CAPITULO III
EL SISTEMA FINANCIERO MUNDIAL Y SUS NÚCLEOS DE PODER
III.2. LOS CÍRCULOS CONCÉNTRICOS: ANILLOS EXTERIORES Y ANILLOS INTERIORES
III.2.1. LA SUPERFICIE DEL PODER MUNDIAL
III.2.1.1. LA COMISIÓN TRILATERAL (I)
Tras año y medio de intensos tanteos y reuniones preparatorias
auspiciadas por el Chase Manhattan Bank, en julio de 1973 hacía su
presentación oficial la Comisión Trilateral, un organismo de carácter
privado que su más destacado ideólogo, Zbigniew Brzezinski,
iba a definir como "el conjunto de potencias financieras e intelectuales
mayor que el mundo haya conocido nunca".
Después de varias reuniones del Comité Ejecutivo, en las que
se estableció una declaración de principios y se trazaron las líneas
maestras de la organización, en mayo de 1975 tuvo lugar en la localidad
japonesa de Kyoto la primera sesión plenaria de la Trilateral. Los
delegados asistentes a la misma representaban en su conjunto alrededor del 65%
de las firmas bancarias, comerciales e industriales más poderosas del
planeta. Figuraban entre ellos los máximos dirigentes de las bancas
Rothschild y Lehmann, del Chase Manhattan Bank, de las multinacionales Unilever,
Shell, Exon, Fiat, Caterpillar, Coca Cola, Saint-Gobain, Gibbs, Hewlett-Packard,
Cummins, Bechtel, Mitsubishi, Sumitono, Sony, Nippon Steel, etc., así
como los mandatarios de varias Compañías públicas
nacionalizadas de proyección multinacional. En definitiva, los mayores
productores mundiales de petróleo, de acero, de automóviles y de
radiotelevisión, y los principales grupos financieros del planeta estaban
en manos de miembros activos de la recién creada Comisión
Trilateral. Con el transcurso del tiempo y las sucesivas incorporaciones, la
concentración de grandes firmas en el seno de la Comisión iría
a más. Los dos temas que constituyeron el objeto central de aquel
encuentro no podían llevar títulos más expresivos: "La
distribución global del Poder" y "Perspectivas y
asuntos claves de la Comisión Trilateral".
El organigrama de la Comisión se articula atendiendo a las tres
regiones hiperdesarrolladas del globo para las que fue concebida, esto es, América
del Norte (EEUU y Canadá), Europa y Japón..Cada una de estas tres
zonas dispone de un Comité Ejecutivo que, entre otras cosas, se encarga
de elaborar la relación de empresarios, políticos, sindicalistas,
académicos y dirigentes de medios de comunicación considerados idóneos
para su incorporación a la entidad; todos ellos constituyen la base sobre
la que se levanta la estructura piramidal de la Comisión. El órgano
supremo trilateralista es el Comité Directivo Mundial, presidido por
David Rockefeller e integrado por los presidentes, los
diputados presidentes y los directores de cada una de las tres grandes zonas en
que está implantada la organización. Dado que la extensa nómina
de miembros de la Comisión Trilateral ya fue expuesta en un trabajo
precedente, no parece oportuno reproducirla nuevamente. Aquí bastará
con significar que entre sus integrantes se encuentran indistintamente
individuos adscritos tanto a la derecha como a la izquierda política, por
emplear una terminología que, si bien carece de significado en lo
esencial de los planteamientos de unos y otros y en la práctica de los
hechos, resulta de uso obligado en el terreno de lo convencional.
Tampoco estará de más referirse a las inclinaciones pseudoesotéricas
manifestadas por los promotores de esta organización, inclinaciones que
han incorporado a la simbología de la misma. En efecto, el emblema de la
Comisión consiste en un círculo periférico dividido en tres
trazos de los que parten otras tantas flechas que convergen en un círculo
interior. Se pretende con ello reflejar el clásico arcano de la Unidad
que se despliega en el dos y en el tres, y a la que, a su vez, se llega por
medio de éstos; simbología que, en este caso, no es más que
una siniestra parodia tras la que nada se encuentra que no sea el culto al
demiurgo inspirador de la religión "humanista" del poder y del
dinero, que es el culto que se oficia en los aerópagos del Nuevo Orden
Mundial.
En cuanto a los objetivos de la Comisión, éstos se componen de
una amalgama de enunciados teóricos y de planteamientos prácticos
sin ninguna relación entre sí. Se trata, pues, de separar la retórica
de la realidad, cosa que tampoco reviste excesiva dificultad.
Entre los primeros figuran los consabidos estereotipos característicos
de la demagogia oficial. La declaración trilateralista enunciada en el
World Affairs Council de Filadelfia (24-10-1975) ofrece una buena
muestra de lo dicho: "Todos los pueblos forman parte de una
comunidad mundial, dependiendo de un conjunto de recursos. Están unidos
por los lazos de una sola humanidad y se encuentran asociados en la aventura común
del planeta tierra....La remodelación de la economía mundial exige
nuevas formas de cooperación internacional para la gestión de los
recursos mundiales en beneficio tanto de los países desarrollados como de
los que están en vías de desarrollo"
Efectivamente, desde que fuera creada la Comisión Trilateral, y después
de veinte años de "distribución" de los recursos
mundiales, éstos son acaparados en más de un 80% por los países
pertenecientes a la órbita de la Comisión, países que
apenas representan en su conjunto el 10% de la población mundial.
Prescindiendo de las declamaciones altisonantes y de los efectismos hipócritas,
lo cierto es que uno de los objetivos para los que fue creada la Comisión
se basa justamente en lo contrario, esto es, en consolidar la hegemonía
del bloque desarrollado sobre los países del Tercer Mundo y en impedir
que éstos puedan obstaculizar el futuro de ese predominio. De ahí
que una de las primeras propuestas del ideólogo trilateralista Z.
Brzezinski, consistiese en "el establecimientos de
un sistema internacional que no pueda verse afectado por los "chantajes"
del Tercer Mundo". En ese mismo sentido se manifestaría
durante la cumbre de Kyoto de 1975, donde señaló explícitamente
que "el eje esencial de los conflictos ya no se sitúa entre
el mundo occidental y el mundo comunista, sino entre los países
desarrollados y los que aún no lo están", una
declaración que reflejaba adicionalmente la doctrina desarrollada por la
Comisión Trilateral en sus relaciones con el bloque marxista.
En efecto, las reuniones plenarias de la Trilateral contaron desde el
principio con la asistencia de una delegación soviética, habida
cuenta que los analistas de la Comisión estimaban que, en su conjunto, la
situación reinante en la URSS no suponía el menor impedimento para
una mutua comprensión. Muy al contrario, los expertos trilateralistas
calificaron como "óptimo" para los objetivos de la Comisión
"el gran conjunto económico soviético, donde se afirma
la concentración de fuertes unidades de producción que, aunque
todavía nacionales, operan con fundamentos y capacidad de acción
multinacional".
Ignorando, pues, la situación interna de la Unión Soviética
y sus violaciones sistemáticas de los cacareados derechos humanos, ya que
lo contrario, según Brzezinski, no haría sino
obstaculizar una futura y más estrecha colaboración, y bajo el eslógan
"el comercio es la paz", los diversos trusts económicos
integrados en la Trilateral mantuvieron un lucrativo negocio con la extinta URSS
y sus satélites, procurándoles todo tipo de equipamientos
industriales, sistemas electrónicos, productos petroquímicos,
cereales, etc. La magnitud de esas operaciones crediticias y comerciales
implicaba, como consecuencia adicional, una dependencia casi absoluta del régimen
soviético respecto del área de implantación de la Comisión
Trilateral , sumamente interesada, a su vez, en no malograr con humanitarismos
extemporáneos tan importante mercado. Por otro lado, la situación
hacía perfectamente tolerable el enfrentamiento indirecto entre ambos
bloques y sus guerras en el Tercer Mundo, siempre y cuando se mantuviesen en un
nivel que no perturbara los intereses de las grandes potencias en el plano
internacional. Una confrontación, por lo demás, que nunca fue más
allá de las habituales pugnas limítrofes entre ambos bandos en sus
respectivas zonas de influencia, y que resultaba necesaria, además, para
dar salida a sus excedentes armamentísticos y para justificar su
industria militar.
Pero el caballo de batalla de la Comisión Trilateral, y aquí
ya entramos de lleno en sus motivaciones esenciales, es la interdependencia, un
concepto que, en la práctica, no es sino el elemento básico en
torno al cual se articula la tesis y el propósito fundamental de la
organización, a saber, el Gobierno Mundial.
La idea según la cual los Estados nacionales deben renunciar a su
soberanía en aras de un proyecto supranacional, controlado e
instrumentalizado, naturalmente, por los cónclaves plutocrático-tecnocráticos,
aparecía ya esbozada en un comunicado emitido por el Comité
Directivo de la Trilateral a raíz de la cumbre de 1975:
"La comisión Trilateral espera que, como feliz resultado de
la Conferencia, todos los gobiernos participantes pondrán las necesidades
de interdependencia por encima de los mezquinos intereses nacionales o
regionales". Posteriormente, las manifestaciones en ese mismo
sentido, pero expresadas ya de forma más explícita, se han venido
sucediendo como algo habitual. A título de muestra, bastará con
citar algunas de ellas.
Así, en una entrevista publicada por el New York Times
(1-8-76), el inefable Brzezinski afirmaba que "en
nuestros días, el Estado-Nación ha dejado de jugar su papel".
En términos parecidos se expresaba el financiero Edmond de Rothschild
en la revista Enterprise. "La estructura que debe
desaparecer es la nación". Otro destacado trilateralista, R
Gardner, significaba en el Foreign Affairs
(revista del Consejo de Relaciones Exteriores) "los diversos
fracasos internacionalistas acaecidos desde 1945, a pesar de los esfuerzos por
evitarlos llevados a cabo por las distintas instituciones de reclutamiento
mundial", proponiendo como refuerzo alternativo a esa situación
"la creación de instituciones adaptadas a cada asunto y de
reclutamiento muy seleccionado, al objeto de tratar caso por caso los problemas
específicos y corroer así, trozo a trozo, las soberanías
nacionales". Declaraciones similares a las citadas, pero más
contundentes aún, ya fueron reproducidas al principio del este capítulo,
por lo que bastará con remitirse a ellas.
Todos estos planteamientos, que conforman el eje de la actuación de
la Trilateral, constituyeron el leiv motiv de su nacimiento, justificado en razón
de la necesidad de que los problemas de Norteamérica, Europa y Japón
se resolviesen en común a través de su interdependencia económica
y tecnológica. Planteamientos que, como será fácil
advertir, son los mismos que han inspirado el alumbramiento de otros foros de ámbito
multinacional (Fondo Monetario Internacional, GATT, Maastricht, etc.) dominados
por los poderes económicos y gestionados por sus peones político-burocráticos.
El principio básico, que es el mismo en todos los casos, sería
perfectamente enunciado por David Rockefeller con estas
palabras: "De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación
nacional que se ha practicado durante siglos en el pasado por la soberanía
de una élite de técnicos y de financieros mundiales".
Para conocer el exacto significado de esa interdependencia, perfectamente
claro por otra parte, basta con prescindir de la retórica practicada por
dichos foros supranacionales y acudir a las conclusiones que adoptan en sus
cumbres periódicas. La Conferencia de Davos de 1971 ofrece una
buena muestra al respecto: "En los próximos treinta años,
alrededor de trescientas multinacionales geocéntricas regularán a
nivel mundial el mercado de los productos de consumo, y no subsistirán más
que algunas pequeñas firmas para abastecer mercados marginales. El
objetivo deberá alcanzarse en dos etapas: primeramente, diversas firmas y
entidades bancarias se reagruparán en el marco multinacional; después,
hacia finales de la década, esas multinacionales se acoplarán al
objeto de controlar, cada una en su especialidad, el mercado mundial".
Si nos situamos en la más inmediata actualidad, la última reunión
de Davos tenía lugar entre el 26 y el 31 de enero de 1995, con la
asistencia de los dirigentes de las más poderosas Multinacionales del
planeta y de un nutrido elenco de tecnócratas y líderes políticos.
En el curso de dicho encuentro, uno de los principales animadores del Foro Económico
Mundial, el trilateralista y ex-ministro francés Raimond Barre,
se dirigió a los asistentes lamentando el hecho de que, pese al
indudable avance experimentado en los últimos años por el proceso
de globalización de la economía mundial, éste no progrese
al ritmo adecuado, añadiendo como colofón que "tal vez
sea necesaria la experiencia de un crack económico para que queden
definidas las nuevas reglas de juego".
A la vista de todo esto, no resulta complicado conocer las claves de esa "benéfica"
interdependencia. Traducida a la práctica, y a medida que avanza el
proceso de cesión de las soberanías nacionales a los organismos
supranacionales, no significa otra cosa que la sumisión progresiva a las
directrices de estos últimos, o lo que es lo mismo, a los dictados de la
Alta Finanza. La globalización de la economía bajo la férula
del Gran Capital supone igualmente la garantía más eficaz para que
ningún país se salga del redil, so pena de verse abocado a una
debacle económica. Todo lo cual no impide que las tesis mundialistas
vayan acompañadas de la vitola del progresismo (aunque gozan del beneplácito
general, nadie las propaga con más ahínco que los medios de
izquierdas), ni que cualquier tentativa por desenmascarar su trasfondo
totalitario sea tachada de reaccionaria.
En el ámbito europeo, la instancia oficial que mejor encarna todo lo
apuntado es el Tratado de Maastricht. Tratado que no es producto de la
improvisación sino que obedece a los designios trazados desde tiempo atrás
por los núcleos oligárquicos de poder. Con arreglo a tales
directrices, esbozadas públicamente en más de una ocasión
(ver El País de 19-11-89) por el ex-presidente de la Unión
Europea, Jacques Delors, el territorio europeo habrá de
ajustarse a un modelo supranacional basado en la delegación progresiva de
las soberanías estatales a través de acuerdos comunitarios cada
vez más estrechos; un modelo en cuyo núcleo se situaría una
red de empresas multinacionales conectadas entre sí a nivel mundial. Otro
de los elementos tácticos de ese diseño ha sido el fomento de las
aspiraciones regionalistas, algo que en no pocos casos constituye un factor más
de desestabilización y debilitamiento de las estructuras estatales, y que
no responde sino al viejo aforismo del "divide y vencerás". No
se necesitan grandes dosis de perspicacia para constatar que los fenómenos
independentistas debilitan la estructura de los Estados europeos donde se
manifiestan, lo que redunda en beneficio de las superestructuras de alcance
multinacional.
Si, a título de ejemplo, nos detenemos en el caso español,
tampoco resultará difícil reparar en la actitud de los
nacionalismos más recalcitrantes (vasco y catalán), cuyos líderes
políticos se muestran tan contrariados por la falacia del yugo españolista
como entusiastas del dogal europeísta. Y no deja de ser significativo que
los mismos sujetos que abominan del pretendido centralismo de Madrid sean
fervientes partidarios del centralismo plutocrático-tecnocrático
consagrado por los acuerdos de Maastricht.
Por lo demás, ese mecanismo soterrado de disolución tampoco ha
sido ajeno al desencadenamiento del conflicto yugoslavo, en cuyos inicios jugaría
un papel crucial el reconocimiento de las repúblicas secesionistas por
parte de varias cancillerías occidentales.
Por lo que se refiere al ámbito político, las intervenciones
directas en el mismo por parte de la Comisión Trilateral comenzaron a
producirse al poco de su creación, al punto que ya en 1977, con motivo de
las elecciones que llevaron a Jimmy Carter a la presidencia de
los Estados Unidos, salió a la luz una de sus muestras más
flagrantes. En efecto, una vez constituida la Administración Carter pudo
comprobarse que, además del presidente, varios de los altos cargos del
nuevo gobierno estaban vinculados a la Comisión. Figuraban entre ellos
Walter Mondale, vicepresidente del gabinete, Cyrus Vance,
titular de la secretaría de Estado, Harold Brown,
secretario de Defensa, y Zbigniew Brzezinski, en la jefatura
del Consejo Nacional de Seguridad.
El rotativo francés Le Monde Diplomatique se haría
eco de esa situación, describiéndola en los siguientes términos:
"La candidatura del Sr.Carter ha estado preparada desde lejos y
sostenida hasta la victoria por un grupo de hombres que representan el más
alto nivel del poder. Figuran entre ellos los presidentes del Chase Manhattan
Bank, del Bank of America, de Coca Cola, Caterpillar, Bendix, Lehman Brothers,
Hewlett-Packard, CBS, etc. Estos hombres, junto con varios tecnócratas,
algunos sindicalistas y unos cuantos políticos constituyen la rama
americana de la Comisión Trilateral".
Simultáneamente, un destacado dirigente trilateralista, George
Franklin, se pronunciaba sobre el particular con estas
palabras. "En el caso Carter creo que hemos jugado un papel
considerable; él, por su parte, merece la confianza de la Comisión
por su educación en política extranjera".
Más rotundas serían aún las observaciones vertidas en
la revista Penthouse por el analista Graig Harpel,
quien escribió: " La presidencia de los Estados Unidos y los
ministerios clave del gobierno federal han sido acaparados por una organización
privada consagrada a lograr la subordinación de los intereses intrínsecos
de los Estados Unidos a los de los bancos y empresas multinacionales. El dominio
de los intereses privados sobre el poder público es el mayor escándalo
político de la historia de América. El asunto Watergate fue un
robo con fractura cometido durante la noche por un tal Martínez en las
oficinas del comité nacional demócrata. El Cartergate, en cambio,
es la irrupción de David Rockefeller en el despacho oval en plena luz del
día. Sería inexacto decir que la Comisión Trilateral manda
en la Administración Carter. La Trilateral es la Administración
Carter".
Con todo, tales comentarios no ofrecían sino una visión
incompleta, diríase incluso que intencionadamente equívoca, de la
realidad, toda vez que la intervención de los círculos plutocráticos
en la política norteamericana no era nada nuevo, sino algo que se venía
produciendo con mucha anterioridad desde instancias bastante más
discretas y poderosas que la Comisión Trilateral, que en último
extremo no representa sino la parte visible del iceberg. Todo lo cual tiene su
explicación si se considera que los medios citados, pese a sus denuncias
ocasionales y siempre calculadas, son devotos partidarios del modelo
establecido, cuya validez global no cuestionan, aunque puedan manifestar sus
discrepancias con ciertas anomalías. Anomalías que los medios
pseudocríticos imputan en todo caso a determinadas conductas aisladas,
pero nunca al Sistema en su conjunto, que está diseñado
precisamente para que esas "anomalías" sean la norma.
Entre las actividades internas de la Comisión Trilateral merece
citarse la elaboración de informes redactados por equipos de expertos de
la organización, y a través de los cuales se analizan los asuntos
más relevantes del mundo actual, siempre enfocados desde la perspectiva
de los intereses trilateralistas. Dado su número (hasta el momento más
de 40), sería imposible ocuparse aquí, siquiera brevemente, de
todos ellos. Pero hay uno sobre el que merece la pena detenerse. Se trata del
informe nº 8, de 211 páginas de extensión, que lleva por título
"La Crisis de la Democracia". Este trabajo, elaborado por
los trilateralistas Michel Crozier, sociólogo, Samel
Huntington, profesor de Harvard e ideólogo del plan de
devastación de las aldeas vietnamitas, y Joji Watanuki,
profesor de sociología en la Universidad Sophia de Tokyo, contiene análisis
y recomendaciones tan sugestivas como éstas:
"En el curso de los últimos años el funcionamiento
de la democracia parece haber provocado un desmoronamiento de los medios clásicos
de control social, una desligitimación de la autoridad política y
una sobrecarga de exigencias a los gobiernos.....De igual modo que existen unos
límites potencialmente deseables de crecimiento económico, también
hay unos límites deseables de extensión democrática. Y una
extensión indefinida de la democracia no es deseable.....Un desafío
importante ha sido lanzado por ciertos intelectuales y por grupos próximos
a ellos, que afirman su disgusto por la corrupción, el materialismo y la
ineficacia del sistema, al mismo tiempo que ponen de manifiesto la subordinación
de los gobiernos democráticos al capitalismo monopolístico. Los
contestatarios que manifiestan su desagrado ante la sumisión de los
gobiernos democráticos al capitalismo monopolístico constituyen
hoy un serio peligro. Se hace preciso reservar al gobierno el derecho y la
posibilidad de retener toda información en su fuente".
Tampoco nada de esto representaba ninguna novedad, habida cuenta que los análisis
vertidos en ese informe se ajustaban rigurosamente al esquema de la
pseudodemocracia oligárquica implantado por las revoluciones burguesas y
perfeccionado después por las "democracias populares"
marxistas.
Ese fue el concepto que compartieron también los padres fundadores de
la República norteamericana, como tendremos ocasión de ver más
adelante, y el mismo que ha inspirado las actividades de diversas sociedades
clandestinas, entre las que figuraría la logia Propaganda-Dos,
una entidad íntimamente vinculada a la Trilateral, según se
desprende de un informe elaborado en 1984 por una Comisión del Parlamento
italiano. Informe que, asimismo, identificó a la Trilateral como una
emanación de la masonería internacional. Cabe recordar que, entre
las actividades de dicha logia, célebre después por sus prácticas
delictivas, figura la creación (en comandita con la CIA y la francmasonería
americana) de la sociedad secreta Gladio, constituida para "velar" por
el correcto funcionamiento de las "democracias" occidentales e
integrada por altos mandos de la OTAN. En consonancia con todo lo apuntado, el
propio Gran Maestre de la logia Propaganda-Dos, Licio Gelli
(antiguo SS y ex-agente del KGB y de la CIA), se declaró en varias
ocasiones un férvido "demócrata" y, como tal, firme
partidario de "una democracia limitada y dirigida oligárquicamente
para así poder gobernar con eficacia y sin contratiempos".
Dicho esto, bueno será dedicar ahora unas palabras a los dos
principales estrategas e ideólogos de la Comisión Trilateral,
Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, cuyos valiosos servicios a la misma son
merecedores de alguna atención.
Zbigniew Brzezinski, modelo de tecnócratas, nació
el año 1928 en Varsovia, ciudad desde su familia se trasladó a
Canadá a raíz de la implantación en territorio polaco del régimen
comunista. Poco antes de afincarse en los Estados Unidos, Zbigniew contrajo
matrimonio con una sobrina del que fuera Presidente de la República
Checoslovaca y gran maestre de la masonería de aquel país, Eduard
Benes, un personaje cuya entrada triunfal en Praga al término
de la 2ª Guerra Mundial constituye un episodio digno de mención: con
motivo del recibimiento dispensado por sus acólitos a tan ilustre filántropo
el 13 de mayo de 1945, centenares de alemanes, adultos y niños, ardieron
a modo de antorchas humanas, rociados de gasolina y colgados boca abajo de los árboles
de la Avenida de San Wenceslao.