Antes de comenzar debo aclarar (en La Argentina siempre hay
que hacerlo para no ser etiquetado) que conozco perfectamente la historia de
nuestro país. En mi libro “La conjura de la mentira y la conspiración del
silencio” doy cuenta de quien es quien en nuestro pasado. Aquí vamos a hablar
de otra cosa.
Pertenezco a una generación que fue
educada básicamente con dos principios. Uno es el amor a nuestra nación,
representada por sus símbolos patrios. En función de ello los feriados
nacionales se festejaban el mismo día con ambos turnos del colegio juntos en un
gran acto donde los alumnos representaban obras teatrales alusivas a la fecha;
la lectura de sentidos discursos de un docente y del mejor redactado por los
alumnos; todo ello matizado por las canciones patrias y música folclórica. Una
verdadera fiesta acompañada por los padres. Quien estuviese ausente, tenía
doble falta y no era llamado para izar o arriar la bandera; un verdadero
castigo.
El otro principio (historia oficial
mediante) era la veneración de un grupo de próceres que tenían en común el
altruismo, la abnegación, el sacrificio, el patriotismo, la decencia.
No viene al caso que, con el correr
del tiempo nos diéramos cuenta que había mucha mentira e intereses creados. Lo
que importa es lo que veíamos en ellos. Se hacía hincapié en la sencillez con
que vivió San Martín hasta su muerte; el gesto de Belgrano de entregar a su
médico como parte de pago el único bien que tenía, un reloj; el sacrificio del Sargen-to
Cabral o el Negro Falucho.
Con esa óptica valoramos que Hipólito
Yrigoyen luchó contra “el régimen” pagando todo de su bolsillo; Lisandro de la Torre, siendo un hom-bre
rico murió sin la fortuna y sin llevarse nada del Estado; o Illia que devolvió
el dinero que le entregan a los presidentes (del que no tienen que rendir
cuentas), descontando solamente lo que gastó en el casamiento de su hija.
Hoy observamos que todas esas
conductas están perimidas; que los políticos actuales se retiran todos
millonarios sin poder justificar su riqueza; que el aumento de sus patrimonios
es directamente inmoral y se lo ponen en la cara a millones de ciudadanos al
que los aprietan para que paguen sus impuestos. No solo aumentan su patrimonio
descaradamente, sino que le muestran que hacen con él.
Lo peor de todo es que mas del 50% de
la población los avala, es decir, blanquean su situación. A partir de semejante
apoyo, quien se atreve a investigar?. Y está bien que nadie lo haga.
La población sabe dónde y como viven
los políticos, que autos tienen, donde vacacionan y la vida que llevan. No es
un secreto para nadie y nadie puede hacerse el distraído. Sin embargo los
votan. Esto no es nuevo; pasó con Menem en los noventa y fue reelecto.
Quizá ahí está el verdadero motivo de
este accionar de nuestra clase dirigente y la mitad de la ciudadanía no nos
hemos dado cuenta o la población está envejeciendo. Ha cambiado la escala de
valores; del mismo modo debemos cambiar el nombre de las calles; esos próceres
ya no repre-sentan a nadie. También debemos reemplazar la letra del Himno
Nacional por el o,o,o, actual; y la bandera por la casaca de la selección
nacional de futbol; único paño reconocido.
Hoy, el país está dividido en dos; con
el paso de los años y la irrupción de las nuevas generaciones con los nuevos
valores, la balanza se irá inclinando.
Si aquellos que aún creemos en los
viejos valores no estamos dispuestos a luchar por ellos; hagámonos a un costado
y no entorpezcamos el camino de los nuevos valores.
La gran paradoja es que quienes
esbozan nuevos valores negocian con aquellos poderes contra los que lucharon
nuestros próceres. ¿Ellos también estaban equivocados?