de medio término de 1987, que entre otros resultados
llevó a Antonio Cafiero a la gobernación de la Provincia de Buenos
Aires.
Ese proceso de discusión y reorganización institucional del Partido
Justicialista alcanzó su máximo nivel en las elecciones internas de
1988, ejemplo hasta ahora único de democratización partidaria, en las
que millones de peronistas de todo el país pudimos votar en libertad los
candidatos que el PJ presentaría en los comicios presidenciales de
1989, optando entre las fórmulas que componían Carlos Menem-Eduardo
Duhalde y Antonio Cafiero-José Manuel de la Sota.
Pero en la década de 1990, por motivos que no hemos de exponer aquí
en homenaje a la brevedad, ese proceso de organización y democratización
interna del PJ se estancó y cómo sucede cuando el agua se estanca, se
pudrió.
Una primera muestra de ese estancamiento fue la elección presidencial
de 1995, en la que la fórmula del PJ que integraron Menem y Carlos
Ruckauf no surgió de una discusión y unas elecciones internas semejantes
a las de 1988 y aunque ese binomio obtuvo en los comicios generales un
claro y legítimo mandato con el 49,9% de los votos, debió competir con
la fórmula de José Octavio Bordón y Carlos “Chacho” Alvárez, quienes
también se asumían peronistas, sí dirimieron entre sí quien era el
primero y quien el segundo en la fórmula y que era sostenida por dos
partidos nacidos del fraccionamiento del PJ (PAIS y FREPASO), los que
obtuvieron el 29,3% de los sufragios. Añadiendo a esos votos los magros
guarismos que tuvieron Aldo Rico (1,69%) y Fernando “Pino” Solanas
(0,41%), candidatos que también proclamaban su identidad peronista, la
“oposición” al “oficialismo” del PJ sumó el 31,4%, sobre un total de los
votos a los diversos candidatos peronistas que llegó al 81,3%.
Aún sabiendo que los ejercicios de historia contrafáctica son
inútiles, no podemos sustraernos a la tentación de imaginar lo que
hubiera sucedido en 1995 si las visiones políticas diferentes de lo que
debía ser y hacer el peronismo expresadas en las cuatro candidaturas de
identidad justicialista que compitieron en las generales, hubieran
podido exponer y debatir sus posturas en el seno del PJ en un clima de
mutuo respeto y dirimir sus diferencias a través del voto libre de los
afiliados en elecciones internas, como las de 1988.
Es factible que, aunque se hubiera dado ese proceso interno en el PJ,
el resultado de la general no fuera diferente del que fue. Pero en los
cuatro años de su segundo mandato, la Presidencia de Menem no podría
dejar de tener en cuenta las posturas críticas de unas corrientes
internas del Partido Justicialista que serían representativas de más del
30% del electorado peronista.
El hecho que en 1995 no se avanzara en ese proceso de democratización
interna del PJ en una perspectiva de unidad de la diversidad consolidó
la ruptura con el PJ de las corrientes peronistas que discrepaban con la
orientación política del oficialismo y aunque en este caso esa división
no le impidió al PJ ganar las elecciones y seguir gobernando, tuvo
incidencia directa en el resultado adverso de los comicios
presidenciales de 1999.
Vale recordar que en ellos la fórmula más votada fue la que
integraron Fernando De la Rúa y “Chacho” Álvarez por la Alianza que tuvo
a la UCR y el FREPASO como socios principales, que reunió el 48,37% de
los votos lo que equivale a la suma de los sufragios que en 1995 habían
obtenido Bordón-Álvarez de PAIS/FREPASO y Masaccesi-Hernández de la UCR.
Si en esas elecciones el PJ perdió la Presidencia de la Nación ya en
la primera vuelta, al menos en parte ello se debió a que los electores
que en la década de 1990 acompañaron al peronismo gobernante, en 1999 se
dividieron entre quienes apoyaron a la fórmula Eduardo Duhalde-Ramón
Ortega del PJ (que tuvo el 38,27% de los votos) y quienes optaron por la
de Acción por la República compuesta por Domingo Cavallo y Armando Caro
Figueroa (que reunió el 10,22% de los votos). La suma de ambos
porcentajes hubiera sido levemente superior al que reunió la Alianza y
ese resultado habría obligado a que hubiera una segunda vuelta
electoral.
En suma y en síntesis, lo cierto es que las diferentes corrientes de
opinión del peronismo que, no sin tensiones y disputas, coexistimos en
unidad y diversidad dentro del PJ durante los primeros seis años de
democracia de la Presidencia de Raúl Alfonsín; no supimos mantener y
profundizar el proceso de renovación organizativa y democratización
interna de nuestro partido que tuvo su nivel más alto en las elecciones
internas de 1988 y esa incapacidad, reflejada en las elecciones
presidenciales de 1995 y 1999, tuvo altos costos que aún estamos pagando
los peronistas, pero también el resto de los argentinos.
Por caso, es posible que si entre 1990 y 1995 se hubiera dado en el
PJ el proceso interno que imaginamos en el ejercicio contrafáctico que
presentamos más arriba, nos hubiéramos evitado el fracaso brutal del
gobierno de la Alianza que llevó a la crisis casi terminal del 2001. En
primer término porque quienes crearon el FREPASO serían una de las
corrientes internas del PJ (con lo que no hubiera habido “Alianza”) y en
segundo lugar porque sus posiciones críticas, sumadas a las de quienes
tenían por referente a Duhalde, representarían una fuerza que podría
haber evitado que avanzara el intento de re-reelección de Menem y hasta
habría sido posible encontrar una salida no traumática de la
convertibilidad.
Pero nada de eso ocurrió y padecimos la crisis del 2001 que causó
daños aún irresueltos, aunque sus efectos más gravosos pudieron ser
remontados con notable rapidez y eficacia merced a la fortaleza de la
Argentina y al efecto que generaron en esa realidad vital las políticas
aplicadas por el gobierno provisional del justicialismo que presidió
Duhalde.
Pese a que aquella recuperación económica y social posibilitó la
normalización institucional mediante las elecciones presidenciales del
2003, la incapacidad que tuvimos los peronistas para resolver nuestras
divergencias en un debate y elecciones internas del PJ llevó a que esos
hayan sido los primeros comicios en veinte años en los que nuestro
partido no presentó una fórmula “oficial”, aunque hubo cinco fórmulas
peronistas que sumaron el 61,33% del total de los sufragios, entre las
cuales la más votada fue la integrada por Menem-Juan Carlos Romero
(24,45%), seguida por la de Néstor Kirchner-Daniel Scioli (22,24%),
Adolfo Rodríguez Sa-Melchor Posse (14,11%) y con caudales muy pequeños
Arcagni-Zenof de Unión Popular de (0,33%) y Unidos o Dominados de
Mussa-Suárez (0,20%). Esa división del peronismo condujo, entre otras
consecuencias, a que esas fueran las primeras elecciones desde la
restauración democrática de 1983 en las que no hubo quien se impusiera
en la primera vuelta con más del 45% de los votos.
Siguiendo este historial, el congelamiento de la actividad y el
debate y la ausencia de elecciones internas en el Partido Justicialista
fue la realidad con la que se llegó a las presidenciales de 2007, en las
que la fórmula del Frente para la Victoria compuesta por Cristina
Fernández de Kirchner-Julio Cobos ganó con el 44,92% de los votos,
seguida por la de la Coalición Cívica de Carrió-Giustiniani (22,95%), la
de la alianza de la UCR y un segmento del peronismo que integraron
Roberto Lavagna y Gerardo Morales (16,88%), la del FREJUL de Alberto
Rodriguez Saa y Héctor Maya (7,71%), la del socialismo auténtico con
Solanas-Cadelli (2,44%), la del neuquino Jorge Sobisch y Jorge Asís
(1,56%), la de Recrear con López Murphy y Esteban Bullrich (1,45%),
cuatro fórmulas de izquierda con menos del 1% y el perseverante Mussa,
con el 0,07%.
Por fin, sin que se produjera reactivación alguna del PJ, en los
comicios de 2011 volvió a imponerse la fórmula Cristina F. de Kirchner y
Amado Boudou del Frente para la Victoria (53,96% de los votos), seguida
de lejos por la fórmula Binner-Morandini del Frente Amplio Progresista
(16,87%), la de Alfonsin-González Fraga de la UCR ( 11,15%), la de
Rodriguez Saa-Vernet por Compromiso Federal (7,98%), la del Frente
Popular con Duhalde-Das Neves (5,89%), la de Altamira-Castillo del
Frente de Izquierda (2,31%) y la de Carrió-Pérez de la Coalición
Cívica-ARI (1,84%). Una vez más, hubo tres candidatos que se proclamaban
peronistas (Fernández de Kirchner, Rodriguez Sa y Duhalde) y dos del
tronco radical (Alfonsín y Carrió).
En este acotado racconto de los procesos electorales vividos
en las últimas dos décadas, se constata que la intuición y/o la
convicción popular acerca de la vigencia del pensamiento estratégico de
Perón para abordar los problemas nacionales, combinada con la
persistencia en la memoria colectiva de la gigantesca labor de
dignificación popular que se concretó entre 1946 y 1955, llevan a que, a
la hora de elegir gobernantes, la mayoría de los argentinos persistamos
en votar a quienes se reivindican justicialistas.
Pero muestra también que la incapacidad, inconsecuencia o
insuficiencia para aplicar el pensamiento estratégico de Perón que hubo
en las Presidencias de Menem y de los Kirchner, no fueron corregidos a
través de un amplio y serio debate interno en el PJ, conducente a que
las decisiones se tomaran mediante la libre expresión de la voluntad de
los afiliados, estableciendo y respetando la existencia de mayorías y
minorías.
No haber sabido concretar ese proceso de renovación democrática en
los 25 años transcurridos desde las internas de 1988 hasta hoy, condujo a
que el Partido Justicialista sufriera un proceso de divisiones y de
paulatina y constante decadencia y parálisis y lo que es aún más grave, a
que la mayor parte de los graves y recurrentes problemas argentinos
permanezcan irresueltos y a que las décadas transcurridas entre
1989/1999 y 2003/2013 estuvieran lejos de recuperar la experiencia de
aquella “década feliz” que transcurrió entre 1945 y 1955.
Llegamos así a las inminentes elecciones legislativas de este 2013 y a
las presidenciales de 2015, sin que exista un Partido Justicialista que
contenga a todos los que reivindicamos nuestra identidad peronista,
aunque lo hagamos con perspectivas políticas muy disímiles.
De cara a estos comicios, a gusto o disgusto, en forma explícita o
implícita y conforme a aquello de que “un clavo saca a otro clavo”, la
mayoría de la opinión pública tiende a reconocer que la batalla real por
el poder político se dará entre unos peronistas que buscan la
continuidad de las actuales políticas de gobierno y otros peronistas que
buscamos modificarlas.
Para seguir con los refranes populares, quizás porque “no hay peor
cuña que la del mismo palo”, es posible que esa batalla alcances niveles
de elevada conflictividad y esa perspectiva adquiere tintes
preocupantes por la señalada ausencia de un Partido Justicialista que
sea capaz de enmarcar esa batalla en reglas de juego aceptadas por las
partes de modo que sea librada, por así decirlo, con formas
“civilizadas”.
Los partidos políticos, el poder, la comunidad organizada y la unión nacional
Hasta aquí enfocamos el análisis en la situación del Partido
Justicialista por ser ese el ámbito de expresión de nuestra identidad
política, pero el proceso de vaciamiento que se produjo en él se
extiende, casi sin excepciones, a todos los otros partidos políticos
que, en la mayoría de los casos, devinieron en poco más que sellos
jurídicos puestos al servicio de las candidaturas electorales de algunas
personas.
Como en muchos otros planos, esa realidad contradice lo dispuesto en
el artículo 38 de la Constitución Nacional: “Los partidos políticos son
instituciones fundamentales del sistema democrático. Su creación y el
ejercicio de sus actividades son libres dentro del respeto a esta
Constitución, la que garantiza su organización y funcionamiento
democráticos, la representación de las minorías, la competencia para la
postulación de candidatos a cargos públicos electivos, el acceso a la
información publica y la difusión de sus ideas. El Estado contribuye al
sostenimiento económico de sus actividades y de la capacitación de sus
dirigentes. Los partidos políticos deberán dar publicidad el origen y
destino de sus fondos y patrimonio”.
Los hechos muestran que hoy en los partidos políticos no hay
“organización y funcionamiento democráticos”, no se respetan “la
representación de las minorías, la competencia para la postulación de
candidatos a cargos públicos electivos, el acceso a la información
publica y la difusión de sus ideas”, no se efectiviza “la capacitación
de sus dirigentes” y no cumplen en “dar publicidad el origen y destino
de sus fondos y patrimonio”.
Con lo cual el principio constitucional según el cual “los partidos
políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático” es
letra muerta.
Ese artículo incorporado al texto constitucional por la Convención de
1994, se vincula a otras normas de la CN como las siguientes:
Artículo 1.- “La Nación Argentina adopta para su gobierno la forma
representativa, republicana, federal, según la establece la presente
Constitución”.
Artículo 14.- “Todos los habitantes de la Nación gozan de los
siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio, a
saber: (…) de peticionar a las autoridades; (…) de publicar sus ideas
por la prensa sin censura previa; (…) de asociarse con fines útiles”
Artículo 22.- “El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de
sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda
fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del
pueblo y peticione a nombre de este, comete delito de sedición”
Artículo 36.- “Esta Constitución mantendrá su imperio aun cuando se
interrumpiere su observancia por actos de fuerza contra el orden
institucional y el sistema democrático. Estos actos serán insanablemente
nulos. Sus autores serán pasibles de la sanción prevista en el artículo
29, inhabilitados a perpetuidad para ocupar cargos públicos y excluidos
de los beneficios del indulto y la conmutación de penas. Tendrán las
mismas sanciones quienes, como consecuencia de estos actos, usurparen
funciones previstas para las autoridades de esta Constitución o las de
las provincias, los que responderán civil y penalmente de sus actos. Las
acciones respectivas serán imprescriptibles. Todos los ciudadanos
tienen el derecho de resistencia contra quienes ejecutaren los actos de
fuerza enunciados en este artículo. Atentara asimismo contra el sistema
democrático quien incurriere en grave delito doloso contra el Estado que
conlleve enriquecimiento, quedando inhabilitado por el tiempo que las
leyes determinen para ocupar cargos o empleos públicos. El Congreso
sancionara una ley sobre ética publica para el ejercicio de la función”
Artículo 37.- “Esta Constitución garantiza el pleno ejercicio de los
derechos políticos, con arreglo al principio de la soberanía popular y
de las leyes que se dicten en consecuencia. El sufragio es universal,
igual, secreto y obligatorio. La igualdad real de oportunidades entre
varones y mujeres para el acceso a cargos electivos y partidarios se
garantizará por acciones positivas en la regulación de los partidos
políticos y en el régimen electoral”.
Las normas que llamaríamos de resguardo de la democracia adoptadas
por los convencionales de 1994, en especial el artículo 36, pueden ser
vistos como un intento de respuesta a los dolorosos legados de nuestra
experiencia histórica generados por el trágico error de quienes
adhirieron a la noción según la cual el poder nace del fusil –
compartida por los que hicieron un uso ilegal e ilegítimo de las armas
para asaltar el gobierno mediante golpes de Estado y los que intentaron
asaltarlo mediante violentas aventuras insurreccionales – a la que puede
aplicarse el dicho de Napoleón Bonaparte según el cual las bayonetas no
sirven para sentarse sobre ellas.
Quienes basaban su búsqueda de poder político en la violencia,
encubrían sus verdaderos intereses con un relato mendaz en el que se
presentaban como restauradores de un orden que llevaría a la democracia o
vanguardia de una revolución que establecería la liberación nacional y
social. Pero, como decía Perón, “con una mentira se pueden hacer muchas
cosas pero no convertirla en verdad” y esos relatos – más el primero que
el segundo – terminaron por quedar desnudos en su falsedad.
Nosotros adherimos a las cláusulas constitucionales reseñadas dado
que, por ser cristianos y peronistas, sabemos que el verdadero poder
democrático es el que está al servicio de todos y se basa en la libre
organización y expresión de la voluntad popular que se ejerce a través
de la unidad en la diversidad y otorga sustento, legitimidad y autoridad
a ese poder.
Esa noción se apoya en algunas de las ideas troncales del pensamiento
estratégico de Perón que mantienen vigencia una de las cuales es la
búsqueda de la justicia social, valor que permite equilibrar y armonizar
la tensión derivada de la característica biunívoca de la condición
humana, que nos hace ser a la vez del todo iguales en dignidad y del
todo diferentes en tanto personas, con lo que el justicialismo supera el
acento puesto por el liberalismo en la diferencia que contraría la
igualdad y el énfasis del socialismo en la igualdad que aplasta la
diferencia.
A propósito de eso, mi compañero y amigo Jorge Yanovsky – un sabio
biólogo – me enseñó que la multiplicación acelerada de células iguales a
sí mismas es el cáncer que expresa la muerte y la multiplicación
acelerada de células diferentes es el embrión que expresa la vida.
En lo colectivo, una de las condiciones necesarias para realizar la
justicia social es construir una comunidad organizada que, entre otros
aportes, permita armonizar los diversos y hasta contrapuestos intereses e
ideas que coexisten en la realidad social argentina y equilibrar los
roles e incumbencias propias del Estado y de la sociedad civil, cuyo
tejido constitutivo reside en las organizaciones libres que, en un vasto
despliegue territorial y sectorial, agrupan a los diferentes actores
que componen nuestro pueblo, diverso, plural y complejo.
Cuanto más y mejor cantidad, calidad, participación, despliegue y
representatividad de esas organizaciones libres del pueblo componentes
de la comunidad, más crecerá la posibilidad de resolver en armonía
aquellos intereses e ideas diferentes y en algunos casos contrapuestos
que ellas expresen y así ir consolidando la indispensable unión
nacional, respetando la diversidad.
Además la fortaleza de esa comunidad organizada facilitaría formular y
aplicar políticas de Estado que prioricen la solución de los graves
problemas que nos afectan, entre ellos nuestro inaceptable nivel de
pobreza e indigencia, canalizando tras ese objetivo a la vasta voluntad
solidaria que aún existe en nuestro pueblo.
Vale destacar que entre esas organizaciones libres del pueblo un
lugar importante corresponde a los partidos políticos y dado que una
porción mayoritaria de los argentinos asumimos al peronismo como nuestra
identidad política, la reconstrucción de un Partido Justicialista unido
y organizado, abierto a la participación y el debate entre sus
integrantes para elaborar y exponer una alternativa de gobierno
sugestiva a través de propuestas actualizadas y en el que se proceda a
la renovación de sus dirigentes mediante el ejercicio de una efectiva
democracia interna, es una de las condiciones necesarias para que la
división y el encono entre las partes sea superado por la unión
nacional, expresiva de la convicción compartida en que “para un
argentino no puede haber nada mejor que otro argentino”.
Creemos que no es esa la postura de quienes hoy detentan la cúpula
del gobierno a través del régimen del partido del Estado unitario y el
capitalismo de cómplices que venimos padeciendo hace una década, ya que
ellos parecen guiarse por la noción según la cual el poder no nace ya de
la boca del fusil, sino de la acumulación de dinero a como dé lugar y
del manejo abusivo e impúdico de fondos públicos para procurar la compra
de voluntades.
El régimen gobernante trata de encubrir esa noción fundante de su
poder a través del relato mitómano de un falaz “neoprogresismo” que se
pretende superador del peronismo histórico, difunde una versión
deformada de la historia que exalta y justifica la saga de la violencia
insurreccional y entre otras contradicciones, aplica políticas distantes
de la justicia social ya que alivian la situación de los pobres sin
sacarlos de la pobreza y a cambio de ello busca usarlos como clientela
política cautiva, a la manera del sistema oligárquico al que puso fin el
peronismo y que evoca lo que hacían los amos con sus esclavos, a los
que mantenían en la opresión pero evitaban que murieran de hambre para
usarlos como fuerza de trabajo.
En contraste, el verdadero progreso, aunque pueda no sonar “progresista”, es el que proponía Perón cuando decía que “cada argentino debe producir, al menos, lo que consume” y el que anhelaba Evita al plantear que “queremos hacer de la Argentina una nación de propietarios y no de proletarios”.
La reconstrucción del Partido Justicialista
Al momento de escribir esta nota (10 de junio), cercanos ya los
comicios de medio término de este año, aún no sabemos en cuantas
fracciones se dividirán las fórmulas que en cada Provincia se declaren
peronistas.
Pero sí sabemos que en la gran mayoría de los distritos las
elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 11
de agosto próximo no serán el ámbito en el que distintas propuestas
políticas expresadas en listas de candidatos diferentes compitan todas
ellas en el seno del Partido Justicialista, lo que permitiría que el
voto popular dirima cuales serán las propuestas y las listas del
peronismo en las elecciones generales de octubre.
Aunque pueda sonar ingenuo, creo que un útil primer paso para
recomponer la unión nacional sería que peronistas “oficialistas” y
peronistas “opositores” pudiéramos encontrarnos en un espacio común para
debatir esas posiciones políticas divergentes con lealtad a nuestras
ideas y respeto a las de los otros, en la perspectiva de reconstruir la
unidad en la diversidad en el hogar común del Partido Justicialista,
donde las decisiones acerca del curso político a seguir, los dirigentes y
los candidatos sean tomadas a través del voto libre y periódico de los
afiliados.
Es obvio que ese encuentro sólo podría concretarse después de las
elecciones de octubre y creo evidente que la condición de su posibilidad
es que el oficialismo no gane las próximas elecciones.
Estoy convencido es que ese o cualquier otra iniciativa que vaya en
la perspectiva de reconstruir un Partido Justicialista que sea expresión
de su renovación democrática y del paso de la etapa gregaria a la etapa
orgánica del peronismo, no sólo sería cumplir con el reclamo en tal
sentido que nos hizo Perón tras su regreso a la Patria y permanece
incumplido hace ya 40 años.
También atendería al reclamo subyacente en las recientes
movilizaciones en las que millones de compatriotas ocuparon en forma
pacífica y masiva las calles y plazas de nuestras ciudades, para
reclamar una mejor democracia.
Esos compatriotas integran una opinión pública en la que es
perceptible un creciente reclamo contra el autoritarismo y las políticas
del gobierno, pero también la demanda de unidad, organización y
propuestas serias de parte de la llamada “oposición”, demanda que
expresa la correcta percepción popular de que para lograr soluciones
sustentables a nuestros graves problemas, se requiere que los argentinos
seamos capaces de unirnos en torno a un proyecto nacional compartido,
que fue lo que propuso Perón hace 40 años y aún no supimos concretar.
Reitero que avanzar hacia la unión nacional en la diversidad y
construir acuerdos estratégicos que sean políticas de Estado compartidas
por la mayoría del pueblo y restablecer un orden justo y un progreso
auténtico, después de las próximas elecciones legislativas y antes de
las presidenciales del 2015 debemos reconstruir la unidad orgánica del
Justicialismo a través de su renovación democrática.
Se tata de traducir en actos la intención general del apostolado de
la oración de nuestro papa Francisco para este mes de junio: “Que
prevalezca entre los pueblos una cultura de diálogo, escucha y respeto
mutuo”.
Quiero terminar con una cita de Perón cargada de esperanzas, que parece aludir a la Argentina de hoy.
“Tenemos un país que, a pesar de todo no han podido destruir, rico en
hombres y rico en bienes. En el final de este camino está la Argentina
potencia, en plena prosperidad con habitantes que puedan gozar del más
alto nivel de vida, que tenemos en germen y que sólo debemos realizar.
La inoperancia en los momentos que tenemos que vivir es un crimen de
lesa patria. Los que estamos en el país tenemos el deber de producir por
lo menos lo que consumimos. Esta no es hora de vagos ni de inoperantes.
Finalmente deseo exhortar a todos mis compañeros peronistas para que
obrando con la mayor grandeza echen a la espalda los malos recuerdos y
se dediquen a pensar en la futura grandeza de la patria que bien puede
estar en nuestras propias manos y en nuestros propios esfuerzos Dios nos
ayude si somos capaces de ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy
quedo, guay de los que carecen de sensibilidad e imaginación para no
percibirla”.