domingo, 2 de junio de 2013

LOS LIBERALES Y EL MODELO PRODUCTIVO



INDUSTRIA ARGENTINA INDISPENSABLE PARA LA SOBERANIA

Una nota que caracteriza a los liberales en nuestro país –como en todo país semicolonial- es su aversión a las políticas industrialistas. Por algo será, y ya veremos por que.
En efecto, para los economistas enrolados en esta línea de pensamiento, siempre será preferible una economía basada en el sector agropecuario y en el de los servicios, antes que un desarrollo industrial autónomo.
Según ellos la industria nacional es un invento de los lobbistas para justificar sus latrocinios; y su existencia obliga al consumidor a comprar productos de baja calidad y a precios altos.
En realidad esto es una verdad a medias, es decir una mentira.
Lo afirmado puede suceder -y sucede- durante los gobiernos populistas y pseudo nacionales como el que padecemos actualmente, con su industrialización de fantasía y su corrupción sistémica; sin embargo no necesariamente debe ser así.
Lo que pasa es que nuestros liberales creen que los argentinos no podemos –por algún defecto de nacimiento- tener una industria eficiente, como la que tienen los países centrales; y piensan además que somos incapaces de darnos un sistema educativo que permita crear una mano de obra capacitada para aprovechar los avances tecnológicos que requiere una industria moderna.
Fieles sostenedores de la “división internacional del trabajo” nos dicen además que no necesitamos industrializar al país teniendo a mano las riquezas del campo, y que obtener los ingentes recursos financieros que la misma requiere es imposible sin una ayuda externa.
Se impone entonces una aclaración, y es que los nacionalistas no pretendemos dejar a un lado las actividades agropecuarias, como tampoco desdeñamos al sector de los servicios como fuente de trabajo. Por el contrario, estamos convencidos que el desarrollo industrial redundará en beneficio del campo, aumentando la productividad de ese sector y dándole valor agregado a sus productos; e inclusive servirá para incorporar la mano de obra que dicha actividad ya no requiere por la tecnificación de ese sector.
No es entonces nuestra apuesta por la industrialización una tara militarista y fascista. Es sabido que la creación de industrias genera puestos de trabajo y que el empleo aumenta el consumo, con lo cual se crea un mercado interno que dinamiza la economía. Además una economía industrializada permite afrontar mejor la caída de los precios de los productos agropecuarios o las trabas a las importaciones producto de las crisis internacionales.
Lo mismo respecto al sector de los servicios; actividades como el comercio, el transporte, los seguros, las inmobiliarias, la publicidad, la salud y la educación, también se verán beneficiadas y crecerán con el desarrollo industrial.
Pero lo más importante, y que se debe entender de una buena vez, es que la industria nacional es una actividad económica que coadyuva a la soberanía política de una Nación.
En efecto, un país que pretenda ser grande y soberano debe tener si o si independencia económica, y en ese sentido el desarrollo industrial es fundamental. Ya lo decía Carlos Pellegrini: “no puede haber gran Nación si no se es Nación industrial”.
De modo pues que el Estado nacional tiene la obligación de promover y proteger dicha actividad, asumiendo inclusive un papel exclusivo y directo en lo vinculado con los recursos esenciales y con la defensa nacional.
Ahora bien, respecto a que tipo de industrialización es la que hay que llevar a cabo, esta claro que con la agroindustria y la industria liviana no alcanza, es necesario desarrollar una industria de alto valor agregado y de base, pues si no se dispone de  tecnología de punta directamente no se puede competir; y si no se dispone de acero no se puede fabricar nada.
Esto obviamente exige la elaboración de un Plan Industrial a cargo del Estado y de importantes recursos financieros.
Por su parte dicho Plan requiere de ciertas herramientas, entre ellas fundamentalmente de la disponibilidad de recursos energéticos; para ello urge reactivar nuestro programa nuclear y recuperar el control del petróleo, el gas, los minerales, las caídas de agua, y demás fuentes de energía.
Así mismo es indispensable contar con una adecuada red de servicios (sobretodo de transporte) que permitan movilizar la producción y reducir costos, los cuales también deben estar controlados por el Estado.
Por otro lado será necesario aplicar una política arancelaria que proteja el trabajo y la producción nacional frente a las importaciones extranjeras; así como un estricto control cambiario.
Y respecto a la cuestión primordial del financiamiento del Plan, es claro que el mismo no puede encararse sin una total independencia financiera, ya que el Poder Financiero Internacional jamás financiará una acción en ese sentido.
Por ende todo el flujo financiero (crédito abundante y barato) se debe destinar a la inversión productiva y a las obras de infraestructura. Lo mismo con el excedente de la renta agropecuaria, el cual debe derivarse al sector industrial (los planes sociales se financiaran con los impuestos que provengan del empleo generado por esta actividad) evitando de este modo  recurrir al crédito externo.
Se debe erradicar la idea falsa de que nuestro país carece del capital necesario para llevar adelante estos planes; el trabajo acumulado por todos los argentinos genera el capital suficiente para ello,
El problema es que miles de millones de dólares al año son destinados a pagar los servicios de una deuda externa ilegitima y fraudulenta, o bien son drenados al exterior en concepto de utilidades de las empresas extranjeras. Con todo ese excedente fabuloso alcanza y sobra para financiar el conjunto de planes de industrialización, capacitación y desarrollo autónomo.
Todo esto, aquí muy rápidamente esbozado, nos da una idea de que al Poder Mundial no le conviene para nada que se lleven a cabo estos proyectos, ni siquiera que se plantee la cuestión. Y aquí entran a jugar el aparato del coloniaje pedagógico, empeñado en evitar que encontremos una alternativa al modelo de sumisión y dependencia.Esta es la razón por la que los intelectuales y economistas liberales, vinculados a los centros hegemónicos, siguen hasta el día de hoy sosteniendo la inviabilidad de un modelo de producción industrial independiente.
Cuando los argentinos dejemos de reverenciar sus dogmas y nos animemos a romper las cadenas que nos sujetan a los amos del dinero; cuando confiando en nuestras capacidades encaremos una empresa como la descripta, entonces recién podremos decir que nos hemos convertido en una verdadera Nación.


                                                                       Edgardo Atilio Moreno