Los cavernícolas están desesperados. Y es que el
panorama político, social y económico no es lo que podría
considerarse bueno para el kirchnerismo. Más bien, todo lo
contrario. El desgaste de un modelo que se reveló
escandalosamente corrupto y autoritario ha provocado un
significativo descenso en la imagen del gobierno que, a pocos
meses de las elecciones legislativas, pone en riesgo la hegemonía
oficialista en el Congreso, elemento crucial para pensar en una
reforma constitucional. Asimismo, una economía estancada que
tiene el triste mérito de ser la más inflacionaria de la región, para
empeorar aún más las cosas, está agotando la paciencia de la gente e
incrementando los índices de pobreza, indigencia y desocupación.
¿Cómo modificar, hoy por hoy, y bajo estas condiciones, la fecha
de vencimiento que tiene el kirchnerismo prevista para el 2015?
Tal es la pregunta que está en cabeza de todos nuestros
cavernícolas connacionales.
La estrategia kirchnerista se está dando a partir de un doble
movimiento. Por un lado, hace rato ya que el gobierno ha maniobrando
en dirección de una desquiciada radicalización del “modelo” con
vistas a contener por la fuerza aquellos resortes que ya
empezaron a saltar para todos lados, mientras que, por el otro, ha
empezado a aplicar la táctica del tanteo a los fines de evaluar el
humor social respecto de una eventual continuidad “cristinista”
prohibida por la Constitución.
El slogan de “la década ganada” −última invención de los cada vez
menos creativos ingenieros del relato− no tuvo otro objetivo
discursivo que el de apuntalar en la sociedad la necesidad de
seguir en el rumbo de la victoria. Después de todo, el relato nos
dice que el Frente para la Victoria ganó “para todos y todas” una
década donde todo fue color de rosa. “Si tuvimos diez años de bonanza,
¿por qué no permitirles a nuestros salvadores diez más?”. Tal es
el pensamiento intuitivo que se pretende provocar en los
receptores del cliché en cuestión. Y tanto es así, que cuando
Cristina Kirchner dijo el pasado 25 de mayo que “A esta década ganada
queremos que le siga otra más” y negó que estemos asistiendo a un
“fin de ciclo”, estaba haciendo uso explícito de esta lógica de
continuidad por necesidad, para luego tantear las reacciones
sociales.
Pero dado que el kirchnerismo no tiene en su seno ningún
personaje capaz de brindarle continuidad al modelo después de
2015, con excepción de la propia Cristina, es muy claro que cuando
ésta habla de diez años más, está hablando de diez años más para ella
misma. ¿O vamos a pensar que se refiere al impopular Amado Boudou,
al mudo Máximo Kirchner, al ignoto Hernán Lorenzino, al presunto
ladrón Julio De Vido o al poco conocido maoísta Carlos Zanini?
Cristina habla de ella y solamente de ella. Su ego no le permite otra
cosa. Y los cavernícolas que la siguen, que al estilo de los
hombres de las cavernas no conocen la despersonalización del
poder que estructura todo sistema institucional moderno, también
entienden que la continuidad del “modelo” es la continuidad del
caudillo. “Cristina 2015”, rezan los carteles que ya se están
pegando en varias localidades, leyenda que también estampa remeras
de militantes K. “Agrupación La Cámpora. Cristina 2015″, rezaron
las pancartas que en Santiago del Estero profesores
kirchneristas le hicieron sostener a niños de 9 años en el marco
del acto del 25 de mayo.
Mientras tanto, los dos dispositivos de radicalización por
antonomasia del régimen, el patotero Guillermo Moreno y esa farsa
de Montoneros (que son más bien amontonadores) conocida como La
Cámpora, hacen su aparición en escena con una genialidad
antiinflacionaria que busca morigerar en el electorado la
percepción de la inflación: controlar precios en los
supermercados con arreglo a una metodología mafiosa en la que los
camporistas desarrollarán tareas parapoliciales.
Nuestros cavernícolas no quieren escuchar que la inflación es
un fenómeno de naturaleza monetaria. Antes al contrario, ellos
prefieren creer en conspiraciones de supermercadistas que
merecen la solución −que nada soluciona en realidad− del garrote,
traducida en aprietes y multas arbitrarias, como haría un hombre
de las cavernas frente al complejo mundo de la macroeconomía que,
por supuesto, desconoce por completo.
La solución de todo problema comienza por la cabal comprensión
del mismo. La inflación, insistimos, es un fenómeno esencialmente
monetario. No se conoce ningún ejemplo en la historia de la
humanidad de la existencia de una inflación duradera que no se
viera acompañada de un rápido incremento de la cantidad de dinero,
como así tampoco se conoce ningún caso en el que un rápido aumento de
dinero no fuese seguido por un aumento de la inflación. Allí donde la
cantidad de dinero aumenta más rápido que la cantidad de bienes y
servicios que se pueden comprar en el mercado con ese dinero, el
aumento de los precios es una consecuencia inexorable. El
problema, por lo tanto, no son las cabezas de los supermercadistas
que los cavernícolas pretenden aplastar a garrotazos
camporistas. El problema está en la maquinita de imprimir
billetes a la que no deja de salirle humo y que se utilizó
irresponsablemente para financiar la fiesta populista que, guste o
no, terminará pagando el pueblo. Y sino, los cavernícolas
deberían preguntarle a los docentes bonaerenses en huelga qué
opinan al respecto, cuyos sueldos se ajustan por debajo de los
índices reales de inflación mientras empresas estatales como YPF y
Aerolíneas Argentinas incrementan sus precios muy por encima de
los guarismos inflacionarios proporcionados por el INDEC.
Los cavernícolas están desesperados. La fecha de vencimiento
de la estafa nacional y popular se aproxima en el marco de un
panorama nada favorable al kirchnerismo. Y cuando un cavernícola
se desespera, suele hacer estupideces peligrosas.
(*) Es autor del libro Los Mitos Setentistas, y director del Centro de Estudios LIBRE.
agustin_laje@hotmail. com | www. agustinlaje. com. ar | @agustinlaje
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Fuente: La Prensa Popular
Autor: Agustín Laje (*)