A poco de conocerse las listas de precandidatos a legisladores
nacionales en todo el territorio argentino, se vuelve a escuchar aquello
de “no tenemos opciones”.
Es que el ciudadano siente, otra vez, que no tiene alternativas. De un lado se le ofrece la continuidad del modelo,
más de lo mismo y hasta una profundización de lo ya recorrido. Es la ya
conocida matriz del poder concentrado, con cada vez menos de república y
una expresión más ortodoxa del “vamos por todo”.
Del otro lado, allí donde deberían abundar las alternativas, aparecen una variedad de ofertas políticas que le generan poca confianza y escaso entusiasmo.
En esa vereda, se entremezclan candidatos que son una fiel expresión
del pasado al que no se quiere volver, otros que no han sabido construir
alternativas políticas suficientemente seductoras, inclusive algunos
que sólo sumaron figuras aisladas para elaborar una simple alianza
electoral, sin programa alguno para salir de este gran enredo que
propone la realidad de este tiempo.
La inmensa mayoría de los votantes parecen encerrados y no se
encuentran debidamente motivados para acompañar a los políticos por los
caminos propuestos. Algunos ciudadanos, que tienen historia, tradición,
militancia o, al menos, simpatía política manifiesta, pueden tener
resuelta su elección, pero los más intentan aún descubrir el rumbo.
A ciertos analistas políticos les gusta hablar de la crisis de representatividad del sistema político,
aunque en el fondo pretenden describir al argentino promedio que sigue
buscando a ese anhelado líder mesiánico, ese caudillo, que lo invite,
casi mágicamente, a ilusionarse con un futuro mejor.
Es probable que ya sea tiempo de actuar con algo más de racionalidad para animarse, e intentar resolver los problemas del país, como se hace en la vida cotidiana de cada individuo.
De aplicarse esa lógica, es posible que haya que pensar en superar la urgencia,
avanzando primero en una salida de corto plazo, seguramente imperfecta,
que no genere demasiada fascinación, pero que evite profundizar el
sendero del presente y actúe de bisagra para cambiar mínimamente el
inadecuado trayecto elegido.
No es una propuesta demasiado estimulante, pero tal vez eligiendo el
mal menor se pueda atenuar la adversidad actual y, al menos así, retomar
parcialmente el camino de la sensatez, o quizás conseguir cierto
equilibrio para, desde allí, encarar el porvenir con otro horizonte y
renovadas expectativas.
Pero, como en la vida misma, se debe también tener la
claridad suficiente para enfrentar adicionalmente la cuestión de fondo y
no quedarse sólo con la idea de dejar atrás la coyuntura.
Resulta imprescindible asumir la inmensa cuota de responsabilidad que compete a los ciudadanos por no haberse involucrado a tiempo y ponerle freno a tanto atropello.
Estamos como estamos no sólo por la perversidad del sistema y los manipuladores de turno, sino por la complicidad evidente de una sociedad que ha preferido esperar soluciones desde la política en vez de construirla.
Si se pretenden más y mejores opciones desde la política, pues los
ciudadanos deben ser parte de esa dinámica. Se necesita una mayor
participación, menos silenciosa, más valiente y sobre todo comprometida.
La política partidaria no es el único camino, como algunos pretenden sugerir, sino que se debe tener una actitud ciudadana adecuada,
estando presente en cualquier tipo de manifestación comunitaria, desde
el club al consorcio, desde una organización gremial a una institución
de la sociedad civil, desde la comisión barrial a la Política con
mayúsculas, todo sirve, en la medida en que se pueda contribuir a
mejorar el metro cuadrado, ese ámbito en el que se desarrolla la vida en
armonía.
Si no se puede lo menos, será improbable que se logre ir por lo más.
De eso se trata, de modificar la realidad y mejorarla. Y no está mal
que la queja aparezca frente a la falta de alternativas electorales, lo que es incorrecto e inconducente es que el próximo turno electoral nos encuentre parados en el mismo lugar,
repitiendo idénticas frases para convertirnos en ciudadanos enojados
con lo que vivimos, pero incapaces de asumir la parte de la
responsabilidad que realmente tenemos.
Todo lo descripto no exculpa de modo alguno a los dirigentes
políticos. Ellos tienen una enorme e indelegable responsabilidad
respecto a este presente que disgusta a tantos. Pero a no equivocarse,
desde allí no se puede esperar nada demasiado diferente. Las pruebas
están a la vista.
Es tiempo de tomar decisiones como ciudadanos. La república lo precisa de modo urgente. Pero habrá que no perder de vista que la falta de opciones es el costo de no comprometerse.
ARTICULO PUBLICADO EN INFOBAE