La idea de una vida sin sufrimiento es una verdadera ilusión, una quimera.
Todos sabemos por la doctrina católica que por causa del pecado
original y de los pecados actuales, algo en nosotros tiene que ser
quemado y destruido por el sufrimiento, para que alcancemos el
cumplimiento de nuestra finalidad.
Un gran santo dijo:
“Tres cruces hay en el Calvario,
escoge, puesto que es necesario,
sufrir como justo, o como penitente,
o como réprobo que pena eternamente”
Siendo así es muy importante y alentador tener en cuenta que lo más
meritorio en el sufrimiento, no es tanto la magnitud del mismo, sino la
actitud que tenemos ante él, cuando se pone en nuestro camino. Lo más
importante no es sufrir mucho, sino sufrir bien. Tener una buena
aceptación del mismo, ofrecerlo a Dios, etc…
El Abbé Arminjon decía en uno de sus escritos: “Una cosa es
cierta, es que nunca ha habido y nunca habrá sublimidad moral, santidad
heroica, virtud digna de ese nombre, que no tenga su principio, o que no
tome su impulso y su fuerza, en un sufrimiento libremente aceptado o
intrépidamente soportado.”
Al hombre que se comporta con sabiduría, “ninguna perturbación de
esta Tierra le altera, porque ha aprendido a leer los acontecimientos
en esta sabiduría infinita que regula todo por medio de su previdencia, y
que no permite el mal sino para sacar de él el bien, por una
manifestación brillante. El lleva en sí como un santuario de reposo y
felicidad. Los hombres y los elementos conjurados no tienen poder para
ofenderlo ni incomodarlo.”
En esa perspectiva, nosotros no debemos considerar nuestros
sufrimientos ‒ por ejemplo, enfermedades, perturbaciones nerviosas o
psíquicas, carencias mentales, incertidumbre en cuanto al día de mañana‒
como si fuesen una lepra. Se comprende que la persona quiera salir de
eso, pero debe amar mucho estar en eso. Y mientras Dios no le permita
salir, debe besar esa cruz con mucho amor y cargarla con alegría
Cuando no es así “un nada nos abate; una palabra poco medida que
nos ha sido dicha; una variación en la serenidad del cielo, son
suficientes para hacernos pasar del exceso de la alegría al abatimiento
de la tristeza. La causa de estas fluctuaciones y de estos cambios no es
otra que el distanciamiento y el horror instintivo que sentimos por el
sufrimiento.”
“Por estos atentos cuidados para rechazar las menores privaciones
y las menores violencias, para apartar de nosotros todo aquello que se
presenta con la apariencia del más ligero rigor, nosotros nos creamos
indignas servidumbres. Nuestro corazón se deja dominar por tal cantidad
de tiranos… Ninguna virtud puede subsistir en almas tan versátiles,
ninguna dignidad es conciliable con un carácter flotante al viento de
todos los cambios y de todos los azares. A medida que el hombre en este
estado se desvía de sus deberes austeros, él se convierte en esclavo de
las fantasías más fútiles ‒olvidando que la vida humana es una realidad y
no una ficción‒ busca distraerse por medio de diversiones frívolas;
entrega sus más bellos años como pasto a los placeres, a la pereza, al
aburrimiento, y devora sin fruto el talento que Dios le había confiado.
En estas disposiciones, un hombre no tiene más que presentarse ante él,
con la amenaza en la boca, con el poder de perjudicar su reposo, sus
intereses, sus placeres, que este hombre será inmediatamente su dueño;
tendrá el pleno poder de someterlo, sea a indignos servilismos, sea a
inenarrables torturas.”
Los santos veían las cosas de otro modo. Viviendo sobre las altas
cumbres de la fe, entreveían los acontecimientos de aquí abajo y los
destinos humanos, bajo otros aspectos y a través de otros horizontes.
Así el sufrimiento nos hace ver que las cosas de esta vida son
efímeras y no satisfacen, y nos arranca del amor a las cosas presentes y
pasajeras, alimentando así la virtud de la Esperanza. Nos entreabre
otros panoramas, elevándonos a esperanzas más altas.
Por otro lado se puede considerar el sufrimiento como un don
admirable de Dios al hombre, para que auxiliado por la gracia temple y
eleve su personalidad.
Si se analiza bien la vida, se verá que casi toda o toda la belleza
que ella contiene resulta de un dolor nítidamente previsto y noblemente
soportado hasta el final.
Penetrémonos profundamente de estas saludables consideraciones, y las adversidades de la vida no llegarán jamás a abatirnos.