Hay una sabia máxima, que dice: “el amigo cierto se discierne en las situaciones inciertas”.
Todos hemos constatado esa máxima, a veces con experiencias amargas.
Muchos de los que decían ser nuestros amigos cuando todo parecía irnos
bien, desaparecieron al momento de las dificultades.
Por eso, lo ocurrido el pasado 16 de julio, Fiesta de la Virgen del
Carmen, en la Tirana, es para todos los católicos una verdadera lección.
Como se sabe, la región de Tarapacá está sufriendo una epidemia de
influenza que obligó a todos a extremar las medidas sanitarias para
evitar los contagios y a proceder a una vacunación general. Por miedo a
la posibilidad de contagio, se llegó a pensar en la suspensión de los
festejos que se realizan a la Virgen del Carmen en la Tirana.
Sin embargo, la fe de los nortinos pudo más. Y sin despreciar las
medidas precautorias, se dieron cita este pasado martes 16 de julio,
cerca de 150.000 personas a los pies de la “chinita” a bailar en su
honra.
Esta voluntad, pese a todas las dificultades, de no interrumpir la
celebración, nos recordó esa máxima. Los devotos de la Virgen,
demostraron en Tarapacá ser los “amigos ciertos” en la situación
“incierta”.
Así lo explica a la prensa una joven devotas de 16 años, Alejandra
Ahumada quien viaja religiosamente todos los años desde Los Andes junto a
su padre para bailarle a la “Carmelita”. “Comencé a los cinco años
motivada por mi padre, pero ahora siento una devoción y una alegría tan
grandes que no podía dejar de estar… es que uno viene por la Virgen y
Ella nos protege”.
Por su parte, Marcelo Lemus de 43 años, uno de los caporales de la
Diablada del Salitre de Antofagasta, declara que “existe temor… a nivel
familiar muchos preferimos dejar a los más viejos, a los enfermos y a
las guaguas en la casa, pero quienes bailamos no podemos fallarle a la
Virgen”.
La Federación de Bailes de La Tirana agrupa a 11 asociaciones
religiosas que incluyen a 202 bailes de Arica, Tarapacá y Antofagasta, a
los que se suman cerca de 17 mil fieles que llegan desde todas partes
del país e incluso de los países vecinos.
Tal devoción, eminentemente local, y llena de características
propias, como son los bailes y los trajes de luces y las máscaras de
quienes así manifiestan su fe, constituye un buen ejemplo de lo que
significa la religiosidad popular del nortino, de cuya vitalidad nos
dieron ejemplo años atrás los 33 mineros y sus familias, rescatados de
las profundidades de la Tierra.
Esta semana lo volvió a confirmar la Fiesta de la Tirana.
Cuenta la historia que ahí surgió la devoción a la Virgen, después de
la conversión de una importante cacica, Ñusta Huillac, hija del último
sacerdote del culto al Sol, venidos desde Cusco en la comitiva de Diego
de Almagro. En las Pampa del Tamarugal se escaparon varios de los indios
junto a la Ñusta, quien por la severidad de su mando fue apodada de la
Tirana.
Más tarde, ella misma se convirtió a la fe católica, gracias al
apostolado de dos soldados españoles presos por la tribu y condenados a
muerte en ese mismo lugar. Cuando el español Almeyda, quien la trajo a
la Fe católica y se disponía a bautizarla, mataron a ambos a flechazos.
Lo que ni los indios ni sus víctimas podían maginar era que en el
preciso lugar en que se derramaba la sangre de esos primeros mártires,
brotaría un manantial de devoción mariana que se mantiene de modo
ininterrumpido a lo largo ya de casi cinco siglos, con un entusiasmo que
ni siquiera la amenaza de la epidemia consiguió enfriar.
Extraordinaria lección de cómo la Fe puede producir efectos sublimes
de generosidad, atraer a ella a los pueblos hasta entonces paganos y
mantener con alegría la tradición de esa conversión.
Que se sepa, no existe en los descendientes de esos indígenas, en su
mayoría aimaras, reivindicaciones por tierras ancestrales, menos actos
de violencia como los ocurridos en el sur, por parte de minorías de
mapuches manipuladas por agitadores terroristas.
Al contrario, lo que ellos anhelan es poder cantar y bailar en honra
de su “Chinita”. Para ello se preparan durante todo el año, y los pocos
ahorros de un trabajo honesto y esforzado, lo gastan en comprar los
zapatos, máscaras y trajes que dan colorido y vida al desierto más árido
del mundo.
Si a Ud. le preguntasen quiénes le parece que son más felices,
¿aquellos que viven acechando a camioneros, agricultores y carabineros,
para quemar, incendiar y hasta matar, o los que bailaron este 16 de
julio pasado en la Tirana? Creemos que Ud. no dudará en considerar a los
devotos de la Virgen como aquellos que tienen la verdadera felicidad.
Sí, pues la felicidad no consiste en tener más o menos tierras o
dinero, sino principalmente en tener una razón para vivir. Y de las
razones de vivir, la que más nos da aliento es la de poder querer y la
de sabernos queridos.
Y de esos quereres, el que nunca nos defrauda, es el amor de una
Madre, que es al mismo tiempo Madre nuestra y de cada uno de los
chilenos.
Por eso la oración compuesta por Monseñor Ramón Ángel Jara en honra a
la Virgen del Carmen, y que en este mes se repite de norte a sur del
País, reza: “Llenos de la más tierna confianza como hijos que acuden al
corazón de su Madre, nosotros venimos a implorar una vez más los tesoros
de misericordia que con tanta solicitud nos habéis siempre dispensado.
“(…) Vos sois la Madre de la Divina Gracia, conservad puras nuestras
almas; sois la Torre poderosa de David, defended el honor y la libertad
de nuestra Nación; sois el refugio de los pecadores, tronchad las
cadenas de los esclavos del error y del vicio; sois el consuelo de los
afligidos, socorred a las viudas, a los huérfanos y desvalidos.
“Desde el trono de vuestra gloria atended a nuestras súplicas, ¡oh
Madre del Carmelo! Abrid vuestro manto y cubrid con él a esta República
de Chile, de cuya bandera Vos sois la estrella luminosa. Os pedimos el
acierto para los magistrados, legisladores y jueces; la paz y piedad
para los matrimonios y familias; el santo temor de Dios para los
maestros; la inocencia para los niños; y para la juventud, una cristiana
educación.
“Sed el escudo de nuestros guerreros, el faro de nuestros marinos y
el amparo de los ausentes y viajeros. Sed el remedio de los enfermos, la
fortaleza de las almas atribuladas, la protectora especial de los
moribundos y la redentora de las almas del Purgatorio.
“¡Oídnos pues, Reina y Madre Clementísima! Y haced que, viviendo
unidos en la vida por la confesión de una misma fe y la práctica de un
mismo amor al Corazón Divino de Jesús, podamos ser trasladados de esta
patria terrenal a la patria inmortal del Cielo, en que os alabaremos y
bendeciremos por los siglos de los siglos. Amén”.