Carta a los peronistas para que la lean todos los argentinos
Hace tiempo que los peronistas nos debemos un sinceramiento, quizás un “mea culpa”.
Regresó Perón en 1973, y dos bandas autodenominadas peronistas, para “homenajearlo”, se mataron sin misericordia en Ezeiza.
Triunfó Perón ese año, y una de las bandas le “cortó las patas” al asesinar brutalmente a su mano derecha en el gremialismo.
Murió Perón y la escena fue copada por las dos bandas que, en nombre
del peronismo, se dedicaron a regar con sangre argentina el suelo patrio
y a desestabilizar –conscientemente o no- a nuestro gobierno
constitucional.
Durante el Proceso llamado de Reorganización Nacional, hubo varios
peronistas que se anotaron en alguno de los dos o tres proyectos
políticos que ciertos militares montaron para auto-sucederse en el
poder… con votos peronistas.
Concluido el Proceso, la cúpula de la dirigencia del Partido
Justicialista no trepidó en suscribir un acuerdo con los militares para
que éstos le entregaran el poder, a cambio de cubrirles la retirada a
los dictadores, mientras ambos suscriptores de ese acuerdo de fulleros
dejaban inhabilitada a la ex presidente Isabel Perón para que no
interfiriera el indecente pacto logrado.
En el lapso en que al Dr. Alfonsín le fueron bien las cosas, algunos
conspicuos peronistas aceptaron militar en el “Tercer Movimiento
Histórico”, y hasta hubo un “apresurado” que se anotó como
vicepresidente en una futura fórmula presidencial “mixta”, con la que
los radicales buscaban la reelección de Alfonsín, reforma de la
Constitución Nacional de por medio. El triunfo peronista en las
elecciones parlamentarias de 2007 abortó el engendro.
En la década de los años ’90, la gran mayoría de los dirigentes del
PJ fueron “derechistas” neoliberales y aceptaron con jolgorio el
Consenso de Washington y las relaciones carnales; también la
desaparición inhumana de la justicia social y la destrucción de nuestra
industria nacional, dos de las joyas del abuelo Juan Domingo.
A partir de 2003, muchos se rebautizaron como “izquierdistas”, o
“progresistas”, y cambiaron las 20 verdades por un par de dislates
neomarxistas-gramscianos.
Pero nuestra crisis de identidad no termina ahí: entre los peronistas
que se han mantenido alejados del experimento
kirchnerista-progresista-izquierdista también se cuecen las habas de la
desorientación ideológica.
Los Kirchner
En estos diez años de gobierno matrimonial, el kirchnerismo ha tenido
una borrascosa relación con los peronistas. Por un lado, ha intentado
monopolizar una insólita “advocación” de Evita –una Evita zurda-, hecha a
imagen y semejanza de los K, y separada de Perón (intento bastante
absurdo y anti-histórico, además). Mientras, por el otro lado, trataba
de ningunear al General por quien, todo kirchnerista que se precie de
tal, debe sentir esa rara mezcla de envidia y odio que delatan sus ojos y
sus palabras, e inspiró a los “izquierdistas” autores de la ópera
“Evita”.
Aparte de ello, el kirchnerismo ha hecho cosas buenas, regulares y
malas. Desde mi personal punto de vista, el balance es fuertemente
negativo. No vale la pena detallar las pocas luces y las muchas sombras
de la década K.
Lo real es que no ha sido un gobierno peronista, ni dio resultados
peronistas, porque los olmos no dan peras. Simplemente, los Kirchner
nunca fueron ni quieren ser peronistas. Al contrario, quieren destruir
al peronismo o, en todo caso, reemplazar su conducción y su doctrina.
Algo semejante, aunque no igual, a la ingenua y “agrandada” propuesta
que el grupo Montoneros le hizo a Perón a fines de 1973: transformar la
Jefatura del Movimiento en una conducción bicéfala: Perón-Firmenich, o
quizás Firmenich-Perón…
Años antes, el General había definido, con socarronería, algunos intentos similares:
“Me vienen a proponer hacer una sociedad para vender vacas y gallinas: Yo debo poner las vacas, y ellos una gallina”.
Pero, sin olvidar ni minimizar las enormes y profundas diferencias
que nos separan del tan particular “izquierdismo” kirchnerista (también
de la “derecha” anti-kirchnerista), es necesario comprender que lo suyo
no es despreciable y desechable en bloque, “in totum”.
Al margen del elevado grado de corrupción oficial y oficializada y de
la pretensión de eternizarse en el poder destruyendo a todos los que
se oponen a ello (sean políticos, jueces, sindicalistas, medios de
comunicación, empresarios o simples ONG), el kirchnerismo ha encarado
ciertas soluciones de fondo que coinciden con nuestra posición. A su muy
particular manera, es cierto, pero las ha encarado.
En política exterior, por caso, la creación de la UNASUR, la
oposición al ALCA, el apoyo a una coalición sudamericana (o
iberoamericana) que intente liberarse de la tutoría de EE. UU., y otras
iniciativas semejantes, aún con sus errores y horrores y sus ditirambos
de adolescentes caribeños o rioplatenses, están en la dirección que
buscamos desde siempre los peronistas.
Lo razonable, entonces, es apoyar o al menos no boicotear esas
iniciativas, sin dejar de denunciar y oponernos a los excesos, actos de
corrupción, atropellos, y gatopardismos de los K.
En este punto es necesario decir que el peronismo tiene diferencias y
coincidencias (obviamente parciales) tanto con la “izquierda”, como con
la “derecha”. Y ello porque ambas ideologías cargan con un doble pecado
original: surgieron entre los siglos XVIII y XIX de elucubraciones de
cenáculos intelectuales que poco y nada de contacto tenían con sus
respectivos pueblos, y surgieron en países lejanos muy distintos al
nuestro. Ambas son trasnochados productos europeos. Nuestra ideología,
ya lo dijo su creador, surgió de la observación e interpretación de las
necesidades, ideales, anhelos y vocación de nuestro pueblo. Por eso es
nacional.
Querer imponer una de las arcaicas ideologías europeas a la situación
argentina de hoy, necesariamente lleva a tergiversar o mutilar la
realidad. Quienes lo intentan imitan a Procusto, aquel posadero bandido
de la mitología griega que tenía una cama corta: cuando llegaba un
viajero alto, le cortaba las piernas para que “entrara” en su cama, pero
jamás cambiaba la cama.
Con cualquier “izquierda”, siempre que sea auténtica y no la de
Puerto Madero, coincidiremos y podremos buscar apoyos y aún alianzas
para encarar los problemas sociales: pobreza, marginación, exclusión e
injusticias sociales, etc. En cambio, difícilmente podremos acordar nada
importante con ella en el terreno de la cultura y de la identidad
nacionales, y de los valores del humanismo cristiano que inspiran al
peronismo.
A su vez, con la “derecha”, en la medida en que tenga algo de
sensibilidad humana y de sentido nacional, podremos encontrar puntos de
coincidencias en los temas que nos separan de la “izquierda”.
Si la cuestión se analiza con detenimiento, tales características
están ratificando lo ya sabido: el peronismo es realmente una tercera
posición ideológica y política: ni “derecha” ni “izquierda”. Nacional y
popular.
Si, hipotéticamente, existiera una “izquierda” que respetara los
valores del humanismo cristiano y tuviera sentido verdaderamente
nacional, sería peronismo y no “izquierda”. A su turno, si hubiera una
“derecha” que pusiera en primer plano la justicia social y no el lucro y
la concentración egoísta de la riqueza, no seria “derecha” sino
peronismo.
He ahí, muy resumidamente, el fondo de la cuestión.
Irán, Chávez y el papa Francisco
El asunto es que, en sólo un par de meses, han sucedido tres
acontecimientos que actuaron como la prueba del ácido para los
peronistas y para todos los argentinos: primero, la presidente firmó un
Tratado con Irán para arreglar el entuerto que su propio gobierno
(aunque no sólo él) había armado en el caso AMIA; luego, se murió Hugo
Chávez, y para rematarla… un argentino fue elegido papa y tuvo al
“extraña” idea de llamarse Francisco, como “il poverello d’Assisi”.
1.- El Tratado con Irán recibió una andanada ciega y muy
superficial de críticas de parte de todo el arco opositor, desde el PRO y
los dos diarios “independientes”, hasta los peronistas no
kirchneristas, pasando por los radicales y el FAP. Lo realmente
preocupante de la crítica de nuestros compañeros supuestamente
“ortodoxos”, no es la superficialidad y la cantidad de viejos lugares
comunes (falsos) que usaron como argumentos para oponerse al Tratado,
sino los motivos de política exterior que adujeron: “significa un nuevo
alineamiento internacional de la Argentina”, dijo uno de sus más
caracterizados exponentes.
Desde el golpe militar del 24 de marzo de 1976, la Argentina está
alineada con la estrategia planetaria de EE. UU. Con Menem, el
alineamiento se llamó “relaciones carnales”; con De la Rúa, “relaciones
adultas”; Duhalde la continuó sin rebautizarla; y los Kirchner
afrontaron una “heroica” resistencia verbal… casi sólo verbal.
Es bueno agregar que, en Medio Oriente y en la Argentina también, el
poder dominante no está en las manos de EE.UU. exclusivamente, sino en
las del poderoso “lobby” norteamericano-israelí. Liberarse del poder de
dicho “lobby” dominante, aunque sea parcialmente, es una bendición del
cielo, no una desgracia a lamentar como parecen creer nuestros
compañeros peronistas anti-kirchneristas.
Mientras seguimos la investigación del caso AMIA de acuerdo a las
“sugerencias” del informe de la CIA y el Mossad, traído a Buenos Aires
por Miguel Ángel Toma y Antonio Stiusso durante la presidencia de
Eduardo Duhalde, nuestra suerte estaba peligrosamente atada a los
intereses del citado lobby norteamericano-israelí.
De modo que, si el Tratado con Irán nos aleja de la órbita de
dominación de Israel, hay que festejarlo. Y si, además, amengua nuestra
dependencia de la estrategia planetaria de Washington, mucho mejor.
En un mundo multipolar como el que ya vivimos, nuestro camino en
política exterior debe ser un delicado equilibrio entre los distintos
bloques de poder planetario, ayudados por nuestra alianza regional. No
hay otra opción para posibilitar el acrecentamiento del poder nacional
que, junto con la felicidad de nuestro pueblo, son nuestros dos
objetivos centrales e innegociables.
2.- Por su lado, la muerte de Chávez agravó los signos de la
confusión ideológica que padecemos: nuestros compañeros
anti-kirchneristas agradecieron a Dios que, junto con la vida del líder
venezolano, se hubiera terminado también el “socialismo
latinoamericano” medio en solfa y medio jolgorio caribeño que
representaba Hugo Chávez.
Yo no creo que la verdadera intención de Chávez haya sido liberar
realmente a Venezuela y a Latinoamérica del dominio extranjero como lo
hizo Perón, ya que nunca cortó los pingües negocios entre su país y los
EE. UU. Aún hoy, la empresa petrolera venezolana, PDVSA, posee más de
600 estaciones de servicio en suelo de EE. UU., que Chávez le compró al
grupo de David Rockefeller.
Según un exultante estudio de Ye Xie y Nathan Crooks, difundido el 30
de enero de este año, y que me ha enviado ayer nuestro compañero José
Arturo Quarracino:
Desde que asumió el poder en 1999, Hugo Chávez ha extendido su revolución socialista en Venezuela
mediante la incautación de más de 1.000 empresas. Para los tenedores de
bonos que se pegaron a él, devolvió rentabilidades que son el doble del
promedio de los mercados emergentes.
El 681% de ganancia,
equivalente a un 14,7 por ciento anual, ha enriquecido desde los
inversores de Oppenheimer Funds Inc. hasta los de Goldman Management LP
Sachs Asset, que contaron con la voluntad de Chávez de hacer correr la
riqueza petrolera del país para pagar a sus acreedores, frente al
crecimiento “arranque-parada” y a la caída de las reservas. Si bien sus políticas alejaron a muchos inversores al mantener costos de endeudamiento de Venezuela de más del 12 por ciento en promedio durante su mandato, o 4 puntos porcentuales más elevados que los de las naciones en desarrollo, él nunca dejó de pagar un bono.
¿Negocios más que jugosos del venezolano para alimentar buitres? Raro. Muy raro.
Por otro lado, EE. UU., con los Castro de Cuba fue y es muy duro,
incluso cruel e inhumano, al mantener el bloqueo de la isla. Con
Venezuela, en cambio, y a pesar de toda la parafernalia verbal del
finado Chávez, sigue haciendo muy buenos negocios, silenciosamente por
lo visto. Otro caso raro. Muy raro.
De cualquier forma, hay que recordar a Perón: cuando alguien criticó a Fidel delante suyo, el General le respondió:
“Mi diferencia con Castro es que él abandonó hace rato esto (y sacó de entre su ropa el escapulario de hermano terciario franciscano), mientras yo aún lo conservo. De todos modos, concluyó, apoyo a todos los que tratan de liberar a su pueblo”.
Agrego que atacar al gobierno kirchnerista “in totum”, sin distinguir
matices ni aciertos, es plegarse a los opositores seriales y
vocacionales de la “derecha” más retrógrada (que expresa el diario La
Nación), o a la mas comercial (propia del grupo Clarín).
Acepto que, de esa forma, quedaremos solos como don Quijote de la
Mancha: nos atacarán o nos ningunearán los de “derecha” por ser
“blandos” con los K, y nos fulminará el gobierno y su aplastante legión
de escribas a sueldo por ser sospechosos de ayudar a la
“derecha-mediática-destituyente”.
Esa realidad es muy dura, pero no nueva: siempre hemos sido el hecho
maldito para los amos de adentro y de afuera, para la “derecha” y para
la ”izquierda”; la peor de las rabias, la que no desaparece con la
muerte del “perro”. Por eso nuestra prédica es silenciada por la prensa
de ambos lados, mientras los peronistas “políticamente correctos” gozan
de los favores de los medios “independientes”, y los que “comprenden”
a los K engordan con el presupuesto oficial.
Para terminar de comprenderlo, conviene recordar que Winston
Churchill, el más lúcido de nuestros enemigos, el George Canning del
siglo XX, cuando sus amigos derrocaron a Perón en 1955 dijo satisfecho:
“Éste es el acontecimiento más importante para el mundo desde nuestro triunfo en la Segunda Guerra”.
Si no estamos dispuestos a afrontar esa dura realidad, no hagamos política, o al menos no la hagamos en nombre del peronismo.
3.- El padre Bergoglio es ahora el papa Francisco
Cada vez que llamaba por teléfono, uno debía reponerse del “shock”.
“Habla el padre Bergoglio”, decía.
Se necesitaban unos segundos de silencio para caer en la cuenta de
que era el cardenal primado de la Argentina. Ahora es el papa.
La tentación de comparar esta situación, detonante para nosotros,
con la vivida por Polonia y los otros países comunistas debido a la
transformación de Karol Wojtyla en Juan Pablo II es muy fuerte, pero
falsa o equívoca.
Ambas situaciones no son exactamente asimilables, al menos para el peronismo de Perón.
Polonia y sus vecinos eran países dominados por el imperialismo
soviético. Un papa polaco ayudó objetivamente a Lech Walesa a liberar su
patria del invasor y dominador marxista.
Latinoamérica y, muy especialmente, nuestro país aún están en manos
del lobby norteamericano-israelí, que no es marxista si no crudamente
capitalista.
El “milagro” de que un criollo haya llegado a gobernar las tierras
vaticanas puede y debe significar una ayuda, también objetiva, para
reforzar la alianza liberadora, aún débil y tambaleante, de la UNASUR.
Es necesario hacerla más seria y efectiva, no justamente destruirla como
sueñan y desean algunos peronistas anti-kirchneristas con la llegada
del criollo Bergoglio a San Pedro.
De lo contrario, el árbol nos tapará el bosque.
Colofón
Cada día estoy más convencido de que necesitamos, sin falta y cuanto
antes, juntarnos todos en un Congreso del Pensamiento Nacional para
dilucidar estas cuestiones, antes de que el peronismo ingrese en forma
irreversible en su propia Torre de Babel.
Con un abrazo.