La
Fe no está ahora en la presencia de una herejía particular – como lo estuvo en
el pasado ante la herejía arriana, la maniquea, la albigense o la mahometana –
ni tampoco está en presencia de una especie de herejía generalizada como lo
estuvo cuando tuvo que enfrentar a la revolución protestante hace trescientos o
cuatrocientos años atrás. El enemigo al cual la Fe tiene que enfrentar ahora, y
que podría ser llamado “El Ataque Moderno”, constituye un asalto integral a lo
fundamental de la Fe – a la existencia misma de la Fe. Y el enemigo que ahora
avanza sobre nosotros está cada vez más consciente de que no existe la
posibilidad de ser neutrales. Las fuerzas que ahora se oponen a la Fe están
diseñadas para destruir. De aquí en más la batalla se librará sobre una bien
definida línea divisoria y lo que está en juego es la supervivencia o la
destrucción de la Iglesia Católica. Y toda su filosofía; no una parte de ella.
Sabemos,
por supuesto, que la Iglesia Católica no puede ser destruida. Pero lo que no
sabemos es la medida del área en la cual habrá de sobrevivir. No conocemos su
poder para revivir ni el poder del enemigo para empujarla más y más
hacia atrás hasta sus últimas defensas, hasta que parezca que el Anticristo ha
llegado y estemos a punto de decidir la cuestión final. De tal envergadura es
la lucha ante la cual se halla el mundo.
...examinemos
al Ataque Moderno – al avance anticristiano – y distingamos su naturaleza especial. Para
empezar, hallamos que es, al mismo tiempo, materialista y supersticioso.
Hay
aquí una contradicción racional pero la fase moderna, el avance anticristiano,
ha abandonado a la razón. Está enfocada en la destrucción de la Iglesia
Católica y la civilización creada por ella. No le preocupan las aparentes contradicciones
en su propio organismo mientras la alianza general esté dirigida a terminar con
todo aquello por lo cual hasta ahora hemos vivido. El ataque moderno es
materialista porque, en su filosofía, considera solamente causas materiales. Es
supersticioso sólo como una consecuencia secundaria de este estado mental.
Alimenta superficialmente las tontas extravagancias del espiritualismo, el
vulgar sinsentido de la “Ciencia Cristiana”, y sólo el cielo sabe cuantas
fantasías adicionales. Pero estas tonterías no están alimentadas por un hambre
de religión sino por la misma raíz que ha convertido al mundo en materialista:
por la incapacidad de comprender la verdad primordial de
que la fe está en la base de todo conocimiento; por pensar que la verdad no se
puede apreciar sino por experiencia directa...
Podemos
dejar por sentado, pues, que el nuevo avance contra la Iglesia – en lo que
quizás resulte ser el avance final contra ella siendo que constituye el único
enemigo moderno relevante – es fundamentalmente materialista. Lo es en la
lectura que hace de la Historia y, por sobre todo, en sus propuestas de reforma
social.
...(el
Ataque Moderno) Es materialista y ateo; y siendo ateo, necesariamente es
indiferente ante la verdad. Porque Dios es Verdad. Pero
existe cierta
indisoluble Trinidad constituida por la Verdad, la Belleza y la Bondad. No se
puede negar o atacar a una de ellas sin, simultáneamente, negar o atacar a
las otras dos. En consecuencia, con el avance de este nuevo y tremendo enemigo
de la Fe y de toda la civilización que la Fe produce, lo que se viene no es tan
sólo un desprecio por la belleza sino un odio hacia ella; e inmediatamente
después, pisándole los talones, aparece el desprecio y el odio a la virtud.
Los
tontos menos malos, los menos viciosos conversos que ha hecho el enemigo,
hablan vagamente de “reajustes”, de “un nuevo mundo” y de un “nuevo orden”;
pero no comienzan diciéndonos – como por razones elementales deberían hacerlo –
sobre qué principios habrá de levantarse este nuevo orden. No definen el fin
que tienen en vista.
El
comunismo (que es tan sólo una de las manifestaciones, y probablemente sólo una
manifestación pasajera, de este Ataque Moderno) proclama que está dirigido
hacia cierto bien; vale decir: hacia la abolición de la pobreza. Pero no nos
dice por qué esto habría de ser bueno; no admite que su esquema incluye también
la destrucción de otras cosas que son buenas según el consenso común de la
humanidad: la familia, la propiedad (que garantiza la libertad y la dignidad
individuales), al humor, a la misericordia y a todas las formas que
consideramos como propias de una vida recta.
Al
fenómeno en si lo conocemos aceptablemente bien. Y no es la revuelta de los oprimidos;
no es el alzamiento del proletariado contra la injusticia y la crueldad
capitalista. Es algo que viene de afuera; como un espíritu maligno que se
aprovecha de la desesperación de las personas y de su enfado por condiciones
injustas...
Comenzó
con la negación de una autoridad central y terminó diciéndole al hombre que es
autosuficiente instaurando por todas partes grandes ídolos para que fuesen
adorados como dioses.
No
es tan sólo por el lado comunista que esto aparece; lo hace también en las organizaciones
que se oponen al comunismo; en las razas y naciones en dónde la fuerza bruta
está colocada en el lugar de Dios. Aquí también se instauran ídolos a los
cuales se les ofrecen espantosos sacrificios humanos. También en estos lugares
se niega la justicia y el correcto orden de las cosas.
.…(El
ataque moderno) Considera al hombre como un ser autosuficiente, a la oración
como una autosugestión y – esto es fundamental – a Dios como nada más que un
producto de la imaginación; como la propia imagen del ser humano arrojada al universo;
como un fantasma y no como una realidad.
Éste
es el enemigo moderno; éste es ese diluvio en progreso; ésta es la mayor lucha,
y puede ser la final, entre la Iglesia y el mundo. Debemos juzgar a este
enemigo por sus frutos y los mismos, si bien aún no están maduros, ya se han
hecho reconocibles.
The Great Heresies - 1938
-Joseph Hilaire Pierre René Belloc
Nacionalismo Católico
San Juan Bautista