No es novedad que los adalides del populismo
demagógico hayan llegado al poder con la encubierta
intención de apropiarse de él por tiempo indefinido.
A estas alturas no quedan dudas de que, no creen en la democracia,
sino que solo la utilizan para acceder al poder y la exacerban
temporalmente porque les permite cierta legitimación
que les ayuda a guardar las formas.
Cuando los
apoyos populares empiezan a mermar, cuando el acompañamiento
electoral disminuye progresivamente y la sociedad percibe
la presencia de un incipiente esquema autoritario, intentan
prolongar su presencia en el poder, quebrando la esencia
del equilibrio republicano.
En ese momento buscan
inclinar su capital electoral hacia atractivas transformaciones
profundas que suenan interesantes a los oídos de muchos,
pero que esconden sus verdaderas pretensiones de consolidar
su arraigada vocación hegemónica, de poder concentrado
y control absoluto.
Es bueno recordar que se
trata de los mismos personajes que defendieron, en el pasado,
inaceptables métodos de llegada al poder en otras naciones,
convalidando la violencia como dinámica política
y festejando la actitud de quienes detestan la democracia
y apuestan a las armas como sistema.
Nunca ocultaron
su adhesión por esas ideas y se ocuparon de tergiversar
la historia para maquillar su posición. Antes lo decían
en privado y ahora lo hacen a cara descubierta. Aplauden
a los que usaron metodología violenta décadas
atrás, elogian a quienes asesinaron a cualquiera que
se interpusiera en su recorrido, olvidando que esos pretendían
tomar el poder, inclusive luchando contra gobiernos elegidos
democráticamente. No creen en la democracia, la conciben
solo como un medio, ya no para dirimir diferencias circunstanciales,
sino para lograr sus perversos fines.
Son déspotas
por convicción, solo pretenden conformar una autocracia,
donde puedan controlar la totalidad del sistema. Es el camino
inevitable al que conduce el socialismo o cualquier otra
forma totalitaria.
Durante algún tiempo
pueden compartir poder y convivir en ese contexto, pero
luego, para sostenerse, precisan monopolizarlo. Eso explica
cómo se van quedando con todo, con la economía
primero, pero luego con los medios de comunicación,
el control de la gente, sus acciones y libertades.
El sistema que engendran los empuja invariablemente
hacia allí. De otro modo el régimen no se puede
sustentar en el tiempo. Ellos lo saben, solo que mienten
descaradamente para imponer su modelo gradualmente, usando
la democracia cuando les sirve y los mecanismos dictatoriales
cuando ya no alcanzan los anteriores.
Este perverso
presente que combina caudillos sin escrúpulos, que
intentan acumular poder, pero al mismo tiempo riquezas personales,
con discursos de izquierda, aparentemente preocupados por
los más pobres, pero que en el fondo generan más
pobreza, son la moda del momento y proliferan en tiempos
de abundancia económica lograda bajo escenarios favorables.
Las sociedades en las que vivimos, pagarán
demasiado caro este tipo de decisiones políticas colectivas.
Creer en las bondades de un régimen que no las tiene,
que simula lo que no es, con una hipocresía cada vez
más evidente que se confirma a diario en cada acción,
tiene un final predecible.
Definitivamente van
por todo, y ahora incorporan una dinámica adicional,
la de la pérdida del decoro, del recato, de la vergüenza.
Se han convertido en un régimen ya no solo autocrático,
sino plagado de impudicia, ingresando a una fase en la que
ya no disimulan ni sus modos, ni sus inmorales intenciones.
No son republicanos y no lo pueden disimular más.
Tampoco son demócratas. No quieren disidencia alguna,
solo pretenden discurso único. Por eso les sirve cualquier
mecanismo que acalle a los que piensan diferente. Hasta
hace algún tiempo atrás, al menos guardaban las
formas y les quedaba algo de recato, pero lo viene perdiendo
y la careta desaparece, para mostrar su verdadero rostro,
cruel y fundamentalmente despótico.
La
máscara de la democracia popular, les servía para
simular lo que no eran. Hoy ya no les resulta suficiente
y no les queda otro sendero posible que ir por todo, porque
no solo precisan seguir por más, sino que si no profundizan
este proceso, el mismo puede convertirse en su enemigo.
Ahora es el turno de la impunidad, por eso necesitan
un poder centralizado, donde lo ejecutivo, legislativo y
judicial sean lo mismo, del mismo color. Si no lo logran,
corren el riesgo de que lo engendrado se vuelva en su contra.
Ya no se puede dudar ni de sus pérfidos métodos,
ni de sus voraces propósitos. Empezaron a mostrar su
costado más autoritario, menos prolijo y más burdo,
el de decir lo que realmente piensan. Quieren la Justicia
porque la necesitan para seguir adelante con sus fechorías
y cuentan, por ahora, con la complicidad de una sociedad
que no despierta, que no reacciona y que aun cree ingenuamente
en su retorica lineal y emotiva.
La dictadura
busca perfeccionarse. La tiranía precisa de más
ingredientes. Ahora ya perdieron el decoro y por eso van
por una autocracia sin pudor.
Alberto
Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com skype: amedinamendez