Proteger a Jaime 
Una
 de las reflexiones posibles ante grandes casos de corrupción es 
decir “con esa plata se podría haber hecho…” tal obra. Pero no es la 
única, se podría pensar en los efectos benéficos de que la gente no 
hubiera sido despojada de recursos para ella misma aplicarlos a sus
 necesidades. Sin embargo los políticos de la oposición o 
quienes comentan estos problemas en los medios jamás, ni una sola 
vez que yo lo haya visto al menos en la última década, piensan en el 
mal llamado “contribuyente” convertido en un siervo de la gleba 
cuya billetera está al servicio de la bondad de los políticos 
(todos sabemos que lo que caracteriza a los políticos a 
diferencia de a nuestros vecinos, amigos y conocidos, es la 
bondad ¿no?) y los opinadores.
La víctima del desfalco público no es el propio público según el 
dogma general, sino el estado, el dios omnímodo de la Argentina. Por 
eso en su momento el señor De Vido inventó aquello de que el caso 
Skanska era un problema de corrupción “entre privados”. Porque ¿a 
quién le importan los privados?
Sin embargo con el kirchnerismo tenemos una cuestión de 
magnitud que cambia la física de la cuestión. Si comparamos los 
más de dos años de prisión efectiva que le tocaron a María Julia 
Alsogaray porque se consideró que no pudo justificar 500 mil 
dólares (en un proceso con la carga probatoria invertida), a que 
se la sigue mencionando como el estereotipo mismo de la corrupción y
 se observa como casi todos los que la consideraban la enemiga 
pública número uno o están con este gobierno o han estado en algún 
momento o estuvieron durmiendo la siesta mientras se construyó un 
estado paralelo completo al servicio del patrimonio de una 
familia que ya tenía antecedentes comparables a los de Idi Amín 
Dada. Si como ya sabemos un ex presidente cuyo nombre se le pone 
hasta a las macetas era un recaudador de bolsas de millones de 
euros de empresas enteras adquiridas mediante la extorsión del 
estado ¿Entonces cuál es el hilo conductor entre la anticorrupción
 de la década del noventa y la pro corrupción de esta década 
miserable? ¿Será la misma que existe entre estar mirando de afuera o 
estar mordiendo?
Hoy hasta los jardineros de los Kirchner superan a cualquier 
posible imputación a María Julia Alsogaray. Hasta los “artistas 
populares”, los servidores fascistas de la propaganda oficial,
 recaudan más a la luz del día que los cucos del pasado y lo hacen de 
manera descarada mientras se tatúan la cara del Che Guevara en las 
nalgas.
En la década del 80 y las anteriores había una sideral corrupción
 estructural, cuya solución era el cambio de reglas de juego 
económicas. En la década del 90 la corrupción estuvo en los 
negocios del estado, pero muchos de esos negocios eran benéficos en 
el sentido de desmembrar a la corrupción sistémica que existía 
por ejemplo en las empresas estatales. En la década K, que juntó al 
autor de “Robo para la Corona” con su protagonista, el estado 
argentino por completo es una caja personal para enriquecerse, 
enriquecer a los propios y perseguir a los extraños, asaltar al 
sector privado y repartirlo entre una pequeña oligarquía. Es decir,
 de la corrupción estructural de los 80 nos hemos pasado por 
completo a la corrupción como sistema político. Un totalitarismo 
basado en el latrocinio.
En los 80 no había rincón del estado en el que no hubiera negocios 
turbios. Hoy el estado es un patrimonio capturado que está al 
servicio de una banda que es mucho mayor que él, donde hasta los 
gobernadores, intendentes, el Congreso y la Justicia se ven 
chiquititos. El Tesoro, la ANSES, la AFIP, la Aduana y el Banco 
Central son como la tarjeta de crédito personal de la presidente y
 casi todos los grandes negocios del país están a su servicio cuando
 directamente no les pertenecen bajo cuerda.
Así debemos observar este problema porque no es que le han robado al estado, sino que se han robado al estado entero.
Así es también como nos encontramos frente al caso del señor 
Ricardo Jaime, protegido por el sistema judicial hasta que se 
enojaron con la dueña. Dentro del éxito del sistema de propaganda 
pareciera que este señor fuera el María Julia Alsogaray del momento, a
 pesar de que ella no le podría seguir el tren de gastos ni a él ni a 
los secretarios privados de la señora en jefe, ni a su chofer.
Jaime no es protagonista de nada, es un actor de reparto de una 
obra en la que recibió buenas propinas. Ricardo Jaime es mucho más 
valioso por lo que tiene para contar que por lo que merece ser 
castigado. Y nuestro problema es como sacamos al estado y a la 
economía extorsionada del monedero de los K. Esa es la magnitud 
de la cuestión, no las fojas del expediente de uno solo de estos 
soldaditos.
Es aquí donde entiendo que esto requiere una media política, más que
 una solución judicial particular. El estado (como legalidad) 
tiene por prioridad salir de ese monedero como en los finales de la 
década el 80 había que desbaratar la corrupción estructural. Jaime
 entonces, como otros protagonistas secundarios de la década 
miserable debieran recibir protección de una ley para hablar, bajo
 la condición de devolver las migajas del botín que ellos mismos 
conservaron.
Lo quieran ver o no los ángeles caídos de la caja que están 
pensando en heredar este problema, hoy es imposible imaginar cómo
 se manejarán las riendas del gobierno sin quebrar  a este sistema 
hasta en sus más recónditos rincones. No hay pacto posible con la 
banda, porque la banda se apoderó del país entero.
Nadie podrá manejar a un gobierno encerrado en una bóveda, el 
problema es aquí el sistema y sus dueños y no tanto la gerencia.
Fuente:  No Me Parece
Autor: José Benegas
