Algo debe cambiar en la Iglesia Católica
Ayer la web de La Sexta titulaba: “Jóvenes católicos se concentran en Sevilla contra la “involución” de la Iglesia”. Según el citado canal, dichos jóvenes afirmaron: “Pedimos
pluralidad a la Iglesia, que vaya con los tiempos, que avance, que se
pronuncie tanto en cuestiones sociales como teológicas, que tome
iniciativas en temas tan importantes como el papel de la mujer”.
Luis Fernando Pérez Bustamante ha puesto en su sitio a estos jóvenes en un excelente artículo en su blog, que yo firmaría encantado si fuese capaz de escribirlo tan bien como el director de InfoCatólica. Os animo a leerlo completo, su contenido lo asumo al 100%.
Creo que si La Sexta hubiese publicado lo que querían decir esos jóvenes, tendríamos algo así: “Pedimos
que la Iglesia se someta al dictado del pensamiento dominante, que se
someta a las modas, que renuncie a su legado doctrinal para adaptarse a
ellas, que se pronuncie como nosotros queramos tanto en cuestiones
sociales como teológicas, y que calque los dogmas ideológicos
feministas”. No es que yo sea adivino ni me pase de mal pensado: antes bien, he visitado la página de Facebook de esos jóvenes y más que a católicos me ha parecido estar leyendo a militantes de las Juventudes Socialistas.
Su manifiesto, que analiza y replica Luis Fernando, es todo un
compendio de la izquierda sesentayochista, un puñado de tópicos progres
que más que buscar el camino de la salvación en la Palabra de Cristo, parecen buscar una Iglesia que agrade a la izquierda.
No es la primera vez que surgen voces pidiendo una Iglesia “que vaya
con los tiempos”. Generalmente esas voces presentan como lo propio de
cada momento la particular forma de pensar del crítico de turno. La
Iglesia ha sabido resistirse a esas exigencias populistas, y gracias a
Dios que ha sido así. Y es que quienes piden que la Iglesia se
adapte a las modas pasajeras, ¿aceptarían una Iglesia que apoyase el
racismo nazi en la Alemania de 1937 en vez de publicar una encíclica
como “Mit brennender Sorge” de Pío XI?
Entonces el racismo era la tendencia imperante en ese país, y también
en otras partes de Europa. La Iglesia supo pronunciarse contra ello,
incluso a costa de despertar las iras de los que entonces tenían el
poder. Y lo hizo en dicha encíclica, por cierto, con un párrafo
magistral que podrían aplicarse también hoy esos jóvenes:
“Vigilad, venerables hermanos, con cuidado contra el abuso creciente, que se manifiesta en palabras y por escrito, de emplear el nombre tres veces santo de Dios como una etiqueta vacía de sentido para un producto más o menos arbitrario de una especulación o aspiración humana; y procurad que tal aberración halle entre vuestros fieles la vigilante repulsa que merece.”
Y es que como recordaba la encíclica, esa etiqueta vacía de sentido
en la que algunos pretendían convertir a Dios -otros aún lo intentan
hoy en día- dista mucho del Dios que nos encontramos en las sagradas
escrituras:
“Este Dios ha dado sus mandamientos de manera soberana, mandamientos independientes del tiempo y espacio, de región y raza. Como el sol de Dios brilla indistintamente sobre el género humano, así su ley no reconoce privilegios ni excepciones. Gobernantes y gobernados, coronados y no coronados, grandes y pequeños, ricos y pobres, dependen igualmente de su palabra.”
No obstante, como adelanto en el título de esta entrada, sí que creo que debe cambiar algo en la Iglesia Católica: lo más difícil e incómodo de cambiar, dicho sea de paso.
Difícil e incómodo, que no imposible, por supuesto, como se ha
demostrado muchas veces y como se sigue demostrando hoy en muchos
lugares del mundo. Y para deciros a qué me refiero, me remito a una
santa: la Madre Teresa de Calcuta. Se cuenta de ella una bonita anécdota que el año pasado recordaba en su blog un sacerdote y buen comunicador, Juan Antonio Ruiz: “Cuando le preguntaron qué cambiaría para mejorar la Iglesia, ella se señaló a sí misma diciendo: «Me cambiaría a mí misma».”
Pues eso. Desde luego, es más fácil pedirle a la Iglesia que se adapte a
nuestra forma de vivir, que adaptar nuestra forma de vivir a las
enseñanzas de Cristo. El caso es que de la primera forma la Iglesia
traicionaría su misión, que es mostrarnos el camino hacia el cielo,
aunque la forma de llegar implique ir contracorriente y saltarse las
modas imperantes.