Editorial de la Revista Cabildo Nº 13
Mes de Febrero Año 2001 3era.Época
Mes de Febrero Año 2001 3era.Época
El título que encabeza este artículo, era editado por la revista Cabildo en fecha previamente citada. Con seguridad su director trataba de inducir en los gobernantes, a que vean la manera de mejorar y corregir su conducción. Si así fue, evidentemente nada se logró y muy por el contrario los males han sido superados y "empeorados". Si se sostienen que política es "el arte de lo posible", como alguien del mismo palo alguna vez lo mencionara, habría que sugerirle a don Antonio, que solamente ajuste partes de su notita para que forme parte de la actualidad y recordarle a quienes gobiernan en la actualidad y se jactan en decir que solo ellos tienen capacidad para hacerlo, lo que no se si es cierto, pero a los de entonces, en casos como estos lo han superado ampliamente(V.N).
Varias noticias concurrentes —un informe Senado norteamericano, ciertas denuncias de algunos diputados locales, y el posible asesinato de un oscuro personaje— han dejado definitivamente a la vista el delito de lavado de dinero. Nada que no se conjeturara o supiese ya, o que no se pudiese rondar por el magín o el pálpito del ente ciudadano, pero que a juzgar por las evidencias, roza ahora al mismo Gobierno, sea por cubrimiento de algunos de sus funcionarios, por falta de control o negligencia en otros, y aún por presunta asociación en los beneficios de parte de no pocos. Pero que roza incluso a los mismos acusadores, devenidos en sospechosos o alcanzados por la suspicacia del común.
Agobiados por el peso de una realidad demasiado densa, y por el descrédito generalizado que crece con las horas, los hombres del Régimen —desde el que funge de presidente hasta el menor de sus dependientes— han optado por prometer correctivos, simular indignaciones o posar ante los medios con gestos de asombro. Algo tarde llega la comedia de la honestidad, cuando ya se ha cumplido el viejo proverbio según el cual "al que se mete en el cieno, los puercos lo pisotean".
Pero acaso sea un símbolo el de este lavado de dinero, enroñador de manos que juraron ser limpias y de conciencias que declamaron aseados propósitos. El símbolo de una política decididamente impúdica, y por lo tanto inmunda, si hemos de prescindir de los eufemismos.
Impudicia es blindar la economía nacional con las blindas de la usura y de la expoliación de las finanzas internacionales. Impudicia la diplomacia obsecuente y temerosa, marcada por la pusilanimidad y la dependencia de los planteos del Nuevo Orden. Impudicia la "cultura para todos", confiada a los agentes de la ignorancia crapulosa y grosera. Impudicia la salud pública entregada a partidarios del aborto y de la sexolatría; las obras y los servicios asignados a ineptos, incapaces de resolver una inundación, un corte de energía eléctrica o un desabastecimiento hospitalario. Impudicia la sanción a los delincuentes cuando ella es adjudicada a quienes resultan sus protectores y garantes. Impudicia la educación ofrecida a los artífices de la nada, y las comunicaciones oficiales a quien la perfidia le cabe más por su conducta que por su patronímico. Impudicia es constatar que los asuntos internos del país dependen de aquellos que hasta ayer nomás militaban en los ejércitos rojos, y que los asuntos externos ni siquiera tienen administradores inútiles, pues los resuelven expeditivamente en algún despacho de la Casa Blanca.
Pero es también impudicia —y no de menor cuantía— haber empeñado la palabra de que cesaría la fiesta de unos pocos, para proseguirla con otros o con similares protagonistas, contestes al fin en que el solaz es sinónimo de desvergüenza, el regocijo de contravención moral y el divertimento de grave felonía. Desde la prole y la parentela presidencial, lanzada a la frivolidad o al nepotismo, hasta el Senado coimero, de impunidad jocunda y reincidente. Todo sigue su curso, su camino trazado y el modelo legitimado por el mundo. Tal vez porque sea cierto lo que escribía Augier, de que hay en los reprobos "una nostalgia de la porquería". Ó porque la democracia no es más que promisión de felicidad para todos, pero ejercicio de la corrupción para un puñado de poderosos.
Decía Lugones en su Prometeo que sin la posesión de la justicia, "todo comporta en la vida desabrimiento y amargura. La civilización es imposible cuando falta, porque ella realiza la conformidad con los principios, superiores cuyo imperio mejora a los pueblos. La patria muere con su ausencia, al carecer en ésta de razón para existir, pues la fundación dé toda patria obedece a la necesidad que experimentaron sus primeros hijos de asegurarse la justicia. La justicia es fundamento de toda patria, y por lo mismo, es la iniquidad lo que destruye a las naciones",. Mas cuando prima lo justo, regresa la dicha esencial y la paz verdadera, aquella que entrega lo debido al campesino o al labriego, al artesano o al científico, a la nación entera en sus instituciones naturales y en sus componentes reales y tangibles.
Clama la Argentina por justicia, por la supresión de los inmundos, por el destierro de los deshonestos y el abatimiento de los canallas. Clama la Argentina por la recuperación de aquel anhelo que experimentaron sus primeros hijos, y sin el cual ninguna beatitud es posible. Por la conformidad con aquellos principios superiores, que inaugura y sostiene una tierra y la hace digna de pertenecer a Occidente.
Nos sumamos al clamor, que en buen castellano es voz lanzada con fuerza y vigor, perseverantemente. Pero es también repique de campanas, impetración y reclamo. No podrá desoírse para siempre el clamoreo justiciero de los patriotas. Dios permitirá que para él, exista una mañana y una tarde del primer día victorioso.»
Antonio Caponnetto
Varias noticias concurrentes —un informe Senado norteamericano, ciertas denuncias de algunos diputados locales, y el posible asesinato de un oscuro personaje— han dejado definitivamente a la vista el delito de lavado de dinero. Nada que no se conjeturara o supiese ya, o que no se pudiese rondar por el magín o el pálpito del ente ciudadano, pero que a juzgar por las evidencias, roza ahora al mismo Gobierno, sea por cubrimiento de algunos de sus funcionarios, por falta de control o negligencia en otros, y aún por presunta asociación en los beneficios de parte de no pocos. Pero que roza incluso a los mismos acusadores, devenidos en sospechosos o alcanzados por la suspicacia del común.
Agobiados por el peso de una realidad demasiado densa, y por el descrédito generalizado que crece con las horas, los hombres del Régimen —desde el que funge de presidente hasta el menor de sus dependientes— han optado por prometer correctivos, simular indignaciones o posar ante los medios con gestos de asombro. Algo tarde llega la comedia de la honestidad, cuando ya se ha cumplido el viejo proverbio según el cual "al que se mete en el cieno, los puercos lo pisotean".
Pero acaso sea un símbolo el de este lavado de dinero, enroñador de manos que juraron ser limpias y de conciencias que declamaron aseados propósitos. El símbolo de una política decididamente impúdica, y por lo tanto inmunda, si hemos de prescindir de los eufemismos.
Impudicia es blindar la economía nacional con las blindas de la usura y de la expoliación de las finanzas internacionales. Impudicia la diplomacia obsecuente y temerosa, marcada por la pusilanimidad y la dependencia de los planteos del Nuevo Orden. Impudicia la "cultura para todos", confiada a los agentes de la ignorancia crapulosa y grosera. Impudicia la salud pública entregada a partidarios del aborto y de la sexolatría; las obras y los servicios asignados a ineptos, incapaces de resolver una inundación, un corte de energía eléctrica o un desabastecimiento hospitalario. Impudicia la sanción a los delincuentes cuando ella es adjudicada a quienes resultan sus protectores y garantes. Impudicia la educación ofrecida a los artífices de la nada, y las comunicaciones oficiales a quien la perfidia le cabe más por su conducta que por su patronímico. Impudicia es constatar que los asuntos internos del país dependen de aquellos que hasta ayer nomás militaban en los ejércitos rojos, y que los asuntos externos ni siquiera tienen administradores inútiles, pues los resuelven expeditivamente en algún despacho de la Casa Blanca.
Pero es también impudicia —y no de menor cuantía— haber empeñado la palabra de que cesaría la fiesta de unos pocos, para proseguirla con otros o con similares protagonistas, contestes al fin en que el solaz es sinónimo de desvergüenza, el regocijo de contravención moral y el divertimento de grave felonía. Desde la prole y la parentela presidencial, lanzada a la frivolidad o al nepotismo, hasta el Senado coimero, de impunidad jocunda y reincidente. Todo sigue su curso, su camino trazado y el modelo legitimado por el mundo. Tal vez porque sea cierto lo que escribía Augier, de que hay en los reprobos "una nostalgia de la porquería". Ó porque la democracia no es más que promisión de felicidad para todos, pero ejercicio de la corrupción para un puñado de poderosos.
Decía Lugones en su Prometeo que sin la posesión de la justicia, "todo comporta en la vida desabrimiento y amargura. La civilización es imposible cuando falta, porque ella realiza la conformidad con los principios, superiores cuyo imperio mejora a los pueblos. La patria muere con su ausencia, al carecer en ésta de razón para existir, pues la fundación dé toda patria obedece a la necesidad que experimentaron sus primeros hijos de asegurarse la justicia. La justicia es fundamento de toda patria, y por lo mismo, es la iniquidad lo que destruye a las naciones",. Mas cuando prima lo justo, regresa la dicha esencial y la paz verdadera, aquella que entrega lo debido al campesino o al labriego, al artesano o al científico, a la nación entera en sus instituciones naturales y en sus componentes reales y tangibles.
Clama la Argentina por justicia, por la supresión de los inmundos, por el destierro de los deshonestos y el abatimiento de los canallas. Clama la Argentina por la recuperación de aquel anhelo que experimentaron sus primeros hijos, y sin el cual ninguna beatitud es posible. Por la conformidad con aquellos principios superiores, que inaugura y sostiene una tierra y la hace digna de pertenecer a Occidente.
Nos sumamos al clamor, que en buen castellano es voz lanzada con fuerza y vigor, perseverantemente. Pero es también repique de campanas, impetración y reclamo. No podrá desoírse para siempre el clamoreo justiciero de los patriotas. Dios permitirá que para él, exista una mañana y una tarde del primer día victorioso.»
Antonio Caponnetto