Es
la remanida y escapista frase que suelen repetir los
funcionarios oficialistas cuando enfrentan disyuntivas a las
cuales no le encuentran respuestas coherentes. Y en realidad
tienen parte de razón. Algún día los alumnos de la cátedra
“Historia de las Instituciones Políticas Argentinas” tendrán a
su disposición abundante bibliografía y voluminosos tratados
que versarán exclusivamente sobre el análisis de los tiempos
actuales. Podrán entonces enterarse del porqué una conocida
legisladora patagónica de los ‘90, firme opositora a la
desintegración del Consejo de la Magistratura, a la ampliación
del número de miembros de la Suprema Corte de Justicia, a la
prórroga de la Ley de Emergencia Económica, al otorgamiento de
superpoderes, devenida luego en primera dama y finalmente en
Presidente de la Nación, seguramente considerando su postura
como un “pecado de juventud”, giró 180º y se volcó decididamente a
la posición contraria. No iba a ser el ùnico cambio, tal vez la
madurez le hizo recapacitar y su anterior pensamiento de que la
Justicia tenìa que ser independiente fue reemplazado por el
obsesivo deseo de someter el Poder Judicial a los designios del
Ejectivo.
Sabrán, entre otras cosas, cómo un ciudadano, ejerciendo el cargo
de Vicepresidente de la Nación, esquivó las múltiples denuncias
probadas de corrupción sin que se le borre su sardónica sonrisa
pese a ser abucheado y humillado cada vez que asomaba por la vía
pública. También en una de esas llegarán a enterarse de quienes
eran los ciudadanos responsables de ejercer una de las tareas más
importantes que cualquier Nación soberana tiene ante sí: La
impresión de billetes y acuñación de moneda.
Podrán inclusive los futuros estudiantes desentrañar
misterios insolubles para nosotros. Por ejemplo cómo un Ministro
de Justicia, apartado de su cargo ante abrumadoras pruebas de
incompetencia a nivel de absoluto fracaso de misiones
antárticas, fue reemplazado por un funcionario sin
antecedentes ni conocimientos para ocupar la cartera, salvo su
reconocida y absoluta obediencia, quien al momento de asumir el
cargo aseguró que su antecesor había hecho “las cosas bien y en forma
correcta” y que no iba a “revisar nada” de su actuación, razón por la
cual es del caso preguntarse sobre el porqué de su reemplazo.
Otro ítem importante de futuras cátedras deberá indudablemente
versar sobre las relaciones internacionales. Resultará tal vez
inentendible que nuestra Nación haya tenido Cancilleres del nivel
de don Carlos Saavedra Lamas y de don Héctor Timerman.
Y realmente envidio a los futuros estudiantes. Es probable que
ellos comprendan porqué una institución tan antigua como los
recursos procesales y las medidas cautelares, consideradas
en todas las legislaciones de los países democráticos como un
derecho (inclusive, después del derecho a la vida, uno de los más
importantes derechos humanos) mediante el cual los ciudadanos
pueden protegerse de los abusos del Estado, se transformaron en
la República Argentina de un día para otro y sin fundamento alguno
en un arma letal utilizada por la perversa ciudadanìa contra el
indefenso Estado Nacional y sus cándidos funcionarios.
A esta altura de mi vida, seguramente partiré sin desentrañar semejantes misterios.
Créanme que lo lamento.
Autor: Juan Manuel Otero