El orgullo nacional se fue al descenso
Independiente de Avellaneda se ha ido al descenso. Y venimos a decir que, aún sin ser simpatizantes del rojo, estamos tristes. Uno sabe bien que esta circunstancia será pasajera, y que en cuanto nos distraigamos un poco el gran campeón ya estará encaminado en su retorno a la primera división del fútbol argentino. No es el aspecto deportivo futuro el que nos está haciendo escribir estas líneas. Lo que intentaremos explicar es que el caso de Independiente, perdiendo la categoría máxima, obliga al amante y conocedor del buen fútbol, a trazar una descorazonadora analogía con la Argentina.
Independiente: La tercera posición
Alguna vez postuló Alejandro Dolina, no sin una importante dosis de verdad, que todos éramos o de Boca Jrs o de River Plate. Y el basamento de esta afimación radicaba en la naturaleza humana misma. En la dualidad "hombre de ciencia / hombre de fe", en los extremos del abanico político "derecha / izquierda", y hasta en la comparativa entre la mujer que seduce por su imagen, frente a la que seduce por su intelecto.
En definitiva, en las diferentes formas mediantes las que intentamos, por distintos caminos, arribar a un mismo fin.
Boca es, históricamente, la búsqueda del triunfo desde el tesón, la garra, y hasta en ocasiones, desde el heroísmo. Es la practicidad que privilegia el fin, sin importar demasiado cuales sean los medios utilizados para lograrlo.
River es, históricamente, por su parte, la búsqueda de ese mismo fin pero desde el brillo y la elegancia. El juego atildado y el elegante trato del balón. El lujo, si usted prefiere.
Los dos extremos de la ambigüedad del hombre, desde el comienzo mismo de los tiempos.
Y son dos posiciones extremas e irreconciliables. A usted, sea simpatizante del equipo que fuere, le puede gustar más Boca o acaso River. Nunca ambos.
Pero Independiente de Avellaneda fue la simbiosis perfecta de estos extremos. Durante décadas nos regaló un admirable fútbol donde se destacaban tanto los rústicos guerreros heroicos, como el Polaco Semenewichz, Enzo Trossero o el Chivo Pavoni, hasta los generosos obsequiadores de talento, como el Bocha Ricardo Bochini, el Pato Pastoriza y hasta el Negro Galván, que desde el medio de la cancha combinaba garra en el quite con elegancia para la entrega. Con la síntesis absoluta simbolizada en el Pepé Santoro, un señor arquero que era arquero y señor.
El Orgullo Nacional
Símbolos de una Argentina que muchos conocimos, las copas del rey de copas enorgullecieron genuinamente a todo el fútbol nacional. Y lo hicieron del mismo modo y hasta en el mismo tiempo en que también nos enorgullecían el Gordo Troilo, Borges, El Polaco, Liotta y Favaloro. Cuando Guillermo Vilas, El Flaco Spinetta, Carlos Monzón y Buenos Aires brillaban con enceguecedoras luces, cuando las calles eran de la gente y no de los delincuentes, y cuando los chicos poblaban las veredas jugando hermosamente su felicidad.
Los hinchas de cualquier club nos apiñábamos para ver aquellas Libertadores, donde el rojo genuinamente nos representaba a todos; igual que Tita, igual que el Lole, mientras nuestros pibes ganaban premios en olimpíadas matemáticas internacionales, éramos considerados el granero del mundo, teníamos a las mujeres más hermosas y compañeras del planeta, y las familias se reunían en torno a la mesa, los domingos al mediodía, para divertir el estofado mirando a Los Campanelli.
Era la Argentina, en definitiva, algo muy similar a un país en el que era agradable vivir. Éramos, los argentinos, unos tipos bastante parecidos entre nosotros, y teníamos intereses y orgullos comunes.
Era la Argentina algo muy diferente al caldero en el que hoy nos estamos cocinando a fuego lento, donde nos miramos de reojo y casi todos sospechamos que mañana será peor de lo que hoy fue.
Donde nada nos enorgullece porque hemos perdido tanto el brillo riverplatense como el heroísmo xeneize. Donde absolutamente nada nos sintetiza como lo hicieron aquellos equipos del rojo de Avellaneda. Ni siquiera la bandera nacional, que en estos tiempos queda escondida entre trapos multicolores que ni espacio le dejan para flamear.
Decíamos al principio que estamos tristes por el descenso de Independiente. Y esto acontece porque, en realidad, la tristeza nace en esta certidumbre nuestra de que la Argentina misma ha perdido la categoría que durante mucho tiempo tuvo.
Hay un país que supo ser, y que, junto con Independiente de Avellaneda, juega en la B. Hoy nos toca alzar una copa vacía, para brindar por nada
Fabián Ferrante
Independiente de Avellaneda se ha ido al descenso. Y venimos a decir que, aún sin ser simpatizantes del rojo, estamos tristes. Uno sabe bien que esta circunstancia será pasajera, y que en cuanto nos distraigamos un poco el gran campeón ya estará encaminado en su retorno a la primera división del fútbol argentino. No es el aspecto deportivo futuro el que nos está haciendo escribir estas líneas. Lo que intentaremos explicar es que el caso de Independiente, perdiendo la categoría máxima, obliga al amante y conocedor del buen fútbol, a trazar una descorazonadora analogía con la Argentina.
Independiente: La tercera posición
Alguna vez postuló Alejandro Dolina, no sin una importante dosis de verdad, que todos éramos o de Boca Jrs o de River Plate. Y el basamento de esta afimación radicaba en la naturaleza humana misma. En la dualidad "hombre de ciencia / hombre de fe", en los extremos del abanico político "derecha / izquierda", y hasta en la comparativa entre la mujer que seduce por su imagen, frente a la que seduce por su intelecto.
En definitiva, en las diferentes formas mediantes las que intentamos, por distintos caminos, arribar a un mismo fin.
Boca es, históricamente, la búsqueda del triunfo desde el tesón, la garra, y hasta en ocasiones, desde el heroísmo. Es la practicidad que privilegia el fin, sin importar demasiado cuales sean los medios utilizados para lograrlo.
River es, históricamente, por su parte, la búsqueda de ese mismo fin pero desde el brillo y la elegancia. El juego atildado y el elegante trato del balón. El lujo, si usted prefiere.
Los dos extremos de la ambigüedad del hombre, desde el comienzo mismo de los tiempos.
Y son dos posiciones extremas e irreconciliables. A usted, sea simpatizante del equipo que fuere, le puede gustar más Boca o acaso River. Nunca ambos.
Pero Independiente de Avellaneda fue la simbiosis perfecta de estos extremos. Durante décadas nos regaló un admirable fútbol donde se destacaban tanto los rústicos guerreros heroicos, como el Polaco Semenewichz, Enzo Trossero o el Chivo Pavoni, hasta los generosos obsequiadores de talento, como el Bocha Ricardo Bochini, el Pato Pastoriza y hasta el Negro Galván, que desde el medio de la cancha combinaba garra en el quite con elegancia para la entrega. Con la síntesis absoluta simbolizada en el Pepé Santoro, un señor arquero que era arquero y señor.
El Orgullo Nacional
Símbolos de una Argentina que muchos conocimos, las copas del rey de copas enorgullecieron genuinamente a todo el fútbol nacional. Y lo hicieron del mismo modo y hasta en el mismo tiempo en que también nos enorgullecían el Gordo Troilo, Borges, El Polaco, Liotta y Favaloro. Cuando Guillermo Vilas, El Flaco Spinetta, Carlos Monzón y Buenos Aires brillaban con enceguecedoras luces, cuando las calles eran de la gente y no de los delincuentes, y cuando los chicos poblaban las veredas jugando hermosamente su felicidad.
Los hinchas de cualquier club nos apiñábamos para ver aquellas Libertadores, donde el rojo genuinamente nos representaba a todos; igual que Tita, igual que el Lole, mientras nuestros pibes ganaban premios en olimpíadas matemáticas internacionales, éramos considerados el granero del mundo, teníamos a las mujeres más hermosas y compañeras del planeta, y las familias se reunían en torno a la mesa, los domingos al mediodía, para divertir el estofado mirando a Los Campanelli.
Era la Argentina, en definitiva, algo muy similar a un país en el que era agradable vivir. Éramos, los argentinos, unos tipos bastante parecidos entre nosotros, y teníamos intereses y orgullos comunes.
Era la Argentina algo muy diferente al caldero en el que hoy nos estamos cocinando a fuego lento, donde nos miramos de reojo y casi todos sospechamos que mañana será peor de lo que hoy fue.
Donde nada nos enorgullece porque hemos perdido tanto el brillo riverplatense como el heroísmo xeneize. Donde absolutamente nada nos sintetiza como lo hicieron aquellos equipos del rojo de Avellaneda. Ni siquiera la bandera nacional, que en estos tiempos queda escondida entre trapos multicolores que ni espacio le dejan para flamear.
Decíamos al principio que estamos tristes por el descenso de Independiente. Y esto acontece porque, en realidad, la tristeza nace en esta certidumbre nuestra de que la Argentina misma ha perdido la categoría que durante mucho tiempo tuvo.
Hay un país que supo ser, y que, junto con Independiente de Avellaneda, juega en la B. Hoy nos toca alzar una copa vacía, para brindar por nada
Fabián Ferrante